Conferencia General Abril 1971
En el monte de la casa del Señor

Por el élder LeGrand Richards
Del Consejo de los Doce
Hermanos y hermanas: Al pararme aquí ante ustedes en la sesión que cierra esta grande e inspirativa conferencia, expreso mi amor por mi Padre Celestial y agradezco el gran amor que nos mostró por medio de su Hijo Unigénito, por el gran sacrificio expiatorio de Cristo y por el gran honor y privilegio que he tenido, a través de los años, al servirle siendo uno de sus embajadores de la eterna verdad, por ser un testigo de su divinidad. Testifico ante ustedes, que yo sé que Cristo vive, que El es el Redentor del mundo, y que ha dado su Iglesia por medio de la restauración en esta última dispensación, a través del profeta José Smith y un modelo de vida para vivir por él a causa de su evangelio, que nos traerá gozo y felicidad en esta vida y exaltación a través de los mundos venideros.
El viernes pasado en nuestra reunión de los Representantes Regionales de los Doce, el hermano Marion D. Hanks, quien, como ustedes saben, es un maravilloso narrador, como pudimos atestiguar nuevamente esta mañana, dio este ejemplo al hablar a los hermanos. El dijo que las hojas marchitas deben caer de las ramas de los árboles para dejar lugar a las nuevas hojas que vendrán.
Apliqué esto a mí mismo, y pienso que soy una de esas hojas marchitas en esta Iglesia. Soy uno de los hombres más viejos. Pienso que puedo decir con certeza que no hay ningún otro hombre sobre la faz de la tierra, excepto el Presidente Joseph Fielding Smith, que se haya parado ante este púlpito, tantas veces como yo lo he hecho en una Conferencia General de la Iglesia. Si mis cuentas son correctas, está es la setenta y cuatroava Conferencia General en que he tenido el privilegio de hablar.
Al escuchar los testimonios de mis hermanos, vienen a mí las palabras del himno que entonamos:
«Escucha al profeta que predica la verdad;
Y en la vía del Señor su nombre alabad.
La vía ya se encontró de la antigüedad;
Profeta nuevo Dios mandó a darnos la verdad.
Obscuridad tan densa, que por siglos dominó,
Por Cristo disipada es, y Dios su faz mostró.
Por asechanzas del error, el mundo se cegó;
mas hoy a hombres el Señor la senda aclaró.”
Himnos de Sión núm. 69
Me pregunto en qué parte de este mundo actual podría el hombre escuchar los sermones de los que hemos participado aquí, los cuales exaltan a hombres y mujeres brindándoles felicidad en esta vida y exaltación eterna en el mundo venidero, con sus seres queridos y con los hijos de nuestro Padre, santificados y redimidos.
Entonces, pienso en las palabras de Jeremías, cuando vio nuestros días. El dijo:
«Convertíos, hijos rebeldes, dice Jehová, porque yo soy vuestro esposo. . . » ¡Qué convenio! «. . . y os tomaré uno de cada ciudad y dos de cada familia, y os introduciré en Sión; y os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con ciencia y con inteligencia» (Jeremías 3:14-15).
¿Dónde podríais ir hoy en todo el mundo y encontrar un cumplimiento de esa declaración como hemos atestiguado durante las sesiones de esta conferencia? Pienso luego en la declaración de los Artículos de Fe, dados a nosotros por medio del profeta José Smith que dice: «Creemos que la Biblia es la palabra de Dios hasta donde esté traducida correctamente; también creemos que el Libro de Mormón es la palabra de Dios» (Artículo de Fe núm. 8).
Lo cual, creo con todo mi corazón y doy gracias a Dios por esas Escrituras.
Y luego pienso en las palabras de otro de nuestro Artículos de Fe, el cual dice: «Creemos todo lo que Dios ha revelado, todo lo que actualmente revela, y creemos que aún revelará muchos grandes e importantes asuntos pertenecientes al reino de Dios» (Artículo de Fe núm. 9). Esto lo creo con todo mi corazón.
Me gusta estudiar las profecías de las Escrituras. Muchas de ellas han encontrado su cumplimiento en ésta, la dispensación del cumplimiento de los tiempos, y otras, aguardan para ser cumplidas.
Entonces pienso en las palabras de Jesús cuando dijo: «Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí» (Juan 5:39). ¡Qué declaración: Entonces, siguiendo a su resurrección, cuando caminaba a lo largo del camino junto a dos de sus discípulos hacia Emaús, se nos ha dicho que sus ojos fueron velados para que no lo reconociesen, cuando el Señor oyó lo que decían acerca de El, de su ministerio y su crucifixión, entonces se dio cuenta (le que no comprendían lo que El había tratado de enseñarles, as¡ que dijo: «¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!» (Lucas 24:25), y comenzando con Moisés y los profetas, El les mostró cómo en todas las cosas, los profetas habían testificado de El. No hay tiempo I)ara considerar esas promesas y profecías esta tarde, pero ellos profetizaron aun el echar suertes por sus ropas, después de su crucifixión.
Pedro nos dice que El abrió sus entendimientos, para que pudieran entender las Escrituras. Tenemos las palabras de Pedro, donde dice:
«Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones; entendiendo primero esto, que ninguna profecía de las Escrituras es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo» (2 Pedro 1:19-21).
Yo creo que las palabras de los profetas son la guía más segura que tenemos en este mundo actual. Y también creo en lo que Jesús dijo: «. . . hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido» (Mateo 5:18).
Ahora, es algo maravilloso pensar en las cosas que han trascendido. Pero en el tiempo que me fue asignado, sólo podré mencionar brevemente algunas de ellas.
Isaías vio nuestra época; vio que el desierto florecía como la rosa, vio los ríos fluyendo en el desierto, donde nosotros construimos ese gran canal de irrigación, bajo la inspiración del Todopoderoso, después de que nuestros pioneros fueron guiados aquí, a estos valles de las montañas, había un desierto y nada más que sus manos para trabajarlo, sin transportes o comodidades de cualquier otra clase. El vio fluir las aguas desde las alturas donde había estado almacenada entre la espesura de las montañas; vio a las hijas de Sión ascender y cantar en las colinas de Sión. (Véase Isaías 35.) ¿Dónde podéis encontrar en el mundo entero algo que cumpla más fielmente esa visión, que el Coro del Tabernáculo, el cual ha cantado durante más de cuarenta y dos años sin interrupción? Ahora con el Telstar (Satélite norteam. de comunicaciones), cantan para el mundo entero. No me extraña que el presidente Nixon haya dicho en su visita aquí, el pasado mes de noviembre, que éste era el coro más grande del mundo.
Isaías vio el monte de la casa del Señor establecida en la cima de las montañas en los últimos días, y mencionó que en esos días, las hijas de Sión dirían: «Venid y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová» (Isaías 2:3).
¡Cuán literalmente se ha cumplido esto, en esta misma casa del Dios de Jacob, aquí mismo, en esta manzana! Este templo, más que ningún otro edificio del cual tenga yo noticia, hi traído gente de todos los países, a aprender sus caminos y a caminar en sus sendas.
Podría relataros muchas historias acerca de los grandes sacrificios que nuestros pioneros y primeros conversos hicieron, cuando tuvieron que vender todo lo que tenían en el ni rindo y dejar atrás a sus seres queridos, amigos y ocupaciones para venir a tierra tan lejana y aprender un idioma extraño. ¿Qué los trajo aquí? La casa del Dios de Jacob, para aprender en sus caminos y caminar por sus sendas.
Jeremías vio el día cuando ya no podrá decirse:
«Vive Jehová, que hizo subir a los hijos de Israel de la tierra de Egipto; sino:
«Vive Jehová, que hizo subir a los hijos de Israel de la tierra del norte y de todas las tierra a donde los había arrojado. . . » (Jeremías 16:14-15).
Meditad esta declaración por unos momentos. Pensad cómo los judíos y los cristianos a través de todos estos siglos pasados, han alabado al Señor por su gran mano de liberación, mediante las manos de Moisés, cuando sacó a Israel de su cautividad, y aun viene Jeremías con su palabra de santo profeta, diciéndonos que en los últimos días ellos ya no recordarán más esto, sino cómo Dios ha reunido al Israel disperso, de las tierras a donde fueron arrojados.
Y Jeremías vio el día en que el Señor haría esto, en que llamaría más pescadores y más cazadores: «…los cazarán por todo monte y por todo collado, y por las cavernas de los peñascos» (Jeremías 16:16). ¿Dónde encontráis esos cazadores y pescadores de quienes leemos en esta profecía de Jeremías? Ellos son estos 14,000 misioneros de la Iglesia y los que los precedieron desde el tiempo en que el profeta José Smith recibió la verdad y envió mensajeros para compartirla con el mundo. Así salieron ellos fuera, cazando y pescando y reuniéndolos de los collados y las montañas y los agujeros en las rocas. ¡Yo creo que esto es más literal de lo que algunos pensamos!
Cuando era presidente de la misión de los Estados del Sur, en los Estados Unidos, recuerdo que, yendo a una conferencia al oeste de Florida, me parecía como si habiendo viajado cien millas (160 Kms.) no hubiera visto una sola casa por el camino y cuando llegué a una de aquellas capillitas, la cual estaba llena con 250 personas, dije: «Si ustedes no han salido de las cavernas o de los peñascos, no sé de dónde vinieron. ¡El Señor puede saberlo, pero yo no!» Bien, esto es literal, y nosotros vemos que se está cumpliendo ante nuestros propios ojos.
Malaquías vio que antes de la venida del grande y terrible día del Señor, sería enviado el profeta Elías a «volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición» (Malaquías 4:6). Piensen en esta declaración, los judíos aún están esperando su venida.
Cuando estuve en Israel, hace un año, en julio, en una gira visitamos tres sinagogas, y ahí, colgando en el muro estaba un gran sillón. Pregunté al rabino por qué estaba eso ahí. El dijo: «Así podremos bajarlo si viene Elías, para que pueda sentarse en él. Luego pensé, cómo es que ellos permanecen en la oscuridad y nosotros aquí sabernos que Elías ya vino. Es muy difícil, para la capacidad del hombre común, comprender y entender lo que ha sucedido en el mundo con la venida de Elías, ésta gran obra genealógica, esta biblioteca que no puede ser igualada en ninguna parte del mundo, esas grandes bóvedas en el vientre de esas montañas donde misiones de registros se conservan.
No es extraño que Isaías le llamara una obra maravillosa y un prodigio, cuando la gente «se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que ha sido enseñado» (Isaías 29:13-14).
Estas son algunas de las cosas, y muchas, muchas han trascendido hasta nuestros días en cumplimiento de las palabras de los profetas. No es extraño que el Profeta haya dicho: «Creemos todo lo que Dios ha revelado todo lo que actualmente revela, y creemos que aún revelara muchos grandes e importantes asuntos pertenecientes al reino de Dios» (Artículo de Fe núm. 9).
No hay tiempo de entrar en detalles, pero Jeremías describió el recogimiento de nuestro pueblo aquí, en estos valles de las montañas, en términos tan definidos como lo han escrito nuestros historiadores, quienes nos relatan lo que viajaron los pioneros a lo largo de los ríos; lo que viajaron a lo largo del río Platte por más de quinientas millas (800 km). Luego agrega que deberán venir con sus multitudes, «los jóvenes y los viejos juntamente; y cambiaré su lloro en gozo, y alma del sacerdote satisfaré con abundancia. . . » (Jeremías 31:13-14). Y es por esto que nuestro pueblo responde a cada llamado que recibe, porque el Dios del cielo creó los sentimientos del ser humano y como Nefi dijo respecto al Señor: «Me ha henchido con su amor hasta consumir mi carne» (2 Nefi 4:21).
Hay muchas otras cosas todavía por cumplirse. Yo apenas menciono un par de ellas. El Señor puso en mi corazón, desde mi juventud, un amor por el pueblo judío y algún día ellos van a ser uno de los grandes movimientos de esta Iglesia. En el Libro de Mormón, leemos en el prefacio, que el libro fue preservado para el convencimiento de los judíos y los gentiles de que Jesús es el Cristo, el Dios eterno, manifestándose a sí mismo a todas las naciones. ¿Y a menos que se lo llevemos, cómo puede este libro obrar de esa manera con los judíos? Así, en su propio y debido tiempo, y en la manera que el Señor lo inspire a nuestros líderes, enviarán mensajeros a ese pueblo.
Leemos en el Libro de Mormón que debernos volver nuestros corazones a ellos. No hay tiempo de leeros tal profecía. El dijo que muchos de los gentiles dirían: «¡Una Biblia! ¡Una Biblia! ¡Tenemos una Biblia y no puede haber más Biblia! «Y entonces el Señor dice: «… ¿qué agradecimiento manifiestan a los judíos por la Biblia?. . .» (2 Nefi 29:3-4).
Es una revelación del Señor al profeta José Smith, tres años después de que esta Iglesia fue organizada, en la sección noventa y ocho de Doctrinas y Convenios el Señor dijo: «Por lo tanto, repudiad la guerra Y proclamad la paz; procurad diligentemente tornar los corazones de los hijos a sus padres, y los corazones de los padres a los hijos;
«Y además, los corazones de los judíos a los profetas, y los de los profetas a los judíos; no sea que yo venga y hiera toda la tierra con una maldición, y toda carne sea consumida delante de mí» (D. y C. 98:16-17). Desconfiad de la sabiduría de los hombres. Esta es la sabiduría de Dios el Padre eterno, tal como se la dio al profeta José Smith en este día.
Jeremías vio el día en que la casa de Judá iría a la casa de Israel (Jeremías 3:18.) y, Ezequiel nos dice que el día vendrá en que nunca más serán dos reinos, sino un solo reino y un Dios reinará sobre todos (Ezequiel 37:22).
Ruego porque el Señor nos ayude a seguir adelante, cumpliendo sus promesas de todo lo que ha revelado y que aún no se ha cumplido; y quisiera vivir lo suficiente para ver, poquito más de estos maravillosos cumplimientos, como parte de esta gran dispensación del evangelio.
Con toda mi alma y corazón, doy a ustedes mi testimonio de la divinidad de esta obra, de que Dios el Eterno Padre ha decretado su destino, de que está edificada sobre la fundación de apóstoles y profetas con Cristo nuestro Señor como la piedra principal del ángulo, y de que El está guiando su Iglesia actualmente, y continuará haciéndolo hasta que venga en las nubes del cielo, como lo han declarado los santos profetas, y dejo este testimonio en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.
























