C. G. Octubre 1976
La familia es Eterna
por el élder David B. Haight
del Consejo de los Doce
Es inspirador participar con la Primera Presidencia en los preparativos para la rápida expansión del evangelio de Jesucristo a cada rincón de la tierra. La obra tendrá éxito, un éxito que nosotros debemos lograr. El Señor ha declarado:
«Aprende de mí . . . y en mí tendrás la paz.
Yo soy Jesucristo; vine por la voluntad del Padre, y su voluntad cumplo.» ( D. y C . 19: 23-24.)
El ha hecho a la humanidad la promesa de que cuantos crean y se bauticen en su Santo Nombre, perseverando con fe hasta el fin, serán salvos. Hoy en día la Iglesia está más eficazmente preparada para alcanzar:.a toda persona, e instarla a que escuche la voz del Señor, porque se ha establecido el convenio sempiterno que es una norma de vida para su pueblo. De éste tienen que salir los mensajeros que preparen la vía delante de El. Los habitantes de la tierra deben recibir el evangelio, a fin de que el reino de Dios siga adelante. El Señor ha dicho:
«Y tú proclamarás gozosas nuevas; sí, decláralo desde las montañas y en todo lugar alto, y entre toda la gente que te sea permitido ver.
…declararás el arrepentimiento y la fe en el Salvador, y la remisión de pecados por el bautismo . . .» (D. y C’. 19:29.31.)
El bautismo es la puerta por la cual todos debemos entrar para lograr el deseo del Señor de llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre.
La primera lección del Manual de la Noche de Hogar que actualmente se usa en todo el mundo, es muy inspiradora. Su título es, «La familia es eterna», y en ella se sugiere que se coloque sobre la mesa algunos artículos, entre los cuales se encuentran un certificado de matrimonio, la fotografía de un templo, una recomendación para entrar al templo (si es posible), y un certificado de bautismo. Después, se debe pedir a los miembros de la familia que expliquen la relación que existe entre esos documentos. Los miembros de la Iglesia saben que todos estos artículos están relacionados con el matrimonio en el templo y la posibilidad de que la familia sea eterna. Hoy quisiera hacer hincapié en uno de esos documentos, el certificado de bautismo.
Para que la familia sea eterna, se requiere que la pareja posea certificados de bautismo, que ambos sean dignos miembros de la Iglesia, y que puedan tener una recomendación para el templo y un certificado de matrimonio que indique que se ha efectuado un matrimonio celestial. ¿Y qué pasa con los millones de hijos de nuestro Padre Celestial que no están bautizados, pero que si lo estuvieran recibirían las bendiciones que les permitieran formar una familia eterna?
Nuestros misioneros tienen creciente éxito en todo el mundo en su intento de llevar almas a las aguas del bautismo. Pero este éxito se podría multiplicar muchas veces, si tuvieran la cooperación entusiasta de todos los miembros de la Iglesia. Lamentablemente, parecería que muchos de éstos fueran recalcitrantes en compartir el evangelio con sus amigos y vecinos. Muchos de nosotros nos sentimos orgullosos al hablar del progreso de la Iglesia o al referirnos a los esfuerzos misionales en todo el mundo, pero quizás nunca hayamos integrado a la Iglesia a un amigo o conocido. Cuando se les pregunta a los ex presidentes de misión en qué forma creen que podría haber más conversos en las misiones, la respuesta es invariable. «Bastaría solamente que los miembros ayudasen en la obra misional, preparando a sus amigos y vecinos para recibir a los misioneros».
¿Es que hemos olvidado nuestra obligación? ¿Fiemos olvidado acaso lo que el Señor mismo dijo?
«He aquí, os envié para testificar y amonestar al pueblo, y le conviene a cada ser que ha sido amonestado, amonestar a su prójimo.
Por tanto, quedan sin excusa . . .» (D. y C. 88:81-82.)
«…os digo que os doy el mandamiento de que todos los hombres, tanto los élderes, presbíteros y maestros, así como también los miembros, se dediquen con su fuerza: …a preparar y acabar las cosas que he mandado.
Y sea vuestra predicación la voz de amonestación, cada hombre a su vecino . . .» (D. y C. 38:40-41.)
Vuestros hijos misioneros están capacitados para predicar el evangelio, para enseñarlo en un modo ordenado e inspirado que se espera conduzca al bautismo. Para un misionero, cada hora de trabajo es preciosa y tiene que ser productiva. ¿Sabéis que los misioneros bautizan una persona por cada mil casas que visitan? Sin embargo, podrían bautizar seiscientas personas de cada mil, si les predicaran en las casas de los miembros. ¡Seiscientos conversos más cuando los miembros participan con convicción!
Hoy más que nunca, hay muchos de estos siervos del Señor en vuestros barrios y ramas, y los misioneros salen al campo misional mejor capacitados, más preparados y con esperanzas y aspiraciones más elevadas. Cada familia que haya aceptado el evangelio, tiene la obligación de compartirlo con su vecino. Podemos interesar a las personas actuando con absoluta naturalidad y demostrándoles nuestro sincero interés. Emily Dickenson escribió: «Nunca sabemos la altura que hemos alcanzado, hasta que se nos pide que nos elevemos; entonces, si somos fieles en el empeño, podemos tocar los cielos» (Familiar quotation’s. por John Bartlett. Little, Brown and Co., 1968, pág. 737). Los que vaciláis en preparar el terreno para que los misioneros puedan enseñar entre vuestros conocidos, os estáis negando ricas bendiciones y no obedecéis el consejo del presidente Kimball cuando dijo:
«Sé que el mensaje `Cada miembro un misionero’, no es nuevo, y hemos hablado mucho sobre ello; pero creo que ha llegado la hora en que debemos poner manos a la obra, cambiar nuestras miras y elevar nuestras metas.» (Seminario para Representantes Regionales, abril de 1974.)
Nefi declaró que «llegaría el día en que todos los hombres serían juzgados según sus obras; sí, según sus obras en el cuerpo temporal, durante los días de su probación» (1 Nefi 15:32).
Hace algunas semanas, un amigo mío trabó conversación con una señora durante un viaje aéreo, contándole sobre la visita que haría a un primo suyo en cuarto grado, con el fin de recoger información sobre sus antepasados; después, le preguntó si quería saber el porqué de ese interés en ascendientes que han fallecido hace ya mucho tiempo; al recibir una respuesta afirmativa, él procedió a explicarle la investigación genealógica y la obra que hacemos en el templo por nuestros antepasados muertos. Le habló también de los tres días que estuvo el Salvador predicando a los espíritus encarcelados y le citó la escritura de 1 Corintios, capítulo 15, versículo 29: «De otro modo, ¿qué harán los que se bautizan por los muertos, si en ninguna manera los muertos resucitan? ¿Por qué, pues, se bautizan por los muertos?».
A su compañera de viaje no se le había ocurrido nunca pensar en estas cosas. Finalmente, él le recordó las palabras que seguramente ella habría oído el día de su boda: «hasta que la muerte os separe», y le explicó que esas palabras sellaban la finalización de su contrato matrimonial. Después le dijo: «Mi esposa murió a principios del mes pasado, pero yo sé que ambos nos pertenecemos para la eternidad porque fuimos unidos por un hombre que posee el Sacerdocio de Dios, o sea la autoridad para ligar en los cielos lo mismo que se liga en la tierra. No sólo nos pertenecemos nosotros dos eternamente, sino que nuestros hijos también son nuestros para siempre».
Poco antes de que el avión aterrizara, le dijo a la señora: «¿Sabe usted por qué nos encontramos hoy? Fue para que usted tuviera la oportunidad de oír hablar del evangelio y pueda así algún día ser sellada en el templo a su esposo, sus hijos y sus progenitores por toda la eternidad, y se conviertan en una familia eterna».
Unos días después, mi amigo le envió a aquella señora una copia del libro «Una obra maravillosa y un prodigio», por el élder LeGrand Richards, incluyendo una tarjeta con su nombre. Pasado algún tiempo, el nombre de la señora llegó a manos de dos misioneras que trabajaban en la misma ciudad donde ella vivía. Después de visitarla, una de ellas escribió:
«La señora de B . . . fue muy amable con nosotras. Sus ojos despidieron un brillo especial cuando nos presentamos. Es evidente que el hermano C . . . plantó una semilla muy buena con su testimonio y su confianza de que él y sus seres amados estarán reunidos después de esta vida. Como misioneras, nos sentimos en paz y seguras de que el Señor apoyará nuestros esfuerzos, porque esta familia estaba preparada.»
¿Recordáis los elementos que cité al principio y que son esenciales para tener una familia eterna? Certificado de bautismo, recomendación para el templo, certificado de matrimonio. Lo primero es el certificado de bautismo. La experiencia que me relató mi amigo muestra cómo, con lo que le dijo a su compañera de viaje, sembró la semilla para que ese certificado de bautismo se hiciera realidad.
«Porque éste es un día de amonestación y no de muchas palabras. Porque yo, el Señor, no he de ser burlado en los últimos días.» (D. y C. 63:58.)
«Y tú proclamarás gozosas nuevas; sí, decláralo desde las montañas y en todo lugar alto, y entre toda la gente . . .
Y lo harás con toda humildad, confiando en mí . . .» (D. y C. 19:29-30.) En enero del año pasado, algunas de nuestras estacas, en un intento por estimular la actividad misional, presentaron un programa sobre la Palabra de Sabiduría e instaron a los miembros para que invitaran a esa reunión a sus amigos y vecinos. Un miembro del sumo consejo estaba seguro de que las personas a quienes él podría invitar, rehusarían y, aunque sentía la obligación de hacerlo, al mismo tiempo desechaba la idea por imposible. Por fin decidió no posponer su cometido por más tiempo y, después de orar para que su intención y sus palabras no fueran mal interpretadas, tomando de la mano a su hija de ocho años, se dirigió a la casa de sus vecinos más cercanos; después que los hicieron pasar y de hablar unos minutos, extendieron a esa familia la invitación para que fueran a escuchar a un Profeta de Dios. Para su sorpresa, la invitación fue aceptada. Después de ese éxito le resultó mucho más fácil a aquel hermano invitar a otros vecinos, conocidos, compañeros de trabajo, etc. Su nuevo valor lo sostuvo y le dio un sentimiento cálido y agradable. Cuando llegó el día de la reunión, más de cuarenta personas respondieron a su invitación y fue necesario que alquilaran un ómnibus especial para transportar a todos. Un tiempo después, la primera familia de vecinos que había sido invitada, aceptó unirse a la Iglesia y, gracias a los esfuerzos de aquel hombre, tiene ahora la posibilidad de convertirse en una familia eterna. Este hermano comentó después:
«Tiemblo al pensar que por mi indecisión en compartir el evangelio con mis vecinos. esta selecta familia hubiese `perdido las bendiciones que le son inherentes. ¡Cómo quisiera ahora que todo -miembro de la Iglesia pudiese pasar por una experiencia semejante!»
Y, ¿por qué creéis que los vecinos se interesaron en la Iglesia? El jefe de la familia dijo:
«Si cualquier otro vecino se hubiese acercado a nosotros, invitándonos a investigar su religión, posiblemente lo hubiéramos rechazado. Pero estábamos desde hacía tiempo impresionados con la familia de este hombre, y con su limpieza y sus acciones. Siempre se han mostrado amigables y sonrientes, su casa está limpia y bien cuidada y la familia es laboriosa y muy unida. En realidad, deseábamos conocerlos mejor y saber algo sobre su Iglesia.»
El Señor ha dicho:
«Porque todos los hombres tienen que arrepentirse y bautizarse . . .
Y por vuestras manos haré una obra maravillosa entre los hijos de los hombres, para convencer a muchos . . . para que vengan al arrepentimiento y al reino de mi Padre.» (D. y C. 18:42, 44.)
Si involucráis a toda vuestra familia, orando todos unidos para alcanzar el éxito, y seleccionáis una familia a la que deseéis traer a la Iglesia, fijando metas y fechas para vuestro cometido, comprometiéndoos a hacer lo que sea adecuado, ayunando y orando, yo os prometo que ellos oirán vuestra prédica.
Este es el día en que la mies está ya madura; echad la hoz. El Señor bendecirá vuestros esfuerzos y seréis testigos del bautismo de vuestros amigos.
Las personas cuya vida toquéis quizás puedan olvidar lo que les habéis dicho, pero jamás olvidarán lo que les habéis hecho sentir.
La familia es una unidad eterna. Lo testifico humildemente en el nombre de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Amén.
























