C. G. Abril 1976
«.. sino que eran uno. . .»
por el élder George P. Lee
Del Primer Quórum de los Setenta
Mis queridos hermanos, me siento feliz y emocionado de estar con vosotros otra vez. Nuevamente he sido fortalecido por el espíritu enérgico, vibrante y humilde del presidente Kimball y de todos los que nos han hablado. Nuestro Profeta no es solo un gran líder, sino también un gran hombre, su fe y obras son incomparables. En mi opinión, él es tan grandioso como cualquiera de los profetas que lo han precedido desde los tiempos de Adán, y sé que él es una de las inteligencias «nobles y grandes» a las que el Señor se refirió cuando hablaba con Abraham. (Abraham 3:22.)
En 4 Nefi, versículos 15 y 17, leemos:
«Y ocurrió que no había contenciones en el país, a causa del amor de Dios que moraba en el corazón del pueblo.
No había ladrones, ni asesinos, ni lamanitas… sino que eran uno, hijos de Cristo y herederos del reino de Dios.»
Al contemplaros hoy, no puedo por menos que sentirme conmovido al ver que entre vosotros existe la misma atmósfera de amor y compasión, de unión y amistad, que describe la escritura. Esto es una evidencia del evangelio en acción. Al observar esta audiencia, no veo mejicanos, noruegos, japoneses o polinesios, sino hijos de Dios que me ofrecen una visión de lo que será el cielo.
Al contemplaros, sé que no hay animosidad entre vosotros, porque el amor de Dios mora en vuestro corazón; se nota claramente que os amáis los unos a los otros. Pero permitidme preguntamos, mis hermanos, los que estáis aquí y todos los que me estáis escuchando o leéis mis palabras, ¿qué haréis cuando termine esta conferencia? ¿Tendréis entonces esos mismos sentimientos? ¿Tendréis por los demás el mismo amor y la misma consideración que experimentáis en este momento?
El Señor dijo:
«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.
Este es el primero y grande mandamiento.
Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» (Mat. 22:37-38.)
De todos los mandamientos que hemos recibido de nuestro Padre Celestial, El considera éstos como primero y segundo. Mis hermanos, no podemos vivir uno sin vivir el otro; debemos practicar los dos si deseamos tener un lugar con El en la gloria celestial. En esta Iglesia no hay lugar para la animosidad, el odio ni el prejuicio; tampoco habrá lugar para esos sentimientos en el reino celestial. Otra vez deseo leer en 4 Nefi:
«Y tenían en común todas las cosas; por tanto, no había ricos ni pobres, esclavos ni libres, sino que todos tenían su libertad y participaban del don celestial.» (4 Nefi 3.)
En igual manera, no veo ricos ni pobres entre vosotros. Para mí sois todos iguales, porque todos sois Santos de los Últimos Días y sois ricos espiritualmente. En la audiencia puedo ver personas de todas las clases sociales, sentadas juntas como hermanos que sois. Y si queréis saber cuál será el aspecto del reino celestial, no tenéis más que mirar a vuestro alrededor. Así ha de ser el reino de los cielos.
El Señor nos ha mandado que nos amemos los unos a los otros, que seamos uno en El y que seamos perfectos como El. Pero dejadme preguntamos una vez más: ¿qué haréis cuando regreséis a vuestro hogar? ¿Seréis hermanos de vuestro prójimo y escucharéis los lamentos del pobre, el despojado y el oprimido? El Señor dijo: » . . . en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis» (Mat. 25:40).
La misión de esta Iglesia está centrada en el servicio a los demás. El Señor nos ha instruido para que demos de comer al hambriento, de beber al sediento, vistamos al desnudo y visitemos al enfermo y al que se halla en prisión. Nefi dijo:
«Y ocurrió que en el año treinta y seis se convirtió al Señor toda la gente, sobre toda la faz de la tierra, tanto nefitas como lamanitas; y no había contiendas ni disputas entre ellos, y obraban rectamente unos con otros.» (4 Nefi: 2.)
En la misma manera, vosotros estáis convertidos al Señor y no hay disputas entre vosotros; todos estáis dispuestos a ser justos con vuestro prójimo. Pero ¿cómo actuaréis cuando empecéis nuevamente con vuestra diaria rutina? ¿Seréis justos en vuestras relaciones con el prójimo cuando volváis al mundo? ¿Os mostraréis convertidos a Jesucristo? ¿O estaréis dispuestos a ceder en los principios y normas del evangelio?
«Y no había envidias, ni contiendas, ni tumultos, ni fornicaciones, ni mentiras, ni asesinatos, ni lascivias de ninguna clase; y ciertamente no podía haber pueblo más dichoso entre todos los que habían sido creados por la mano de Dios.» (4 Nefi: 16.)
Este pasaje de escritura describe la maravillosa condición en que vivían mis antepasados del Libro de Mormón; ellos vivieron en paz y felicidad durante 200 años, sin odios ni guerras. ¡Qué hermoso ejemplo de rectitud!
¿Podemos nosotros imitar este ejemplo? Os desafío, mis hermanos. a que entre esta conferencia la de octubre próximo, viváis amándoos los unos a los otros como hijos de Dios, y no como miembros de diferentes razas o culturas.
Cuando somos bautizados y Confirmados miembros de la Iglesia, somos uno con Jesucristo. En otras palabras, nos comprometemos a seguirlo; nuestra actitud, pensamientos y acciones tienen que imitar los de El. Si somos verdaderamente fieles y justos, seremos llamados hijos de Cristo e hijos de Dios, y heredaremos su reino.
Quiero que todos sepáis que amo a mi Padre Celestial, amo al Señor Jesucristo y amo a la gente. Este es uno de mis dones, que amo a la gente; y me siento profundamente agradecido a mi Padre Celestial por este atributo con que me ha bendecido.
Yo sé que Jesucristo vive y que todos nosotros luchamos junto a El en la batalla de la preexistencia. Peleamos a su lado para combatir a Lucifer. Y El nos ha elegido para que nuevamente estemos junto a El hoy, en la lucha contra Satanás, que controla nuestro mundo.
Tengo un testimonio del Libro de Mormón, que contiene la historia de mis antepasados. Sé que José Smith fue realmente un profeta de Dios. Y que el Padre y el Hijo bajaron a la tierra para visitarlo. Esto no es un mito, ni una leyenda, ni un cuento de hadas. Verdaderamente sucedió. Y hoy tenemos entre nosotros un Profeta viviente, el presidente Kimball, a quien amo, sostengo y respeto. En el nombre de Jesucristo. Amén.
























