Conferencia General Octubre de 1976
A pesar de mis flaquezas

por el élder Neal A. Maxwell
del Primer Consejo de los Setenta
Es con devoción y con espíritu reverente que hablo hoy, no a aquellos que esquivan sus deberes en el reino, sino a los que llevan su carga; no a los que se dejan arrullar por un falso sentido de seguridad, sino a los que carecen de ella; a los que trabajan en el reino, y abrigan la persistente duda de no hacer lo suficiente.
También los primeros discípulos que oyeron a Jesús predicar una doctrina exigente, preguntaron: “¿Quién, pues, podrá ser salvo?” (Mat. 19:25).
Es esencial que recordemos que este sentimiento de ineptitud que a veces nos embarga, es normal. No existe modo en que se pueda describir cuánto camino nos queda por recorrer, sin darnos una sensación de enorme distancia.
En el reino donde la meta es la perfección, la necesidad de mejorar se hace imperiosa; aún los profetas están sujetos a flaquezas. También nuestro Profeta actual se ha enfrentado a esos momentos cruciales y se ha sentido incapaz de superarlos; y sin embargo, lo ha logrado. Sí, la sensación de ineptitud es común como la de cansancio.
En Doctrinas y Convenios, sección 10, versículo 4, encontramos esta referencia: “No corras más a prisa ni hagas más de lo que tus fuerzas permitan”, lo que sugiere el mismo progreso gradual que Dios usó en la creación de la tierra y el hombre. Existe, por lo tanto, gran diferencia entre estar “anhelosamente consagrado” y estar excesivamente anhelante, lo que resulta en vanos esfuerzos.
A algunos de nosotros no se nos ocurriría condenar a nuestro vecino por sus flaquezas, mas no nos podemos perdonar las nuestras. Afortunadamente, el Señor tiene para con nosotros más caridad que nosotros mismos, pues frecuentemente somos nuestro juez más severo. Debemos recordar que un crítico constructivo es aquel que ama a quien amonesta, aun si se trata de sí mismo. En Doctrinas y Convenios 93:12, leemos que Jesús “no recibió de la plenitud al principio, mas recibía gracia por gracia”, y en Lucas 2:52, dice que El “crecía en sabiduría y en estatura. . .”
A través de las Escrituras vemos rivalidades entre hermanos, pero también profunda amistad, como la que unía a David y Jonatán; vemos que había malos entendimientos aun en relaciones tan entrañables como la de Pablo y Bernabé; vemos a un Profeta recordándole al rey Saúl que “. . . eras pequeño en tus propios ojos. . .” (Sam. 15: 17); vemos a nuestros primeros padres enfrentando los problemas de la primera familia. Conocemos a un Pablo legalista, mas luego leemos su inigualable sermón sobre la caridad; vemos a Juan el Bautista encarcelado, con la necesidad de que lo tranquilicen; vemos a Pedro caminando brevemente sobre las aguas y necesitando el rescate de la mano de Jesús; más tarde, él a su vez extiende su mano a Tavita, después de haberle restaurado la vida.
Ahora bien, ¿qué podemos hacer para controlar los sentimientos de ineptitud?
- Podemos tratar de distinguir más claramente entre el desasosiego de origen divino, y el diabólico; entre el descontento consigo mismo y el desdén por uno mismo, porque lo primero lo necesitamos pero debemos repudiar lo segundo, recordando que cuando la conciencia nos llame la atención no debe ser para reprendernos por la falta cometida, sino para alentarnos a la superación.
- Podemos detenernos a ver cuánto camino hemos recorrido en la empinada cuesta hacia la perfección; a menudo, es mucho más de lo que creíamos.
- Podemos aceptar ayuda con la misma gracia con que la brindamos. En el sistema celestial Dios no nos envía un trueno, si una voz apacible y suave es suficiente.
- Podemos considerar el efecto que los hechos ajenos (incluyendo los de nuestros hijos) tienen sobre los nuestros, antes de juzgar nuestra habilidad. A veces nuestro mejor esfuerzo rinde el mínimo efecto, por las faltas de otra persona.
- Podemos anotar y cumplir todas las resoluciones que acumularnos para nuestra superación, y que tan frecuentemente dejamos abandonadas.
- Podemos admitir que si muriéramos hoy, nos echarían de menos. No hay círculo humano tan pequeño que no se extienda hasta tocar a otro, y ése a otro más.
- Podemos “poner nuestra mano en el arado” sin mirar hacia atrás, sin compararnos con los demás. Nuestros dones y oportunidades varían; algunos resaltan más, otros son menos evidentes. Todos tenemos por lo menos un don, y podemos aceptar la invitación de “buscar diligentemente los mejores dones”.
- Podemos hacer un inventario calmo y honesto de nuestras fortalezas, ya que muchos somos contadores deshonestos, y necesitamos la confirmación de otros “auditores”. El maligno se deleita en nuestro autodesprecio, sentimiento que proviene de Satanás y del cual no hay trazas en los cielos. Debernos aprender de nuestros errores, pero no es necesario repasarlos constantemente como si los estuviéramos viviendo en la actualidad.
- Podemos agregar la autoestima de otros, encomiando donde sea justo. recordando que los que han corrido una etapa extra necesitan el elogio, al igual que los caídos necesitan la mano que les ayude a levantarse.
- Podemos continuar en movimiento. Los que finalmente conquistaron el monte Everest, no lo hicieron quedándose al pie del gigante, sino cargando sus mochilas y esforzándose por llegar. Los pies fueron creados para ir hacia adelante y no hacia atrás.
- Debemos saber que cuando en verdad damos lo que tenemos, es lo mismo que pagar un diezmo completo; es todo lo que se nos requiere.
- Podemos aceptar la realidad de que a Dios le importa más la evolución que la geografía. Así, aquellos que abrieron sendas hacia Sión no estaban explorando el país, sino sus propias posibilidades.
- Podemos aprender que en el núcleo de nuestro libre albedrío está nuestra libertad para adoptar actitudes sanas hacia cualquier circunstancia en que nos hallemos; por ejemplo, aquellos que padeciendo penosas enfermedades se dedican a servir al prójimo, son a menudo los más saludables de nosotros. El espíritu tiene el poder de compeler a la carne a ir mucho más allá de lo que la carne intenta.
- Finalmente, podemos aceptar esta irrevocable y portentosa verdad: nuestro amado Señor puede levantarnos del abismo de la desesperación y protegernos en medio de las pruebas. No hay’ nada que podamos enseñarle nosotros sobre la soledad o la cercanía, que El no haya experimentado ya.
Sí, hermanos, este evangelio espera mucho de nosotros, pero la gracia de Dios puede ayudarnos en nuestro cometido. El desaliento no indica la ausencia de capacidad, sino de valor, y nuestro progreso personal debe ser un testimonio más de las maravillas de este plan.
El ser cristiano no es un evento instantáneo sino un proceso constante. Si vivimos como cristianos, podremos también decir un día como Enós: “Y pronto iré al lugar de mi reposo, que se halla con mi Redentor; porque entonces veré su faz con placer”: nuestra confianza “se fortalecerá en la presencia de Dios”. Aquel que no puede mentir dará testimonio de nuestros merecimientos con las cálidas palabras “bien hecho, buen siervo”. De ello testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.
























