C. G. Octubre 1975
La leyes de Dios
Por el presidente N. Eldon Tanner
Primer Consejero en la Primera Presidencia
Al dirigirme a este enorme auditorio en el histórico Tabernáculo esta hermosa mañana de domingo e imaginar las muchísimas personas que escuchan en todas partes, humildemente oro para que el Espíritu y las bendiciones del Señor estén con nosotros.
Quisiera referirme a dos significativas declaraciones hechas por el Señor a través de sus profetas:
«He aquí, esta es una tierra escogida, y la nación que la posea se verá libre de la esclavitud, del cautiverio, y de todas las otras naciones debajo del cielo si tan sólo sirve al Dios de la tierra, que es Jesucristo. . .» (Eter 2:12).
«Y para este fin he establecido la constitución de este país a manos de hombres sabios que yo he levantado para este propósito. . .» (D. y C. 101:80).
También deseo unir mi voz a la de los miles de personas que aprecian este país en que vivimos y están dedicadas a hacer lo que esté a su alcance para mantener y ejercer los grandes principios de democracia establecidos por sus fundadores. A fin de que logremos esto es de suma importancia que obedezcamos las leyes.
Hace algún tiempo, un joven me dijo: «¿Por qué tenemos tantas leyes, estatutos y reglamentos? ¿Porqué no podemos tener simplemente libertad para hacer lo que nos plazca? La Iglesia enseña que el hombre existe para que tenga gozo y que el más grande de los dones que ha dado Dios al hombre es el del libre albedrío.»
Traté de explicarle que todas las cosas en el universo y el universo mismo tal como fue organizado por el Divino Creador, se rigen por leyes, conocidas como leyes de la naturaleza; y que nosotros debemos tener las leyes de los hombres, a fin de que haya orden, se protejan los derechos del género humano y se castigue a aquellos que violen esos derechos. Le di varios ejemplos en cuanto a esto, y luego hablamos extensamente de las leyes de Dios de cuán importante es que guardemos sus mandamientos.
Sin entrar en mayores detalles de aquella conversación, quisiera hablar en esta ocasión de la forma en que la ley afecta al ser humano. Me gustaría dividir el tema en tres partes; Primero, las leyes de la naturaleza, segundo, las leyes del hombre o sea, las de los países; tercero, las leyes de Dios con respecto a nuestra salvación y exaltación.
Hablando primeramente de las leyes de la naturaleza, ¿habéis pensado alguna vez en qué sucedería si no pudiéramos depender de que el sol apareciera nuevamente cada mañana, o si la tierra dejara de girar sobre su eje por un día tan sólo o por unos pocos minutos? ¿O si la fuerza de la gravedad dejase de actuar? En muy breve tiempo la tierra y toda la humanidad quedarían destruidos, Los cuerpos del universo se controlan y se mueven conforme a leyes.
Si bajo la acción del calor, el hierro se dilatara un día y se contrajera el siguiente, sería imposible hacer funcionar maquinarias y fabricar herramienta alguna. Estas leyes son inmutables y así deben ser a fin de que podamos depender de ellas en todo momento y bajo cualquier circunstancia.
Sería interesante que pensemos en todas las cosas que hacemos cada día y comprendamos cómo dependemos de las leyes de la naturaleza, y cómo éstas deben seguirse al pie de la letra a fin de que se cumplan nuestros propósitos.
Hemos visto que los hombres han caminado por la superficie de la luna y nos hemos maravillado de que las naves espaciales de diferentes países hayan podido acoplarse en el espacio. Hemos visto partir al satélite «Viking» en una misión a Marte en busca de evidencias de vida. Si se hubiese ignorado cualquiera de las leyes naturales o si éstas hubiesen dejado de actuar, las misiones espaciales habrían sido un fracaso absoluto y se habría lamentado la pérdida de vidas. También nos asombran las predicciones de los científicos cuando anuncian con tanta exactitud la aparición de cometas y eclipses.
Todo ello es posible porque solamente a través de las leyes de la naturaleza, el Creador controla todas las cosas creadas en el sistema del universo.
La ley es simplemente la aplicación de la verdad. Quisiera citar algunas declaraciones tomadas de los escritos de grandes pensadores.
Frank Crane escribió: «La verdad es la lógica del universo. Es el raciocinio del destino; es la inteligencia de Dios y nada que el hombre pueda inventar o descubrir, puede reemplazarla.»
W. Radcliffe dijo: «La verdad fundamental es inalterable. Podemos progresar en el conocimiento de su significado y en las maneras de aplicarla, pero sus grandiosos principios serán eternamente los mismos».
En una revelación dada a José Smith, el Señor declara:
«Y además, de cierto os digo, El ha dado una ley a todas las cosas, mediante la cual se mueven en sus tiempos y estaciones.
«Y se dan luz los unos a los otros en sus tiempos y estaciones, en sus minutos, sus horas, sus días, sus semanas, sus meses y sus años…
«La tierra rueda sobre sus alas, y el sol da su luz de día, y la luna de noche, y las estrellas también dan su luz, conforme ruedan sus alas en su gloria, en medio del poder de Dios…
He aquí, todos éstos son reinos, y el hombre que ha visto a cualquiera, o el menor de éstos, ha visto a Dios obrando en su majestad y poder.» (D. y C. 88:42-45, 47).
Por lo tanto, conozcamos o no las leyes de la naturaleza, las entendamos o no, éstas siempre actuarán igual. El niño pequeño, aunque ignore la ley, se quemará si toca una estufa caliente; si no tomáramos en cuenta la ley de gravedad podríamos causarnos serios daños. Si sabemos y entendemos las leyes de la naturaleza y vivimos conforme a ellas, nos beneficiaremos y nos libraremos de los peligros que enfrentan aquellos que las ignoran o que actúan en oposición a ellas.
Ahora bien, sucede lo mismo con respecto a las leyes del hombre. Es necesario que seamos regidos por leyes y éstas existen no solamente para poner freno a los hacedores de maldad, sino para proteger los derechos de todos. Permitidme citar lo siguiente de Doctrinas y Convenios:
Creemos que Dios instituyó los gobiernos para beneficio del hombre, y que él tiene al hombre por responsable de sus hechos con relación a dichos gobiernos, tanto en formular leyes como en administrarlas para el bien y la protección de la sociedad.
«Creemos que ningún gobierno puede existir en paz si no se formulan, y se guardan invioladas, leyes que garantizarán a cada individuo el libre ejercicio de la conciencia, el derecho de tener y administrar propiedades y la protección de su vida.
«Creemos qué todo gobierno necesariamente requiere oficiales y magistrados civiles que pongan en vigor las leyes del mismo; y que debe buscar y sostener, por la voz del pueblo si fue república, o por la voluntad del soberano, a quienes administren la ley con equidad y justicia» (D. y C. 134:1-3).
Y nuestro décimo segundo artículo de fe dice: «Creemos en estar sujetos a los reyes, presidentes, gobernantes magistrados, en obedecer, honrar, y sostener la ley.»
Es muy importante que todos los ciudadanos se informen sobre todos los asuntos del gobierno; que sepan y entiendan las leyes del país; y que participen activamente en las elecciones, escogiendo a hombres honrados y prudentes que administren los asuntos del gobierno.
Muchos dudan que ciertas leyes promulgadas por sus respectivos gobernantes sean constitucionales, aunque las hayan instituido autoridades del país, y consideran por ende, que pueden desafiarlas y desobedecerlas.
Abraham Lincoln dijo: «Si existen leyes injustas, deben abrogarse a la brevedad posible; no obstante, mientras continúen en vigencia deben observarse.»
Y tal es la actitud de la Iglesia con respecto a la observancia de la ley. Estamos de acuerdo con quien dijo lo siguiente:
«En realidad, el individuo que contraviene la ley, es como el insensato que corta con la sierra al extremo del tablón donde él mismo está sentado. La falta de respeto por la ley es siempre la primera señal de una sociedad que empieza a desintegrarse. Este respeto constituye la más fundamental de todas las virtudes sociales, pues la oposición a lo que la ley establece da como resultado violencia y anarquía» (Case and comment, marzo de 1965, pág. 20).
No hay justificación para los individuos que quebrantan las leyes o que intentan hacerlas valer por su propia mano. Cristo nos dio un gran ejemplo como ciudadano respetuoso de la ley cuando los fariseos, con la intención «de sorprenderle en alguna palabra» como dice la escritura, le preguntaron si era lícito dar tributo al César. Entonces El preguntó a su vez de quién era la imagen y la inscripción que había en la moneda del tributo; ellos le respondieron: de César, y el les dijo: «Dad, pues, a César lo que es de César; y a Dios lo que es de Dios» (Mateo 22:21).
El deber de los ciudadanos de cualquier país es recordar que tienen responsabilidades individuales y que deben ajustarse a las leyes del país en que viven. Citaré algo más de Doctrinas y Convenios.
«Creemos que todos los hombres están obligados a sostener y apoyar los gobiernos respectivos de los países que residen, mientras las leyes de dichos gobiernos los protejan en sus deberes inherentes e inalienables; que la sedición y la rebelión no convienen a los ciudadanos así protegidos, y deben ser castigados como corresponde; y que todo gobierno tiene el derecho de promulgar reyes que en su propio juicio estime ser las que mejor garantizarán los intereses del público, conservando sagrada la libertad de la conciencia al mismo tiempo» (D. y C. 134:5).
Y con respecto a las leyes de Dios, éstas son tan claras e irrevocables como las de la naturaleza, y nuestro éxito o fracaso, nuestra felicidad o desdicha dependen de nuestro conocimiento de la aplicación de esas leyes en nuestra vida. Se nos ha dicho:
«Hay una ley, irrevocablemente decretada en el cielo, antes de la fundación de este mundo, sobre la cual todas las bendiciones se basan; y cuando recibimos una bendición de Dios es porque se obedece aquella ley sobre la cual se basa» (D. y C. 130:20-21).
Creemos que el evangelio contiene las leyes de la vida que rigen nuestras relaciones humanas, la vida moral y espiritual, leyes que son tan válidas en su campo de operación como lo son las de la naturaleza en el mundo de los fenómenos naturales.
El profeta José Smith reconoció la importancia de obtener conocimiento y de ser obediente a la ley e instruyó a los santos de esta manera:
«Cualquier principio de inteligencia que logremos en esta vida, se levantará con nosotros en la resurrección.
«Y si en esta vida una persona adquiere más conocimiento e inteligencia que otra, por motivo de su diligencia, obediencia, hasta ese grado llevará la ventaja en el mundo venidero» (D. y C. 18:19).
La palabra del Señor es tan clara para nosotros y estas leyes están tan claramente dispuestas para nuestra felicidad, que es difícil entender porqué algunas personas consideran que su propio juicio es superior y descuidan las leyes de Dios, acarreando sobre sí de ese modo miseria e infelicidad. El profeta Jacob aconsejó:
«Por tanto, hermanos, no queráis aconsejar al Señor, antes aceptad el consejo que viene de su mano. Porque he aquí, vosotros mismos sabéis que él amonesta con sabiduría, y justicia, y gran clemencia en todas sus obras» (Jacob 4:10).
Y en su profunda sabiduría Salomón nos dice:
«Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia.
«Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas» (Proverbios 3:5-6).
Las señales del camino son claras en el evangelio de Jesucristo: tenemos, por ejemplo, los 10 mandamientos:
«No tendrás dioses ajenos delante de mí. No matarás. No hurtarás. No cometerás adulterio. No hablarás contra tu prójimo falso testimonio.
«Acuérdate del día de reposo para santificarlo», etc. (Exodo 20).
Tenemos el Sermón del Monte que todos conocemos tan bien. Y Jesús nos ha dicho cuál es el gran mandamiento de la ley:
«Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.
» Este es el primero y grande mandamiento.
«Y el segundo es semejante a éste. Amarás a tu prójimo copio a ti mismo» (Mateo 22:37-39).
Es prácticamente imposible calcular y dar suficiente énfasis al gran efecto que produciría si el mundo entero guardara estos mandamientos; pero, por supuesto, la paz y la justicia reinarían.
También tenemos una guía en otras escrituras que contienen la palabra de Dios y que se han dado por revelación directa de El a sus profetas escogidos, incluyendo a nuestro Presidente y Profeta Spencer W. Kimball, por medio de quien el Señor habla hoy y es el aceptar y vivir estas enseñanzas en las que podemos obtener la vida eterna. Tengamos todos el valor de sentir y decir como Pablo:
«Porque, no me avergüenzo del evangelio, por que es poder de Dios para la salvación de todo aquel que cree. . .» (Romanos 1:16).
El Señor dijo: Porque, he aquí, ésta es mi obra y mi gloria. Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre» (Moisés 1:39). Esto fue de tanta importancia para El que dio su vida y por medio de su expiación, nos brindó la posibilidad de resucitar y disfrutar de la inmortalidad y la exaltación. Somos muy afortunados al tener el privilegio, la bendición y oportunidad de actuar como misioneros para ayudarlo a lograr su gran propósito.
Además contamos con la siguiente promesa: «Yo, el Señor, estoy obligado cuando hacéis lo que os digo; más cuando no hacéis lo que yo os digo ninguna promesa tenéis» (D. y C. 82:10). Y tenemos también esta amonestación:
«El que recibe mi ley y la guarda, es mi discípulo, el que dice que recibe mi ley y no la guarda no es mi discípulo y será expulsado de entre nosotros» (D. y C. 41:5).
Por lo tanto, todos deberíamos entender claramente que no hay conflicto tal como mi joven amigo creía, entre las enseñanzas de la Iglesia de que «existe el hombre para que tenga gozo y que el más grande don que Dios le dio es el del libre albedrío, con el hecho de que debemos tener leyes que gobiernen. Tenemos la libertad de elegir la obediencia a las leyes sobre las cuales las bendiciones se basan y disfrutar de dichas bendiciones; o desobedecer la ley con el resultado de que nunca disfrutaremos de la dicha que se nos ha prometido.
Deseo concluir con esta gloriosa promesa del Señor:
«He aquí, dice el Señor, benditos son aquellos que han subido a esta tierra con un deseo sincero de glorificarme de acuerdo con sus mandamientos.
«Porque los que vivan, heredarán la tierra, y los que mueran, descansarán de todos sus trabajos, y sus obras los seguirán; y recibirán una corona en las mansiones de mi Padre que yo he preparado para ellos.
“Sí, benditos son aquellos cuyos pies descansan sobre la tierra de Sión, que han obedecido mi evangelio; porque recibirán como recompensa las cosas buenas de la tierra, la cual producirá en su fuerza.
«Y también serán coronados con bendiciones de arriba, sí, y con mandamientos no pocos y con revelaciones en su debido tiempo -aquellos que son fieles y diligentes delante de mí.
«Por lo tanto, les doy un mandamiento que dice así: Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, alma, mente y fuerza; y en el nombre de Jesucristo lo servirás» (D. y C. 59:1-5).
Y testifico que estas cosas son verdaderas en el nombre de Jesucristo. Amén.
























