C. G. Abril 1977
Los Servicios Sociales
élder J. Richard Clarke
Del Obispado Presidente
Estoy seguro de que muchos nos hemos sentido emocionados por los grandes esfuerzos realizados por la Iglesia para ayudar a los miembros afligidos por inundaciones o terremotos.
Nuestro corazón también se acongoja por los necesitados; no obstante hay otras necesidades sociales y emocionales que pueden ser tan devastadoras como cualquier desastre natural. Estas necesidades no pueden ser satisfechas con cargas de alimentos o ropa. En mis palabras de hoy quisiera ilustrar algunas de ellas y voy a comenzar leyendo una carta que relata la trágica historia de un joven, quien se vio involucrado en una forma de vida que le llevó a violar uno de los mandamientos más sagrados de Dios:
«No sé por qué escribo esta carta: tal vez se trate de mis últimos esfuerzos, antes del fin. Busco ayuda, sin esperanzas de recibirla, no porque dude de la veracidad de la Iglesia, sino como consecuencia de mis pecados. Quisiera decirle que amo a mis padres y hago todo lo posible por ayudarles, pero estoy perdiendo las fuerzas y lo que sea que reste de las energías de mi vida espiritual, lo consumiré escribiendo esta carta.
A muy temprana edad llegué a la convicción de que mi padre no me amaba. Eso fue consecuencia de una oportunidad en que fui a besarlo para darle las buenas noches y él me apartó. Estoy seguro de que él no recuerda el incidente y que el mismo no tuvo ningún significado para mi padre; pero para mi fue devastador: todo mi sentimiento de seguridad y mi mundo entero quedó hecho cenizas en tan sólo un momento.
Sin saber qué otra cosa hacer, me alejé corriendo de este nuevo extraño rumbo a mi madre, y presa del pánico le hice saber los sentimientos que me embargaban y que ella negó, sin lograr convencerme. Al mirar a mi padre esa noche, mientras me encontraba en las sombras de mi dormitorio, me juré que le cerraría las puertas de mi vida hasta que él hiciera los esfuerzos por abrirlas nuevamente. Decidí ignorarlo hasta que él viniera a mí.
El no se dio cuenta, y si lo hizo, nunca vino a preguntarme qué era lo que me sucedía. Durante los próximos años me dejé llevar por la corriente de los hechos y me rebelé para atraer su atención, que conseguí sólo en forma de enojo. De todos modos, los acontecimientos me llevaron a convertirme en homosexual, una viciosa enfermedad que pronto me encerró en una inexpugnable prisión. No me conocía a mí mismo y he sentido por más tiempo del que puedo recordar, que el Señor tampoco me amaba. Desde los diecisiete años de edad hasta los veintitrés, estuve usando drogas…»
Podéis imaginar lo que fue la vida de este joven de allí en adelante. La carta finaliza con estas palabras: «Mucho le agradezco su tiempo. ¿Puede usted ayudarme? ¿Existe acaso alguna razón por la cual deba ayudarme a mí mismo? ¿Puede usted convencerme? ¿Puede dedicarme algún tiempo? No es mucho lo que me queda por delante».
Sí, joven amigo, podemos ayudarte.
El Señor ama a este joven, al igual que a todos nosotros. Mediante el Sacerdocio él recibió la asistencia de una agencia de Servicios Sociales de la Iglesia. En estrecha cooperación, su líder del Sacerdocio y el trabajador social le ayudarán a ese joven a aprender lo que tendría que haber aprendido de su padre: que el Señor le ama y que el plan de arrepentimiento y perdón del evangelio se encuentra disponible para todas las personas.
En el siguiente caso, una jovencita se vio involucrada en una seria transgresión. Después de descubrir que estaba embarazada, su obispo hizo los arreglos necesarios para que los Servicios Sociales de la Iglesia se encargaran de su caso. En lugar de ser condenada por los miembros del personal de dicha institución, tal como ella temía, encontró en ellos amor y comprensión, sentimientos absolutamente fundamentales para ayudarle a lograr el arrepentimiento. Con la ayuda de su obispo y de la agencia, la jovencita comenzó a buscar el perdón del Señor. Asistió en forma regular a la Iglesia y estudió concienzudamente el evangelio. Un grupo de padres solteros, patrocinado por la Iglesia, la ayudó a comprender la magnitud de su transgresión y resolverse a comenzar una nueva vida. Fue así que comenzó a comprenderse más plenamente, al igual que a entender mejor su relación con nuestro Padre Celestial.
«Fue mucho lo que pasé», dijo en una oportunidad, «pero ahora siento como que alguien levantó mi carga, y está ayudándome a llevarla mediante la comprensión y el amor. ¡Estoy tan agradecida por la ayuda que he recibido de mi Padre Celestial!»
En el caso final que quiero referir hoy, Verinda, una vibrante jovencita india de la tribu apache, del sur de los Estados Unidos, fue aceptada en el programa para ubicar estudiantes indios, generado por la Iglesia. Años después dio el siguiente testimonio:
«Cuando comencé a participar en este programa, hace ocho años, bajé del ómnibus con la ropa que llevaba puesta y unas pocas cosas en una caja de zapatos, como únicas pertenencias. Provengo de un hogar muy humilde; mi pueblo es muy humilde, pero ustedes han abierto su corazón para recibirme, por lo cual estoy muy agradecida. Ahora vuelvo a mi hogar con una maleta llena de ropa nueva. Pero ésta no es mi riqueza. Soy rica por lo que llevo de regreso como posesión interior y que considero como la riqueza más preciosa que podría conseguir en todo el mundo. Tengo un testimonio del evangelio y sé que Jesús es el Cristo, que Dios vive y que contesta nuestras oraciones. Ahora tengo una meta en la vida; tengo algo por lo que esforzarme.»
Estas son, hermanos, historias que contrastan con el mundo que nos rodea. En la actualidad sufrimos no solamente depresión y contaminación física, sino también contaminación mental. La perversión de nuestros valores básicos, se nos ofrece en forma de «nueva moralidad». El engaño y la violencia se aceptan a menudo como formas de lograr los deseos individuales y colectivos. Las madres que trabajan y los padres de «fin de semana», renuncian en algunos casos a sus responsabilidades paternales; los cónyuges se separan a la más pequeña confrontación o problema, y el afecto natural se encuentra en total decadencia. Recuerdo un caso de mis tiempos de obispo, en el que a una pareja se le quitó a sus dos pequeñitos, uno de ellos de pañales y el otro demasiado pequeño como para ir a la escuela. Los padres trabajaban y dejaban a los niños encerrados en la casa para que se arreglaran como pudieran; cuando fueron interrogados por el juez, la madre denotó gran sorpresa, explicando que ellos siempre dejaban suficiente alimento como para que les alcanzara a los niños hasta la cena. ¿Podéis imaginar tal actitud?
Esta «época de enajenación» fue prevista por el gran Profeta americano Moroni. El habló de nuestros días como de «grandes corrupciones sobre la superficie de la tierra; habrá asesinatos, robos, falsedades, engaños, fornicaciones y toda clase de abominaciones…» (Mormón 8:3 l).
En casi cada caso, se pueden determinar las condiciones trágicas de la sociedad cuando el hombre no vive de acuerdo con los principios eternos del Evangelio de Jesucristo.
Estas corrientes sociales también nos afectan a nosotros. En muchas de nuestras estacas tenemos padres solteros, jóvenes que se encuentran en libertad condicional o en la cárcel, casos de abuso o negligencia infantil, problemas de drogas o alcoholismo, serios problemas maritales, desviaciones sexuales y miembros en hospitales mentales y prisiones. Estos problemas son abrumantes, y aun cuando preferiríamos que no existieran, tampoco podemos evitar la vida como en realidad es.
Como líderes del Sacerdocio y de la Sociedad de Socorro, tenemos la responsabilidad de ayudar a los miembros que sufran estos problemas sociales y emocionales. El Señor ha dicho que nosotros debemos «…socorrer a los débiles: sostener las manos caídas y fortalecer las rodillas desfallecidas» (D. y C. 81:5). Las Autoridades Generales de la Iglesia reconocen la magnitud de esta obligación, y nos han provisto con un valioso recurso por medio del cual podemos administrar a los necesitados, de acuerdo con la voluntad del Señor. Este recurso es la división de Servicios Sociales perteneciente a los Servicios de Bienestar de la Iglesia, En la reunión de Representantes Regionales realizada en 1970, el presidente Harold B. Lee se refirió a tan vital obra de la siguiente manera:
«Nuestro programa de Servicios Sociales ha demostrado ser una gran bendición para los miembros de la Iglesia. El mismo responde a las necesidades representadas por muchos problemas que aquejan a nuestros miembros e indudablemente aumentará su importancia, ya que los muchos problemas con los que se tienen que enfrentar estas agencias son sintomáticos de nuestros tiempos. Los miembros pueden necesitar buenos consejos más que vestidos, y aquellos a quienes los obispos envían a una agencia de nuestro programa de Servicios Sociales, deben sentirse en la misma forma que si estuvieran pidiendo ayuda del Programa de Bienestar del Sacerdocio» (Seminario para Representantes Regionales, 1° de octubre de 1970.)
El propósito o la misión de los Servicios Sociales de la Iglesia es asistir a los líderes del Sacerdocio proveyendo a los miembros de adecuados servicios profesionales y clínicos. Esto se logra utilizando personal altamente calificado y voluntarios cuyos valores, conocimiento y habilidades profesionales, se encuentren en armonía con el evangelio y con el orden de la Iglesia. Debemos recordar que los Servicios Sociales de la Iglesia existen, no porque nadie tenga dudas de que un obispo o un quórum puedan recibir inspiración, sino porque nuestros profetas fueron inspirados para brindar a los líderes locales del Sacerdocio, un recurso mediante el cual puedan ayudar a solucionar las necesidades sociales y emocionales de los miembros. Sin embargo, es importante destacar la advertencia que se encuentra en la página 25 del Manual de Servicios de Bienestar:
«El obispo y los directores de quórum y de grupo del Sacerdocio de Melquisedec, son los líderes eclesiásticos del Señor, y no pueden ni deben abdicar de su responsabilidad en favor de cualquier agencia. Las agencias de servicios sociales se establecen para servir de ayuda a los directores eclesiásticos. No hay substituto para el consejo inspirado y la bendición del Sacerdocio, que se reciben del obispo o director de quórum o de grupo.»
Debemos recordar también que la finalidad de la Iglesia es ayudar a la gente a que se ayude a sí misma. Ayudar de cualquier otra forma, ha dicho el presidente Romney, hará más daño que beneficio y el élder Boyd K. Packer dijo, que la limosna espiritual o emocional puede ser tan dañina como la limosna material.
El Manual General de Instrucciones indica que el departamento de Servicios Sociales de la Iglesia, es el brazo oficial de la misma encargado de la asistencia profesional a los padres solteros, de adopciones, hogares provisorios y ubicación de estudiantes indios en hogares de miembros de la Iglesia.
Quisiera destacar algunos aspectos esenciales de estos servicios. La ubicación independiente de niños para adopción, es a menudo ¡legal y no goza del cuidado y protección que proveen nuestras agencias autorizadas. Los problemas resultantes han causado indecible dolor, tanto a los niños como a los padres naturales involucrados, del mismo modo que a los padres provisorios o adoptivos. Cuando los oficiales y miembros de la Iglesia de cualquier país se encuentran involucrados en la ubicación de niños en forma independiente, los oficiales gubernamentales de esos países, al igual que otras personas que se enteran de las transacciones, a menudo consideran que éstas se llevan a cabo con la autorización de la Iglesia; de tal forma, se puede perjudicar tanto el trabajo misional como otros programas de la Iglesia. Quisiéramos alentar a todos los oficiales del Sacerdocio que se encuentren involucrados en casos de ubicación independiente de niños, que estudie n el Manual y midan la corrección de su involucración personal, a la luz de la siguiente directiva brindada por la Primera Presidencia:
«Todos los asuntos relacionados con la adopción y el cuidado de niños, en los cuales la Iglesia se encuentre involucrada o debería estarlo, han sido asignados al departamento de Servicios Sociales de la Iglesia.»
Los servicios profesionales y autorizados de adopción se encuentran disponibles en dichos Servicios Sociales, para muchas familias de la Iglesia que llenen los requisitos necesarios, y se realicen de total acuerdo con la ley. Las familias interesadas en adopciones serán informadas de todos los recursos que tienen disponibles. La meta es encontrar el mejor hogar para cada niño y asegurar la total protección de todas las personas involucradas.
Los servicios para padres solteros se han establecido a fin de asistir a los solteros a enfrentar los problemas originados por un embarazo. Este servicio opera bajo la dirección del líder local del Sacerdocio, con la excepción de los asuntos profesionales, e incluye asesoramiento, ubicación en hogares provisorios, asistencia educacional, cuidado médico y sobre todas las cosas, amistad y comprensión. Cuando los padres naturales determinen que el entregar a sus hijos en adopción es la mejor alternativa, la agencia se asegurará de que dichos niños sean colocados en hogares dignos de Santos de los Últimos Días. En todos los casos, los servicios para los padres solteros son estrictamente confidenciales. Las referencias con respecto a este programa, se aceptan de cualquier fuente que procedan.
Mediante el programa de ubicación de estudiantes indios, y por intermedio de referencias que proveen los líderes locales del Sacerdocio, los Servicios Sociales de la Iglesia asisten a los padres indios para que sus hijos de ocho a dieciocho años de edad, obtengan educación académica, espiritual, cultural, y las experiencias sociales necesarias para su desarrollo. Los niños que reúnen las condiciones necesarias son ubicados en forma escrupulosa en hogares provisorios, de miembros de la Iglesia activos, durante el transcurso del año escolar.
El cuidado supervisado y autorizado en estos hogares, provee ayuda y guía a los niños que, por necesidad, han estado separados temporariamente de sus padres. Esta experiencia, junto con el asesoramiento espiritual y profesional, ayuda tanto a niños como a padres, a prepararse para la reunión en el seno familiar.
Los servicios clínicos provistos por la agencia, incluyen consultas, evaluación y tratamiento de problemas socio-emocionales. Por solicitud de los líderes del Sacerdocio, los profesionales pueden ayudar a los miembros a explorar las causas y a encontrar solución a sus problemas.
Existen en la actualidad 21 agencias de Servicios Sociales de la Iglesia. En zonas donde estas agencias no han sido establecidas, los líderes del Sacerdocio pueden hacer una evaluación de la necesidad de estos servicios. Cuando surjan suficientes necesidades y cuando los líderes regionales y de área de los Servicios del Bienestar así lo determinen, se establecerán agencias adicionales de los Servicios Sociales.
Cuando se establece una nueva agencia, se emplea para la misma a un pequeño grupo de profesionales-, a éstos se agregan voluntarios entrenados, que as¡ pasan a complementar ese grupo básico. Los presidentes de estaca trabajan con las agencias al máximo de sus posibilidades, identificando y llamando a los voluntarios al servicio.
En zonas donde no existan agencias de los Servicios Sociales de la Iglesia, los líderes del Sacerdocio deben mantener una lista de organizaciones, tanto de la Iglesia como fuera de ella, que provean servicios similares.
Se deberán estudiar cuidadosamente tanto los individuos como las agencias consideradas, a fin de asegurar que sus valores morales y espirituales sean compatibles con las normas y los valores de la Iglesia. Cuando se utilicen los servicios para adopciones, padres solteros u hogares provisorios, siempre deberán observarse las leyes locales.
Estaría de más decir que muchos de estos problemas se podrían aliviar si los padres dedicaran más tiempo a enseñar y criar a sus hijos. Con respecto a la narración presentada al comienzo de mi discurso, un investigador clínico, después de estudiar 850 casos individuales, declaró: «La homosexualidad no tendría lugar si existiera una cariñosa y normal relación entre padre e hijo». Cualquier miembro de la Iglesia que viva en rectitud y justicia, evitará generalmente verse involucrado en esta clase de problemas.
En cada una de las narraciones presentadas creo que se ilustra perfectamente el valor de los Servicios Sociales de la Iglesia cuando están dirigidos por el Sacerdocio. En 1973 el presidente Lee dijo:
«Los milagros más grandes que veo en la actualidad no son necesariamente la cura de cuerpos enfermos, sino la cura de almas enfermas, de aquellos enfermos de alma y espíritu, los desalentados y confundidos que se encuentran al borde del colapso nervioso. Tratamos de allegarnos a todos ellos porque sabemos que son preciosos a la vista del Señor y no queremos que nadie piense que ha sido olvidado.» (Ensign, julio de 1973, pág. 123.)
No han sido olvidados. Pensemos en el joven que fue rechazado por su padre, en la jovencita de diecisiete años, embarazada, en la estudiante india. Hermanos y hermanas, éstas no son meras estadísticas, se trata de gente real con necesidades también reales.
Como líderes del Sacerdocio y de la Sociedad de Socorro, tenemos la responsabilidad de allegarnos a todas estas
personas; para ello hemos recibido ayuda. Del mismo modo que un 1 médico puede asistir a alguien que tiene una enfermedad física, los Servicios Sociales de la Iglesia, bajo la dirección espiritual de los líderes del Sacerdocio, ayudan a aquellos que tienen necesidades sociales y emocionales.
Al tratar de comprender la forma más adecuada de utilizar este recurso, pensemos en el jovencito mirando desesperadamente a su padre desde la oscuridad de su cuarto. ¿Cuántos más hay como él? ¿Cómo podemos hacer para llegar hasta la puerta y abrirla? Ruego que los líderes del Sacerdocio magnifiquen en tal forma sus llamamientos que puedan ser guiados por el Espíritu sobre la mejor utilización de los recursos de los Seguros Sociales de la Iglesia. En el nombre de Jesucristo. Amén.
























