El propósito de las conferencias

C. G. Octubre 1976logo pdf
El propósito de las conferencias
por el presidente N. Eldon Tanner
de la Primera Presidencia

N. Eldon TannerDondequiera que voy, la gente parece sumamente interesada en oír algo sobre las conferencias de área que llevamos a cabo en todo el mundo. Hoy quisiera hablar brevemente de los motivos por los que las realizamos, cómo lo hacemos, cómo responde la gente y los efectos que tienen en las diferentes áreas. Me ocuparé específicamente de las que se llevaron a cabo el verano pasado en Europa.

La Iglesia se ha desarrollado tan rápidamente en todo el mundo, que ya no es conveniente ni práctico limitar nuestras conferencias generales a las que se llevan a cabo en los meses de abril y octubre en Salt Lake City. Primero, sería imposible dar alojamiento a todos los que pudieran venir de todas partes del mundo, y también, muchos que querrían venir no podrían hacerlo. Por ese motivo, en lugar de traer a los miembros a Salt Lake City, nosotros les llevamos la conferencia a ellos.

Las conferencias de área se llevan a cabo en localidades estratégicas en todas partes del mundo, a los efectos de que el Presidente pueda reunirse con los miembros, y que éstos a su vez puedan verlos, a él y a otras Autoridades Generales, personalmente. El propósito principal es el de llevar el evangelio a la gente en su propio idioma, alentar a los santos en sus obligaciones, aumentar su fe y devoción y elevar la voz de advertencia.

Aun cuando en la actualidad tenemos miembros en 75 países, la Iglesia está organizada en sólo 58 de ellos, donde se hablan idiomas diferentes. Hasta la fecha hemos llevado a cabo diez series de conferencias de área en 28 países diferentes, con una asistencia que ha fluctuado entre 1.600 y 16.000 personas en cada sesión, con un total de alrededor de 200.000 asistentes, procedentes de 34 países.

A las conferencias de área asisten generalmente dos miembros de la Primera Presidencia, dos miembros del Quórum de los Doce y otras dos o tres Autoridades Generales, incluyendo al supervisor de área correspondiente a la zona, cada uno con su esposa.

El programa que se sigue en cada una es el siguiente:

Una presentación cultural vespertina representativa de los países involucrados en la Conferencia, que en todos los casos ha sido muy buena, demostrando los grandes talentos que poseen los miembros.

Una reunión para madres e hijas, en la cual dan discursos generalmente los miembros de la Primera Presidencia y sus esposas, y otras Autoridades Generales, al igual que una hermana local. Los oradores ponen énfasis en el importante papel que desempeña la mujer en la Iglesia y sus organizaciones auxiliares, así como en la comunidad, y en la gran influencia que tiene en la vida de su familia. Se les recuerda que no podrían tener una responsabilidad mayor o una experiencia más satisfactoria que la de ser copartícipes con Dios en el divino plan de traer sus hijos espirituales a la existencia mortal, de enseñarles el evangelio y de ayudarles a prepararse para regresar a la presencia de nuestro Padre Celestial.

Se lleva a cabo también una reunión similar de sacerdocio para padres e hijos.

En cada conferencia se prepara una cena especial donde las Autoridades Generales y sus esposas tienen la oportunidad de reunirse y conocer a los líderes del sacerdocio y sus esposas, correspondientes a las estacas y misiones del área de la conferencia. Se llevan a cabo también sesiones generales, con la participación de los miembros de la Primera Presidencia y otras Autoridades Generales, así de como líderes locales.

La gente que asiste a estas conferencias proviene de pueblos o ciudades donde en todos los casos los miembros de la Iglesia son minoría, tratándose a menudo de unos pocos hermanos. Muchos de ellos viajan centenares de kilómetros y algunos lo hacen hasta por varios días, y llevan a cabo grandes sacrificios para asistir a la conferencia.

El supervisor de área, que es también una Autoridad General, siempre hace uso de la palabra, y en esta oportunidad quisiera reconocer el espléndido servicio que ellos brindan en sus respectivas áreas. Su comprensión de la gente y de las localidades es sumamente beneficiosa y sus mensajes son siempre inspiradores. Del mismo modo, la gente se eleva a grandes alturas al demostrar su fe y su comprensión del evangelio, con la determinación de vivir sus enseñanzas y ayudar a otros a hacerlo.

Coros locales combinados de 100 a 300 miembros, proveen la música; muchos viajan grandes distancias y ensayan muchas horas a los efectos de brindar lo mejor de sí y el mejor espectáculo posible. A todos ellos quisiera felicitarlos por sus esfuerzos. Siempre me impresiona la hermosa música que escuchamos en las distintas comunidades, y hay momentos emocionantes y muchas lágrimas cuando a la conclusión de nuestra conferencia, esos buenos hermanos cantan himnos como «Te damos, Señor, nuestras gracias» y «Para siempre Dios esté con vos».

A menudo llevamos a cabo en las ciudades que visitamos, conferencias de prensa en las cuales se centra la atención en la Iglesia y en los frutos del evangelio. Los informes favorables siempre ponen énfasis en el hecho de que los mormones que viven de acuerdo con las leyes del evangelio son más sanos, más felices, tienen más éxito y gozan de un alto índice de longevidad; Esta publicidad, junto con las reuniones espirituales, tienen como resultado un aumento en la fe y la devoción, el entusiasmo y las actividades.

Es un gran gozo hablar con nuevos conversos de la Iglesia. Una hermana me dijo una vez cuán maravillada se encontraba porque jamás había pensado en Dios como un personaje real, ni en que ella era hija espiritual de Dios; que hubiera una resurrección y que mediante la obediencia a los mandamientos del evangelio, pudiera ella llegar a disfrutar de la vida eterna en la presencia del Padre.

Otra hermana, cuyo hijo había fallecido hacía poco tiempo, dijo que la vida le parecía sin esperanzas hasta que aprendió mediante las enseñanzas del evangelio, que podría ser sellada a su esposo por la autoridad divina para toda la eternidad; que podrían volver a tener a su pequeño sellado a ellos y que los hijos que nacieran a partir de ese momento, serían parte de una familia eterna.

Nuestros mensajes para estos devotos miembros, es perfectamente claro; les decimos que tienen la gran responsabilidad de hacer sentir su influencia para bien en sus respectivas áreas. No deben desanimarse sino que su vida debe ser ejemplar, deben enseñar a su familia a obedecer los mandamientos y llevar el mensaje del evangelio a sus amigos y vecinos.

Con respecto al hecho de que como miembros de la Iglesia somos la minoría, quisiera recordaros que cuando la Iglesia fue organizada en 1830, se hizo con solamente seis miembros registrados, y fue cuando el Señor les dijo que llevaran el evangelio a todo el mundo. Tiene que haber sido un desalentador desafío en aquella época, pero esos pocos miembros de la Iglesia se dispusieron a enfrentarlo, a pesar de los grandes trabajos y persecuciones de que eran objeto. A pesar de ser echados de lugar en lugar y de que sus hogares fueran incendiados, robadas sus posesiones y destruidos sus templos, ellos permanecieron fieles y firmes por el bien del evangelio. En la actualidad somos más de tres millones y medio de miembros, y hay más de 24.000 misioneros que se encuentran llevando el evangelio a todo el mundo.

Recordemos los grandes sacrificios de los primeros pioneros, que tuvieron que dejar sus hogares en la hermosa ciudad de Nauvoo y viajar a través de las soledades de las planicies, en las cuales sufrieron la muerte y toda clase de privaciones. Pero sabiendo que pertenecían a la verdadera Iglesia de Jesucristo, siguieron adelante, recordando como todos deberíamos hacerlo, que nuestro Señor y Salvador mismo fue perseguido y finalmente crucificado, dando su vida por nosotros para que de esa forma pudiéramos disfrutar de la inmortalidad y tener la vida eterna con El, siempre que aceptemos y obedezcamos sus enseñanzas.

Nuestros miembros deben comprender tanto la apostasía como la restauración, y tener un testimonio de la divina misión de José Smith; deben vivir de acuerdo con la Palabra de Sabiduría y convertirse completamente al concepto de que el Espíritu de Dios no puede morar en un cuerpo inmundo.

Quisiera que me fuera posible haceros comprender el dulce espíritu y las inspiradoras palabras de todos los oradores, pero ya que el tiempo no lo permite, quisiera brindaros algunos extractos de los discursos presentados en nuestra última serie de conferencias.

El presidente Kimball, con su dulce y suave modo, pronunció las bendiciones del Señor sobre el pueblo, le exhortó a vivir de acuerdo a los mandamientos, en forma honesta y limpia y a ser un ejemplo para el mundo.

Uno de los discursos sobre el que quisiera referirme es el referente a la castidad. El Presidente habló en forma clara y simple, de un modo que la gente no sólo pudo entender, sino que no pudo dejar de entender. Utilizó la analogía del barco en un mar tempestuoso y dijo que muchos barcos se perdieron con su cargamento y pasajeros, como consecuencia de choques con otros barcos, con témpanos y con bancos de arena; y agregó que nuestros jóvenes están navegando por océanos donde ocurren grandes desastres, a menos que se emitan las correspondientes advertencias:

«Como director de la Iglesia y hasta cierto punto siendo responsable por la juventud y su bienestar, levanto mi voz fuerte y clara, y sin vacilación les digo a los jóvenes: Os encontráis en una zona peligrosa y tal vez en un período de vuestra vida donde muchos son los riesgos que enfrentáis. Ajustaos los cinturones, sosteneos con firmeza y podréis sobrevivir esta turbulencia. Cuando hayamos sido advertidos debemos escuchar, aplicar la advertencia en nuestra vida, y asegurarnos de que evitamos los obstáculos, las rocas y los puntos peligrosos que interfieren en nuestro camino.»

El presidente habló enérgicamente en contra de la fornicación, el adulterio y otras perversiones. Mencionó el consejo de Pablo:  “. . . que no os juntéis con los fornicarios . . . Quitad pues, a ese perverso de entre vosotros»  (1 Corintios 5:9, 13).

Continuó diciendo el presidente Kimball: «Ah, si nuestros jóvenes pudieran aprender esta importante y básica lección de mantenerse siempre en buena compañía, ¡de no juntarse con aquellos que tienden a degradar sus normas morales! Debemos repetir lo que ya hemos dicho muchas veces: la fornicación con toda su secuela de pecados, grandes y pequeños, fue mala y totalmente condenada por el Señor en los tiempos de Adán, de Moisés y de Pablo, al igual que en 1976. La Iglesia no permite ni tolera ninguna clase de perversión.»

Puso énfasis en la gravedad de tales pecados, pero abrió la puerta del perdón y habló del verdadero arrepentimiento. Mencionó las siguientes escrituras en Doctrinas y Convenios:

«He aquí, quien se ha arrepentido de sus pecados es perdonado; y, yo, el Señor, no más los tengo presente.

Por esto podéis saber si un hombre se arrepiente de sus pecados: he aquí, los confesará y abandonará.» (D. y C. 58:42-43.)

Después de lo cual dijo:

«A fin de que la base de moralidad de la Iglesia pueda entenderse, declaramos firme e inalterablemente que no se trata de un vestido gastado, desteñido o pasado de moda. Dios es el mismo, ayer hoy y para siempre, y sus convenios y doctrinas son invariables: la Iglesia mantiene y apoya los viejos valores, no porque sean viejos, sino porque a través de los siglos han probado ser correctos.

El uso impropio o inadecuado del sexo puede acarrear solamente la desgracia, el desaliento, el disgusto y en general, el rechazo; la vida de una persona puede verse sacudida por sólo una obscura y tenebrosa hora; la pérdida de la castidad es una pérdida permanente, y la virtud robada no puede ser devuelta. Nuestras palabras finales hallan eco a las pronunciadas por el profeta Isaías: «Apartaos, apartaos, salid de ahí, no toquéis cosa inmunda; salid de en medio de ella; purificaos lo que lleváis los utensilios de Jehová (Isaías 52: 11).»

El élder Thomas S. Monson describió una conferencia de área como el tiempo en el cual debemos pensar, orar, reflexionar y tomar resoluciones. Refiriéndose al libre albedrío dijo: «El don del libre albedrío, este derecho de elegir, es abrumador en su importancia y eterno en su significado. ¿Cuáles serán las selecciones que habréis de hacer? No regresemos de esta conferencia de área a nuestro hogar, sin haber cambiado. Salgamos de este edificio con la cabeza levantada, nuevas ideas, el corazón conmovido y el alma dispuesta». Hizo sugerencias de lo que debía incorporar cada uno en su vida para lograr las metas establecidas, explicando que lo primero era escuchar. Puso énfasis primordial en la importancia de escuchar al Señor, los profetas, los padres, y también a la vocecita que susurra a cada uno de nosotros. Exhortó a los presentes a que «. . . cerraran sus oídos a la incitante melodía del músico del pecado, aun Lucifer, y que en lugar de hacerlo escucharan cuidadosamente la voz de la verdad».

Como segunda sugerencia dijo que debemos aprender. Mencionó la escritura de Santiago que dice: «Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos» (San. 1:22). Agregó que debemos aprender de las Escrituras al igual que otros buenos libros, así también de la vida de buenos hombres como las Autoridades Generales.

La tercera sugerencia fue que debemos obrar. Nos recordó la declaración de Nefi: «. . . iré y haré lo que el Señor me ha mandado, porque sé que El nunca da ningún mandamiento a los hijos de los hombres sin prepararles la vía para que puedan cumplir lo que les ha mandado» (1 Nefi 3:7). Nos exhortó para que compartiéramos nuestro testimonio mediante nuestro trabajo, en el desarrollo y construcción del reino de Dios.

Su última sugerencia fue que amemos. Mencionó lo que el Salvador le dijo al doctor de la ley, el primer y gran mandamiento de amar a Dios, y el segundo que era: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mat. 22:29). Y concluyó diciendo:

«Muy pronto esta histórica conferencia llegará a su fin. Las muchedumbres se irán, las luces se apagarán, las notas del órgano se acallarán; pero vosotros y yo, no volveremos a ser la misma persona. Hemos oído la voz del Profeta; juntos y en amor manifestamos nuestra reverencia por el Señor; sentimos la divina aprobación de nuestro Padre Celestial y con grandes esperanzas cada uno decidió: `Escucharé, aprenderé, trabajaré y amaré’. Para ayudarnos en nuestro determinado curso de acción, se nos asegura la omnipresente ayuda del Señor: `He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo’ (Apoc. 3:20).»

Como hermoso ejemplo del tema de nuestras conferencias, el élder Boyd K. Packer presentó un discurso sobre «la voz de la advertencia.» Comenzó sus palabras mencionando unos versículos de la primera sección de Doctrinas y Convenios, donde el Señor dijo:

«Y la voz de amonestación irá a todo pueblo por las bocas de mis discípulos, a quienes he escogido en estos últimos días.

E irán y nadie los impedirá, porque yo, el Señor, se lo he mandado.» (D. y C. 1:4-5.)

Dijo el apóstol Packer:

«Los Santos de los Últimos Días oyen las advertencias y creen en la revelación que declara:

`Porque este es un día de amonestación y no de muchas palabras. Porque yo el Señor no he de ser burlado en los últimos días.’ (D. y C. 63:58.)»

Después, leyó nuevamente lo siguiente de las revelaciones:

«Y clamen al Señor los que hayan sido amonestados por ellos en sus viajes, y mediten en sus corazones por una corta temporada la amonestación recibida . . . he aquí, os envié para testificar y amonestar al pueblo, y le conviene a cada ser que ha sido amonestado, amonestar a su prójimo.» (D. y C. 88:71, 81.)

El élder Packer finalizó su discurso con estas palabras:

«En el esquema del Señor, nos encontramos en la mañana del sábado, último día de labor antes del descanso, y con complacencia nos afanamos en nuestras labores, preocupados con las cosas comunes de la vida. Pero muchos de nosotros tenemos un extraño sentimiento de ansiedad. En estas conferencias oímos al Profeta y a los apóstoles levantando la voz de advertencia, diciendo: `Escapad del valle; venid a las tierras altas, escapad de la inundación del mal y del desastre espiritual.’ Repito que le corresponde a cada persona que haya sido advertida, advertir a su prójimo.»

Así es, mis hermanos y amigos, éste es el principal propósito de las conferencias de área, el de las conferencias generales, el principal de esta conferencia: hacer resonar la voz de advertencia. Vosotros, que habéis oído y habéis sido advertidos, ahora debéis advertir a vuestro prójimo. Si fracasamos en obedecer a las advertencias o en advertir a nuestro prójimo, todos nos perderemos.

En la actualidad, cuando hay tantos que han apartado el corazón y el oído de las palabras del Señor, nos corresponde a todos los que todavía creemos ser más diligentes y fieles, al igual que más ansiosos por proclamar los principios del evangelio de Jesucristo. Os dejo mi testimonio de que Dios vive, de que Jesús es el Cristo y de que ésta es su Iglesia que El dirige mediante su Profeta, Spencer W. Kimball. Vivamos de tal forma que nuestra familia y nuestros seres amados puedan ser salvos de la destrucción que se presenta inevitablemente, a menos que nos volvamos nuevamente hacia Dios y obedezcamos sus mandamientos.

Que todos podamos encontrarnos involucrados en obras de justicia, y con amor y un firme testimonio de la verdad, obedezcamos la voz de advertencia de nuestro Profeta, y nosotros advirtamos también a nuestro prójimo; humildemente lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.

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