C. G. Abril 1977
José el Vidente
élder Gordon B. Hinckley
del Consejo de los Doce
Nos ha complacido leer en publicaciones recientes y ver en la televisión las buenas cosas que algunos han dicho de nuestra Iglesia. Por ejemplo, el mes pasado, una revista de mucha circulación habló sobre la manera de vivir de los mormones, el sistema que se opone al tabaco, alcohol, té y café, y que enseña el desarrollo de la aptitud física. También una red de televisión difundió profusamente un reportaje sobre nuestro programa genealógico.
Además ha habido otras informaciones positivas sobre la organización de la Iglesia, nuestro Plan de Bienestar y el programa familiar de la noche de hogar. Pero en ninguno de esos programas o artículos se ve ni se oye ninguna referencia al origen o la razón de este sistema de vida. Por otra parte, algunas recientes publicaciones declaran que no hay nada de divino en el establecimiento de la Iglesia, sino que su organización ha sido una simple reacción a las condiciones sociales de los tiempos.
Una vez un conocido mío me dijo: «Yo admiro mucho su Iglesia. Y creo que podría aceptar todo lo que enseña… excepto a José Smith». A eso yo le respondí: “Lo que usted dice es una contradicción: si acepta la revelación, tiene que aceptar el revelador».
Para mí es un misterio constante cómo algunas personas hablan con admiración de la Iglesia, y al mismo tiempo desdeñan al hombre, al siervo del Señor, por medio de quien se originó todo lo que la Iglesia es, todo lo que enseña, y todos los principios que defiende. Hay quienes toman la fruta del árbol al mismo tiempo que cortan la raíz que le ha dado vida.
El código mormón de salud, tan elogiado en esta época de investigaciones científicas sobre el cáncer y las enfermedades del corazón, es en realidad una revelación de Dios a José Smith en 1833, a la cual se llamó Palabra de Sabiduría. De ninguna manera podía haber salido de los panfletos médicos de ese tiempo, ni tampoco de la mente del hombre que la proclamó. Hoy, desde el punto de vista de la investigación científica, La Palabra de Sabiduría es un milagro que ha salvado a miles de personas de mucho sufrimiento y de una muerte prematura.
La genealogía se está popularizando como pasatiempo, a consecuencia de un famoso libro publicado hace poco.* En todo el mundo, miles de ojos se han dirigido a lo que se describe como el tesoro mormón de datos genealógicos. Pero este gran programa de la Iglesia no es consecuencia de un pasatiempo, sino de las enseñanzas de José Smith, el Profeta Mormón, quien explicó que no podemos salvarnos sin nuestros antepasados, aquellos que no conocieron el evangelio y por lo tanto no pudieron llenar sus requisitos ni participar de las oportunidades que nos ofrece.
La admirable organización de la Iglesia, que llama la atención de muchas personas, fue creada por él, quien fue dirigido por revelación, y jamás se considera siquiera ninguna modificación de la misma, sin consultar cuidadosamente las revelaciones del Profeta.
Aun el Plan de Bienestar que muchas personas creen es de origen reciente, está basado y se dirige de acuerdo con principios enseñados por José Smith en los primeros años de la Iglesia, En la misma forma el programa familiar de la noche de hogar, no es más que una extensión de las revelaciones sobre la responsabilidad que tienen los padres de criar a sus hijos en «luz y verdad».
No hace mucho, durante un viaje en avión, me puse a conversar con un joven que estaba sentado a mi lado; hablamos de una y otra cosa y, finalmente, llegamos al tema de la religión. El me dijo que había leído mucho sobre los mormones y que admiraba muchas de las normas que practican, pero que tenía ciertos prejuicios sobre el origen de la Iglesia y particularmente sobre José Smith. Este joven era miembro activo de otra iglesia, y cuando le pregunté donde había obtenido la información que tenía sobre nosotros, me respondió que la había leído en publicaciones de su iglesia. Al oír esto, le pregunté en qué compañía trabajaba. Con gran satisfacción me dijo que representaba la compañía IBM. Entonces le pregunté si creía justo que sus clientes obtuvieran información sobre los productos de la IBM de parte de agentes de otra compañía competidora. Con una sonrisa replicó «Ya entiendo lo que usted está tratando de hacerme ver». En ese momento saqué de mi maletín el libro de Doctrinas y Convenios y le leí las palabras del Señor que recibimos por medio de José Smith, palabras que son la base de lo que se practica en esta Iglesia que algunos admiran, al mismo tiempo que desdeñan al hombre que fue instrumento para su existencia. Antes de despedirnos él aceptó leer la literatura que yo prometí enviarle. También le prometí que si lo estudiaba con oración conocería la verdad, no sólo de la doctrina y las prácticas, sino también del hombre por medio de quien éstas fueron introducidas al mundo en- estos últimos días. En seguida le di mi testimonio del llamamiento profético de José Smith.
Nosotros no adoramos a José Smith. Adoramos a Dios, nuestro Padre Eterno y a Jesucristo, el Señor resucitado. Pero lo reconocemos, lo anunciamos y lo respetamos como un instrumento en las manos del Todopoderoso para restaurar a la tierra las verdades del evangelio junto con el sacerdocio, por medio del cual se dirige a la Iglesia y se bendice a su pueblo.
La historia de José Smith es la historia de un milagro. Nació en la pobreza y creció en la adversidad; fue perseguido, acusado en falso y encarcelado ilegalmente; fue asesinado a los treinta y ocho años de edad. Sin embargo, en el corto período de sus últimos veinte años, logró lo que nadie ha logrado en una vida completa: tradujo y publicó el Libro de Mormón, un libro de quinientas veintidós páginas que se ha vuelto a traducir a muchos otros idiomas, y que millones de personas aceptan hoy como la palabra de Dios. Las revelaciones que recibió y otros escritos que produjo, también son aceptados como escritura. El total de esas páginas equivale a casi todo el Antiguo Testamento de la Biblia. Y todo esto lo recibimos por medio de un solo hombre, en unos pocos años; al mismo tiempo estableció una organización que durante casi un si lo y medio ha resistido toda adversidad y desafío, y es tan eficaz gobernando hoy a más de tres millones y medio de personas, como lo fue hace ciento cuarenta años para dirigir a unas tres mil almas. Hay quienes dudan y tratan de explicar esta extraordinaria organización como un producto de la época en que vivió José Smith. Pero la Iglesia era tan peculiar, tan única y tan notable entonces como lo es hoy. No fue un producto de su tiempo, sino que vino como revelación de Dios.
José Smith enseñó que la existencia inmortal del hombre se extiende eternamente, desde antes de nacer hasta después de morir. Enseñó que la salvación es universal, es decir, que todos gozarán de la resurrección por medio de la expiación del Salvador; pero, aparte este don, se nos requiere obediencia al evangelio y se nos promete a cambio felicidad en esta vida, y exaltación en la vida venidera.
El evangelio que José Smith nos dio a conocer, no se aplica solamente a los de su tiempo o a generaciones futuras. Su mente, dirigida por el Dios eterno, abarcó todas las generaciones de la humanidad. Tanto los vivos como los muertos deben tener la oportunidad de participar de las ordenanzas del evangelio.
El apóstol Pedro dijo:
«Porque por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne según los hombres, pero vivan en espíritu según Dios.» (1 Pedro 4:6.)
Por los muertos debe hacerse trabajo vicario para que sean juzgados según los hombres en la carne; y para hacer esto deben ser identificados-a eso se debe el inmenso programa genealógico de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. El programa no se organizó como pasatiempo, sino para lograr los eternos propósitos de Dios.
En esos veinte años antes de su muerte, José Smith inició un programa misional para llevar el evangelio a todas las naciones de la tierra. Me maravilla el arrojo de su iniciativa. Aun en la infancia de la Iglesia, en tiempos de negra adversidad, fueron llamados hombres que dejaron hogar y familia, y cruzaron los mares para proclamar la restauración del Evangelio de Jesucristo. Sus ideas, su visión del futuro, abarcaban toda la tierra.
En esta asamblea hoy, hay gente de Norte, Centro y Sudamérica, de Inglaterra y de África; de los países de Europa y de las islas del Pacífico, así como del continente asiático. Vosotros, los que habéis venido de todas partes, sois el fruto de la visión de José Smith, el Profeta de Dios. En verdad, el fue un vidente que vio este día y también el gran futuro por venir, cuando avance la obra del Señor hasta cubrir el mundo.
Este fruto magnífico asombraría a aquellos hombres enmascarados que cobardemente atacaron y mataron a José Smith en aquel día de junio de 1844. Asombraría también al gobernador del Estado de Illinois, que había prometido proteger al Profeta, y después lo abandonó a las manos de un populacho sanguinario. Fue ese mismo gobernador quien después escribió en su «History» que José Smith, «nunca habría tenido éxito en establecer un sistema que tuviera permanencia en el futuro». Este gobernador yace enterrado en una sección alejada de un cementerio de Illinois, casi olvidado, mientras que el nombre a quien él consideraba un fracasado, es recordado con gratitud en toda la tierra.
Cuando yo tenía doce años, mi padre me llevó a una reunión de sacerdocio en nuestra estaca. Yo me senté atrás, pero él, como presidente de la estaca, se sentó en el frente. Al comenzar la reunión-la primera de éstas a la que yo asistía como cuatrocientos hombres se pusieron de pie. Eran todos hombres de diferentes ambientes y de diversas ocupaciones, pero cada uno tenía en su corazón la misma convicción que los hizo cantar:
Al gran Profeta, rindamos honores,
Fue ordenado por Cristo Jesús;
A restaurar la verdad a los hombres,
y entregar a los pueblos la luz.
Al escuchar a esos hombres, sentí algo extraño dentro de mí. El Santo Espíritu depositó en mi tierno corazón, la convicción de que José Smith era en verdad un Profeta del Todopoderoso. En los muchos años que han pasado, años de leer su obra y sus escritos, esa convicción ha crecido en fuerza y certidumbre, y he tenido el privilegio de testificar en este país de costa a costa, y en los otros continentes de Sur a Norte, y de Este a Oeste, que José Smith fue y es un Profeta de Dios, un poderoso testigo y siervo del Señor Jesucristo.
Grande su gloria, su nombre eterno,
Siempre jamás él las llaves tendrá
Justo y fiel entrará en su reino,
Entre profetas, nombrado será.
Este testimonio os confirmo hoy, como también afirmo que quien preside en esta conferencia es el sucesor legal de aquel de quien he hablado. Sé esto y lo testifico en el nombre de Jesucristo. Amén
























