C. G. Octubre 1976
La formación de uno mismo
por el élder Marvin J. Ashton
del Consejo de los Doce
El saber formarse a uno mismo, modelar nuestro propio yo, es una virtud que induce el orgullo personal y este sentimiento es un gran motivador. El haber sido creados a la imagen de Dios es una bendición acompañada de grandes responsabilidades, y es un digno atributo reconocer quiénes somos y conducirnos de acuerdo con nuestra ascendencia divina.
«¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros santo es.» (1 Cor. 3: 16-17.)
Un orgullo personal apropiado impide que hagamos cosas malas, y una imagen positiva de nosotros mismos nos ayuda a obtenerlo. Generalmente, la cubierta de un libro está diseñada para vender su contenido. A los que dicen: «Lo que está en nuestro interior es lo cuenta, y no nuestro aspecto personal», les respondería: «Estoy de acuerdo. Pero entonces, ¿para qué correr el riesgo de aparentar lo que no se es?». Cuando tratamos de que alguien cambie su apariencia personal, la mejor manera de conseguirlo es apelar cortésmente a su orgullo y amor propio.
A menudo, la imagen de sí mismo depende de la ropa que se use; una apariencia modesta y atractiva contribuye a inspirar un sentimiento de agrado consigo mismo; por otra parte, vestirse en forma extravagante o desvergonzada, puede crear una impresión errónea de nuestra personalidad. La ropa incorrecta puede motivar acciones o actitudes incorrectas, y cometemos una gran injusticia contra nosotros mismos cuando nuestro aspecto no está de acuerdo con lo que somos.
Sería lógico preguntarse: «¿Puedo estar orgulloso de mi aspecto personal? ¿En qué forma me presenta mi ropa?» No podemos buscar mejor ejemplo de la apariencia personal perfecta, que la gloriosa descripción del profeta José Smith cuando dijo: «Vi a dos Personajes, cuyo brillo y gloria no admiten descripción».
Recuerdo a un ama de casa que dijo: «Comencé a fastidiarme cuando mis hijos me preguntaban cada vez que me veían bien peinada y arreglada, `¿Adónde vas, mamá?’. Pero también comprendí que el problema residía en que casi nunca me molestaba en arreglarme cuando estaba en casa. Era natural que los niños se confundieran, en las raras oportunidades en que me veían atractiva sin motivo especial».
Una de las eternas empresas de la vida es aprender a conocernos a nosotros mismos. Quisiera compartir un pensamiento con vosotros:
«La mayoría de las personas nunca alcanzan su potencial completo, porque permanecen como niños desvalidos, abrumadas por un sentimiento de inferioridad. El sentir autoestima no implica que una persona se haya elevado sobre sus defectos y problemas emocionales, sino que se niega a verse inutilizada por ellos, y está determinada a aceptarse como es y tener cada día más control sobre sí misma.»
Es sumamente importante aprender a conocerse, y comprender que Dios ha dado a cada uno determinados dones y talentos, «. . . pues hay muchos dones, y a cada hombre le es dado un don por el Espíritu de Dios. A algunos es dado uno, y a otros otro, para que todos se beneficien por ellos» (D. y C. 46: 11-12).
El conocimiento de nuestros potenciales y limitaciones, ayudará a aumentar nuestra autoestima. También es necesario que recordemos constantemente que somos hijos de Dios, que El nos ama, nos conoce, nos escucha, y que debemos sentirnos orgullosos por tener atributos similares a los suyos. Además, tenemos la obligación de evitar la autocompasión, el prejuicio y la indulgencia de nuestras debilidades.
Es preciso que sintamos el deseo de tener buenas relaciones con todos aquellos que nos rodean, para lo cual son elementales la cortesía, el respeto y la humildad.
Otro aspecto de la formación de uno mismo es la autodisciplina. Los buenos hábitos de salud, la integridad, la tolerancia y el autodominio son ricas posesiones personales, y reflejan ante los demás la forma en que administramos nuestro propio yo. El ser honestos con nosotros mismos, nos permite serlo también con Dios y con las personas con quienes nos relacionamos diariamente.
En todo momento y bajo cualquier condición, necesitamos saber hacia dónde nos dirigimos; y el encontrarnos comprometidos en causas nobles y buscar constantemente el reino de Dios, son las mejores evidencias de que sabemos cómo formar nuestro carácter y aplicamos positivamente nuestros dones personales.
Una de las grandes tragedias de esta vida, es perder o no tener el autorrespeto; por otra parte, éste se edifica con la expresión de los sentimientos, el ejemplo y la cortesía. Cuando tratamos a los demás como si fueran lo que deberían ser, los elevamos a esa categoría. Es indudable que las personas respondemos a la persuasión afectuosa y no a los malos tratos.
Para la imagen que tengamos de nosotros mismos es tan importante la apariencia externa, como el tono de la voz, el lenguaje en que nos expresamos, los buenos modales y el respeto hacia los demás. La buena educación es indispensable para la paz y tranquilidad de nuestras comunidades. La mejor clase de cortesía es la que no trata de ser ostentosa; esta virtud no es una invención de generaciones pasadas, sino un permanente modo de vida. No debe reservarse como algo especial, para ocasiones o personas especiales, sino que debe formar parte de la conducta diaria, ya sea en el hogar, el trabajo o la calle; su ausencia no puede justificarse bajo ninguna circunstancia.
Llegar a tiempo a entrevistas y reuniones es un aspecto importante de la autodisciplina. La puntualidad es un cumplimiento que hacemos a aquellos con quienes nos reunimos y, muchas veces, es la única carta de presentación entre personas que acaban de conocerse. Cuando nos falta el buen juicio para estar a tiempo, también nos faltan la serenidad y el aplomo indispensables para causar una buena impresión.
El que desarrolla paciencia en el trato con sus semejantes es una persona bien disciplinada; es considerada en sus conversaciones y sabe escuchar; no es jactanciosa ni charlatana. Sabio es aquel que habla lo necesario, pero calla mucho de lo que podría decir.
Espero que a partir de hoy podamos vernos con nuevas responsabilidades, una nueva autoestima, un mejor concepto de nosotros mismos y un mayor autorrespeto. Somos hijos de Dios y poseemos los atributos que El nos ha dado; tenemos la oportunidad y la obligación de ser buenos líderes. Si lo hacemos, serviremos mejor en el reino de Dios y comprenderemos más claramente la declaración del presidente Lorenzo Snow: «Como el hombre es ahora, Dios fue; y como Dios es ahora, el hombre puede llegar a ser». En esto se basa la formación de uno mismo.
Os dejo mis palabras y mi testimonio en el nombre de Aquel que fue el ejemplo perfecto, nuestro Señor Jesucristo, Amén.
























