C. G. Octubre 1975
Profetas y profecías
Por el élder LeGrand Richards
Del Consejo de los Doce
Mis hermanos, es para mí un verdadero regocijo encontrarme en esta gran conferencia dc la Iglesia, y confío en que podré contar con la inspiración del Espíritu del Señor a fin de que en el breve tiempo que se me ha asignado, pueda deciros algo que acreciente vuestros testimonios e impresione en alguna forma el corazón de aquellos que no son miembros de la Iglesia.
En esta ocasión me gustaría decir unas palabras en cuanto a la importancia de la profecía y de los profetas.
Después de su resurrección, el Salvador mismo se acercó a dos de sus discípulos que se dirigían a la aldea llamada Emaús y caminó con ellos, mas se nos dice que «los ojos de ellos estaban velados, para que no le conociesen» (Lucas 24; 16). Al escuchar sus comentarios y ver claramente que no habían comprendido lo que El había intentado enseñarles, les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!» (Lucas 24:25); en seguida comenzando por Moisés y siguiendo con todos los profetas, les declaró en qué forma éstos había testificado de El. Ahora bien, si estudiáis las Escrituras, veréis que ellos predijeron la vida del Señor y su ministerio terrenal hasta en los más mínimos detalles, incluso que echarían suertes sobre su ropa en el tiempo de su crucifixión. (Salmos 22: 1-3.)
Y Pedro dijo: «Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones; entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo» (2 Pedro 1:19-21). Si nosotros tenemos ese mismo poder, entonces debemos ser capaces de entender las profecías.
Tal como los santos profetas predijeron que el Salvador había de venir a la tierra en el meridiano de los tiempos, del mismo modo, han predicho muchos de los acontecimientos trascendentales que han de verificarse a efectos de preparar la vía para su segunda venida. A continuación quisiera referirme a algunos de ellos.
El profeta Amós dijo: «Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas» (Amós 3:7). Ahora bien, si todos comprendiesen esto, verían claramente que la obra del Señor aquí en la tierra, ha de estar necesariamente encabezada por un profeta. El Señor no ha efectuado nunca obra alguna reconociéndola como suya, sin haber puesto un profeta al frente de la misma. Gracias sean dadas a Dios por nuestros profetas, desde los días del profeta José Smith hasta nuestro profeta actual, el presidente Spencer W. Kimball.
Conozco al presidente Kimball desde hace treinta y siete años, durante los cuales nos ha unido una estrecha amistad, y considero que no hay hombre en este mundo que posea un carácter más cristiano que él. Creo asimismo que el Señor no podría encontrar en esta tierra hombre más digno que el presidente Kimball mediante el cual pudiera dirigirse a los hombres. Gracias le doy a El por los profetas vivientes.
Si comprendiéramos las palabras de Pedro cuando dijo: «Tenemos también la palabra profética más segura» (2 Pedro 1:19), entenderíamos que no hay otra manera en este mundo mediante la que podamos conocer la disposición y la voluntad del Señor tan clara y ciertamente como a través de sus santos profetas. . .» porque no hará nada Jehová el Señor sin que revele su secreto a sus siervos los profetas» (Amós 3:7).
Cualquier persona que busque la verdad y que crea en estas palabras así como en la importancia que Jesús otorgó a la profecía, entre las innumerables iglesias cristianas que existen en la actualidad, tendrá que buscar una que tenga a la cabeza un profeta al cual Dios pueda revelar su disposición y su voluntad.
Reparemos ahora en las palabras proféticas de Pedro, cuando el día siguiente de Pentecostés dirigiéndose a aquellos que habían condenado a muerte al Cristo, dijo: «Así que arrepentíos y convertíos para que sean borrados vuestros pecados, para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo» (Hechos 3:1 9-21).
Por esta razón, el que busque la verdad, debe buscar una restauración y no una reforma ni una continuación, pues si Pedro fue un Profeta de Dios, hemos de tener una restauración de todas las cosas de las cuales habló Dios por boca de todos los santos profetas antes de que el Salvador viniera, puesto que dijo que era necesario que el cielo recibiera al Cristo «hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas». Y no podía haber una restauración de todas las cosas a menos que hubiera un profeta viviente sobre la tierra al cual pudiesen venir aquellos santos profetas a fin de restaurar las cosas que se habían perdido, razón esta última por la cual las iglesias enseñaban mandamientos de hombres como lo predijo Isaías. Por lo tanto, tenemos un profeta viviente.
El Señor eligió al profeta José Smith, como se ha testificado en esta conferencia, y por su intermedio hemos recibido más verdades reveladas que por cualquier otro profeta que haya vivido sobre la faz de la tierra, de acuerdo a lo que muestran los registros; hizo llegar hasta nosotros mensajes de aquellos profetas ya muertos que habían de venir a restaurar todas las cosas antes de que el Salvador viniese otra vez; y muchas son las cosas que él restauró.
Tomemos por ejemplo el sueño del rey Nabucodonosor y la interpretación que hizo Daniel de aquel sueño. Recordaréis que el rey había olvidado lo que había soñado y que hizo llamar a sabios y astrólogos para que se lo revelasen, pero que ninguno de ellos pudo hacerlo; entonces se presentó ante él Daniel el israelita y le dijo: «Pero hay un Dios en los cielos, el cual revela los misterios, y él ha hecho saber al rey Nabucodonosor lo que ha de acontecer en los postreros días. He aquí tu sueño y las visiones que has tenido en tu cama» (Daniel 2:28).
Entonces le habló de los reinos de este mundo que surgirían y caerían hasta los últimos días (recordemos que ahora vivimos en los últimos días), en que el Dios del cielo levantaría «un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo» (Daniel 2:44). ¿Cómo podría Dios levantar un reino que permaneciera para siempre sin un profeta mediante el cual pudiera establecerlo?
Daniel continuó diciendo que aquel reino sería como una pequeña piedra cortada del monte, no con mano, lo cual equivale a decir que el reino tendría un pequeño comienzo. Pensad que este reino comenzó con seis hombres y que ha crecido, como lo dijo Daniel hasta convertirse en un gran monte que llena toda la tierra. (Véase Daniel 2:35.) En la actualidad, ningún grupo religioso está creciendo en proporciones tan gigantescas como esta Iglesia, porque el Dios del cielo la ha establecido de acuerdo con su promesa.
Cuando fui presidente de la Misión de los Estados del Sur de los Estados Unidos, en una reunión a la que asistieron algunos investigadores, uno de los misioneros habló del sueño de Nabucodonosor.
Al término de la reunión me quedé en la puerta saludando a las personas que salían; entre ellas un señor se me presento diciendo que era ministro religioso y agregó: «Me imagino que no querréis decir que la Iglesia Mormona es ese reino, ¿no es así?»
Yo le respondí: «Sí señor, ¿por que no?», a lo que él replicó: «Porque no puede ser.»
Le pregunté entonces por que no podía ser y me contestó: «Porque no puede haber reino sin rey, y puesto que vosotros no tenéis rey, tampoco podéis tener reino.»
Lo invité entonces a leer el séptimo capítulo del libro de Daniel, en el que este relata la visión en la que vio que con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, al cual «le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lengua s le sirvieran» (Daniel 7:14).
Después de esto le dije a aquel ministro: «Mi querido amigo, dígame, ¿cómo podría dársele el reino cuando viniere con las nubes del cielo, si no hubiere un reino preparado para El? Pues tal es lo que los Santos de los Ultimos Días están edificando.»
Vosotros los santos de Dios que sacrificáis vuestro tiempo, vuestros talentos, vuestros medios, vuestra juventud, con el fin de promover el gran programa misional de la Iglesia y que pagáis diezmo y ofrendas, pensad en que lo que hacéis no tiene paralelo en este mundo de hoy, porque Dios está llevando a cabo su obra a través de sus profetas, pues como dijo el apóstol Pablo dirigiéndose a la Iglesia de hoy, estamos «edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo» (Efesios 2:20).
Por lo tanto, quien busque la verdad, deberá buscar una Iglesia que esté edificada sobre dicho fundamento, y yo os doy mi testimonio de que está es la Iglesia de Jesucristo, edificada sobre el fundamento de apóstoles y profetas, y que Cristo el Señor; la dirige mediante sus profetas vivientes.
El apóstol Pablo declaró que el Señor había dado a conocer «el misterio de su voluntad» (Efesios 1:9), el cual era «reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra» (Efesios 1:10). En este mundo, esta es la única Iglesia que está llevando a cabo la obra de unir las cosas que están en los cielos con las que están en la tierra. Veamos a continuación algunas escrituras que aclaran este concepto:
Los profetas han declarado que los del pueblo del Señor subirán como salvadores al monte de Sión. ( Abdías 21.) Leemos la palabra de Jesús cuando dijo: «Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios» (Juan 5:25), pues todos los que han muerto deberán oír el evangelio. Además, las Escrituras anuncian que toda rodilla se doblará y que toda lengua confesará que Jesús es el Cristo. (Romanos 14:11.) Tomando todo esto en cuenta podremos comprender mejor el significado de las palabras del apóstol Pablo cuando dijo: «De otro modo, ¿qué harán los que se bautizan por los muertos, si en ninguna manera los muertos resucitan? ¿Por qué, pues, se bautizan por los muertos?» (1 Corintios 15:29).
Otro gran acontecimiento que había de verificarse en esta dispensación, es lo que el Señor dijo por medio de Malaquías, que enviaría a su mensajero a preparar el camino delante de El y que vendría súbitamente a su templo. «¿Y quién podría soportar el tiempo de su venida? . . .porque él es como fuego purificador y como jabón de lavadores» (Malaquías 3:1-2). Evidentemente esto no se refería a su primera venida, puesto que no venía súbitamente a su templo y todos los hombres soportaron el día de su venida, pero se nos dice que cuando venga en los últimos días, los malvados clamarán a las peñas diciendo: «Caed sobre nosotros y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono» (Apocalipsis 6:16).
Volvamos a las profecías que se refieren a la obra de unir las cosas que están en los cielos con las que están en la tierra. Malaquías dijo: «He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. El hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición» (Malaquías 4:5-6).
Por esta razón llevamos a cabo la obra por los muertos en nuestros templos. Pensad en lo que esto significa. . . ¿En qué otro lugar del mundo podéis encontrar el mensaje del regreso de Elías el profeta de acuerdo con esta promesa? El ha venido; apareció a José Smith y Oliverio Cowdery el 3 de abril de 1 836 y les entregó las llaves de esta grandiosa obra de unir las cosas de los cielos con las de la tierra, lo que hizo que se iniciara la edificación de nuestros templos.
Quisiera recordaros ahora las siguientes palabras de Isaías: «Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, . . . y correrán a él todas las naciones. Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob, y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas» (Isaías 2:2-3).
Este templo que se levanta a pocos pasos de aquí es la Casa del Dios de Jacob, la que nuestros pioneros comenzaron a edificar en una época en que los medios de transporte eran sumamente rudimentarios, demorando cuarenta años en su edificación. ¿No os parece glorioso, uno de los edificios más hermosos del mundo? Los que salimos a la misión en días ya lejanos sabemos con cuánto ardor los que se convertían en aquel tiempo vendían todo lo que poseían, ahorrando su dinero centavo a centavo, como lo vi hacer en Holanda, hasta poder reunir lo suficiente para venir a esta tierra y a este templo que tanta atracción ejercía sobre ellos, y poder aprender más de «los caminos del Señor y caminar por sus sendas».
Muchas son las profecías tocantes a la congregación de los del pueblo del Señor, pero me gustaría referiros el hecho de que Isaías también vio y declaró «que Jehová alzará otra vez su mano para recobrar el remanente de su pueblo. . .
Y levantará pendón a las naciones, y juntará los desterrados de Israel, y reunirá los esparcidos de Judá» (Isaías 11:11-12).
El ángel Moroni le citó este pasaje al profeta José cuando tenía sólo dieciocho años de edad, después, se lo citó nuevamente cuando lo visitó tres veces en el curso de una noche y otra vez a la mañana siguiente indicándole que aquella obra estaba a punto de comenzarse. Consideremos por un momento la magnitud de la tarea que se ponía en esos momentos en manos del profeta losé: tenía que levantar un pendón ante las naciones. Ninguna otra iglesia en el mundo está realizando por sus miembros obra semejante a la de esta Iglesia, lo cual es en verdad un pendón ante el mundo.
Isaías vio muchas cosas concernientes a esta congregación; vio que el Señor congregaría a Israel rápida y velozmente, que no habría tiempo ni para atarse los zapatos ni para dormir. (Isaías 5:27.) Imaginad una declaración como ésta en los días de Isaías, hace miles de años, considerando la lentitud con que se desarrollaba la vida en aquellos tiempos.
A fin de ilustraros el cumplimiento de esa profecía, quisiera contaros parte del comentario que hizo el presidente McKay ante los miembros de los Doce que estábamos reunidos en el Templo, al informarnos de su viaje a Escocia donde ayudó a organizar la primera estaca. Nos dijo que después de salir de Londres a las dos de la tarde y de pasar un rato con unos hermanos de la Iglesia en la ciudad de Chicago, llegó esa misma noche a dormir en su casa. Comparó entonces la rapidez de su viaje con el viaje de sus antepasados cuando vinieron a Sión en los primeros días de la Iglesia, cuando la travesía por mar hasta los Estados Unidos demoraba cuarenta y tres días y eran necesarias largas semanas para cruzar las llanuras.
Jeremías dijo: » …he aquí vienen días… en que no se dirá más: Vive Jehová, que hizo subir a los hijos de Israel de la tierra de Egipto; sino: Vive Jehová, que hizo subir a los hijos de Israel de la tierra del norte, y de todas las tierras adonde (os había arrojado» (Jeremías 16:14-15).
Esto es exactamente lo que el Señor ha estado haciendo con su pueblo desde la organización de esta Iglesia. Ahora que podemos organizar estacas y edificar templos para los hijos de Israel, éstos se están congregando en las estacas de Sión.
A continuación Jeremías añade que el Señor enviaría muchos pescadores que los pescarían, y muchos cazadores que los cazarían por todo monte y por todo collado y por las cavernas de los peñascos. (Jeremías 1 6:1 6.) Los que hayáis estado en el campo misional en diversas regiones del mundo, sabréis bien cómo van nuestros misioneros, más de veintiún mil de puerta en puerta y de pueblo en pueblo, congregando a los del pueblo del Señor, como dijo el profeta, aun por las cavernas de los peñascos. Podréis daros cuenta de la forma literal en que esta Iglesia está cumpliendo las palabras de los profetas.
Jeremías también dijo: «Convertíos, hijos rebeldes, dice Jehová, porque yo soy vuestro esposo; y os tomaré uno de cada ciudad, y dos de cada familia, y os introduciré en Sión; y os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con ciencia y con inteligencia» (Jeremías 3:14-15).
Hermanos, los que os encontráis aquí en esta ocasión habéis venido uno de cada ciudad y dos de cada familiar a aprender de las vías del Señor; y nosotros, los que nos hallamos en este estrado somos los pastores que os enseñamos de acuerdo con la voluntad de Dios.
Que Dios os bendiga a todos. Ruego que os deis cuenta de que el Señor habla a los hombres a través de sus profetas vivientes, que esta Iglesia está edificada sobre el fundamento de profetas vivientes, y que hablamos al mundo para dar testimonio de lo que El ha hecho, pues sabemos con certeza que «esta es su obra». Este es mi testimonio que os dejo con profunda humildad y en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.
























