C. G. Octubre 1977
El privilegio de ser misionero
Élder Adney Y. Kamatsu
del Primer Quórum de los Setenta
Mis queridos hermanos y amigos, estoy muy agradecido por la oportunidad de compartir mi testimonio de la veracidad del Evangelio de Jesucristo.
«Al salir El para seguir su camino, vino uno corriendo, e hincando la rodilla delante de El, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?
Y Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios.
Los mandamientos sabes: No adulteres. No mates. No hurtes. No digas falso testimonio. No defraudes. Honra a tu padre y a tu madre.
El entonces, respondiendo, le dijo: Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud.
Entonces Jesús, mirándole, le amó, y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz.
Pero él, afligido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones.» (Marcos 10: 17-22.)
La ley de sacrificio es una doctrina fundamental del Evangelio de Jesucristo y ayuda a desarrollar la fe, el amor y muchas otras virtudes. Fueron predichas muchas bendiciones relacionadas con la obediencia a la eterna ley del sacrificio.
Siempre se ha requerido sacrificio a los misioneros. Brigham Young dijo:
«En 1839 fui enviado a Inglaterra conjuntamente con algunos de los Doce. Salimos sin bolsa ni alforja, la mayoría de mis compañeros estaban enfermos y los que no lo estaban al comenzar el viaje, se enfermaron cuando íbamos hacia Ohio. El hermano Taylor, que estaba para morir, quedó en el camino al cuidado de una persona; pero, felizmente no murió. Por mi parte, yo no podía caminar, por lo que alguien tuvo que ayudarme para llegar hasta la embarcación que me llevara al otro lado del río. Esta era nuestra situación. No tenía ni siquiera un sobretodo, de manera que tomé el pequeño acolchado de una cama, el cual me sirvió como abrigo mientras viajaba hacia el estado de Nueva York donde me dieron un sobretodo liviano. Entonces fuimos a Inglaterra, un país desconocido donde vivíamos entre extraños.» (Missionary Experiences, por Preston Nibley, pág. 90.)
Hoy, la obra misional y los sacrificios: son algo diferentes. Pero la Iglesia continúa amonestándonos a que seamos misioneros y demos a amigos, vecinos, y personas en el mundo, la oportunidad de gozar de las bendiciones del Señor.
Es un privilegio trabajar con misioneros regulares y sus presidentes de misión, escuchar sus testimonios, sentir sus maravillosos espíritus y ver su dedicación a la obra.
El Señor no ha limitado solamente a unos pocos la oportunidad de servir como misioneros, sino que este privilegio está a disposición de todos aquellos que siguen Sus pasos. Jesús dijo a sus discípulos:
«Si alguno quiere venir en Pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.
Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará.» (Mateo 16:24-25.)
La expresión negarse a sí mimo, implica sacrificio o renunciar a nuestros deseos personales por la felicidad de otros. Muchas veces escuchamos decir que un misionero sacrifica dos años de su vida para servir al Señor. Al principio puede ser que piense que es un sacrificio, especialmente cuando el trabajo se dificulta y hay muchas desilusiones, pero tan pronto como el misionero aprende a guardar los mandamientos del Señor, se niega a sí mismo como amonestó el Salvador a sus discípulos, sacrifica sus propios deseos por los de otros para edificar el reino de Dios y se entrega a la obra, entonces, encontrará la verdadera felicidad en la misión.
Con cada sacrificio se fortalece su testimonio, porque sacrificar es obedecer y amar al prójimo. La obra misional no es fácil y requiere una rigurosa disciplina personal y la negación de sí mismo en muchas cosas.
Recientemente un presidente de misión me pidió que aconsejara a un joven misionero que tuvo dificultades en adaptarse a la vida misional. Después de conversar con éste por un rato, discutimos el principio enseñado por el rey Benjamín, el gran Profeta del Libro de Mormón que dijo:
«Porque el hombre natural es enemigo de Dios, y lo ha sido desde la caída de Adán, y lo será para siempre jamás, a menos que se someta al influjo del Espíritu Santo, se despoje del hombre natural, y se haga santo por la expiación de Cristo el Señor, y se vuelva como un niño: sumiso, manso, humilde, paciente, lleno de amor y dispuesto a someterse a cuanto el Señor juzgue conveniente imponer sobre él, así como un niño se sujeta a su padre.» (Mosíah 3:19.)
Yo le aseguré a este misionero que si se guiaba por la influencia del Espíritu Santo y se sometía a todas las pruebas que el Señor le mandara y le servía con humildad, paciencia y amor, no sólo hasta el fin de la misión, sino durante toda su vida, El lo bendeciría.
Este joven misionero se dedicó nuevamente al Señor y hoy goza llevando felicidad a otros, a través de su trabajo misional.
Hermanos, yo sé sin ninguna duda que si buscamos al Señor y su Espíritu, seremos guiados y dirigidos en todo lo que hagamos en la Iglesia.
Me gustaría compartir con vosotros la letra de una canción escrita por un misionero mientras servía en Japón hace unos años.
No conozco algo mejor
Que ser un misionero,
Aunque tenga que afanarme,
Trabajar y preocuparme el día entero;
Sólo para oír confesar a una persona
Diciendo que sabe
Que el evangelio es verdadero.
Recién llegado,
Pensé realmente que era un sacrificio, Dejar atrás mi hogar amado
Y mis seres queridos;
Pero ahora sé que no hay tal sacrificio
Sino que es un gran privilegio
El que he tenido.
Los misioneros son maravillosos y llevan consigo un gran espíritu de entusiasmo, porque están listos para obedecer los mandamientos del Señor y sacrificarse, con amor en su corazón. Si queréis imitar a un misionero, deberéis obedecer, sacrificaros y amar a vuestro prójimo.
Y en qué mejor forma podríamos hacer esto, sino siendo misioneros todos los días de nuestra vida, y bendiciendo a nuestros seres queridos, familiares, amigos y vecinos. El hogar es el mejor lugar para practicar este principio y expresar amor y aprecio mutuos. Hay muchas maneras en que podemos sacrificarnos en el hogar y mostrar amor por nuestra familia, ayudando en los trabajos domésticos y actividades familiares. Si estamos edificando un hogar eterno cada miembro de la familia debe olvidarse de sí mismo. Por medio del sacrificio y la unión familiar se pueden lograr muchas cosas: se pueden construir templos, se fortalecen los hogares, y se cimentan los caracteres fuertes.
Y para terminar quisiera citar de las enseñanzas del apóstol Pablo a los Hebreos, al hablar del sacrificio del Salvador, su obediencia y sufrimiento:
“Y aunque era hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia;
Y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen.» (Hebreos 5:8-9.)
Sé que si practicamos diariamente estos principios de sacrificio, y para ayudar a otros a ser felices, pasamos por alto nuestros deseos personales, podremos recibir el Espíritu Santo y ganar la salvación eterna.
Os doy mi humilde testimonio de que yo sé que Dios vive y que Jesús es el Cristo, el Salvador de la humanidad. Sé que José Smith fue llamado y ordenado para restaurar el Evangelio de Jesucristo en estos últimos días, que el presidente Spencer W. Kimball es en la actualidad un Profeta del Señor y administra las necesidades de la Iglesia en todo el mundo. En el nombre de Jesucristo. Amén.
























