Mil testimonios

C. G. Abril 1977logo pdf
Mil testimonios
élder James M. Paramore
del Primer Quórum de los Setenta

James M. ParamoreMis queridos hermanos, sí, me siento nervioso, aunque sé que hay dos hermanas que se encuentran escuchándome: mi querida esposa y mi madre.

Amo al Profeta. A diferencia de la mayoría de vosotros, he pasado cuatro años de mi vida a su lado, y otros tres años con el presidente Benson; y cada jueves he estado en el Templo con el Consejo de los Doce Apóstoles. Deseo dejaros mi testimonio de que nuestro Padre Celestial dirige esta obra.

Quisiera rendir tributo a mi adorada madre, quien por muchos años oró para que mi padre se activara, para que reconociera que era hijo de Dios y aceptara el sacerdocio. Durante muchos años de mi niñez caminé a la Iglesia tomado de la mano de mi madre; finalmente, pude ver a mi padre recibir un testimonio por el poder del Espíritu Santo. También a él le rindo tributo esta noche; le amo y respeto; él ha sido mi amigo, porque ha depositado su confianza en mí; me ha enseñado a trabajar, a amar, y a no juzgar. Estoy agradecido al Señor por mis padres.

Y estoy agradecido por mi esposa. Quisiera relataros una pequeña historia.

Creo que en los últimos veinticinco años he asistido a tres o cuatro mil reuniones, y en cada una de esas ocasiones ella me ha apoyado… excepto en una. Una noche, cuando estaba por salir para ir a una reunión de la Escuela Dominical, me preguntó: «¿Regresarás temprano?» Le dije: «Sí, volveré a las 10 y 30». Llegaron las once y las once y media y yo no había regresado. Cuando por fin llegué a casa me dirigí hasta la puerta para entrar como de costumbre, pero estaba cerrada con llave. Toqué el timbre y nadie respondió, de manera que llamé a la puerta y por fin mi esposa vino y me dijo: «No te voy a dejar entrar». Le respondí: «Vamos ábreme». Pero ella repitió firmemente: «No, esto es el colmo».

En aquellos días teníamos un auto cuyo asiento delantero se convertía en cama (claro que era pleno invierno). De modo que me llevé mi abrigo al auto, arreglé el asiento y me acosté.

Después de un rato, pude oír que la puerta de la casa se abría y mi esposa vino al auto para decirme que entrara a la casa. Le respondí que no lo haría; pero hacía tanto frío que por fin lo hice.

Hermanos, mi esposa es una mujer maravillosa. En todos aquellos años ha sido un apoyo para mí; y ruego que como miembros del sacerdocio y al desempeñar puestos de dirección, recordemos esta pequeña experiencia y tengamos en cuenta a nuestras esposas.

Estoy agradecido por el Evangelio de Jesucristo. He recibido mil testimonios en el curso de mi vida con mis misioneros y mi familia.

Quiero que sepáis que mi vida ha sido y será dedicada a las cosas de Dios, porque sé que El vive, amo su obra, y sé que los principios del evangelio son verdaderos. Apoyo al Profeta y al Consejo de los Doce Apóstoles así como al hermano Richards y a los demás presidentes del Quórum de los Setenta. Ruego que pueda decir tal como el apóstol Pablo dijo a la conclusión de sus días:

…pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás…prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.» (Filip. 3: 13-14.)

En el nombre de Jesucristo. Amén.

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