C. G. Octubre 1975
El Tabernáculo
Por el élder Howard W. Hunter
Del Consejo de los Doce
Este es un día histórico para este Tabernáculo de la Manzana del Templo, donde nos encontramos reunidos. Hoy es el primer día del segundo siglo en la historia del Tabernáculo desde que fue dedicado al servicio del Señor.
Este edificio es conocido en todo el mundo por su diseño arquitectónico tan fuera de lo común y las personas de todas partes que nos escuchan por radio o nos ven por televisión, saben que éste es el lugar de origen del coro y el órgano que se han hecho famosos por sus programas. En esta conferencia general celebramos el centenario de la que se realizó en octubre de 1875, en la que se dedicó el Tabernáculo. El trabajo constante y el sacrificio de bienes materiales por parte de aquellos primeros pioneros que participaron en la construcción del mismo, han traído bendiciones a muchos cientos de miles de personas que han venido aquí o que han escuchado la música y los mensajes de inspiración.
La historia de los constructores es fascinante. Cuando abandonaron sus hogares en las costas del Mississippí, se sabía muy poco acerca del inexplorado oeste. Tras un largo y penoso viaje, enfrentándose a duras pruebas en las llanuras de los Estados Unidos, llegaron al Valle del Gran Lago Salado el sábado 24 de julio de 1847. Al día siguiente, por ser domingo, estuvieron dedicados a devotos servicios religiosos y el lunes y martes se dedicaron a explorar el valle y sus alrededores. Al caer la tarde del día siguiente, determinaron la ubicación de la ciudad y Brigham Young hizo una marca con su bastón en el lugar donde debían construir el Templo.
El jueves, llegó al valle un grupo de miembros del batallón mormón que habían sido relevados del servicio en Nuevo México, para unirse a los santos en este valle e incrementar así su número a casi cuatrocientos. Estos hombres fueron a trabajar inmediatamente en la construcción de una enramada o techo en la esquina sudeste de lo que sería la Manzana del Templo, para que sirviera como lugar de asamblea hasta que estuviera listo el Tabernáculo; cortaron y trajeron de las montañas troncos que clavaron en el suelo para sostener el techo de ramas. Esta, la primera estructura que fue construida en el valle, quedó finalizada el sábado o sea una semana después de la llegada; al día siguiente, domingo, pudieron celebrar los servicios religiosos bajo la sombra de aquel local.
Por supuesto que el mismo era temporal, pero sirvió a los primeros pioneros por dos años, antes de ser derrumbado para construir uno más amplio en el mismo lugar. El techo de la segunda construcción fue hecho de ramas y barro, sostenido por cien postes y con los costados abiertos como la primera construcción. Sólo podía usarse cuando el tiempo lo permitía. No obstante, sirvió como lugar de reuniones durante los tres años siguientes.
A esa altura, los santos estaban estableciendo sus propios hogares; habían cultivado la tierra, habían edificado casas, y se enfrentaban a la necesidad de un lugar más adecuado en el que pudieran celebrar asambleas y servicios religiosos. Para poder tener un edificio de carácter más permanente y de mayor utilidad en toda clase de tiempo, decidieron construir un tabernáculo. Los costados de dicho edificio estaban hechos de ladrillos de adobe, que sostenían un techo de vigas. Esto eliminó la necesidad de pilares o postes, que les habían resultado una inconveniencia en las construcciones anteriores.
El tabernáculo de adobe que luego fue conocido como el «viejo tabernáculo», tomó un año para su construcción, pero estuvo listo para ser utilizado en la Conferencia General de 1852. Muchos santos llegaban al valle para las conferencias generales y el edificio no era lo suficientemente amplio para acomodar a la multitud, por lo que muchos no podían entrar. En la conferencia de abril, dos años después, Brigham Young invitó a los siete mil asistentes que salieran afuera porque el edificio estaba repleto. Antes de la conferencia de octubre de ese año se había construido un tercer recinto que pudiera dar cabida a todos los que asistieran.
Se hacía evidente la necesidad de un edificio adecuado y el presidente Brigham Young decidió que se prepararan los planos para una nueva estructura que llegó a ser conocida como «el gran Tabernáculo», en el cual nos encontramos reunidos hoy. Habían pasado tan sólo quince años antes de la llegada de los primeros pioneros al valle desierto. En la conferencia de abril de 1863, muchos de los oradores mencionaron la construcción propuesta y solicitaron que todos se unieran en el sacrificio que suponían dicha construcción. Se trataba de un plan ambicioso para el pueblo, ya que contaban con reducidos materiales de construcción y carecían de los beneficios del ferrocarril y otros medios de transporte. Todo material importado tenía que ser traído desde el río Missouri con yuntas de bueyes. El edificio sería levantado mediante donaciones pues los fondos de diezmos se necesitaban para el templo que se encontraba bajo construcción desde hacía diez años. Se invitó a los santos a donar libremente de sus pertenencias, joyas, materiales de construcción, alimento y mano de obra, siendo que el dinero era escaso.
Se decidió que el edificio tuviera setenta y seis metros de largo por cuarenta y cinco de ancho contando con cuarenta y seis columnas para sostener la estructura, cuyos extremos serían de forma semicircular. Los planos provistos indicaban la construcción de un techo de arco elíptico, que se elevaría trece metros desde sobre las columnas de seis metros de altura; haciendo que la distancia entre el suelo y el techo mismo fuera de diecinueve metros.
Se determinó que del fondo al frente del recinto hubiera una inclinación de cinco metros, para ofrecer una buena visión. En el momento de su planificación y construcción se dijo que de los edificios sostenidos por pilares, era el más grande el mundo.
En la primavera de 1863, se comenzó con la edificación. Se obtuvieron las piedras de un cañón y la madera, de los bosques de las montañas Wasatch. Primero se construyó la sección central del tabernáculo y luego la del oeste que se agregó para poder comenzar la construcción del órgano. No disponían de pernos ni de clavos, así es que en las encofraduras, se hacían agujeros y se atravesaban tarugos que iban de lado a lado y cuyos extremos se aseguraban con cuñas. Cuando las maderas se rajaban, las ataban con tiras de cuero crudo que, al secarse se contraía, uniéndolas firmemente.
La historia de la construcción del gran órgano es fascinante. Cuando se tocó por primera vez, cinco hombres bombeaban aire, y luego se instaló una rueda en el sótano para reemplazar su labor; finalmente con la llegada de la electricidad, el sistema pudo mejorarse. Cuando el edificio fue terminado se hizo evidente la necesidad de más asientos y así se construyeron las galerías de los costados y la extensión en la parte de atrás para albergar a tres mil personas más.
Aun cuando en el edificio se habían celebrado reuniones y conferencias, éste no estuvo listo para su dedicación hasta la Conferencia General de octubre de 1875. Para entonces ya se habían tendido los rieles del ferrocarril y el domingo de esa semana llegó el presidente Ulysses S. Grant, primer presidente de los Estados Unidos que visitó el territorio de Utah. Las calles estaban bordeadas a ambos lados por niños de la Escuela Dominical y cientos de espectadores congregados para ver al presidente y a la extensa fila de carruajes que le seguían. Los periódicos se refirieron a Salt Lake City, como una ciudad de aproximadamente veinticinco mil habitantes, «con más locales dedicados al uso religioso en proporción a su población que cualquier otra ciudad o pueblo de los Estados Unidos; y cuenta con capillas y centros de reunión con capacidad suficiente como para acomodar a todo hombre mujer y niño de la comunidad». A la mañana siguiente el presidente Grant, acompañado por el gobernador del estado, fue hasta la manzana del templo y visitó el nuevo Tabernáculo.
Al comenzar la sesión de la mañana de la Conferencia General el día sábado, el presidente Brigham Young anunció que el élder John Taylor ofrecería la oración dedicatoria. Desearía que pudiéramos leerla toda, pero el tiempo no permite más que unas cuantas palabras. El presidente Taylor dijo: «Ten misericordia para con tu antiguo pueblo del convenio, Señor, para que en el propio y debido tiempo el espíritu de gracia y súplica pueda descansar sobre ellos, para que puedan congregarse de todas las naciones en las que los has esparcido, a fin de que puedan recibir la herencia de sus padres, conocer a su Redentor Y saber que Jerusalén llegará a ser el trono del Señor» Y luego hizo este interesante pedido: «Recuerda, Oh Señor, con misericordia a los lamanitas que se han apartado de tus vías y a cuyos padres prometiste que renovarías tus convenios con su simiente. Te agradecemos por haber comenzado a darles sueños y visiones, lo que ha hecho que empezaran a buscarte.»
En la sesión de la tarde, el élder George Q. Cannon leyó el nombre de las personas que debían dejar sus hogares y familias para salir al mundo como misioneros. Había 105. En aquellos días, se llamaba a los misioneros durante las Conferencias Generales, leyendo sus nombres desde el púlpito de este Tabernáculo. Más tarde, al aumentar el número de misioneros se modificó el sistema y los llamamientos comenzaron a hacerse por medio de un comunicado del Presidente de la Iglesia. Si aún se utilizara el sistema de llamar a los misioneros leyendo sus nombres en la Conferencia General, habría sido necesario leer los nombres de 7,923 personas, lo que llevaría la mitad del tiempo total de la conferencia; ese número representa a los misioneros que fueron llamados desde que nos reunimos la última vez en conferencia general hace seis meses.
Después que el edificio había sido terminado pero no dedicado, el élder George Q. Cannon se paró detrás de este púlpito y habló sobre la obra misional. Sus palabras parecen retumbar desde el pasado al escuchar lo que nuestro Presidente nos dice hoy: «Nuestros élderes han ido de a cientos a los estados del este para llevar sus palabras de amonestación concerniente a las cosas que Dios está haciendo y hará próximamente en medio de los habitantes de la tierra. Con este propósito van a Europa, el Oeste, a las islas del Pacífico, a Asia y África, y viajarán por todo país sobre la faz de la tierra. Los millares de personas en Asia escucharán las buenas nuevas de salvación de los élderes de Israel… y el tiempo se acerca cuando el sonar del evangelio proclamado por los élderes de Israel resonará de un extremo al otro de la tierra, pues será predicado como testigo a todas las naciones» (Journal of Discourses; 1 3:53).
Es posible que los tiempos hayan cambiado y las condiciones bajo las que vivimos sean diferentes, pero los propósitos y objetivos del evangelio restaurado no varían y la verdad permanece constante. Los sacrificios y esfuerzos realizados por aquellos que ya se han ido, nos han traído bendiciones hoy y nos recuerdan de nuestras obligaciones hacia aquellos que vendrán. Este edificio es un monumento a ese recuerdo. Ha permanecido de pie como un gran misionero presentando el evangelio de Jesucristo a las personas en todo el mundo, tanto aquellos que han entrado en él, como a los que han escuchado el mensaje que ha salido de aquí en el programa «Música y Palabras de inspiración». A lo largo de los años nuestros misioneros han sido portadores de un mensaje que ha bendecido a cientos de miles de personas en la tierra, llevando hoy ese mismo mensaje para bendecir por toda la eternidad, a aquellos que escuchen y crean. Este mensaje es verdadero, y os dejo mi testimonio de él en el nombre de Jesucristo. Amén.
























