C. G. Octubre 1976
El Profeta
por el élder Rex Pinegar
del Primer Quórum de los Setenta
Mis hermanos, quisiera compartir algunas experiencias personales que me han dejado un testimonió irrefutable del llamamiento divino y la misión inspirada del presidente Kimball, como Profeta, Vidente y Revelador del Señor Jesucristo en nuestros días actuales.
El presidente Kimball, al igual que el profeta José Smith, es un hombre de actitud valiente, sensible al espíritu, un hacedor de la obra; le he visto en aviones, en autobuses, en salas de espera, en hoteles y en capillas, siempre en actividad, leyendo, preparando, escuchando, enseñando mediante el precepto y el ejemplo. El suyo es un método inspirado e inspirador, y cálidamente personal cuando se trata de allegarse a la gente para aplicar el evangelio de Jesucristo, satisfaciendo las necesidades de aquellos a quienes sirve. Nunca parece estar lo suficientemente ocupado ni cansado para asistir a los demás en sus necesidades, animándolos a alcanzar un grado superior de excelencia en su vida.
Recientemente me fue enviado un joven a mi oficina para que le aconsejara. Le habían informado que padecía de una enfermedad mortal y deseaba recibir una bendición y ver a una Autoridad General antes de morir. El élder Rector y yo le estábamos hablando cuando llegó el presidente Kimball, que se había enterado de la condición del joven y había ido para hablar con él por unos momentos; el Presidente siempre se hace de tiempo para los demás.
En otra oportunidad regresábamos de una Conferencia de Área en Europa y tuvimos una prolongada espera en Nueva York. Aun cuando estaba cansado y fatigado por el riguroso itinerario, el presidente Kimball mantuvo una conversación extensa con seis misioneros que se encontraban de paso con destino a la Misión de Alemania, en Munich; les preguntó sobre su familia, se interesó en sus sentimientos personales en cuanto al servicio que iniciaban, les exhortó a que fueran los mejores misioneros en su misión, les amonestó a que fueran diligentes y fieles y les prometió que tendrían éxito en sus esfuerzos. Estos misioneros partieron espiritualmente elevados y determinados a servir con valor.
Como parte de la Conferencia de Área en Argentina en 1975, el presidente Kimball se dirigió a una numerosa congregación de jóvenes; poco después de haber comenzado, puso a un lado el texto original de su discurso y compartió con ellos una experiencia personal. Después de preguntarles, «¿Quién os dio la voz que tenéis?», les relató la tremenda prueba por la que tuvo que pasar cuando fue sometido a una delicada, intervención quirúrgica; les explicó que el Señor le había salvado la voz, y que aunque no es la misma que había tenido antes y ya no puede cantar como solía hacerlo, por lo menos tiene voz.
Reconoció que su voz no es muy atractiva, pero os puedo asegurar que era hermosa en lo que enseñó esa noche, como lo es siempre. También les dijo que «servir en una misión es como pagar los diezmos: nadie nos obliga, simplemente lo hacemos porque es lo correcto; es nuestro deseo salir como misioneros pues sabemos que eso es lo que el Señor espera de nosotros. Cuando predicó desde el Monte de los Olivos, el Salvador no dijo: `Es conveniente que vayáis . . .’ Dijo: `Id por todo el mundo’ . . . Es responsabilidad de las jóvenes ayudar a los muchachos a permanecer dignos, y animarlos para que salgan como misioneros». Y al terminar su discurso, preguntó: «¿No os dio acaso el Señor la voz para que podáis enseñar el evangelio?» Testificó luego que él ha comprendido que su voz, y también la nuestra, tienen como cometido predicar el evangelio de Jesucristo y testificar de las verdades reveladas al profeta José Smith.
Nuestro querido Profeta no solamente nos llama para que seamos mejores misioneros, para que alarguemos el paso, sino que también nos muestra cómo hacerlo. En 1975, mi esposa y yo nos encontrábamos en Bogotá con el presidente Kimball y su esposa. Mientras estábamos en el aeropuerto aguardando la salida del avión, un funcionario de la compañía aérea se aproximó a nosotros; después que le fue presentado el joven, el Presidente extendió la mano y le saludó con estas palabras: «Joven, espero que la próxima vez que estreche su mano, sea usted miembro de esta Iglesia». Sin titubeos el joven respondió: «Así también lo espero yo, señor». El Presidente se volvió hacia el presidente de la misión, quien se comprometió a enseñar el evangelio al joven. Las palabras pronunciadas por él ante los misioneros en Bogotá quedaron ejemplificadas en su acción. En esa oportunidad aprecié cómo la totalidad de intención del Profeta está centrada en vivir el espíritu de su llamamiento, tanto como en cumplir los deberes físicos que el mismo impone.
El verano pasado, mi esposa y yo tuvimos una vez más la bendición de estar con el presidente Kimball y su esposa, igual que con otras Autoridades Generales y sus esposas, en conferencias de área celebradas en Europa. Tras la sesión de clausura en Copenhague, Dinamarca, visitamos juntos la Catedral Luterana de esa ciudad. Dentro de este edificio se encuentran las más preciadas obras de arte del famoso escultor danés, Bertel Thorvaldsen, entre ellas, su original «Cristus» y «Los Doce Apóstoles». La impresionante estatua del Cristo se levanta en una especie de nicho al frente de la catedral. A ambos lados, parados en orden, se encuentran las estatuas en tamaño natural de los apóstoles, con Pablo reemplazando al traidor Judas Iscariote. Al observar detenidamente estas maravillosas obras de arte, advertimos que la escultura de Pedro le muestra sosteniendo en sus manos grandes llaves; Juan, por su parte, sostiene las Escrituras, mientras que otros de los Doce aparecen con símbolos que identifican, por ejemplo, la forma en que se ganan la vida, o la manera en que fueron martirizados. El presidente Kimball observó cuidadosamente cada una de las estatuas. Al aprestarnos para salir de la Catedral, vimos que el conserje, hombre de unos sesenta años, se encontraba parado cerca de la puerta aguardando muestra salida. El presidente Kimball le estrechó la mano, le agradeció por la amabilidad de habernos dejado visitar la Catedral, y después comenzó a darle una explicación de la Iglesia establecida por Jesucristo, y de la importancia que ésta tiene para nosotros. Todos los presentes nos reunimos alrededor del Profeta para escucharle. Comenzó de una forma simple, diciendo algo así: «Mi querido amigo, el hombre que creó estas estatuas, fue en verdad inspirado por el Señor. La belleza y majestuosidad del Cristus, son maravillosas. Mientras Thorvaldsen trabajaba en estas esculturas aquí, entre 1821 y 1844, José Smith estaba haciendo su obra en América. Thorvaldsen no tenía el evangelio como José Smith lo tenía, pero contaba con el Espíritu. Tuvo que haber sido inspirado para crear estas estatuas, pues procuró darles vida.»
Llamando a su lado al presidente Tanner, el élder Monson y el élder Packer continuó diciendo: «Nosotros somos Apóstoles vivientes del Señor Jesucristo. Contamos con Doce Apóstoles y tres integrantes de la Presidencia de la Iglesia. Somos poseedores de las llaves, al igual que Pedro, y las usamos a diario.» Luego el Presidente me presentó a mí. «Este hombre es un Setenta verdadero. Seguramente usted recordará que el Salvador llamó a sus Doce Apóstoles y a los Setenta y envió a éstos de dos en dos para que en toda ciudad que El visitaría, preparasen el camino para cuando El fuera a predicar. Nosotros podemos ofrecerle el verdadero evangelio de Jesucristo.»
¡Qué experiencia tan maravillosa, poder escuchar al Profeta dejar su testimonio de su propio llamamiento e ilustrar tan gráficamente la importancia de los apóstoles vivientes! Aun cuando la belleza de las estatuas era majestuosa, uno podía ver que eran tan sólo mármol y no podían más que recordarnos la importancia de contar con verdaderos líderes en el sacerdocio, a quienes ellos representaban. ¡Cuán afortunados nos sentimos de estar junto al Profeta viviente y a los Apóstoles del Señor Jesucristo!
Mi testimonio del llamamiento divino del presidente Spencer W. Kimball como Profeta del Señor, ha crecido. De la dulce seguridad experimentada en el momento de su sostenimiento, ha alcanzado esferas mucho más sublimes. Al observar su ejemplo personal ante los demás, en sus quehaceres privados, ante los miembros y los que no lo son, he visto y sentido su preocupación e interés sincero por el individuo, su espíritu misionero, que es inagotable, y su entrega total a la obra del Señor. En cada una de estas circunstancias, he desarrollado profundamente en mi alma el testimonio de que él es sin duda el Profeta de Dios.
Os testifico que Jesús es el Cristo; que es la cabeza de esta Iglesia, la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y que cuenta con Apóstoles vivientes, de los cuales el presidente Spencer W. Kimball es el mayor. Este hombre posee las llaves de la autoridad del sacerdocio y también de su poder, ese poder que salva almas pues está administrado por el Salvador mismo desde el momento en que predicó sobre la tierra.
Pensad en ello. El Señor nos ama tanto que nos ha dado a estos grandes hombres para que los tengamos entre nosotros y nos guíen de regreso a su presencia. Escuchad sus consejos con meditación y luego orad al respecto.
Ruego que podáis recibir en vuestro corazón, por el poder del Espíritu Santo, el mismo testimonio que tengo yo concerniente a estas verdades, y lo hago en el nombre de Jesucristo. Amén.
























