Conferencia General Abril 1972
Una hueste real

Por el presidente N. Eldon Tanner
Segundo Consejero en la Primera Presidencia
El pensar en el numeroso grupo de poseedores del sacerdocio que se encuentran presentes en este edificio por toda la Iglesia, me hace apreciar más plenamente el himno «Mirad reales huestes.» Somos las únicas personas en todo el mundo que poseen el Sacerdocio de Dios, el poder para hablar y actuar en su nombre. ¡Qué tremenda fuerza e influencia para el bien, si nos autodisciplinamos y magnificamos plenamente nuestro sacerdocio! ¡Qué gran privilegio y responsabilidad!
Como padres e hijos y poseedores del sacerdocio, siempre debemos ser humildes, sentir orgullo y nunca sentirnos avergonzados del sacerdocio que poseemos. Somos diferentes, una gente peculiar, y debemos permanecer de este modo en la causa de la verdad y la justicia. Nunca adoptemos la actitud de que somos mejores que otros, sino que siempre debemos vivir de acuerdo con las normas de la Iglesia y no dudar nunca.
Algunos parecen tener temor de perder su prestigio, o de ser ridiculizados. Ciertamente no necesitamos tratar de ser como el mundo y entregarnos a sus pecadores modos de vida. Estad en el mundo pero no seáis de él. La experiencia me ha mostrado sin ninguna duda que una persona nunca debe sentirse avergonzada por el sacerdocio que posee ni por magnificarlo y vivir de acuerdo con sus enseñanzas.
Apenas ayer estuve hablando con un próspero hombre de negocios, miembro fiel de esta Iglesia, que magnífica su sacerdocio. Le dije:
—¿Lo ha considerado alguna vez en su vida como un perjuicio para usted? Me respondió:
—Presidente Tanner, siempre ha sido una ventaja.
Algunas personas parecen tener la creencia de que, con la libertad y las inclinaciones en el mundo actual afectando el razonamiento de algunos de nuestros jóvenes e incluso de algunos de nuestros obispos y presidentes de estaca, somos demasiado estrictos en la enseñanza de los principios morales cuando nos damos cuenta de lo que está ocurriendo a nuestro alrededor. De hecho, se nos acusa de ser presumidos, lo cual para mí significa personas de estrecho criterio que asumen virtud y sabiduría superiores. Juzgados de acuerdo con los puntos de vista del mundo, probablemente seamos presumidos.
¿Vamos a perder la fe, negar la revelación moderna, modernizar nuestra manera de vida para ser como el mundo? ¿O vamos a ser una gente peculiar, honrando y magnificando nuestro sacerdocio y cumpliendo con nuestro deber?
Somos diferentes del mundo; poseemos el evangelio revelado y el sacerdocio; por lo tanto debemos ser ejemplos dondequiera que estemos.
0 somos como Isaías dijo:
«Con todo eso, aun de los gobernantes, muchos creyeron en él; pero a causa de los fariseos no lo confesaban, para no ser expulsados de la sinagoga.
«Porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios» (Juan 12:4243).
Quisiera decirles a los jóvenes que me están escuchando esta noche (quisiera poder hablarle a todo joven que posee el sacerdocio, si esto fuese eficaz), nunca debemos avergonzarnos del evangelio de Jesucristo y debemos siempre sentirnos humildemente orgullosos del sacerdocio que poseemos.
Estuve hablando con un joven que será bautizado el mes próximo, como será el único miembro de su familia que se bautizará, le pregunté:
—¿Qué fue lo que despertó su interés en la Iglesia?
Respondió:
—El muchacho con quien me juntaba en la escuela era miembro de la Iglesia, y la manera en que vivía me interesó. Era diferente al resto de los muchachos; era feliz y me invitó a su hogar; y cuando vi el gran amor que reinaba en ese hogar y la forma de vivir de la familia, me interesé aún más. Me llevó a la Iglesia donde me uní al equipo de béisbol, y encontré allí un sentimiento diferente del que había encontrado en cualquier otro lugar. Además, todo ese equipo, todos esos buenos jóvenes guardando la Palabra de Sabiduría y viviendo vidas limpias, me impresionó, e hice la resolución de que me uniría a la Iglesia.
Continuó diciendo:
—Vine con este amigo a la Universidad Brigham Young durante un semestre. Tenía el deseo de familiarizarme con las personas de este lugar y descubrí que la mayoría de estos jóvenes están viviendo en la manera que deben, pero si no hubiera hecho la resolución de ser miembro de esta Iglesia antes de conocer a algunos de los otros, no sé cómo me habría afectado la forma en que viven.
Creo, jóvenes que dondequiera que estéis, debéis recordar esto: vuestras acciones quizás sean culpables de que algunas personas no se unan a la Iglesia, y estoy seguro de que no seríais felices por ello.
Apenas el otro día estuve hablando con el padre de otro joven que se iba de esta ciudad hacia Nueva York para aceptar un puesto como abogado. El presidente de esta organización, que es una de las más grandes en el país, conocía a uno de nuestros miembros de la Iglesia que reside en el este y que era vicepresidente de una gran compañía; y el presidente de ésta le preguntó, sabiendo quién era, si había algún joven a quien pudiera recomendar. El le dijo:
—Queremos a alguien que viva como sus jóvenes viven, alguien que sepamos que no se embriagará, que estará en su trabajo y de quien podamos depender.
Ahora, esto no es un reflejo en otros, sino es una recomendación a nuestros jóvenes para que vivan de la manera que deben; pues ésta siempre será una ventaja en sus vidas.
Y este hombre, el vicepresidente de la compañía, dijo:
—Conozco a un joven en Salt Lake City.
Invitaron al joven a que visitara Nueva York costeándole los gastos, lo entrevistaron, le ofrecieron el trabajo, le pagaron el viaje de regreso y asimismo ofrecieron pagar el costo del pasaje de su esposa para que fuera a buscar una casa dónde vivir.
No creo que pueda recalcar demasiado, jóvenes, la importancia de vivir correctamente, para vuestro propio bien, para vuestro propio éxito, para vuestra propia felicidad y para la influencia que tendréis en aquellos jóvenes con quienes os relacionéis. Ellos esperan que hagáis lo que profesáis hacer; sed lo que profesáis ser y, si no los defraudáis, otros jóvenes que no poseen el sacerdocio tendrán la oportunidad de recibir esa influencia en su vida.
El otro día me sentí impresionado cuando el presidente nacional de la Cámara Menor de Comercio de Norteamérica vino con su esposa y otras dos parejas a mi oficina, conducidos en calidad de visita de cortesía por un miembro local de la mencionada cámara, que es miembro de la Iglesia. Después de haber hablado de las cosas en el mundo y sobre la responsabilidad de este joven, el presidente de la Cámara, dijo:
—Quizás les guste saber algo de la Iglesia.
El respondió:
—Sí, nos encantaría.
Luego me dirigí al joven que los había llevado a mi oficina y le dije: —¿Podría decirles algo acerca de la Iglesia?
Me respondió:
—Pero, presidente Tanner, pensé que usted lo haría.
Le dije:
—No, por favor hábleles usted.
El miró al otro joven en los ojos y dijo: —Quisiera decirles un poco acerca del Libro de Mormón, en el cual nosotros creemos, y que sabemos es la Palabra de Dios —Les dijo lo que es, cómo lo obtuvo el Profeta y la manera en que fue traducido; y mientras les daba esta información dijo: —Y quisiera decirles que sé que es verdadero, y ahora les doy mi testimonio de que este libro es verídico, que es la palabra de Dios, y quisiera que acudieran a la promesa que se encuentra en él. . . — la cual todos conocéis.
Luego dijo:
—¿Les gustaría tener uno de estos libros? Y el presidente de la Cámara respondió: —Claro que sí; tengo interés.
Ese joven que dio ese testimonio es Richard Moyle.
Jóvenes, dondequiera que estemos, con quienquiera que estemos, recordemos que somos hijos de Dios; poseemos su Sacerdocio y tenemos la responsabilidad de vivir de acuerdo con sus enseñanzas.
Quisiera dejaros mi testimonio esta noche de que sé que el evangelio es verdadero; sé que lo es tan bien como sé cualquier otra cosa en el mundo. Sé que Dios vive, que Jesús es el Cristo, su Hijo, y que ambos le aparecieron a José Smith; el evangelio ha sido restaurado y la Iglesia restablecida aquí sobre la tierra. Me gustaría decir a aquellos jóvenes que piensan que quizás no tienen un testimonio del evangelio: aceptad los testimonios convincentes que habéis escuchado esta noche y que oís de vuestros líderes, mientras que al mismo tiempo, mediante la oración, el estudio y los mandamientos, obtenéis un testimonio vosotros mismos, lo cual es una de las mayores bendiciones que podemos gozar.
“ … esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a Jesucristo, a quien has enviado» (Juan 17:3).
Que podamos honrar nuestro sacerdocio, gozar de las bendiciones que nos brinda y hacer nuestra parte para ayudar a llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre, lo ruego humildemente en el nombre de Jesucristo. Amén.
























