Conferencia General Abril 1971
Buscad a los errantes
Por el presidente N. Eldon Tanner
Segundo Consejero en la Primera Presidencia
Me siento siempre muy feliz, mis hermanos, por el privilegio de reunirme con el sacerdocio. Como lo he mencionado antes, me he reunido en diferentes países con hombres de elevada posición, con cargos de responsabilidad, líderes, ejecutivos y otros, pero nunca me siento igual como cuando me reúno con el sacerdocio.
Mientras escuchábamos estos excelentes discursos y disfrutábamos de ellos, y mientras contemplaba esta audiencia y pensaba en todos los que se han reunido esta noche —el presidente Lee dijo que son 170,’000— disfrutando de la amistad y el compañerismo de nuestros hermanos en el sacerdocio, he estado pensando y preguntándome sobre el muchacho que no está con nosotros, que no forma parte de este grupo, porque piensa que nadie lo comprende, ni lo acepta, ni lo quiere.
En cada barrio hay muchachos cuyas edades varían entre los doce y los setenta años que, aunque ellos lo negarían, están hambrientos de atención, hermandad, y una vida activa en la Iglesia.
Recordemos nosotros como líderes, recordémoslo todos nosotros siempre y nunca lo olvidemos, que todos estamos en busca de la felicidad. Cada persona desea ser feliz, y nosotros tenemos el gran privilegio y la responsabilidad de mostrarle el camino hacia la felicidad y el éxito. A menudo, un pequeño detalle, un desaire o mal entendimiento son causa de que alguien se vuelva inactivo; hay quienes están desanimados e inactivos porque se han sentido abandonados u ofendidos; o son culpables de alguna transgresión y como resultado, se sienten desechados, les parece que no hay lugar para ellos en la Iglesia, que no son dignos ni queridos. Se sienten perdidos y piensan que no pueden recibir perdón. Nosotros, como líderes, debemos hacerles saber y comprender que los queremos, ayudarles a entender que el Señor los ama y los perdonará si verdaderamente se arrepienten.
En los Estados Unidos hay una vieja canción que dice «¿Dónde está mi muchacho errante esta noche?» y me he preguntado si no podríamos cambiar las palabras para que tuviera más significado y decir «¿Por qué está mi muchacho errante esta noche?»
Si todos los que están escuchando esta noche y todos los que escucharon la conferencia general por la mañana y la tarde siguieran las instrucciones que se les dieron, no habría muchachos errantes.
Pero a veces los hay, como dije antes, por la forma en que se les trata, la forma en que 3e les abandona; porque creen que no se les aprecia.
El Señor nos dio la parábola de la oveja perdida, y me gustaría leerla porque pienso que es importante:
«Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come.
Entonces él les refirió esta parábola, diciendo:
¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla?
Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso; y al llegar a casa reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido.
Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento» (Lucas 15:1-7).
Cada obispo, cada presidente de estaca, cada líder de cualquier organización conoce alguien que necesita atención, y vosotros tenéis la responsabilidad, y todos la tenemos, de ir en busca de aquella oveja perdida. Si supiéramos ahora de algún joven que está perdido, si supiéramos de alguien que se está ahogando, no vacilaríamos un minuto en hacer todo lo que estuviera a nuestro alcance para salvar a esa persona, a aquél que necesitara de nuestra ayuda. Esos jóvenes y esos viejos que están inactivos en la Iglesia, que se han apartado de ella por inactividad o por cualquier otra causa, necesitan nuestra ayuda y nuestra atención lo mismo que el anterior; necesitan nuestras oraciones y nuestra consideración; y nada puede brindarnos mayor gozo y felicidad que ver a uno de ellos volver a activarse.
Salvando a una persona, podemos salvar a una familia, e incluso a una generación; perdiendo una podemos perder no sólo a un individuo sino a su familia y su posteridad. La responsabilidad es muy grande. Algunos de nosotros parece que nos sentimos muy satisfechos con una asistencia de 40 a 70 por ciento. Si tenéis un porcentaje de cuarenta, quiere decir que hay sesenta por ciento que no asiste, y si tenéis 70 por ciento, todavía hay un 30 por ciento que no asiste, y esos son los que necesitan nuestra atención, y la necesitan urgentemente.
Me sentí muy impresionado en una conferencia de estaca al llamar a un obispo para que hablara. Mientras lo hacía, se le llenaron los ojos de lágrimas y le resultaba difícil pronunciar las palabras para decir: «Deseo agradecer aquí, en esta reunión, a mi maestro orientador. Yo era un miembro inactivo en el Sacerdocio Aarónico-Adultos, y este maestro realmente se preocupó por mí. Al principio, yo no quería verlo, en realidad lo rechazaba; pero él continuo insistiendo hasta que le permití entrar en mi casa y enseñarme. Y ahora soy su obispo.
Deseo expresarle mi profundo agradecimiento.» Gracias al Señor por hombres tan dignos que harían cualquier cosa que pudieran por salvar a aquellos que andan errantes.
Probablemente ya haya mencionado esta experiencia que yo mismo tuve siendo presidente de estaca. Conocía a un muchacho joven sumamente capacitado; había terminado un curso especial en agricultura, y nosotros necesitábamos un asesor agrícola en el Comité de Bienestar. Pero él estaba inactivo en el Iglesia, y yo sabía que no guardaba la Palabra de Sabiduría, a pesar de lo cual lo llamé para que fuera un día a comer conmigo, y mientras estábamos hablando, le dije qué era lo que deseaba de él. «Tú eres el hombre mejor preparado y capacitado para este trabajo. Nosotros te necesitamos y tú necesitas activarse. «Después de hablar un rato él me dijo: «Bueno, presidente Tanner, usted sabe que yo no guardo la palabra de Sabiduría».
Le respondí, «pero puedes hacerlo, ¿verdad?» Esto probablemente no fuera justo.
El me dijo: «Usted lo ha enfocado de una forma diferente. Mi obispo me llamó el mes pasado y me preguntó si aceptaría un cargo en el barrio cuando le dije que no guardaba la Palabra de Sabiduría, me respondió que estaba bien, que buscaría a otro.»
Continuamos hablando un rato más y le dije: «Mira, hermano, tú necesitas activarte en la Iglesia, pero nosotros te necesitamos mucho.»
Después de hablar un poco, él me preguntó: «¿Quiere decir que si acepto este cargo no voy a poder tomar ni siquiera una taza de café?»
«Exactamente», le repliqué. «Si vas a ser un director tienes que ser un ejemplo; si vas a formar parte de un comité de estaca, esperamos que puedas vivir el evangelio en la forma en que un hombre debe vivirlo.»
Entonces me dijo: «Si es así tendré que pensarlo.»
«Piénsalo. Pero recuerda, necesitas activarte y nosotros te necesitamos a ti.»
«Bueno, le avisaré.»
No me llamó al otro día, ni al siguiente, ni por varios días más. Y yo pensé que no querría admitir que era incapaz de guardar la Palabra de Sabiduría.
Al octavo día me llamó y me dijo: «Presidente Tanner, ¿todavía desea que yo ocupe aquel cargo?» Le contesté «Sí; por ese motivo hablé contigo el otro día.»
«Entonces lo acepto, y lo hago bajo sus condiciones.»
Y tal como dijo, así lo hizo. A pesar de tener algo más de treinta años, era soltero. Al activarse se encontró con una señorita que era presidenta de la Mutual de la estaca, una excelente joven, de la cual se enamoró, casándose con ella un poco después.
Un día lo llamaron como obispo, después fue miembro del Sumo Consejo y más adelante formó parte de la presidencia de la estaca. Os diré que me ha brindado gran satisfacción saber que aquel joven se volvió activo, su familia es activa, sus hijos lo son.
Hermanos, no obstante dónde estemos o quiénes seamos, debemos comprender que ahí tenemos un muchacho, un joven, un hombre que no es activo, pero que desea serlo, si solamente encontramos una forma de interesarle.
Me gustaría dejar con vosotros este desafío, mis hermanos, que cada obispo se proponga comenzar a trabajar en el próximo mes con entusiasmo para lograr que un miembro inactivo se active; y que cada uno de los consejeros haga lo mismo; y que cada hombre que sea oficial en ese barrio o esa estaca, haga la misma cosa. Hermanos, no hay nada en vuestra vida más importante que salvar almas. Tenemos programas y bosquejos para maestros, y les damos ayuda y todo lo necesario para cuidar de aquellos que asisten, pero temo que demasiado seguido estamos olvidando, descuidando e ignorando a los que no siempre estén allí, satisfechos de decir que tenemos un 50 o un 60 por ciento de asistencia.
No me interesan en absoluto los porcentajes o las estadísticas, pero me importan el muchacho y el hombre que quedan fuera, y apelo a vosotros, mis hermanos, cada uno que posee el Sacerdocio de Dios, y especialmente los que ocupáis cargos en la Iglesia, para que os pongáis a hacer lo que el Señor dijo, para que encontréis a aquella oveja perdida y la traigáis de nuevo al redil, a fin de que podáis encontrar gozo con él cuando vayáis ante el Padre.
Y a vosotros los jóvenes os digo, no hay diversión en andar errante, o podréis evitar perderos honrando el sacerdocio continuamente, y ayudando a otros a hacer lo mismo Os dejo mi testimonio, mis hermanos, de que somos portadores del Sacerdocio de Dios: Esta es su Iglesia, su reino, y El nos ha dado la responsabilidad de enseñar y ayudar a nuestros prójimos a salvarse. Que podamos hacerlo en una forma que sea aceptable ante El, que nos brinde gozo y nos ayude a prepararnos para la vida eterna; lo pido humildemente en el nombre de Jesucristo. Amén.
























