NO PREDIQUÉIS SINO EL ARREPENTIMIENTO 
A ESTA GENERACIÓN
Elaine S. Dalton
Presidenta General de las Mujeres Jóvenes
Transmisión vía satélite para Seminarios e Institutos de Religión • 3 de agosto de 2010 • Teatro del Centro de Conferencias
Mi corazón rebosa con enorme gratitud hacia ustedes y todo lo que hacen para contribuir a la edificación del reino de Dios en la tierra. Sin duda, el Señor está muy complacido con el tiempo consagrado, el amor y el generoso esfuerzo de tantos alrededor del mundo para fortalecer a esta generación de jóvenes tan especial. Ésta no es una época común y ustedes no son hombres y mujeres corrientes. Su influencia en esta nueva generación fue pre-ordenada. No están donde se encuentran ni hacen lo que hacen ahora por casualidad. Para empezar, volveré a familiarizarlos con su identidad divina —quiénes son y dónde están en este momento en el gran plan de felicidad del Señor.
Su identidad divina
«Aun antes de nacer, [ustedes], con muchos otros, recibieron sus primeras lecciones en el mundo de los espíritus y fueron preparados para venir en el debido tiempo del Señor a obrar en su viña en bien de la salvación de las almas de los hombres» (D. y C. 138:56). Alma nos dice que fueron «llamados y preparados desde la fundación del mundo de acuerdo con la presciencia de Dios, por causa de [su] fe excepcional y buenas obras…» (Alma 13:3). Esa «fe excepcional» era en el plan de felicidad ordenado por nuestro Padre Celestial y en la capacidad del Salvador para hacer posible nuestro regreso a Dios mediante la Expiación infinita de nuestro Redentor. Sus «buenas obras» se demostraron al utilizar su albedrío para testificar a otros del plan y del papel del Salvador en el plan.
Sabían que el plan era bueno y que el Salvador haría lo que había dicho que haría—¡porque ustedes Lo conocían! Ahora, ustedes y yo nos volvemos a reunir para aprender mejor la manera de hacer lo quedijimos que haríamos y de utilizar rectamente nuestro albedrío durante nuestra breve estancia en la tierra. Ruego que el Espíritu hable a su corazón y mente para que experimenten un vivido recuerdo de su identidad.
Al buscar la guía del Señor, se han reafirmado en mi mente y corazón las palabras del Señor en estos últimos días: «No prediques sino el arrepentimiento a esta generación» (D. y C. 6:9; 11:9). Desde que recibí mi llamamiento como Presidenta general de las Mujeres Jóvenes he sentido que ahora no necesitamos que cambien los programas tanto como necesitamos que cambien las personas, ya que si realmente vamos a traer de nuevo a Sión y establecerla, tendremos que ser puros. Como dijo un profeta de Dios: «Para formar un pueblo de Sión se necesitan personas de Sión y debemos prepararnos para ello» (Véase Ezra Taft Benson, «Seamos puros», Liahona, julio de 1987, pág. 1).
Como seguramente saben, la visión y toda la atención de la Presidencia General de las Mujeres Jóvenes está en ayudar a los padres y a los líderes del sacerdocio a preparar a cada mujer joven para ser digna de «hacer convenios sagrados y cumplirlos» y «recibir las ordenanzas del templo» (Lema de las Mujeres Jóvenes).
El salmista preguntó: «¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo?» Y responde: «El limpio de manos y puro de corazón» (Salmos 24:3-4). Se ha añadido el valor Virtud al lema y a los valores de las Mujeres Jóvenes. Se centra en la definición de virtud que se encuentra en varios lugares de las Escrituras. Se ha dicho que la hermana Dalton sólo se centra en la virtud y que es de lo único que habla. Hoy quiero dejar bien claro que me centro en el Salvador, en ayudar a todas las mujeres jóvenes a llegar a ser como Él y en ayudarlas a volver a vivir con Él y con nuestro Padre Celestial algún día, probadas, puras y selladas a una familia eterna. Nos hemos enfocado y seguiremos enfocadas en todos los valores de las Mujeres Jóvenes. Adquirir esos atributos cristianos fortalecerá a cada mujer joven en su familia actual y en su futuro hogar. No obstante, una de las cosas más importantes que podemos hacer es enseñar el valor de la virtud. Como enseñó el Presidente Boyd K. Packer, es la «llave misma» de la felicidad, aquí y en la vida venidera (véase Liahona, enero de 1973, pág. 16). Para hacerlo debemos ayudar a las mujeres jóvenes a saber que pueden arrepentirse y también ayudar a muchas otras a saber que si han sufrido abusos y las han despojado de «lo que [es] más caro y precioso que todas las cosas» (Moroni 9:9) y robado la virtud, ellas no han pecado y no necesitan arrepentirse; pero sí necesitan la Expiación del Salvador, es lo que les permitirá sanar.
Centrarnos en la Expiación hará más para fortalecer el hogar, la familia y la sociedad que ninguna otra cosa. Esta meta excepcional exige virtud. «Para que cuando él aparezca, seamos semejantes a él… purificados … , así como él es puro» (1 Juan 3:2-3). Las mujeres virtuosas serán guiadas por el Espíritu Santo y Él las ayudará a tomar decisiones críticas en la vida y «[les] mostrará todas las cosas que [deben] hacer» (2 Nefi 32:5). Este principio o guía de éxito asegurado permitirá a cada una de las hermosas hijas de nuestro Padre Celestial «ser investid[as] con poder» en los santos templos (D. y C. 95:8). Allí llegan a comprender los caminos del Señor, reciben revelación y guía personal; aprenderán más sobre el Salvador y Su Expiación infinita. Allí recibirán las ordenanzas y harán los convenios sagrados que las anclarán al camino y les permitirán disfrutar de las bendiciones de la exaltación, si permanecen fieles. Todo esto se basa en la dignidad y la virtud —en estar consagradas al Señor.
Así que, como pueden ver, la nota individual de la virtud es vital para la sinfonía en su totalidad. Sin la virtud no puede haber pureza y sin la pureza no podemos tener la compañía de un miembro de la Trinidad —el Espíritu Santo— ya que la virtud es un requisito previo para recibir la guía del Espíritu, pues «el Espíritu Santo no mora en tabernáculos impuros» (véase Helamán 4:24). Sin la guía del Espíritu, la fe pronto decaería y moriría. La fe en el Señor Jesucristo, fortalecida mediante una vida y una conducta virtuosas, conduce al conocimiento inspirado y a mayor espiritualidad. No es de extrañar que Pedro amonestara a los primeros santos a «añadir a [su] fe virtud; y a la virtud, conocimiento» (2 Pedro 1:5). En estos últimos días, el Señor reiteró ese consejo en Doctrina y Convenios (véase D. y C. 4:6). Sin un llamado al mundo a regresar a la virtud, la juventud que perderemos y la desintegración de la familia eterna en el mundo de hoy serán enormes, ya que seguimos en una guerra que empezó en la existencia preterrenal y sólo ha cambiado de escenario.
No hace falta que les recuerde las estadísticas sobre la moralidad, las enfermedades, el aborto o el divorcio. Este mensaje para la juventud actual es de gran importancia. Los profetas predijeron hace mucho tiempo que uno de los retos más serios que la Iglesia enfrentaría en los últimos días sería la inmoralidad sexual.
El presidente Joseph F. Smith dijo que la Iglesia tendría tres desafíos internos. y el más crucial sería conservar la pureza sexual. Declaró que «si se pasa por alto la pureza de la vida, todos los demás peligros nos anegan, como los ríos de aguas al abrirse las compuertas» (Doctrina del Evangelio, quinta edición, 1939, pág. 306). El Presidente Brigham Young enseñó que «la fortaleza de Sión reside en la virtud de sus hijos e hijas» (Dean C. Jessee, Letters of Brigham Young to His Sons, 1974, pág. 221). Más recientemente, el Presidente Ezra Taft Benson preguntó: «¿Por qué es que raramente se escucha un llamado a regresar a la castidad, a comprometerse a la virtud y a la fidelidad?» (The Teachings of Ezra Taft Benson, 1988, pág. 410). Cada uno de nosotros es consciente de la campaña, bien planificada y financiada, que el adversario lleva a cabo usando a los ricos y famosos, y todos los medios de bien para conseguir otro resultado. Por lo tanto, el Señor nos amonesta en estos últimos días a «no predicar sino el arrepentimiento a esta generación».
El cambio es posible
Compartiré una experiencia que tuve poco después de ser llamada como presidenta general de las Mujeres Jóvenes. Como presidencia, visitamos a un grupo de mujeres jóvenes en un centro de desintoxicación. Nuestro objetivo era ministrar, edificar, amar y aprender. Alrededor de la mesa había doce de las jóvenes más hermosas que jamás había visto. Sus ojos contaban sus historias sin necesidad de palabras. Empecé preguntando: «¿Cómo acabaron aquí? ¿Era parte de su plan?» Sonrieron, se rieron y luego empezaron a responder. Todas ellas dijeron que no habían tenido ni idea de que lo que estaban haciendo las llevaría allí. Una de las jóvenes creía que sus padres eran muy estrictos; una noche se enfadó y se escapó por la ventana para irse con sus amigos. Así empezó todo, con enojo. Otra joven sufría porque uno de sus tíos le había hecho daño, perdió todo sentido de su valía e intentó esconder su sufrimiento con drogas. Otra joven contó que todo empezó con pequeñas indiscreciones y una vocecita interior que le decía: «Eres mala. No deberías estar en la Iglesia. No encajas allí. No puedes orar». Otra confesó que no sabía que podía arrepentirse. Creía que, por su falta, todo estaba perdido y que no podía cambiar.
Les preguntamos qué era lo que había hecho la diferencia y las estaba ayudando a mejorar. Una de las jóvenes dijo que una noche vio un cuadro de Jesucristo en una de las habitaciones. Estaba rodeado de niños y Su rostro mostraba gran compasión. Sintió que debía orar. Dijo que le resultó difícil arrodillarse y empezar, pero que, en el momento en que lo hizo, la envolvió un sentimiento indescriptible y, al acabar su oración, todo cambió.
Dijo que fue entonces cuando recibió la fortaleza para cambiar.
Les preguntamos qué debíamos decir a otras mujeres jóvenes para ayudarlas y respondieron: «Díganles que sus padres tienen razón y que hacen las cosas por amor; que la familia es realmente lo más importante y que los padres son en verdad unos de sus mejores amigos. Díganles que no escuchen las voces que les dicen que son malas. Díganles que oren siempre. Y díganles que pueden arrepentirse, que pueden cambiar. Nosotras no sabíamos eso». Finalizamos nuestra visita recitando juntas el lema de las Mujeres Jóvenes. «Somos hijas de un Padre Celestial que nos ama y nosotras lo amamos a Él». ¡Creo que ese día, cada una de esas jóvenes sabía que lo que acababan de repetir era verdad! Cada una de esas preciosas hijas de Dios estaba empezando a experimentar el «gran cambio en el corazón» del que se habla en las preguntas de evaluación personal del capítulo cinco de Alma.
Poner en práctica la doctrina del arrepentimiento
El presidente Henry B. Eyring enseñó que arrepentimiento en griego significa «tener una mente nueva» («Coming unto Christ,» New Era, abril de 2007, pág. 6). El arrepentimiento significa apartarse o darse vuelta; significa cambiar. El arrepentimiento no se limita a seguir cinco pasos o dejar de hacer lo que está mal, ni es la expresión de dolor ni el paso del tiempo. Aunque todo ello es parte del proceso, ninguno de estos elementos constituye por sí solo el verdadero arrepentimiento. Como esas jóvenes sabían muy bien, el verdadero arrepentimiento exige gran esfuerzo para cambiar. Alma, hijo, describió el verdadero arrepentimiento cuando relató al pueblo de Zarahemla la vida de su padre, Alma, que había escuchado el testimonio de Abinadí sobre la Expiación del Salvador en la corte del inicuo rey Noé. Allí él había cambiado. El testimonio profético penetró su corazón y Alma, hijo, indicó:
«Y según su fe, se realizó un gran cambio en su corazón» (Alma 5:12). Éste es el verdadero arrepentimiento.
Volver y arrepentirse
Los jóvenes necesitan escuchar este mensaje una y otra vez: «No prediques sino el arrepentimiento a esta generación» (D. y C. 6:9; 11:9). Desde que nuestra presidencia ha hecho un llamado por todo el mundo de que se «regrese a la virtud», muchas mujeres jóvenes encuentran gran esperanza en la palabra regresar o volver. Después de las charlas se acercan con lágrimas en los ojos y preguntan: «¿Significa que puedo volver?» Muchas veces en las Escrituras el Salvador nos pide que «volvamos». Cuando Él visitó el Nuevo Mundo, preguntó: «¡Oh vosotros, todos los que habéis sido preservados porque fuisteis más justos que ellos!, ¿no os volveréis a mí ahora, y os arrepentiréis de vuestros pecados, y os convertiréis para que yo os sane?» (3 Nefi 9:13). «Aun desde los días de vuestros padres os habéis apartado de mis ordenanzas, y no las habéis guardado. Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros, dice el Señor de los Ejércitos» (3 Nefi 24:7).
El profeta Amós describió todo lo que el Señor hizo para ayudar al pueblo a volver y arrepentirse, incluso lluvias, pestilencia y hambre; y aun así se lamentaba: «Pero nunca os volvisteis a mí»(Amós 4:6). A pesar de todo, no volvieron al Señor. Jeremías describe la generación de su época en términos que hoy resultan familiares: «¿Se han avergonzado de haber hecho abominación? Ciertamente no se han avergonzado en los más mínimo, ni aun saben tener vergüenza» (Jeremías 6:15). ¿Se está convirtiendo nuestra generación en una que «no sabe tener vergüenza»? Cuando el rey Benjamín terminó su discurso en Zarahemla, el pueblo clamó a una voz que creían en sus palabras. Sabían con toda seguridad que sus promesas de redención eran verdaderas; dijeron: «el Espíritu del Señor Omnipotente. ha efectuado un potente cambio en nosotros, o sea, en nuestros corazones», y fíjense en esto: «por lo que ya no tenemos más disposición a obrar mal, sino a hacer lo bueno continuamente»(Mosíah 5:2). ¿Qué es lo que de verdad efectúa este potente cambio en el corazón? ¡Es el Espíritu! ¿Y qué es lo que trae el Espíritu? El arrepentimiento.
Aumentar su fe
El arrepentimiento exige fe. Entonces, ¿qué podemos hacer para aumentar la fe de los jóvenes? Una de las herramientas más poderosas que tenemos para aumentar la fe y el testimonio del Salvador Jesucristo es el Libro de Mormón. En el programa de las Mujeres Jóvenes les pedimos a las mujeres jóvenes que lean el Libro de Mormón cada día, al100 por ciento. Les pedimos que oren cada día, en la noche y en la mañana, al 100 por ciento. Y les pedimos que sonrían al vivir el evangelio de Jesucristo y recuerden quiénes son cada día, al 100 por ciento. Ya que, como sabrán, en la existenecia preterrenal estuvieron con el plan al 100 por ciento, igual que ustedes; no lo cumplían sólo al 75 por ciento.
Este año también pediremos a las Mujeres Jóvenes que vivan las normas de Para la fortaleza de la juventud—que sean obedientes. ¿Las ayudarán ustedes también a familiarizarse con las normas proféticas de los profetas de los últimos días que se encuentran en el folleto Para la fortaleza de la juventud? Como nos enseña el presidente Dieter F. Uchtdorf, al vivir según las pautas que se encuentran en el folleto Para la fortaleza de la juventud, serán merecedoras de las bendiciones de Dios (véase Liahona, mayo de 2006, pág. 44).
Estos dos pedido que estamos haciendo ayudarán a los hombres jóvenes y a las mujeres jóvenes más que cualquier otra cosa que yo sepa, a permanecer firmes en estos últimos días.
Ahora, ¿cuál es la mejor manera de «no predicar sino el arrepentimiento a esta generación»? Su ejemplo enseña más que sus palabras. Sean diligentes y atentos en sus hogares. La virtud se nutre y se enseña en nuestros hogares. Además:
- Enséñenles sobre su identidad divina y su propósito en el plan de felicidad.
- Ayúdenlos a saber que es posible permanecer puros en un mundo corrupto.
- Acéptenlos y ámenlos sin importar en qué lugar del camino se encuentren.
- Dirijan su atención a las palabras de los profetas de los últimos días.
- No subestimen ni la capacidad ni el hambre espiritual de ellos.
- Ayúdenlos a tener confianza en la oración personal y en que recibirán respuestas.
- Ayúdenlos a recibir el Espíritu Santo, a reconocerlo y a confiar en Él.
- Establezcan una atmósfera en la que puedan sentir el Espíritu en su vida.
- Anímenlos a hacer preguntas.
- Ayúdenlos a relacionar la doctrina con su vida diaria.
- Céntrense en lo básico: la fe en el Señor Jesucristo, el arrepentimiento, la ordenanza del bautismo, el don del Espíritu Santo y el perseverar hasta el fin.
- Enseñen sobre las bendiciones de las ordenanzas del templo y de las familias eternas.
- Enseñen y testifiquen sobre la Expiación.
«No prediques sino el arrepentimiento a esta generación» (D. y C. 6:9; 11:9).
Las últimas palabras que Moroni nos dirigió a nosotros, la generación que él vio, con los desafíos que conocía, son un último llamado elocuentemente al arrepentimiento y a regresar a la virtud:
«Y otra vez quisiera exhortaros a que vinieseis a Cristo, y procuraseis toda buena dádiva; y que no tocaseis el don malo, ni la cosa impura.
«¡Y despierta y levántate del polvo. y vístete tus ropas hermosas, oh hija de Sión … , a fin de que. se cumplan los convenios que el Padre Eterno te ha hecho!» (Moroni 10:30-31).
Testifico que todos estos convenios se cumplirán conforme preparemos a estas mujeres jóvenes a entrar en los santos templos. Testifico de la divinidad de la obra en la que participamos.
Testifico de su identidad y de la época para la que han sido llamados. Ustedes no son personas comunes y ésta no es una época corriente. Testifico que el Salvador vive y que «ésta es [Su] obra y [Su gloria]: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre» (Moisés 1:39). Que seamos bendecidos al «no predicar sino el arrepentimiento a esta generación», es mi oración. En el santo nombre de Jesucristo. Amén.
























