Pautas para tiempos difíciles

Conferencia General Abril 1972

Pautas para tiempos difíciles

harold b. lee

Por El Presidente Harold B. Lee
Primer Consejero en la Primera Presidencia


Este año es nuevamente el más importante para las decisiones de nuestra época.  Algunos han dicho que éste es el período más crítico en la historia del mundo.

Creo que es un error decir que éste es el tiempo más critico y decisivo.  Fijemos en los corazones de todos nosotros que cada dispensación ha sido decisiva, y de igual manera, que cada año ha sido el año y la época más decisiva para nosotros… y para el mundo. Este es el día y la época en que tendrán que surgir hombres honorables para enfrentar los tremendos desafíos que nos rodean…

Este es el comienzo de una intensa actividad política, cuando los hombres de cada ideología y opinión política, reclaman la atención y aceptación de los electores.  Habrá controversias, debates, conflictos y contenciones, lo cual parece ser lo más común y corriente en una campaña política.

En sentido más idealista, la controversia puede significar disputas por causa de diferencias de opinión honestas.  En sentido degradante puede significar disputas, rivalidad y debates.  Un ejemplo de cuán degradante es esto, es el abuso de la sátira personal, de la cual frecuentemente se hecha mano para atacar al candidato de la oposición.  Los debates se hacen a través de todos los medios de difusión hasta que los escuchas parten con dudas y desconfianza de que el honor y la integridad se encuentren en alguno de los candidatos que finalmente pueda salir electo.  El riesgo obvio es que cuando estos líderes electos han sido difamados y calumniados, las semillas de la falta de respeto a la autoridad, la ley y el orden son sembrados en la mente de la juventud, en lugar del respeto y la obediencia al consejo y las leyes decretadas por aquellos cuya integridad y honestidad ha sido impugnada.

La historia presumiblemente auténtica, dice que durante la guerra civil cuando las fortunas de la Unión Armada, bajo el mando del general Grant, estaban siendo malversadas, algunos ministros preocupados llamaron al presidente Abraham Lincoln a la Casa Blanca y trataron de presionarlo para que cesara a Grant.

A estos hombres él les tuvo que decir: «Caballeros, el general Grant tiene bajo su mando nuestras más caras posesiones.  En lugar de criticar, deberían arrodillarse y orar a Dios para que pueda llevar esta nación a la victoria.

Relatamos esta historia a un presidente de los Estados Unidos hace algunos años y le aseguramos que no importaba cuál fuera su nombre o su partido político, también nosotros nos arrodillamos con frecuencia para pedir a Dios que él y los dirigentes de esta nación y de todo el mundo nos libren de las presentes crisis.

Nos sentimos alentados por la respuesta del presidente cuando dijo: «Pienso que cada presidente de este país durante su gobierno ha estado frecuentemente sobre sus rodillas orando al Dios Todopoderoso.»

Durante estos años de considerable tensión, tal vez recuerden constantemente la admonición del Señor: «Sujetaos, pues, a las potestades existentes, hasta que reine aquel cuyo derecho es reinar, y sujete a todos sus enemigos debajo de sus pies.» Y de igual manera nos recuerda que «quien guarda las leyes de Dios no tiene necesidad de infringir las leyes del país» (D. y C. 58:22,21).

Hemos registrado el refrán angélico del nacimiento del Salvador según Lucas: » … en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres» (Lucas 2:14).

En aparente contradicción con dicho mensaje se encuentran registradas las palabras del Maestro: «No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada.  Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre… y los enemigos del hombre serán los de su casa» (Mateo 10:34-36).

¿Cómo podrían reconciliarse estas citas aparentemente contradictorias?

Las primeras revelaciones de esta dispensación hablan de dos supuesto dominios conflictivos sobre la tierra hoy en día. Una se refiere al dominio del diablo, » cuando se quitará la paz de la tierra.» (D. y C. 1:35).

En el libro de Apocalipsis, así como en otros pasajes, leemos que antes que la tierra fuese poblada «hubo una gran guerra en los cielos.» (Apo. 12:7)

Uno de los hijos ambiciosos de las Creaciones espirituales de Dios en el mundo premortal prometió la salvación para toda la humanidad sin ningún esfuerzo de su parte, siempre y cuando se le diera todo el poder, incluyendo el destronamiento de Dios mismo, cuyo derecho divino es el de reinar sobre toda la tierra.  Una intensa amargura sobrevino a ese hijo, quien se convirtió en Satanás, y aquellos que lo siguieron, y al amantísimo Hijo de Dios y a aquellos que lo siguieron, cuyo plan de salvación, en contraste, daría a cada alma el derecho de escoger, y la gloria sería para el Padre.  Incluso se ofreció como «el cordero que fue inmolado desde el principio del mundo» (Apo. 13:8), a fin de que por la redención de su sacrificio expiatorio, «todo el género humano pueda salvarse, mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas del evangelio» (3er.  Artículo de Fe).

Satanás y sus huestes fueron arrojados porque su plan era destruir el libre albedrío del hombre, y se convirtió en el autor de la falsedad para engañar y cegar y llevar cautivos a todos aquellos que no escuchasen las palabras y enseñanzas del plan eterno de Dios.

El otro dominio terrenal actual, del cual hablan las Escrituras, es el dominio del Señor, en que «tendrá poder sobre sus santos, y reinará entre ellos, y bajará en juicio sobre Idumea o el mundo» (D. y C. 1:36).

En la actualidad, escuchamos constantemente sobre ofuscados y desorientados que exigen lo que ellos llaman libre albedrío, con lo que aparentemente quieren decir, a juzgar por su conducta, que tienen su libre albedrío para hacer lo que les place y ejercer su propia voluntad para determinar lo que es la ley y el orden, lo que es correcto e incorrecto, lo que es honor y virtud.

Estas son expresiones atemorizantes cuando se reflexiona en lo que acabo de citar de la palabra revelada de Dios.  Un momento de reflexión os ayudará a ver que cuando uno decide hacer sus propias leyes y presume desconocer todas las leyes excepto la suya, está de hecho siguiendo el plan de Satanás, quien deseó ascender al trono de Dios, convirtiéndose en el juez de todo lo que rige a la humanidad y al mundo.  Siempre ha habido y habrá un conflicto entre las fuerzas de la verdad y del error; entre las fuerzas de la justicia y las fuerzas del mal; entre el dominio de Satanás y el dominio de nuestro Señor y Maestro, Jesucristo.

El verdadero significado del libre albedrío se encuentra claramente establecido por un Padre que explicó a su hijo:

«Así pues, los hombres son libres según la carne… Y pueden escoger la libertad y la vida eterna, por motivo de la gran mediación para todos los hombres o escoger la cautividad y la muerte según la cautividad y el poder del diablo, porque éste quiere que todos los hombres sean miserables con él» (2 Nefi 2:27).

» … el Señor Dios le concedió al hombre que obrara por sí mismo.  De modo que el hombre no podría actuar por sí, a menos que lo atrajera el uno o el otro» (2 Nefi 2:16).

¿Cómo sería si tuviésemos que vivir en un vacío con todas las cosas a nuestro favor sin ningún esfuerzo o lucha por nuestra parte para vencer los obstáculos?

Uno de mis apreciables colegas me habló de sus esfuerzos por auxiliar a un estudiante universitario que se lamentaba de sí mismo, de que le faltaba motivación y no tenía ningún sentido de la responsabilidad.  Mi amigo le hizo una atractiva proposición.  Durante una conversación que se desarrolló aproximadamente de esta manera, le dijo: «Hijo, voy a asumir toda la responsabilidad por tus asuntos, de hoy en adelante te voy a relevar de todas tus preocupaciones.  Pagaré tus gastos de la universidad, tu ropa, te proporcionaré un automóvil y el dinero necesario para la gasolina.  Cuando estés listo para casarte, no te preocupes; te buscaré una esposa y te proporcionaré una casa amueblada.  Me encargaré, de mantenerte a ti y a tu familia de allí en adelante sin ningún esfuerzo de tu parte. ¿Qué te parece mi oferta?»

Después de un momento de profunda reflexión, el joven contestó: «Bueno si hiciera usted eso, ¿qué propósito tendría mi existencia?»

Entonces mi amigo contestó: «Eso es lo que estoy tratando de que veas, hijo mío.  Ese es el propósito de la vida, no hay gozo sin lucha y sin el ejercicio de nuestras propias habilidades naturales.»

Ahora bien, en cuanto al ejercicio del derecho dado por Dios del libre albedrío, o la libertad de escoger, ¿cómo puede uno distinguir entre la verdad y el error?

Un destacado columnista escribió: «La verdad es la lógica del universo.  Es el razonamiento del destino; es la mente de Dios.  Y nada que el hombre pueda inventar podrá tomar su lugar» (Frank Crane).

Otro hombre sabio agregó: «No hay progreso en la verdad fundamental.  Tal vez crezcamos en el conocimiento de su significado y en las maneras de aplicarla, pero sus grandes principios siempre serán los mismos» (Hamilton Wright Mabie).

Cuando Cristo fue presentado ante Pilato, el maestro declaró que toda su misión era la de dar testimonio de la verdad.  Entonces.  Pilato preguntó: «¿Qué es verdad?»

Si el Señor contestó o no la pregunta en esa ocasión, nosotros no contamos con el registro; pero en nuestros días el Señor mismo ha contestado, como pudo haberle contestado a Pilato en aquel tiempo, y a continuación cito sus palabras: «Y la verdad es el conocimiento de las cosas como son, como eran y como han de ser; y lo que fuere más que esto o menos que esto es el espíritu de aquel inicuo que fue mentiroso desde el principio» (D. y C. 93:24-25).

Ahora, podría hablaros por unos momentos de certezas sobre las cuales puede uno depender en su búsqueda de la verdad.

La primera de ellas es la que en las Escrituras se hace referencia como la luz de Cristo, el Espíritu de Verdad, o Espíritu de Dios, lo cual en esencia significa la influencia de la Deidad que procede de la presencia de Dios, la misma que despierta la comprensión del hombre. (D. y C. 88:94.) El apóstol Juan se refirió a ella como «la luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene a este mundo» (Juan 1:9).

Un presidente de la Iglesia da una mayor explicación: «No hay hombre nacido en el mundo que no tenga una porción del Espíritu de Dios, y es este Espíritu el que comunica entendimiento a su espíritu… y jamás cesará de contender con él, hasta que llegue a poseer la inteligencia mayor» (Joseph F. Smith, Doctrina del Evangelio, Vol. 1 págs. 69, 68).

Para aquellos no familiarizados con el lenguaje de la Escrituras, se puede explicar que la luz de Cristo se puede describir como nuestra conciencia, o la voz de lo divino dentro de nuestra propia alma.

Como oficial público durante mi juventud, recibí un sabio consejo de un líder de la Iglesia.  Me dijo: «La única cosa que siempre te pediremos que hagas es votar por aquello que en tu corazón sientas que es correcto.  Preferimos en mucho que cometas un error haciendo lo que considerabas correcto, que votar simplemente por votar.

Paso estas palabras de sabio consejo a aquellos que estén en puestos públicos para lo que puedan servirles y vehementemente insto a aquellos que estén desempeñando grandes responsabilidades en cargos públicos o en cualquier otro lado, a que mediten y oren y le den al Señor la oportunidad de auxiliarles en la solución de sus problemas.

«Los expedientes son para una hora», ha dicho alguien, «pero los principios son para toda la vida» (Henry War Beecher).

… Siempre debemos recordar que las armas más poderosas que se pueden esgrimir en contra de cualquier filosofía falsa, son las positivas enseñanzas del evangelio de Jesucristo.

Debemos siempre de tener en mente que las grandes armas que podemos esgrimir en contra de alguna falsa filosofía son las positivas enseñanzas del evangelio de Jesucristo.

Constantemente recalcamos en todos aquellos que salen como verdaderos embajadores del reino de Dios, que sigan el sabio consejo del apóstol Pablo, uno de los defensores más capacitados de la fe de todos los tiempos.  En su declaración a los corintios nos da un consejo para ser tan

poderosos como él en nuestro ministerio.  Este era su secreto al combatir el mal:

«Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciamos el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría.

«Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo y a éste crucificado.

«Para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios» (1 Cor. 2:1-2, 5).

Bien se ha dicho que uno no enseña honestamente diciéndole a un hombre cómo forzar una caja fuerte, ni tampoco enseñamos castidad diciéndole a la juventud todo lo referente a las actividades sexuales.

Por lo tanto, es sabiduría inspirada que dediquemos nuestros esfuerzos a enseñar la verdad por el poder de Dios Todopoderoso, y de esta manera podremos idear la más poderosa de todas las armas contra las doctrinas malignas de Satanás.

Al profeta José Smith se le preguntó cómo gobernaba a los miembros de la Iglesia en su época.  Su respuesta sencilla fue: «Les enseñó principios correctos y ellos se gobiernan solos».

Si le damos demasiada importancia a las filosofías de los enemigos de la justicia en lugar de enseñar incesantemente los principios del evangelio de Jesucristo, dicho exceso sólo podrá servir para instigar la controversia y la contienda y de esa manera aniquilar el propósito mismo de nuestra obra misional en todas las naciones del mundo.

Ahora, una tercera certeza:

Aquellos que han servido como oficiales públicos, pronto aprenden que siempre existe la necesidad imperativa de decidir si las exigencias sobre algún tema de controversia están siendo hechas por una minoría ruidosa bien organizada, o por tina mayoría de aquellos que tal vez sean menos escandalosos pero cuya causa sea justa y esté de acuerdo con principios correctos.  Haríamos bien si siempre pudiéramos reflexionar en el consejo de un rey sabio de los tiempos antiguos: «Y no es cosa común que la voz del pueblo pida algo que sea contrario a lo que es justo; mas con frecuencia la parte menor del pueblo desea lo que no es justo; por tanto… arreglaréis vuestros asuntos de acuerdo con la voz del pueblo» (Mosíah 29:26).

Permitid que este sea nuestro consejo para los miembros de la Iglesia y los hombres honorables en todas partes de la tierra.  Estad alertas y activos en vuestros negocios e intereses políticos.  El gran peligro en cualquier sociedad es la apatía Y dejar de estar alertas a los temas del día cuando se relacionan con los principios o la elección de oficiales públicos…

“… Recordad siempre nuestra declaración, de fe: «Creemos en estar sujetos a los reyes, presidentes, gobernantes y magistrados; en obedecer, honrar y sostener la ley» (Artículo de Fe 12).

Dondequiera que estéis, orad por los líderes de vuestro país, pues recordad que ellos también sostienen en sus manos todo lo que vosotros consideráis de valor.  Nuevamente repito el mandamiento del Señor: «. . . Sujetaos, pues, a las potestades existentes, hasta que reine aquel cuyo derecho es reinar, y sujete a todos sus enemigos debajo de sus pies» (D. y C. 58:22).

Y por último, la certeza suprema es el plan eterno de Dios según lo ofrece el evangelio de Jesucristo.  Aquí se nos han dado principios que nunca fallan, que mantendrán nuestros pies firmemente puestos sobre la senda segura.  Por medio de estos principios eternos podemos fácilmente discernir la verdad del error.  En las primeras revelaciones de nuestra dispensación, Se nos dijo que las enseñanzas del evangelio fueron dadas «para que si errasen, fuese manifestado y si buscasen sabiduría, se les instruyera» (D. y C. 1:25-26).

A la luz de las verdades del evangelio, se nos puede mostrar que «todo lo que invita a hacer lo bueno y persuade a creer en Cristo es enviado por el poder y el don de Cristo… podréis saber, con un conocimiento perfecto, que es Dios» (Moroni 7:16).

Pero también podemos saber que «lo que persuade a los hombres a hacer lo malo, y a no creer en Cristo y a negarlo y no servir a Dios, entonces podréis saber, con un conocimiento perfecto, que es del diablo» (Moroni 7:17), llámese religión, filosofía, ciencia o dogma político.

Qué maravilloso sentimiento de seguridad puede llegar en una crisis a alguien que ha aprendido a orar y a escuchar a fin de que pueda «llamar y el Señor le conteste»; de que pueda implorar y el Señor diga, «Heme aquí (Isa. 58:9).

El comandante supremo de las fuerzas aliadas durante la II Guerra Mundial, el general Eisenhower, cuando se enfrentó a algunas de las decisiones más trascendentales que cambiarían el curso del mundo, reconoció con humildad: «Esto es lo que descubrí sobre la religión: Te da valor para hacer las decisiones que tienes que hacer en una crisis y después la confianza para dejar el resultado al Poder Supremo.  Únicamente confiando en Dios puede un hombre con grandes responsabilidades encontrar reposo».

Esta es, pues, la lección que debemos recordar, todos vosotros que sois líderes en lugares prominentes, en negocios, en el gobierno o en la Iglesia, y por qué no decirlo, en cualquier sendero de la vida:

Dios está en el cielo y todo puede estar bien en el mundo si lo buscamos y lo encontramos, «aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros: porque en él vivimos, y nos movemos, y somos… Porque linaje suyo somos» (Hechos 17:2728).

Ahora, permitidme con toda humildad dar mi propio testimonio del poder de estas pautas en mi vida.  He aprendido por propia experiencia que mientras más pesadas sean las responsabilidades, mayor es mi dependencia en el Señor.

En cierto modo, comienzo a comprender el significado de la declaración de Moisés, quien, después de su gran experiencia espiritual, dijo: «ahora sé que el hombre no es nada, cosa que nunca me había imaginado» (Moisés 1:10).

Empero, a través de las luces y las sombras de mi vida, también tengo la certeza de que auxiliado por el santo poder de Dios, las dudas pueden convertirse en certezas, las cargas pueden aligerarse y puede efectuarse un renacimiento literal a medida que la cercanía con mi Señor y Maestro se hace más segura; de todo lo cual doy mi humilde testimonio en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.

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