Los cinco principios de la estabilidad económica

Los cinco principios de la estabilidad económica

ensignlp.nfo-o-2c64por el presidente N. Eldon Tanner
Primer Consejero en la Primera Presidencia

Durante la Segunda Guerra Mundial, el élder Albert E. Bowen, entonces miembro del Consejo de los Doce Apósto­les, recopiló una serie de mensajes radiales en un libro, que tituló: La constancia en medio del cambio. Esos men­sajes eran muy apropiados para la época; estábamos en medio de una conflagración y la gente de todo el mundo necesitaba un mensaje de segundad, calma y estbilidad.

Nuestros días actuales son en muchas maneras similares a aquellos turbulentos años de la guerra. También ahora nos enfrentamos a problemas que nos dejan perplejos y, además de los evidentes conflictos en política internacional, estamos atra­vesando uno de los períodos económicos más difíciles que hemos visto en muchas décadas, con los problemas que traen aparejados la inflación y la administración económica personal.

Quisiera usar el título del libro del élder Bowen, y compartir con vosotros algunas de las experien­cias por las que he pasado y las conclusiones a las que he llegado en los sesenta años que llevo traba­jando. He vivido todas las fases del ciclo econó­mico. Cuando era joven y estaba en mis principios, pasé por una depresión económica personal. He visto la depresión nacional e internacional, así como los períodos de inflación; he observado cómo en cada ciclo económico se han creado lo que han dado en llamar «soluciones», que han pasado sin pena ni gloria. Estas experiencias me han llevado a la misma convicción que hizo al poeta Robert Frost escribir: «La mayoría de los cambios que creemos ver en el mundo, están en relación directa con la tendencia popular de aceptar o rechazar ciertas verdades».

Lo que hoy quisiera compartir con vosotros son mis obervaciones sobre los principios constantes y fundamentales que pueden traernos seguridad financiera y tranquilidad de conciencia, bajo cual­quier circunstancia económica.

Primeramente, quiero establecer una base y una perspectiva dentro de las cuales se puedan aplicar esos principios.

BUSCAD PRIMERAMENTE EL REINO DE DIOS

Un día, se me acercó uno de mis nietos y me dijo: «Te he estado observando, y también me he fijado en otros hombres que han tenido éxito en la vida, y estoy decidido a tratar de lograr lo mismo. Quisiera entrevistar a todas las personas que pueda, a fin de descubrir qué es lo que los ha llevado al éxito. Abuelo, de acuerdo con tu experiencia personal, ¿cuál dirías que es el elemento más importante para obtenerlo?» Le dije entonces que el Señor nos dio la fórmula más segura para el éxito cuando dijo:

«Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.» (Mat. 6:33.)

Hay quienes nos afirmarán que muchos que no buscan primeramente el reino de Dios, prosperan de todos modos; y esto es cierto. Pero al decir esas palabras el Señor no nos prometía solamente ri­quezas materiales; y por experiencia propia os puedo asegurar que es así. Como lo dijo Enrique Ibsen, el famoso escritor noruego:

«El dinero quizás sea la cascara de muchas cosas, pero no el grano. Puede brindarnos la co­mida, pero no el apetito; puede conseguirnos me­dicinas, pero no salud; puede atraernos conocidos, pero no comprar amigos; puede pagar sirvientes, pero no fidelidad; días de gozo, pero no la paz ni la felicidad.» (Traducción libre)

LAS BENDICIONES MATERIALES

Las bendiciones materiales son parte del evangelio, si se consiguen en la forma apropiada y por razones justas. Me viene a la memoria una experiencia del élder Hugh B. Brown, cuando era un joven soldado durante la Primera Guerra Mundial. Un día fue a visitar a un amigo ya mayor, que estaba en el hospi­tal; era varias veces millonario, tenía ochenta años y estaba al borde de la muerte. Ni su ex esposa, y ni siquiera uno de sus cinco hijos se preocuparon por él lo suficiente como para ir a visitarlo. Al pensar en lo que su amigo había perdido, cosas que el dinero no podía comprar, comprendió la trágica situación en que se encontraba y le preguntó qué cambiaría en su vida si pudiera volver a vivirla. El caballero, que unos días más tarde falleció, le respondió:

«Al examinar mi vida, pienso que la posesión más valiosa e importante que pude haber tenido, pero que perdí en el proceso de acumular millones, fue la sencilla fe que mi madre tenía en Dios y en la inmortalidad del alma. Me preguntas cuál es la po­sesión de más valor que se puede tener, y no tengo para responderte palabras mejores que las de un poeta.»

Entonces le indicó al élder Brown que tomara un libro de su portafolios y leyera un poema titulado «Soy un extraño», que dice así:

Soy un extraño a la fe que mi madre me enseñó. Soy un extraño al Dios que escuchaba sus súplicas y llanto. Soy un extraño al consuelo de las oraciones que aprendí de niño, A los brazos eternos que recibieron a mi padre cuando partió. Cuando el gran mundo me llamó con sus señuelos, lo abandoné todo para seguirlo, Sin notar jamás en mi ceguera que mi mano ya no estaba en la Suya. Jamás soñé en mi aturdimiento que la fama es una gran burbuja, un vacío, Que la riqueza del oro no es más que oropel. Mas ahora lo sé.

He pasado una vida buscando lo que luego des­deñé, He luchado y recibido muchas recompensas. Pero todo lo daría, fama y fortuna, y todos los pla­ceres que las acompañan, Si pudiera tener la fe que modeló el carácter de mi madre.

El presidente Brown añade: «Este fue el testi­monio de un hombre que había nacido en una fa­milia de la Iglesia, pero se había apartado de ella; era el grito angustiado de un hombre solitario que tenía todo lo que el dinero puede comprar, pero que para lograrlo había perdido lo más importante de la vida.» (Continuing the quest, págs. 32-35.)

En el Libro de Mormón se encuentra un impor­tante consejo que nos dejó el profeta Jacob con respecto a ese tema:

«Pero antes de buscar las riquezas, buscad el reino de Dios.

Y después de haber logrado una esperanza en Cristo, obtendréis riquezas, si las buscáis; y las buscaréis con el fin de hacer bien: para vestir al desnudo, alimentar al hambriento, libertar al cautivo y administrar consuelo al enfermo y al afligido.» (Jacob 2:18-19.)

La base y la perspectiva son, entonces, las siguientes: debemos buscar primeramente el reino, trabajar, planificar y gastar sabiamente, preparar­nos para el futuro, y utilizar las riquezas con que somos bendecidos para ayudar a edificar ese reino. Al dejarnos guiar por esta perspectiva eterna, y al edificar sobre este firme cimiento, podemos dedi­carnos con confianza a las tareas diarias y a nuestro trabajo. Dentro de este esquema, me gustaría ex­plicar los cinco principios de la estabilidad econó­mica.

PRINCIPIO 1
PAGAR HONESTAMENTE EL DIEZMO

A menudo me pregunto si nos damos cuenta de que el pagar nuestro diezmo no es hacer una donación a la Iglesia, sino cumplir con una deuda que tenemos con el Señor. El es la fuente de todas nuestras ben­diciones, incluyendo nuestra vida. El pago del diezmo es un mandamiento que lleva aparejada una promesa; si lo obedecemos, se nos promete que recibiremos «de la abundancia de la tierra». Esta prosperidad consiste en algo más que bienes materiales; puede referirse a gozar de salud y de una mente alerta, a tener solidaridad familiar y progreso espiritual. Espero que si hay al­guno de vosotros que no esté pagando su diezmo honestamente, procure encontrar la fe y fortaleza para hacerlo. Al cumplir con esta obligación hacia nuestro Hacedor, encontramos una grande y mara­villosa felicidad, una felicidad que sólo llegan a co­nocer aquellos que son fieles a este mandamiento.

PRINCIPIO 2
GASTAR MENOS DE LO QUE SE GANA

He descubierto que no hay nin­guna forma de ganar más de lo que podemos gastar, y estoy convencido de que lo que nos brinda paz de conciencia no es la cantidad de dinero que ga­nemos, sino el tener control sobre él. El dinero puede ser un siervo obediente; pero también puede ser un exi­gente tirano. Aquellos que son capaces de planifi­car su nivel de vida a fin de tener siempre su pequeño sobrante, tienen absoluto control de su si­tuación; pero los que gastan más de lo que ganan, son controlados por su situación, son como escla­vos de la misma.

El presidente Heber J. Grant dijo: «Si hay algo que puede traer paz y contenta­miento, personal y familiar, es vivir dentro de los limites de nuestros ingresos. Y si hay algo desalen­tador y que corroe el espíritu, es tener deudas y obligaciones que no podemos cumplir.» (Gospel Standards, pág. 111.)

La clave para gastar menos de lo que ganamos es simple; se llama disciplina. Ya sea que lo apren­damos temprano o tarde en la vida, todos tenemos que aprender a disciplinarnos, controlar nuestros apetitos y nuestras tentaciones económicas. Ben­decido es aquel que aprende a controlar sus gastos y puede ahorrar para cuando lleguen tiempos difí­ciles.

PRINCIPIO 3
APRENDER A DISTINGUIR ENTRE LAS NECESIDADES Y LOS CAPRICHOS

Los deseos del consumidor son resultado de la propaganda; el sistema de competencia de la libre empresa produce artícu­los y servicios ilimitados a fin de estimularnos a adquirir más bienes materiales. No estoy criticando el sistema ni la disponibilidad de todas estas cosas; pero mi deseo es que nuestra gente  utilice el buen criterio al hacer sus compras. Debe­mos aprender que el sacrificio es una parte esencial de nuestra disciplina eterna.

En este país y en varias otras naciones del mundo ha habido y hay muchas oportunidades de trabajo para todo el que esté capacitado. Muchas personas nacidas después de la Segunda Guerra Mundial han conocido solamente la prosperidad; por ello, hay quienes están acostumbrados a la sa­tisfacción instantánea de sus deseos. Lo que ayer era un lujo, hoy se considera una necesidad.

Hay parejas jóvenes que esperan poder amue­blar su casa y adquirir muchas cosas extra apenas se han casado, cosas que sus padres lograron ob­tener después de muchos años de luchar y sacrifi­carse. Al querer demasiadas cosas demasiado pronto, estas parejas sucumben a planes de crédito aparentemente fáciles, hundiéndose así en deudas; y el estar endeudados les impide cumplir con los planes preventivos que la Iglesia sugiere, como por ejemplo el de almacenamiento de alimentos.

La satisfacción de todos los deseos y la mala administración económica son un lastre para las relaciones matrimoniales. La mayoría de los pro­blemas maritales tienen su origen en problemas económicos; a veces se trata de que las entradas son insuficientes para la mantención de la familia, y otras de que no se sabe cómo administrarlas.

Una vez, un joven padre fue a hablar con el obispo y le dijo algo que se oye muy frecuente­mente:

«Obispo, he recibido una buena capacitación como ingeniero y gano un buen sueldo. Durante todo el tiempo que estuve estudiando me enseñaron a ganar dinero, pero nadie jamás me enseñó a ad­ministrarlo.»

LAS DEUDAS FINANCIERAS

Reconocemos que es bueno que los estudiantes tomen clases para aprender todo lo referente al consumo; pero la primordial responsabilidad des­cansa en los padres. Estos no pueden dejar al azar tan vital capacitación, ni transferir toda la responsa­bilidad a las universidades. Una parte importante de ella es explicar los diferentes tipos de deudas; para la mayoría de nosotros existen dos clases: la deuda común y la deuda por inversiones o negocios. La deuda común es la que se contrae al comprar a crédito cosas de uso o consumo diario, como por ejemplo, ropa, artículos para el hogar, muebles, etc. Este tipo de deuda está respaldado por nuestras entradas futuras, y puede ser muy peligroso; si perdemos el trabajo o quedamos inhabilitados para hacerlo, o nos encontramos en una situación de emergencia cualquiera, podemos tener serias difi­cultades para cumplir con nuestras obligaciones económicas. Cuando pagamos en cuotas, estamos utilizando la forma más cara de compra, pues al precio de los artículos debemos agregar el alto interés que nos cobran.

Comprendo que a veces, ésta es la única forma en que un matrimonio joven puede llenar sus nece­sidades; pero queremos advertiros que no compréis más que lo estrictamente necesario, y que paguéis vuestras deudas a la brevedad posible. Cuando el dinero es escaso, tratad de evitar la carga extra que representan los intereses.

En cuanto a contraer deudas por inversiones o negocios, éstas deben tener un respaldo tal que no pongan en peligro la seguridad económica de la familia. No invirtáis en aventuras de especulación. Esta forma de inversión puede convertirse en un vicio. Muchas son las fortunas que han desapare­cido por causa del apetito incontrolable de acumu­lar cada vez más riquezas. Podemos aprender de errores del pasado y evitar esclavizarnos con nues­tro tiempo, energías y salud a un apetito voraz por adquirir bienes materiales.

El presidente Kimball nos ha dado este consejo, digno de que lo meditemos profundamente:

«El Señor nos ha bendecido como pueblo con una prosperidad inigualada en la historia. Los re­cursos puestos a nuestra disposición son buenos y necesarios para nuestro trabajo aquí sobre la tierra. Pero, me temo que muchos de nosotros hemos acumulado rebaños, manadas, tierras, graneros y toda clase de riquezas, habiendo comenzado a adorarlos como dioses falsos que cada vez ejercen un poder más firme y determinado sobre nosotros. ¿Poseemos acaso más bienes que los que nuestra fe puede soportar? Mucha es la gente que dedica la mayor parte de su tiempo laborando al servicio de una imagen que incluye suficiente dinero, acciones, inversiones, propiedades, créditos, mobiliario, au­tomóviles y riquezas similares, que les garantizan la seguridad carnal a Lo largo de lo que esperan sea una vida larga y feliz.

Se olvida así el hecho de que nuestra asigna­ción es la de utilizar esa abundancia de recursos en nuestra familia y quórumes para desarrollar el reino de Dios…» (Liahona, agosto de 1977, pág. 3.)

Como testimonio personal, quisiera agregar a las palabras del presidente Kimball lo siguiente: no conozco ningún caso en el que se hayan obtenido o aumentado la paz de conciencia y la felicidad por amasar una fortuna que sobrepase las necesidades y los deseos razonables de una familia.

PRINCIPIO 4
ORGANIZAR UN PRESUPUESTO Y VIVIR DENTRO DE SUS LÍMITES

Un amigo mío tiene una hija que viajó al extranjero con un grupo de estudiantes de la Universi­dad de Brigham Young. Esta joven estaba constantemente escribiéndole a su padre para pedirle dinero; esto lo preo­cupó a tal punto que decidió llamarla por teléfono e inquirir sobre los gastos que le exigían tanto dinero extra. La hija le dijo: «Pero papá, te puedo dar cuenta de cada centavo que he gastado», a lo que él replicó: «No es eso lo que me interesa. Lo que deseo es que te hagas un presu­puesto, un plan de gastos, no un diario donde regis­tres adonde se ha ido el dinero».

Quizás todos los padres debieran imitar el ejemplo del que, al recibir un telegrama de su hijo estudiante diciendo: «Sin plata, aburrimiento de fijo. Tu hijo», le respondió con otro en el que le decía: «Gran pena da. Hijo aburrido estará. Papá».

A través de los años, al entrevistar a mucha gente, he observado que hay muchas personas que no tienen un presupuesto de gastos, ni la disciplina necesaria para limitarse a tal; hay quienes piensan que el hacerlo les coarta su libertad, mas por el contrario, toda persona que ha tenido éxito en la vida ha aprendido que un presupuesto ayuda a obtener libertad económica.

No es necesario complicarse ni emplear de­masiado tiempo para administrar bien el dinero. Se cuenta la historia de un inmigrante que guardaba las cuentas que tenía que pagar en una caja de zapa­tos, las que había pagado en un gancho, y el dinero en efectivo en una caja fuerte. «No sé cómo puedes mantener el negocio en esta forma», le dijo uno de sus hijos. «¿Cómo sabes si tienes o no ganancias?» «Hijo», le repuso el comerciante, «cuando bajé del barco, mi única posesión eran los pantalones que tenía puestos. Actualmente, tu hermana es maestra de arte, tu hermano es médico y tú eres contador. Yo tengo auto, casa propia y un buen negocio, y no debo nada a nadie. Suma todo eso, réstale los pan­talones que traje, y ahí tienes mi ganancia.»

LOS ELEMENTOS DE UN BUEN PRESUPUESTO

Los consejeros en materia económica nos enseñan que en un buen presupuesto hay cuatro elementos: Primero, se debe proveer para las necesidades bá­sicas como ropa, comida, etc.; segundo, para el pago del alquiler o cuota de la casa; tercero, para necesidades tales como seguro médico, medicinas y ahorros; y cuarto, para invertir sabiamente y tener almacenamiento de alimentos.

Quisiera hacer algunos comentarios sobre dos de estos elementos. En realidad, nada hay que sea tan seguro en nuestra vida como los acontecimientos inesperados. Con el costo de la atención médica constantemente en aumento, las sociedades mé­dicas o seguros de salud son la única forma en que la mayoría de las familias pueden enfrentar gastos de accidentes, enfermedades y maternidad, en este último caso, los nacimientos prematuros en parti­cular. Cuando es posible tener un seguro de vida, esto proveerá para la familia en caso de que el padre muera inesperadamente. Toda familia debe estar preparada para estos casos de emergencia.

Después de atender a estas necesidades bá­sicas, debemos tratar de ahorrar mediante una ad­ministración frugal de dinero; y si es posible, inver­tirlo. He notado que muy pocas personas que no tengan el hábito de ahorrar tienen éxito en las inver­siones; este hábito requiere disciplina y sentido común.

Hay muchas maneras de invertir dinero; mi único consejo al respecto es que se debe elegir un buen asesor, que tenga un registro de inversiones limpio y de éxito.

PRINCIPIO 5
TENER HONESTIDAD EN TODOS LOS ASUNTOS FINANCIEROS

El ideal de la integridad jamás pasará de moda, y se aplica a todo lo que hacemos. Como líderes y miembros de la Iglesia debemos dar el ejemplo perfecto de integridad. Mis hermanos, por medio de estos cinco principios he tra­tado de bosquejar lo que se podría llamar un modelo de administración financiera. Espero que cada uno de nosotros se beneficie con su aplicación. Os testífico que son verdaderos y que esta Iglesia y la obra en la cual estamos embarcados también son verda­deras, en el nombre de Jesucristo. Amén.

 

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