C. G. Abril 1976
Principios básicos de los Servicios de Bienestar de la Iglesia
por el presidente Marion G. Romney
de la Primera Presidencia
Hermanos y hermanas, hemos oído hoy una magnífica presentación de la cual podremos beneficiarnos, si seguimos el consejo que se nos ha dado. Quisiera discutir con vosotros dos principios básicos y fundamentales sobre los que se basan los Servicios de Bienestar de la Iglesia, y que jamás debemos olvidar: primero, el amor, amor a Dios y al prójimo; y segundo, el trabajo.
Pero antes de compenetrarme en este tema quisiera decir unas pocas palabras acerca del libre albedrío, o sea, la libertad y el poder de una persona de actuar por sí misma. Después de la vida, este derecho constituye la herencia más preciosa que el hombre posee.
En el Primer Libro de Samuel tenemos un ejemplo muy instructivo de los resultados de tomar decisiones equivocadas. En el primer capítulo leemos que el pueblo de Israel no quería ser gobernado por jueces, sino que pedía un rey. El Profeta les dijo que un rey los haría siervos, pero ellos no le oyeron y persistieron en su demanda de un rey. Esto acongojó a Samuel, mas el Señor le dijo: «Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos» (1 Samuel 8:7).
Entonces, Israel abandonó la forma de gobierno libre que Dios le había dado, logró al fin tener su rey, y pocas décadas más tarde el pueblo fue llevado cautivo hacia la esclavitud. La esclavitud a la que uno se somete por propia elección no es menos esclavitud que la que se nos impone.
Mediante el ejercicio de su propio libre albedrío, Jesús se elevó hasta llegar a ocupar la posición de segundo miembro del Supremo Consejo divino. Lucifer, por su parte, y también en ejercicio de su libre albedrío, descendió a los infiernos.
Quisiera hablar ahora acerca del principio del amor.
En la operación de los Servicios de Bienestar de la Iglesia, el amor debe ser el poder motivante que nos guíe a dar nuestro tiempo, dinero y servicio en beneficio de los demás.
«Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios.
El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor.
En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él.
Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros.» (1 Juan 4:7-9, 11.)
«Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?» ( 1 Juan 3; 17. Cursiva agregada.)
Y Jesús dijo:
«Si me amas, me servirás, y guardarás todos mis mandamientos.
Y, he aquí, te acordarás de los pobres, y mediante un convenio y título que no puede ser revocado, consagrarás lo que puedas darles de tus bienes, para su sostén.
Y al dar de tus bienes a los pobres, lo harás para mí. . .» (D. y C. 42:29-31.) Cuando se le preguntó: «Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?», Mateo dice que el Salvador contestó: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas» (Mateo 22:36-40).
Mateo, Marcos y Lucas relatan este incidente y este último nos dice más aún, refiere que un abogado hizo al Maestro la siguiente pregunta: «¿Y quién es mi prójimo?» (Lucas 10:29). Entonces fue cuando Jesús respondió con su parábola del buen samaritano.
Esta parábola enseña en forma admirable dos de los tres principios sobre los cuales deben funcionar los Servicios de Bienestar de la Iglesia: el libre albedrío y el amor por el prójimo.
Cuando amamos al Señor, nuestro Dios, con todo nuestro corazón, fuerza y mente, amaremos también a nuestros hermanos como a nosotros mismos; y en el ejercicio de nuestro libre albedrío les impartiremos voluntariamente de nuestra sustancia para su mantención.
Por otra parte, el trabajo es tan importante para el éxito de nuestros Servicios de Bienestar como lo son el primero y el segundo grandes mandamientos y la preservación de nuestro libre albedrío.
Siempre debemos mantener presente lo que dijo la Primera Presidencia al anunciar el Programa de Bienestar en octubre de 1936:
«Nuestro propósito primordial fue el de organizar, en tanto como sea posible, un sistema bajo el cual se pueda abolir la maldición de la indolencia y la limosna, a fin de que una vez más puedan ser establecidas entre nuestro pueblo la independencia, la industriosidad, la frugalidad y el autorrespeto. La meta de la Iglesia es ayudar a la gente a que se ayude a sí misma. El trabajo debe ser entronado como un principio fundamental en la vida de los miembros de la Iglesia.» (Conference Report, oct. de 1936, pág. 3)
En su discurso de la conferencia de abril de 1938, el presidente Clark dijo lo siguiente:
«Yo honro y respeto a los ancianos. No podría soportar verles sufrir necesidades ni enfermedades, sin ayudarles en todo lo posible. Ellos merecen todo cuidado, todo acto de bondad y todo el afecto que una comunidad agradecida y una familia devota puedan brindarles.
Los ancianos me inspiran una gran ternura y conozco perfectamente las dificultades que ellos tienen para acomodarse a las necesidades de la vida y la economía moderna.
Debe desarrollarse algún plan por medio del cual nos aseguremos que ninguna persona de edad avanzada sufra por causa del frío, el hambre o la falta de ropa adecuada. Pero la responsabilidad por el cuidado de los ancianos recae primeramente en su propia familia y no en la sociedad; no vivimos en un estado donde los habitantes son meros vasallos, llevados como animales de un corral a otro. Somos libres. En nuestra sociedad la familia continúa ocupando su lugar de importancia, y todavía mantiene sus sagrados deberes y responsabilidades. La familia que rehuse cumplir con sus obligaciones, puede ser tildada de irresponsable. Cuando un anciano no tenga familia o cuando ésta no disponga de los medios necesarios para cuidar de él, entonces la sociedad deberá acudir en su rescate como asunto humanitario. Esto es perfectamente claro.
Completamente contrario a este sabio principio, es el afirmar que toda persona que llega a una edad determinada debe de ahí en adelante ser mantenida en un estado de holgazanería o inactividad. La sociedad no le debe a nadie una vida de ocio, tenga la edad que tenga; no he visto jamás ni una sola línea en las Sagradas Escrituras que reclame ese derecho, ni siquiera que hable bien del mismo. No ha habido sociedad en el pasado que haya sido capaz de soportar a los holgazanes o inactivos y permanecer independiente.» (Conference Report, abril de 1938, págs. l06-107.)
Hoy quiero repetiros que en el futuro, ninguna sociedad será tampoco capaz de hacer eso:
¿Qué ha sucedido durante el tercio de siglo siguiente a la declaración hecha por el presidente Clark?
La integridad familiar ha sido minada hasta los cimientos. Todas las compensaciones gubernamentales relacionadas con el desempleo, la atención médica y el exceso de niños en la familia, así como cientos de otros programas de ayuda a los veteranos de guerra, a los viudos de ambos sexos y demás problemas sociales, se mantienen mediante el pago de pesados impuestos, tanto federales como estatales.
Poco o nada es lo que se habla en estos programas de la obligación que tienen los padres hacia su familia, o de que los recipientes de tales beneficios deben trabajar o llevar a cabo algún tipo de actividad productiva a cambio de lo que reciben.
Primero el Señor, en las revelaciones que dio durante la Restauración, y después los presidentes de la Iglesia, han declarado en forma clara y repetida que nuestros servicios de bienestar deben estar fundamentados en el amor y en el trabajo. El Señor dijo en la revelación que fue registrada en la sección 42 de Doctrinas y Convenios, a la cual se refirió el profeta José como «la ley de la Iglesia»:
«No serás ocioso; porque el ocioso no comerá el pan ni vestirá el vestido del trabajador.» (D. y C. 42:42.)
Más adelante dijo el Señor:
«Y en vista de que se les manda a trabajar, los habitantes de Sión también han de recordar sus labores con toda fidelidad, porque se tendrá al ocioso en memoria ante el Señor.
Ahora yo, el Señor, no estoy bien complacido con los habitantes de Sión, porque hay ociosos entre ellos; y sus hijos también están creciendo en maldad; ni tampoco buscan esmeradamente las riquezas de la eternidad, sino que sus ojos están llenos de avaricia.
Estas cosas no deben ser, y tienen que desecharlas de entre ellos. . .» (D. y C. 68:30-32.)
«He aquí, os digo que es mi voluntad que salgáis y que no os demoréis, ni estéis ociosos, sino que obréis con todas vuestras fuerzas. . .
Y además, de cierto os digo, todo hombre que tiene que mantener a su propia familia, hágalo; obre en la Iglesia, y de ninguna manera perderá su corona.
Sea diligente cada cual en todas las cosas. No habrá lugar en la Iglesia para el ocioso, a no ser que se arrepienta y enmiende sus costumbres.» (D. y C. 75:3, 28-29.)
Con la misma frecuencia con que condenó la holgazanería, el Señor alabó las virtudes del trabajo. El día en que la Iglesia fue organizada, dijo: «Porque, he aquí, bendeciré con grande bendición a todos los que obraren en mi viña . . .» (D. y C. 21:9). Y nueve meses más adelante, declaró:
«Y además, os digo que os doy el mandamiento de que todos los hombres, tanto los élderes, presbíteros y maestros, así como también los miembros, se dediquen con su fuerza, con el trabajo de sus manos, a preparar y acabar las cosas que he mandado.» (D. y C. 38:40.)
Y en la sección 124, versículo 1 12; de las Doctrinas y Convenios, el Señor dice: ` . . . trabaje con sus propias manos para que se gane la confianza de los hombres».
La siguiente es una gran escritura en la cual el Señor les habla tanto a los dadores como a los recibidores.
«¡Ay de vosotros, hombres ricos, que no queréis dar de vuestra sustancia a los pobres! Porque vuestras riquezas corromperán vuestras almas; y ésta será vuestra lamentación en el día de la visitación, juicio e indignación: ¡La siega ha pasado, el verano ha terminado, y mi alma no se ha salvado!
¡Ay de vosotros, los pobres, cuyos corazones no están quebrantados; cuyos espíritus no son contritos, y cuyos vientres no están satisfechos; cuyas manos no se abstienen de echarse sobre los bienes ajenos; cuyos ojos están llenos de codicia; quienes no queréis trabajar con vuestras propias manos!
Pero benditos son los pobres que son puros de corazón, cuyos corazones están quebrantados y cuyos espíritus son contritos, porque verán el reino de Dios que viene en poder y gran gloria para libertarlos; porque la grosura de la tierra será suya.» (D. y C. 56: 16- l8.)
Hay más de cien referencias en las revelaciones con respecto al tema del trabajo; todas ellas están relacionadas con la declaración repetida dos veces, de que el Señor vendrá «. . . para recompensar a cada hombre según sus obras, y a repartirle a cada hombre conforme a la medida con la que él haya repartido a su prójimo» (D. y C. 1:10; véase también 112:34).
Una declaración que hace un buen enfoque de lo que hemos estado hablando aquí y le da real significado, es el artículo «Editorial sobre el trabajo», escrito y publicado por John Taylor en Nauvoo, el 15 de octubre de 1844. Hace poco tuve la oportunidad de leerlo, y creo que se trata de una maravillosa declaración. Fue publicado poco tiempo después del martirio del Profeta, y dice lo siguiente:
«El trabajo es el generador de la riqueza. Fue ordenado por Dios como el medio para ser utilizado por el hombre para lograr su mantención; de aquí su universal condición de gran garantía de la vida. . .
Dios no intentó disminuir a su creación, especialmente la que fue creada a su propia imagen, por medio del trabajo. No; nunca. Dios mismo y de acuerdo con la Biblia, trabajó en la creación de este mundo durante seis días; y cuando Adán recibió la vida al recibir su espíritu, leemos que Dios lo puso en el jardín para que él lo cuidara. Por lo tanto, de acuerdo con las instrucciones de todos los santos varones, tenemos la obligación de honrar al hombre trabajador y despreciar al holgazán. Permitámosles trabajar como hombres, preparándose para la augusta hora en que Babilonia y toda su sabiduría mundana, sus delicadezas e ilusorias modas, caerán con ella para jamás volver a molestar la tierra. ¡Qué gloriosa perspectiva la de que la ebria Babilonia, la gran ciudad del pecado, deje de existir, sobre sus cenizas se eleve el reino de Dios en sagrado esplendor y el pueblo sirva al Señor en unión perpetua!» (Times and Seasons 5:6i9. Octubre 15 de 1844.)
Ahora bien mis hermanos, es necesario que comprendamos que la escritura se encuentra sobre la pared, » y es fiel su interpretación» (Daniel l2:45). Babilonia será destruida y grande será su caída. (Véase D. y C. l: 16.)
Pero no os desconsoléis, porque Sión no será destruida, porque será edificada sobre los principios de amor a Dios y al prójimo, trabajo y labor esforzada, tal cual Dios nos lo ha mandado.
Recordad que la Sión de Enoc fue edificada en un tiempo en que la maldad era tan común en la sociedad como lo es en la actualidad. Entre los que rechazaron la palabra de Dios en aquellos tiempos «. . . hubo guerras y el derrame de sangre entre ellos». Ellos maduraron en la iniquidad que provocó la inundación. «. . . mas el Señor vino y habitó con su pueblo, y moraron en justicia. Y el Señor llamó a su pueblo SION, porque eran uno de corazón y voluntad, y vivían en justicia; y no había pobres entre ellos» (Moisés 7: l6, 18).
A medida que nos preparamos para la edificación de Sión, no debemos abandonar, ni lo haremos, los principios básicos sobre los que se fundamentan los Servicios de Bienestar de nuestra Iglesia: el amor, a Dios y al prójimo, y el trabajo.
Perseveraremos ayudando a la gente a ayudarse a sí misma hasta que eliminemos la maldad de la holgazanería y la limosna y logremos el desarrollo de la independencia, la industria, la frugalidad y el autorrespeto, una vez más entre nuestro pueblo.
Este es mi testimonio que os dejo en el nombre de Jesucristo. Amén.
























