Conferencia General Octubre 1977
El servicio obra Salvación
por el élder A. Theodore Tuttle
de la Presidencia del Primer Quórum de los Setenta
La última vez que yo hablé desde Leste púlpito, describí una necesidad especial de ayudar a misioneros locales en algunas de las misiones sudamericanas. En la mayoría de esos países el promedio de ingreso anual es menos del diez por ciento de lo que es acá en este país. Expliqué que esos jóvenes ya habían sacrificado mucho, y que necesitarían ayuda financiera adicional de los que pudiéramos fácilmente compartir. En realidad no solicité fondos; sólo describí una necesidad.
Esta es mi primera oportunidad de expresar mi agradecimiento a tantas personas que han ayudado a esos misioneros. . . aun cuando nadie les pidió que lo hicieran. . . ¡No puedo imaginar qué hubiera sucedido si realmente hubiésemos pedido ayuda! Una señora nos escribió:
«Tan cuidadosamente evitó usted el pedir fondos, que también evitó decirnos a dónde remitirlos». De eso debo arrepentirme. Vacilo sobre si debo o no… Pero, ¡ya sabéis todos dónde se hallan las oficinas centrales de la Iglesia! Algunas cartas vinieron a mí personalmente; son tan emocionantes como lo son los casos de los misioneros necesitados. Una hermana envió su primer cheque mensual, un cheque generoso, y su sobrina escribió por ella: «Algunos creen que mi pequeño ingreso no me permitirá ayudar tanto. Pero quiero hacer mi parte, y si lo hago, el Señor me cuidará». Tenía noventa y nueve años, y era enferma y ciega.
En otra carta llegaron una moneda de cinco centavos y cuatro de un centavo pegados con cinta a una ficha que llevaba en letras de molde el nombre de un niño de cinco años, cuya madre había escrito por él su mensaje: «Amo a mi Padre Celestial. Doy una parte de mis centavos para un misionero».
Un joven de 15 años escribió:
«Yo no creía que dos dólares fueran de mucha importancia, pero mi papá dijo que si todo miembro de la Iglesia enviara dos dólares, el total montaría a más de seis millones, ¡y eso sí que no es poca cosa!»
Escribió otra persona:
«Como padre de ocho hijos, yo sé cuán triste me pondría si alguno de mis hijos no pudiera cumplir una misión por carecer de fondos. Adjunto un cheque.»
Un matrimonio ya anciano, recordando sus convenios hechos en el templo, escribió:
«Hemos enviado a la misión a siete de nuestros hijos. Sabemos que ahora cuesta más de lo que costaba en aquel entonces.»
Y estas son las palabras de una madre:
«Después de la conferencia de octubre, en nuestro consejo familiar decidimos ganar una cantidad de dinero, no para comprar regalos de Navidad, sino para enviarlo a los misioneros. Los dos niños, de cinco y seis años, recogieron latas vacías para venderlas, amontonaron leña, rastrillaron las hojas en el patio, lavaron el coche, y barrieron el piso del garaje. La niña de dos años amontonó leña y puso la mesa. Mamá dio lecciones de piano. Papá vació su alcancía que había estado llenando durante ocho años. Uno de los niños perdió un diente, y papá le pagó veinticinco centavos por él, después de lo cual el niño se apresuró a aflojar y extraer dos dientes más ¡y a cobrar 50 centavos por ellos! Adjunto le enviamos el total de nuestras ganancias ($81.85). Ha sido un gran placer.»
La carta más breve decía simplemente esto:
«El envío, de acuerdo con las instrucciones suyas de la última Conferencia General. Sinceramente.»
Aparte de preocuparme por algunos niños que se queden sin dientes, mi elogio va a todos vosotros. Muchas gracias, hermanas y hermanos.
Felizmente, y lo digo con gratitud, la necesidad sigue existiendo; la verdad es que día a día viene aumentando. El año pasado el número de misioneros locales aumentó el treinta y siete por ciento.
Hay otra necesidad distinta que ha surgido en los sectores de desarrollo rápido, como también en la mayor parte de las misiones. El año pasado más de 140.000 conversos se unieron a la Iglesia, y con tantos, las ramas pequeñas crecen rápidamente. Se llaman oficiales nuevos a posiciones de servicio al muy poco tiempo de ser bautizados. Son capaces, pero les falta la experiencia en los procedimientos y administración de programas de la Iglesia. Estos oficiales nuevos, como también los de más experiencia, necesitan que alguien les enseñe cómo organizar la Iglesia y hacerla funcionar en forma apropiada. ¿Quién está disponible para enseñarles estos principios? ¿Los representantes regionales? Sí, pero ellos tienen que dividir su tiempo entre varias zonas. ¿Los presidentes de misión? Sí; pero ellos tienen a su cargo territorios extensos y con frecuencia dificultosos, y en realidad disponen de poco tiempo para hacerlo. ¿Parejas maduras con años de servicio en la Iglesia? Sí; pero, ¿dónde las conseguimos? Y sin embargo, ¡la Iglesia está llena de ellas!
¿Quisierais vosotros servir? Tal llamada aplazará jubilación, os alejará de vuestras diversiones y salidas de fin de semana. Os colocará cara a cara con problemas cuya solución exigirá una espiritualidad profunda, la oración fervorosa, y el ejercicio de mucha fe. Si quisierais servir, hablad con vuestros directores del Sacerdocio para averiguar si sois dignos y capaces. Ellos son quienes determinan si uno es digno de recibir un llamamiento misional del Profeta. Nuestros líderes del Sacerdocio tendrán mucho cuidado en hacer sus recomendaciones. Con mucho esmero revisarán todos los datos sometidos, y sobre todo, la historia médica de las personas para averiguar si hay problemas físicos o emocionales que puedan estorbar la obra misional regular.
Es preciso que vuestros hijos sean adultos y casados; la buena salud es esencial. A pesar de vuestro deseo de ir a la misión, tal vez no os sea posible, debido a la falta de salud. Debo ser muy franco respecto de este asunto y advertimos que la obra misional no es un viaje sentimental. Aunque el trabajo se acomodará en cierto sentido a las necesidades del misionero, siempre sigue siendo trabajo. Perderéis los nacimientos, los fallecimientos, las bodas y otros eventos familiares. Viviréis con menos comodidad de la que estáis acostumbrados. Esta época será la más desafiante, decepcionante, y difícil de vuestra vida.
Sin embargo, he escuchado los testimonios de parejas que sirven actualmente, y a pesar de la incomodidad, os puedo prometer una cosa: el gozo supremo. El gozo que resulta del trabajo diligente y el servicio desinteresado. Ammón conocía este género de gozo. En el Libro de Mormón leemos:
«Y tal ha sido el relato de Ammón y sus hermanos, sus viajes en la tierra de Nefi, sus padecimientos en el país, sus congojas, sus aflicciones, su incomprensible gozo…» (Alma 28:8.)
Asimismo, vosotros podréis experimentar un gozo y un regocijo que sólo conocen aquellos que hacen este servicio.
La mayoría de las personas que necesitan vuestra ayuda hablan otro idioma. No obstante eso, podréis aprender el idioma nuevo mediante un sistema adaptado a vuestra situación en especial.
La naturaleza de vuestro servicio no será exactamente la misma del servicio que hacen los misioneros jóvenes. El énfasis mayor de la actualidad se pone en que las parejas con experiencia enseñen principios de habilidad para dirigir a los oficiales de poca experiencia. Por lo general, no presidiréis una rama ni un distrito; pero ayudaréis a los que lo hacen, para perfeccionar sus habilidades y hacer que la Iglesia funcione en forma adecuada. También enseñaréis principios de preparación personal y familiar. Tal vez trabajéis como especialistas en los servicios de salud, agricultura, o en servicio vocacional; también compartiréis el evangelio mediante el proselitismo. El período de servicio generalmente es de dieciocho meses, pero también se puede servir una misión de seis o doce meses.
Las zonas donde os necesitan varían lo suficiente como para acomodar las condiciones particulares de la mayoría de los matrimonios. Esta misión os costará de $400.00 a $500.00 (dólares) por mes. En muchos casos este costo da la oportunidad a los hijos a que ayuden a sus padres a cumplir su misión.
Posiblemente, algunas de las parejas que hoy escuchan se mirarán y se dirán: «Amor mío, ¿por qué no averiguamos si nosotros llenamos los requisitos?» Acaso algunos que quisieran servir, no sean miembros de la Iglesia. Con mucho gusto os recibiríamos también. Por supuesto, hay uno o dos pasos preliminares que necesitáis dar antes de ser recomendados. Si os encontráis con nuestros jóvenes misioneros por allí o si conocéis a personas que son miembros de la Iglesia, haced el favor de preguntarles por su mensaje. Ese mensaje abrirá la puerta para maravillosas oportunidades al servicio del Maestro, como también os abrirá la puerta que conduce a la vida eterna.
Nuestro Salvador enseñó que el servicio nos salva:
«Porque he aquí, el campo está blanco, listo para la siega; y he aquí, quien mete su hoz con su fuerza atesora para sí de modo que no perece, sino que obra la salvación de su alma.» (D. y C. 4:4)
«Y si fuere que trabajaréis todos vuestros días proclamando el arrepentimiento a este pueblo, y me trajerais, aun cuando fuere una sola alma, ¡cuán grande no será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre!
Y ahora, si vuestro gozo será grande con un alma que me hayáis traído al reino de mi Padre, ¡cuán grande será vuestro gozo si me trajerais muchas almas! » (D. y C. 18:15-16)
Yo sé que estamos al servicio del Maestro. Sé que Jesús es el Cristo y que El vive y dirige su obra por medio de su Profeta viviente, el presidente Spencer W. Kimball. Y de esto testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.
























