C. G. Abril 1977
¿No ardía nuestro corazón?
élder Loren C. Dunn
del Primer Quórum de los Setenta
Mis queridos hermanos, me siento muy honrado de estar en esta conferencia.
La Iglesia está creciendo en todas partes del mundo. Ese crecimiento se debe a lo que sucede dentro de una persona que investiga la Iglesia o examina su doctrina. Quizás pueda explicarlo en este modo: en el capítulo 16 de Mateo leemos lo que el Salvador preguntó a sus discípulos, y las respuestas de éstos:
«¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?
Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista, otros Elías y otros Jeremías, o algunos de los profetas.
El les dijo: Y vosotros ¿quién decís que soy yo?
Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.
Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.» (Versículos 14- 17.)
Aunque Pedro vivía y hablaba con el Señor y había visto muchos de sus milagros, el Salvador indicó que cuando el Apóstol respondió «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente», no fue por revelación de la carne ni la sangre, sino de su Padre Celestial. Esto pone de manifiesto que existe un modo más seguro de saber que el de ver con los ojos. Muchos fueron los que vieron a Jesucristo, pero no lo reconocieron como el Hijo de Dios; los que supieron quién era El fue porque se lo reveló nuestro Padre en los cielos.
Este testimonio del Espíritu queda registrado en el evangelio de Lucas, capítulo 24, versículo 32, cuando dos de los discípulos caminaban por el camino que conducía a una aldea llamada Emaús. El Salvador llegó, caminó y habló con ellos, pero no lo reconocieron hasta el final, cuando sus ojos fueron abiertos:
«Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?»
A pesar de las lógicas evidencias de la verdad del evangelio, sólo se puede recibir testimonio de su veracidad por medio del Espíritu. «¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros?» Esta expresión se aplica tanto a la persona que busca el evangelio de Jesucristo hoy, como a la que lo buscaba en el período en que el Señor vivió en esta tierra, o a la de los días de la restauración de la Iglesia.
En una revelación manifestada en Doctrinas y Convenios, el Señor ha establecido la prueba espiritual para encontrar la verdad:
«Pero he aquí, te digo que tienes que estudiarlo en tu mente; entonces has de preguntarme si está bien; y si así fuere, causaré que arda tu pecho dentro de ti; por lo tanto sentirás que está bien.» (D. y C. 9:8.)
Las palabras «sentirás que está bien» se refieren a un cálido sentimiento de paz, un sentimiento que llega al alma. Un investigador de la verdad, comienza a experimentar este sentimiento cuando los misioneros llegan y le dejan su mensaje, y puede sentirlo aún después que éstos se hayan ido. Puede sentirlo en las congregaciones de los santos, o cuando lee, estudia y ora preguntando sobre la veracidad del mensaje. Es un sentimiento único por la paz y gozo que produce, debido a que proviene de Jesucristo. Es éste el sentimiento que da un conocimiento mayor y un testimonio más seguro que los que puedan brindar carne y sangre.
Un converso reciente de Australia, dice lo siguiente:
«Nací en el seno de una familia en la que la religión se tomaba muy en serio. Tuve un crecimiento estrictamente cristiano, a pesar de lo cual me alejé de la iglesia alrededor de los veinte años, cuando me fui de mi casa para asistir a la Universidad.
En aquel entonces, sentía un vacío dentro de mí y cada año que pasaba, me encontraba en la búsqueda y estudio de un nuevo credo espiritual. Estudié yoga y practiqué meditación; leí sobre el hinduismo, el budismo, muchas de las religiones protestantes y el judaísmo; pero ninguna de ellas me dio lo que yo buscaba, por lo que interrumpí mi investigación. Cuando llegaron los élderes a mi casa, tuve sentimientos ambivalentes sobre permitirles la entrada, pues no quería más investigaciones inútiles; aun así, pensé que sería razonable escuchar su mensaje y decidir después.
Durante las primeras lecciones no estaba convencido de que hubiera diferencia con lo que había oído antes; pero, lentamente, gracias a la paciencia de los misioneros, empecé a sentir que lo que decían era realmente verdad. Ellos me instaban a orar frecuentemente, cosa que hice, mas todavía no estaba seguro. Me explicaron cómo el Espíritu Santo puede llegar al corazón de una persona y ésta puede sentir entonces un cálido sentimiento dentro de sí. Esto era para mí muy difícil de imaginar, pero les creí.
Una noche, los élderes me propusieron bautizarme el sábado siguiente; esto me sorprendió, pues sentía que no estaba preparado; pero acepté ser bautizado una semana después, durante la cual tendría más tiempo para hacer preguntas y orar. Entonces uno de los élderes le pidió a su compañero que diera su testimonio; éste lo hizo tan fervientemente que en medio de su declaración comencé a sentir un ardor en mi corazón que parecía provenir del élder y a medida que él hablaba, crecía en tamaño e intensidad dentro de mí, como si fuera una pequeña nube.
Cuando él terminó, ambos élderes me aseguraron que habían sentido la presencia del Espíritu Santo; pero yo no les comuniqué mi experiencia hasta varios días después, porque aquel sentimiento embargaba mi alma de un modo tan completo, que no podía hablar de ello. Antes de irse me pidieron que esa noche, antes de irme a la cama, leyera los capítulos 11 al 26 del libro de 3 Nefi. Tan pronto como salieron de mi casa los leí ávidamente, y a medida que lo hacía el sentimiento cálido volvía mí. Ya no necesitaba otro medio de persuasión.»
No todas las experiencias han de ser como ésta; pero en mayor o menor grado el mismo Espíritu llegará a la vida de cualquier alma que desee conocer la verdad. Cada miembro de la Iglesia y cada alma que investigue sinceramente las enseñanzas por medio del estudio, la oración y la asistencia a la Iglesia, recibirá su respuesta.
Así es de sencillo; no lo revela la carne ni la sangre, sino nuestro Padre que está en los cielos. En algún momento de la experiencia de la investigación, ese espíritu de confirmación de la verdad vendrá a nuestro espíritu. Prometemos esto a quienes estén pensando en investigar la Iglesia o estudiar su doctrina. No hay nada complicado ni difícil en ello. Solamente se necesita tener deseos de conocer la verdad, y ansias de volver el corazón completamente al Señor y preguntarle sobre lo que se está estudiando.
También yo he sentido ese Espíritu; y también sé que Dios vive y que Jesús, el Cristo, es su Hijo. No es una filosofía; no es una creencia: es un conocimiento nacido del Espíritu. Esta Iglesia es verdadera; José Smith fue un Profeta de Dios; Spencer W. Kimball es el Profeta de Dios actualmente. Estamos al servicio del Señor. Lo testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.
























