UNA TEMPORADA DESAFIADORA
UNA TEMPORADA MARAVILLOSA
Presidente Gordon B. Hinckley
Charla fogonera SEI: una noche con una autoridad general viernes 7 de febrero de 2003
Mis queridos hermanos y hermanas, vengo a ustedes con amor, aprecio y respeto. Estoy agradecido por lo que el hermano Eyring ha expresado y lo encomiendo a ustedes.
Creo que no es necesario decirles que ustedes tienen una responsabilidad única e importante en esta Iglesia. Les agradecemos a todos su dedicado servicio. Deseo agradecer especialmente a los hermanos en el Instituto, así como a sus colegas, quienes han sido una tremenda ayuda en la administración del Fondo Perpetuo para la Educación.
En esta reunión, ustedes representan varias categorías de maestros: miembros de la plana docente de los tres campus de la universidad Brigham Young, directores y maestros de instituto, y maestros de seminario, tanto de tiempo completo como de tiempo parcial, pero todos comprometidos en una labor común, la de cultivar en el corazón de los jóvenes amor hacia el Salvador del mundo y el deseo de seguir Sus enseñanzas.
La otra noche asistí a un concierto ofrecido por varios grupos musicales de la universidad Brigham Young. Fue maravilloso; una gran ocasión. La actuación fue formidable y contó con cerca de 500 participantes, todos estudiantes.
Al contemplarlos, pensé en lo grandioso que son esos jóvenes; demostraron mucho talento y todos actuaron en perfecta armonía. Luego pensé en que cada uno de ellos es un alumno de ustedes, que aprenden acerca de esta Iglesia, su doctrina, su historia y sus prácticas. Pensé en el gran desafío que ustedes tienen de enseñar de tal manera que no sea sólo para impartir conocimiento, sino, lo que es más importante, para inspirar.
Al mirarlos, me imaginé a los muchos miles más que están bajo el liderazgo de ustedes en los institutos de religión en otras universidades y colegios universitarios en todo el mundo. También pensé en los seminarios que ustedes representan, tanto maestros remunerados, como voluntarios. No creo que haya nada que se le compare en ninguna parte.
¿Se dan cuenta de aquello de lo que forman parte, esta inmensa labor de enseñar religión a los jóvenes de muchas naciones, con tantas lenguas diferentes? En alguna parte del mundo hay siempre grupos de alumnos que se juntan para aprender del Señor y Su gran obra. Los felicito sinceramente. Les agradezco de todo corazón. Les animo a trabajar un poco más fuerte y ruego por su éxito así como por la satisfacción personal en lo que están haciendo.
Ustedes no tienen idea de los resultados de su servicio, y cuando transcurran los años y sus jóvenes alumnos continúen con sus trabajos, se casen y tengan familias, los recuerdos de lo que aprendieron en seminario o instituto les guiará en sus decisiones y les motivará en sus actividades.
Conocí a un hombre que estaba al frente de una institución financiera; su esposa era miembro de la Iglesia y él no, pero cada mañana él se levantaba y llevaba a sus hijos a la clase de seminario matutino. Durante un tiempo se quedaba en el auto para esperarlos. Después, cuando el clima se tornó frío, entraba y se sentaba en la parte posterior del salón. Se sintió intrigado por las lecciones que la maestra voluntaria enseñaba y empezó a hacer por sí mismo lo que ni su esposa había logrado que él hiciera: estudiar el Evangelio. Se bautizó y llegó a ser un miembro fiel y activo de la Iglesia. Hizo una gran contribución.
La tarea que ustedes tienen no es fácil. Una vez yo la desempeñé, y perdónenme si comparto algo personal.
Fui llamado a servir a una misión en las Islas Británicas en 1933 y acababa de terminar mis estudios de bachillerato en la Universidad de Utah; era mayor que la mayoría de los misioneros de hoy.
Muy pocos salían a la misión en aquellos días y la terrible depresión económica afectaba al mundo entero; el dinero era extremadamente escaso. En las Islas Británicas sólo había 65 misioneros mientras que hoy tenemos quizá 1.200.
Los dos años que pasé en Inglaterra fueron muy fructíferos en lo referente a mi desarrollo. La mayor parte del tiempo lo pasé en Londres como asistente del presidente de la Misión Europea, quien era miembro del Consejo de los Doce. Cuando fui relevado para regresar a casa, me pidió que me reuniese con la Primera Presidencia para hablarles en cuanto a algunas de las necesidades de las misiones de Europa. Él ya les había escrito para hacerles saber de mi llegada.
El élder John A. Widtsoe previamente había servido como presidente de la Misión Europea y en ese tiempo era el Comisionado de Educación de la Iglesia. Me invitó que pusiera algo a prueba: me pidió que fuera a la escuela secundaria South High School en Salt Lake City y enseñara seminario después de las clases, cinco días a la semana, por lo que me pagarían $35 al mes.
Me reuní con la Primera Presidencia y me invitaron a que empezara el trabajo de relaciones públicas en la Iglesia bajo la dirección de un comité de seis miembros del Consejo de los Doce. Por ese trabajo recibiría $65 al mes, haciendo un total de $100 cada mes, entre los dos trabajos.
Considero uno de los logros más grandes de mi vida haber guiado durante el año escolar a toda una clase que iba a nuestro edificio cada tarde después de la escuela. Permanecieron conmigo todo el año; era una responsabilidad agotadora, desafiante y maravillosa. Me dediqué a ella; oré en cuanto a ella; di lo mejor y sentí que era muy gratificante.
Cuando pasó ese año, los hermanos del Sistema Educativo me suplicaron que enseñara seminario a tiempo completo. De igual modo, el comité de los Doce me pidió que me dedicara de lleno al trabajo. Tenía que escoger, así que escogí irme con los Apóstoles.
He estado en servicio de jornada completa en la Iglesia más tiempo que cualquier hombre que aún viva; también he servido en varias posiciones eclesiásticas regulares, incluso la de presidente de estaca. Ya he sido Autoridad General durante 45 años, y estoy en mi vigésimo segundo año como miembro de la Primera Presidencia y en mi octavo año como Presidente de la Iglesia.
He tenido una larga vida, por lo cual le agradezco al Señor. He tenido experiencias maravillosas y gratificantes, por lo cual le doy gracias. Siempre estaré agradecido por la experiencia que tuve como maestro de seminario. Siempre estoy agradecido por la oportunidad de servir como presidente de la Mesa General de Educación y en el Directorio de la Universidad BrighamYoung, lo que me mantiene en contacto con este programa tan importante.
Éstas constituyen mayordomías que son extremadamente importantes, significativas y maravillosamente desafiantes.
Una muestra de la importancia que le damos al programa del SEI es el hecho de que gastamos más de los fondos de diezmos de la Iglesia en este programa que lo que gastamos en el programa misional en todo el mundo, en el programa del Templo e Historia Familiar, o casi cualquier otro programa excepto la construcción y el mantenimiento de los edificios.
En mi juventud fui el beneficiario de la enseñanza diaria del Evangelio. Asistí a la escuela secundaria SUD, una escuela grande aquí en Salt Lake donde funcionó hasta 1930. Allí tuvimos una plana docente maravillosa y un gran grupo de estudiantes; todos los días teníamos educación religiosa como parte del curso regular de estudios. Nuestro campus estaba aquí mismo donde están el edificio de las Oficinas Generales de la Iglesia y el edificio de la Sociedad de Socorro.
En aquellos días se llevaba a cabo en Salt Lake City la celebración anual del Día de los Muchachos. Había tres escuela secundarias en la ciudad: la Este, la Oeste y la SUD. Nosotros, los de la escuela secundaria SUD, marchábamos por la calle principal en un gran desfile y mientras lo hacíamos cantábamos con algarabía: «Ratatatá, ratatatá, somos los chicos de instituto; no fumamos, ni tabaco mascamos, y no nos juntamos con los que sí lo hacen».
Aquellos fueron días felices y maravillosos, con amistades que hasta ahora atesoro.
Han pasado muchos años, 75 años para ser exacto, y ¡cómo ha cambiado el mundo! He vivido durante la Primera Guerra Mundial, la Segunda Guerra Mundial, la guerra con Corea, la guerra de Vietnam, la guerra del Golfo y la guerra con el terrorismo. Qué historia tan sangrienta abarcan esos años.
Y qué cambio tan aterrador ha ocurrido en nuestra cultura. Un gran diluvio de sordidez se cierne sobre nosotros. El lenguaje inapropiado que hoy día se escucha en los campus académicos nuestros labios jamás pronunciaron en los días de mi juventud. La pornografía, con su estimulante y viciosa atracción nos rodea por doquier; tenemos televisión, videos, DVDs, Internet y otros medios que llevan la inmundicia y la maldad a nuestros hogares y a nuestras vidas. Está causando gran daño, y quizá ustedes estén más al tanto de ello que ningún otro grupo que conozca, porque se enfrentan con los resultados todos los días. Ésta es la era del lenguaje de los bajos fondos, del vestir desaliñado y de la conducta descuidada.
Al mismo tiempo, éste es el tiempo en el que muchos de nuestros jóvenes muestran fortaleza, capacidad y determinación maravillosas para hacer lo correcto. Cuán maravillosa es la generación con la que ustedes trabajan; nunca hemos tenido una generación que se le iguale en toda la historia de la Iglesia; están mejor educados, conocen más las Escrituras. Creo que oran con una mayor dosis de fe, tienen un mayor deseo de hacer la voluntad del Señor, son más activos en la Iglesia, van al mundo como misioneros mejor preparados y viven para llegar a ser mejores padres.
Me parece que los buenos se están volviendo mejores y los malos, peores.
Ellos son sus alumnos; los tienen de ambas clases. El tremendo desafío que ustedes tienen es darles valor, inspiración y fe a los que tengan el deseo de aceptarlo; y tratar, con toda la capacidad que les sea posible poseer, de aferrarse a los que estén sintiendo una gran presión para participar en las actividades que los separarán de ustedes y de los alumnos que sean mejores.
Ustedes tienen un papel difícil; su principal responsabilidad es enseñar la doctrina y la historia, y pienso que lo hacen muy bien. No presumen de ocupar el lugar del obispo ni el de los padres, ni deben hacerlo. Es la responsabilidad primordial de los padres nutrir, cultivar la fe, enseñar a sus hijos los caminos del Señor, criarlos en la verdad y la rectitud. La responsabilidad del obispo es aconsejar a los jóvenes, entrevistarlos, hablarles referente a sus vidas, sus aspiraciones, darles fortaleza para enfrentarse al mundo.
Sin embargo, de manera inevitable, deberán enseñar también la moralidad y así edificar en estos jóvenes la fortaleza que los protegerá contra las engañosas tácticas del adversario.
Por supuesto, el pecado no es exclusivo de esta generación; ha estado en el mundo desde que Caín mató a Abel. En un momento, las cosas se tornaron tan malas que el Señor se vio obligado a limpiar la tierra con un diluvio.
A través de la historia, los profetas fueron apedreados y asesinados; el Redentor del mundo fue crucificado; Sus Apóstoles fueron muertos; los reformadores fueron martirizados; José Smith fue muerto a balazos en la cárcel de Carthage. Desde la fundación de la Iglesia, nuestros miembros han sufrido mucho y de diversas maneras. Todo ello como resultado de la obra del adversario.
Pero ahora hay un elemento más astuto en sus esfuerzos. Ya no se quema, no se apedrea, ni se expulsa a la gente de sus hogares, pero existe una invitación sutil y tentadora de abandonar lo bueno, lo hermoso y lo sagrado y volverse hacia los caminos malos, inmundos, sórdidos y adictivos del mundo.
La música y el entretenimiento son parte de esto. Por alguna razón que yo, un hombre viejo, no puedo entender, la música de estos grupos y artistas indecentes está seduciendo y atrayendo a nuestros jóvenes. No tiene melodía; no eleva; no veo belleza en ella, pero nuestros jóvenes se sienten cautivados. Pagan altas sumas de dinero para ir a los conciertos y van por millares. Allí saltan, se desmayan y actúan como animales y son como animales porque responden a sus instintos más bajos.
A menudo a esto le sigue el abuso de las drogas. Una cosa lleva a la otra hasta que se convierten en adictos; no pueden escapar la esclavitud de las drogas; sus vidas quedan destruidas, excepto los pocos que se dan cuenta de su aprieto y con gran determinación y con la ayuda del Señor rompen el hábito; pero es un proceso doloroso.
La pornografía los atrae; viene en muchas formas y ellos las conocen todas. El sexo llega a ser parte del cuadro total. Muchos de nuestros propios jóvenes quedan atrapados.
Conozco a una jovencita, una hermosa jovencita cuyos padres la enviaron a una de las instituciones de ustedes. Ella quería irse de casa y los padres estuvieron de acuerdo. El otro día ella regresó para decirle a su madre que estaba encinta. Se derramaron lágrimas y se enardecieron los ánimos; se ofrecieron oraciones suplicantes. A ello le siguió una boda, pero no fue una boda con felicidad; fue tan sólo un acontecimiento que tuvo como fin adaptarse a una situación trágica.
Ésta es una circunstancia que todos ustedes conocen muy bien. ¿Qué pueden hacer? ¿Qué pueden enseñar? ¿Cómo pueden ayudar en la situación desesperada a la que muchos se enfrentan?
Voy a usar sólo un pasaje de las Escrituras; es la palabra del Señor a los padres, pero también se aplica a ustedes. Él dijo:
«Y también enseñarán a sus hijos a orar y a andar rectamente delante del Señor» (D. y C. 68:28).
Creo que este breve mandato comprende las cosas más importantes que hacemos.
Primero, enséñenles a orar, no en un tono de superioridad moral, sino como respuesta a la invitación de nuestro Padre Celestial de dirigirnos a Él, de pedir Su consejo, de darle gracias, de suplicarle fuerza. Recuerdo la letra del himno:
¿Con fevor orar pensaste al amanecer?¿Suplicaste por la gracia y amparo este día en tu oración?
¿Con fervor orar pensaste al enfurecer?¿No pediste mi hermano, que, al verte ofendido, dieras el perdón?
¿Con fervor orar pensaste al entristecer? Cuando lleno de pesares, ¿a tu Dios le suplicaste al amanecer?
¡Qué reposo alcanzado es la humilde oración! Trae consuelo al herido, paz al corazón (Himnos, No.81).
Qué hermoso será si les enseñan de tal manera que sepan que la oración es su refugio contra el pecado, una fuente verídica de fortaleza para resistir el mal, la promesa de que recibirán ayuda si la piden.
Enséñenles a orar en la mañana al enfrentarse a las oportunidades, los desafíos y las tentaciones del día. Enséñenles a orar en la noche para dar gracias por la guía, la fuerza y las bendiciones del Altísimo en sus labores. Enséñenles a arrodillarse, a solas, en oración, antes de salir de casa con una persona del sexo opuesto, para que puedan mantener el control de sí mismos, para que se comporten de tal manera que la noche les proporcione una experiencia hermosa y maravillosa y no algo de lo que tengan que lamentarse después. Enséñenles a orar con relación a sus estudios, con respecto a sus amigos, acerca del rumbo que deben tomar en sus vidas, con relación al futuro cónyuge de sus sueños.
Segundo, enséñenles a andar rectamente delante del Señor; enséñenles que hay un ojo que todo lo ve, que nos mira, que conoce nuestro corazón, que conoce nuestros pensamientos, del cual no podemos escondernos. Después de todo, tenemos que vivir con nosotros mismos, con el conocimiento de que ese ojo está siempre presente.
Enséñenles a escoger siempre lo mejor y, al hacerlo, andarán rectamente con su Señor.
No conozco un mejor consejo de las Escrituras que estas pocas palabras que nos exhortan a orar y andar rectamente delante del Señor.
Y ustedes, mis queridos hermanos y hermanas que sirven como los maestros de estos jóvenes, no está de más decirles que ustedes deben ser sus ejemplos al orar y andar rectamente delante del Señor.
Espero que supliquen al Señor que les dé fortaleza, habilidad e inspiración al enseñar a los que se sientan ante ustedes para recibir instrucción. Su ejemplo tendrá más peso que todo lo que digan acerca de la historia y la doctrina de la Iglesia.
Permítanles ver en ustedes el dulce fruto de una vida que han vivido según el modelo del Señor; que su matrimonio sea fuerte y sólido, dulce e inspirador; que su posición de padres sea un ejemplo de lo que ellos desean ser en calidad de padres; que en la vida de ustedes haya un tono de alegría; que haya diversión, felicidad, sentido del humor y la habilidad de reír, de vez en cuando, de las cosas divertidas.
Pienso en el viejo poema que tiene tanto significado para sus circunstancias:
Mark Hopkins al final de un tronco se sentó y un chico granjero en el otro.
Mark Hopkins llegó como maestro y como hermano mayor enseñó.
No me interesa lo que Mark Hopkins enseñó,
Si sabía poco latín y nada de griego,
Porque el muchacho granjero pensó, a través de las clases y los exámenes, un hombre como Mark Hopkins quiero llegar a ser.
(¿Fuente???)
Quieren ver en ustedes cierta clase de compañerismo; quieren saber que ustedes son la clase de personas con las que puedan hablar. Pero, recuerden, ustedes son los maestros; que no haya una familiaridad inapropiada; que el liderazgo preceda a la amistad.
Sus alumnos estarán con ustedes por un corto tiempo. ¿Los recordarán a ustedes y recordarán las cosas que les hayan enseñado?
Todavía recuerdo a muchos de mis maestros de la secundaria: James E. Moss, Arthur Welling, J. R. Smith, Bessie Jones, son sólo unos de ellos. No recuerdo mucho el tema que enseñaron; en gran medida ya he olvidado la matemática, la historia y las reglas del idioma inglés, pero hay algo indefinible, que ha permanecido conmigo todos estos años y que he incrementado al transitar por el largo camino de la vida; tiene que ver con la belleza de la música y el arte, de la literatura; que siempre me invita a escoger lo recto y lo bueno en la vida.
Mis queridos amigos y amigas, que sus vidas estén llenas de amor, de amor hacia Dios a quien pueden acudir para suplicar fortaleza y consuelo; amor por Su querido Hijo a quien pueden conocer como su Redentor, que dio Su vida sin egoísmo de ninguna clase para bendecir a la humanidad; amor por su esposa o esposo y familia, sus posesiones más preciadas; amor por sus alumnos y por la gran oportunidad de ser una influencia en sus vidas.
Que sus vidas estén llenas de felicidad. Ustedes, que hacen de esta enseñanza su profesión, tal vez no tengan todo el dinero que quisieran tener o que pudiesen ganar en otra ocupación, pero eso no es donde se encuentra la felicidad. La felicidad se encuentra en las cosas pequeñas en las que surtimos un efecto en la vida de los demás y en las que convivimos juntos.
Estamos profundamente agradecidos a todos ustedes, a los que enseñan a tiempo completo y a los muchos que sirven como voluntarios.
Siempre vean el lado positivo de las cosas. No tienen que fracasar; no lo están haciendo. Miren a su alrededor; miren a sus alumnos. Ustedes están haciendo el bien, un gran bien. Sigan haciéndolo y regocíjense en el Señor por la oportunidad. Oren y anden rectamente delante del Señor y Él los bendecirá.
Todos han escuchado mi discurso sobre los seis puntos importantes: Sean agradecidos, Sean inteligentes, Sean limpios, Sean verídicos, Sean humildes, Sean dedicados a la oración; y añado: Sean felices.
Todos tenemos problemas; los enfrentamos todos los días. ¡Cuán agradecido estoy de que tengamos cosas difíciles con que lidiar porque nos mantienen jóvenes, si eso es posible; nos mantienen con ánimo; nos ayudan a seguir adelante; nos mantienen humildes; nos hacen arrodillarnos para pedir al Dios del Cielo que nos ayude a solucionarlos. Sean agradecidos por sus problemas y sepan que de alguna manera habrá una solución.
Que los cielos sonrían sobre ustedes, mis queridos amigos en esta gran obra. Sólo hagan lo mejor que les sea posible, pero asegúrense de que sea lo mejor; luego déjenlo en las manos del Señor.
Al hablarles no he dicho nada profundo, pero les he hablado de aquellas cosas que son las más profundas en la vida, los grandes valores que son el fundamento de nuestra civilización y que nos brindan felicidad personal, bienestar y progreso eterno.
Ruego que el cielo les bendiga, para que encuentren amor, paz y bondad en sus hogares, y para que encuentren felicidad, un desafío constante y las dulces recompensas que provienen del dirigir, enseñar y ayudar a los jóvenes de esta gran Iglesia. Ruego que sean inspirados y que sirvan de inspiración para otros en la gran obra por la cual son responsables, lo ruego humildemente al dejarles mi amor y mi bendición, en el nombre de Jesucristo. Amén.
























