Conferencia General Octubre 1977
Confianza en el Señor
por el presidente Marion G. Romney
de la Primera Presidencia
El tema que he elegido para este discurso es: «Confianza en el Señor».
Confío que lo que diga sea apropiado para todos los poseedores del Sacerdocio. Sin embargo, quisiera dirigirme especialmente a vosotros, jóvenes del Sacerdocio Aarónico. Espero que cuando esta conferencia termine, cada uno de vosotros pueda recordar lo que dije sobre este tema, y que vuestra determinación a confiar en El se vea fortalecida.
La exhortación de que debemos confiar en El es a menudo repetida por el Señor mismo.
Diez meses antes de que la Iglesia fuera organizada, El le dijo a Hyrum Smith, por medio del profeta José:
«Porque, he aquí, soy yo el que hablo; soy la luz que brilla en las tinieblas, y por mi poder te doy estas palabras.
Y ahora, de cierto, de cierto te digo: Pon tu confianza en ese Espíritu que induce a hacer lo bueno, sí, a obrar justamente, a andar humildemente, a juzgar en rectitud; esto es mi Espíritu.
De cierto, de cierto, te digo: Te daré mi Espíritu el cual iluminará tu mente y llenará tu alma de gozo.» (D. y C. 11: 11-13.)
Dos años después, hablando al obispo Newel K. Whitney, le dijo:
«Confíe él en mí, y no será confundido; y ni uno de sus cabellos caerá a tierra inadvertido.» (D. y C. 84:116.)
En 1841, cuando uno de los hermanos se mostraba preocupado acerca de la salud de sus hijos a causa de una epidemia entre la gente de Nauvoo, el Señor dijo:
«Por tanto, confíe me siervo Guillermo en mí, y cese de temer en cuanto a su familia por causa de la enfermedad que hay en la tierra. Si me amáis, guardad mis mandamientos; y la enfermedad de la tierra redundará en gloria para vosotros.» (D. y C. 124-87.)
Al consolar a su pueblo que había sido expulsado al desierto por el rey Noé, Alma les explicó que aun cuando «el Señor sabe que es oportuno castigar a su pueblo; sí, él prueba su paciencia, y su fe. Sin embargo, quien pone su confianza en El, será exaltado en el postrer día» (Mosíah 23:21-22).
Una de las evidencias más dramáticas registradas en las Escrituras, y que da evidencia de que la confianza en el Señor brinda su recompensa, es la derrota sufrida por el gigante Goliat a manos del joven David. La gran confianza del muchacho le permitió lograr la grandiosa victoria.
Recordaréis que los filisteos y el pueblo de Israel se encontraban en guerra.
«Los filisteos juntaron sus ejércitos para la guerra…
… estaban sobre un monte a un lado, e Israel estaba sobre otro monte al otro lado, y el valle entre ellos.
Salió entonces del campamento de los filisteos un paladín, el cual se llamaba Goliat, de Gat, y tenía de altura seis codos y un palmo» (aproximadamente tres metros).
«Y tenía un casco de bronce en su cabeza, y llevaba una cota de malla», que pesaba aproximadamente 70 kilos. (1 Sam. 17:1, 3, 5.)
«Además, llevaba consigo un escudo de bronce a su espalda, un pesado protector de metal en sus piernas y un casco de bronce en su cabeza. Llevaba en su mano una pesada espada de metal, que pesaba más de ocho kilos.» (The fourth Thousand Years, por W. Cleon Skousen, pág. 19.)
Este corpulento hombre gritaba a los ejércitos de Saúl:
«Escoged de entre vosotros a un hombre que venga contra mí.
Si él pudiere pelear conmigo, y me venciere, nosotros seremos vuestros siervos; y si yo pudiere más que él, y lo venciere, vosotros seréis nuestros siervos, y nos serviréis.
Y añadió el filisteo: Hoy yo he desafiado al campamento de Israel; dadme un hombre que pelee conmigo.
Oyendo Saúl y todo Israel estas palabras del filisteo, se turbaron y tuvieron gran miedo.»
Goliat lanzó este desafío durante cuarenta días, mañana y noche.
«Y todos los varones de Israel, que veían aquel hombre, huían de su presencia, y tenían gran temor.» (1 Sam. 17:811, 24.)
Mientras esto acontecía, David llegó al campamento con un mensaje de su padre para sus hermanos mayores, que servían en los ejércitos del rey Saúl. Cuando escuchó el desafío de Goliat, «habló David a los que estaban junto a él diciendo: Porque ¿quién es este filisteo incircunciso, para que provoque a los escuadrones del Dios viviente?»
Cuando el rey Saúl escuchó lo que había dicho David mandó a buscarlo:
«Y dijo David a Saúl: No desmaye el corazón de ninguno a causa de él; tu siervo irá y peleará contra este filisteo.
Dijo Saúl a David: No podrás tú ir, contra aquel filisteo, para pelear con él; porque tú eres muchacho, y él un hombre de guerra desde su juventud.
David respondió a Saúl: Tu siervo era pastor de las ovejas de su padre; y cuando venta un león, o un oso, y tomaba a algún cordero de la manada,
salía yo tras él, y lo hería, y lo libraba de su boca; y si se levantaba contra mí, yo le echaba mano de la quijada, y lo hería y lo mataba.
Fuese león, fuese oso, tu siervo lo mataba; y este filisteo incircunciso será como uno de ellos, porque ha provocado al ejército del Dios viviente.
Añadió David: Jehová, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, El también me librará de la mano de este filisteo. Y dijo Saúl a David: Ve, y Jehová esté contigo. (1 Sam. 17:26, 32-37.)
Saúl entonces armó a David con su propio escudo. Pero era demasiado pesado para David, que no estaba acostumbrado a dicha protección y se lo quitó.
«Y tomó su cayado en su mano, y él cogió cinco piedras lisas del arroyo, y las puso en saco pastoril, en el zurrón que traía, y tomó su honda en su mano, y fue hacia el filisteo.
Y el filisteo venía andando y acercándose a David, y su escudero delante de él.
Y cuando el filisteo miró y vio a David, le tuvo en poco; porque era muchacho, y rubio, y de hermoso parecer.
Y dijo el filisteo a David: ¿Soy yo perro, para que vengas a mí con palos?
Dijo luego el filisteo a David: Ven a mí, y daré tu carne a las aves del cielo y a las bestias del campo.
Entonces dijo David al filisteo: Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado.
Jehová te entregará hoy en mi mano, y yo te venceré, y te cortaré la cabeza, y daré hoy los cuerpos de los filisteos a las aves del cielo y las bestias de la tierra; y toda la tierra sabrá que hay Dios en Israel.
Y sabrá toda esta congregación que Jehová no salva con espada y con lanza; porque de Jehová es la batalla, y El os entregará en nuestras manos.
Y aconteció que cuando el filisteo se levantó y echó a andar para ir al encuentro de David, David se dio prisa, y corrió a la línea de batalla contra el filisteo.
Y metiendo David su mano en la bola tomó de allí una piedra, y la tiró con la ronda, e hirió al filisteo en la frente; y la piedra quedó clavada en la frente, y cayó obre su rostro en tierra.
Así venció David al filisteo con honda piedra; e hirió al filisteo y lo mató, sin tener David espada en su mano.» (1 Sam. 17:40-50.)
La razón porque David logró esta victoria fue que confió en el Señor y fue guiado por El. Al ocurrir aquello, los filisteos se aterrorizaron, y hubo una gran victoria para los ejércitos de Israel aquel día.
Otra demostración admirable de cómo Señor apoya a aquellos que confían en él, se encuentra en el informe de Helamán a Moroni sobre los que él llamaba sus dos mil hijos. Estos jóvenes eran los hijos de los amonitas (que eran lamanitas convertidos); sus padres habían hecho pacto de no ir nuevamente a la guerra. pero los jóvenes no tenían edad suficiente para hacer el pacto, y, por lo tanto, no estaban comprometidos por la palabra de sus padres; así que se ofrecieron como voluntarios para ayudar a los nefitas contra, la invasión de los lamanitas.
Cuando el ejército nefita fue amenazado por el gran poderío de los lamanitas, Helamán dijo a estos jóvenes: ¿Cuál es vuestro parecer, hijos míos? ¿Queréis ir a combatirlos?»
Y ellos respondieron: «Padre, he aquí, nuestro Dios nos acompaña y no nos dejará caer; así pues, avancemos…
Hasta entonces nunca se habían batido, no obstante, no temían la muerte; y estimaban más la libertad de sus padres que sus propias vidas; sí, sus madres les habían enseñando que si no dudaban, Dios los libraría.
Y me repitieron las palabras de sus madres, diciendo: No dudamos que nuestras madres lo sabían.
Y aconteció entonces… que envolvimos a los lamanitas y los matamos; sí, al grado de que se vieron obligados a entregar sus armas y rendirse como prisioneros de guerra.
Y aconteció que cuando se nos rindieron, he aquí, conté a aquellos jóvenes que habían combatido conmigo…
Pero he aquí, con la mayor alegría hallé que ni una sola alma había perecido: sí, y se habían batido como con la fuerza de Dios… nunca se había visto a hombres pelear con tan milagrosa fuerza… (Alma 56:44, 46-48, 54-56.)
A continuación de una batalla posterior, Helamán escribió:
… mi pequeño cuerpo… se mantuvieron firmes ante los lamanitas…
Sí, obedecieron y procuraron cumplir con exactitud toda orden; sí, y les fue hecho según su fe…
Y aconteció que doscientos, de mis dos mil sesenta, se habían desmayado por la pérdida de sangre. Sin embargo, mediante la bondad de Dios, y con la mayor admiración, tanto por parte de nosotros como de nuestros enemigos, vimos que ni uno solo de ellos había perecido…
Y su preservación llenó de asombro a todo nuestro ejército; sí, de que ellos hubiesen sido protegidos cuando un millar de nuestros hermanos habían perecido. Y justamente lo atribuimos al milagroso poder de Dios, por motivo de su extraordinaria fe en lo que se les había enseñado a creer: que había un Dios justo ‘ y que todo aquel que no dudara, sería conservado por su maravilloso poder.
Esta, pues, es la fe de aquellos de que he hablado; son jóvenes, y sus corazones son firmes, y su confianza está puesta en Dios constantemente.» (Alma 57:19, 21:25-27.)
El presidente Heber J. Grant nos cuenta de un tipo distinto de recompensa que se recibe al poner la confianza en el Señor. Cuando era apenas un joven, en una reunión de ayuno y testimonio que en aquel entonces se celebraba los jueves, escuchó a su obispo, formular un ferviente pedido de donativos. En aquel entonces el presidente Grant tenía en el bolsillo cincuenta dólares que pensaba depositar en el banco. Pero tal fue la impresión que le causó el pedido de su obispo que le ofreció sus cincuenta dólares. El obispo tomó tan sólo cinco y le devolvió el resto, diciéndole que aquello constituía su completa contribución. El presidente Grant le respondió: «Obispo Woolley, ¿con qué derecho me priva usted de tener al Señor como mi deudor? ¿Acaso no predicó usted hoy aquí que El recompensa abundantemente? Mi madre es viuda y necesita doscientos dólares…… Hijo mío, le dijo el obispo, «¿crees acaso que si yo acepto esos cuarenta y cinco dólares restantes tú recibirás antes los doscientos que necesitas?» «Por cierto que sí”, contestó el presidente Grant.
Ante esta muestra de confianza en el Señor, el obispo no pudo resistirse y aceptó los cuarenta y cinco dólares restantes.
El presidente Grant testificó después que en camino al trabajo de regreso de la reunión, «iluminó» su mente una idea que, llevada a la práctica le ayudó a ganar más de doscientos dólares. Refiriéndose a este incidente años más tarde, dijo:
«Algunos podrían decir que aquello me hubiera sucedido de cualquier forma; yo no lo creo. No creo que hubiera tenido la idea. Soy un firme creyente de que Dios abre las ventanas de los cielos cuando cumplimos con nuestro deber financiero, y nos colma de bendiciones de naturaleza espiritual, de un valor mucho más grande que las temporales. Pero creo que nos da también bendiciones de naturaleza temporal.» (Improvement Era, 42:457.)
En el seminario para presidentes de misión que hubo en junio del año pasado, el élder Thomas S. Monson habló de la gran fe y confianza que tuvo en el Señor, Randall Ellsworth, un misionero: «Estuvo a punto de perecer a causa del devastador terremoto en Guatemala, permaneciendo apretado por una viga creo que durante doce horas, tras lo cual se le halló totalmente paralizado de la cintura para abajo. Los riñones no le funcionaban, y no había esperanza de que volviera a caminar.
Se le trasladó de inmediato a Maryland, donde fue entrevistado en el hospital por un reportero de televisión. Este le dijo: ‘Los doctores dicen que no podrá volver a caminar. ¿Qué opina usted élder Ellsworth?’ El élder respondió- ‘No solamente volveré a caminar, sino que tengo 1 un llamamiento de un Profeta para servir como misionero en Guatemala, y volveré a Guatemala para finalizar esa misión…’
El élder Ellsworth hacía el doble de los ejercicios que los médicos le habían prescrito. Ejerció su fe, recibió una bendición del Sacerdocio y su recuperación fue milagrosa. Dejó asombrados a los médicos y a los especialistas. Comenzó a ponerse de pie; más tarde logró caminar con muletas, y luego los doctores le dijeron: ‘Puede volver al campo misional si la Iglesia así se lo permite.’ Así es que lo enviamos nuevamente a Guatemala. Regresó a la tierra a la cual había sido llamado, al pueblo al que amaba profundamente.
Al llegar allá caminó, cumpliendo con, sus actividades a la par de cualquier otro misionero, con un bastón en cada mano. El presidente de misión le dijo un día: ‘Élder Ellsworth, con la fe que usted tiene, ¿por qué no tira esos bastones y camina solo?’ Y el élder le respondió: ‘Si usted tiene esa clase de fe en mí, así lo haré’. Y así fue que soltó los dos bastones y nunca tuvo que volver a utilizarlos.»
Hermanos, particularmente aquellos de vosotros que sois jóvenes, os doy mi testimonio de que sé que el Señor recompensa a aquellos que en El ponen su confianza. Que podáis aprender esto mientras sois jóvenes y practicarlo durante vuestra vida, a fin de que podáis también vosotros testificar de ello. En -el nombre de Jesucristo. Amén.
























