Jóvenes, sed las guardianas. . .

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Jóvenes, sed las guardianas
por el élder David B. Haight
del Consejo de los Doce

David B. HaightDe todas las experiencias memorables de la vida, hay muy pocas que se pueden comparar con ese sentimiento profundo que nos embarga al escuchar a un misionero expresar su gozo y amor al Señor mientras relata el bautismo de un converso.

El presidente Kimball ha pedido bajo inspiración que todo joven digno se prepare para salir como misionero. Existen todavía vastas áreas del mundo que están sumergidas en la obscuridad espiritual y aguardan la palabra verdadera de Dios. Aun cuando corno Iglesia señalamos con orgullo al elevado número de misioneros que sirven en todos los rincones de la tierra, necesitamos muchos más.

Una familia de la Iglesia en una ciudad o pueblo en cualquier parte del mundo, traerá a otra familia a la Iglesia.  Pronto los misioneros entrarán en escena.  Se forma una pequeña rama, después barrios y una estaca.  El proceso continúa en forma milagrosa a medida que los santos locales y los misioneros siguen llevando a todos buenas nuevas, nueva esperanza, y las noticias del establecimiento del reino de Dios.  De esta manera este ejército misional continuará creciendo.  Los 25.000 jóvenes que actualmente están sirviendo llegarán a ser 35.000 y después 50.000. No hay nadie que pueda detener esta obra.

Es triste y descorazonador ver en muchos barrios el número de jóvenes que no Pueden responder a este dictado divino:

«Enviad los élderes de mi iglesia a las naciones que se encuentran lejos a las islas del mar enviadlos a los países extranjeros-, llamad a todas las naciones, primeramente a los gentiles, y después a los judíos.» (D. y C. 133:8)

Algunos de nuestros jóvenes más especiales han sido atrapados en las garras de una sociedad demasiado materialista.

Esta mañana mis palabras están dirigidas a las jóvenes de la Iglesia, particularmente aquellas que están saliendo con jóvenes en edad de liceo y universidad.  Deseo ser apropiado y correcto en lo que digo; pero a causa de la necesidad y urgencia de tratar este asunto, también debo ser muy directo ‘ específico.

Algunos de nuestros jóvenes no pueden salir como misioneros porque ‘no son dignos.

Os insto a vosotras, jóvenes de la Iglesia que sois amigas de nuestros poseedores del Sacerdocio y salís con ellos, a que seáis fieles guardianas de la moralidad de estos jóvenes.  Podéis lograrlo; debéis lograrlo.  Muchas de vosotras lo estáis haciendo.  Por favor, no os subestiméis.  Sé que no toda la responsabilidad es vuestra, no obstante, cuando salís con un joven, podéis crear la atmósfera apropiada para animarle a honrar los mandamientos de Dios.  Allí tenéis la oportunidad de destacar lo que es la mujer mormona ideal en toda su honra y gloria.  Sé que nuestro Señor así lo espera.

Vosotras jovencitas, tenéis una gran influencia sobre la conducta de los jóvenes.  Ellos vestirán de la forma que creen que a vosotros os gusta y se cortarán el cabello para complaceros. ¿No sabéis acaso que los modistos y fabricantes son los que promueven la moda y los nuevos estilos a fin de aumentar sus ganancias?  No importa lo que sea correcto o apropiado o el efecto que cause en los jóvenes, siempre que de ello se saque una buena ventaja monetaria.  El día llegará en que el mundo se vestirá según aconseja la Iglesia, y será como si un poder fluyera de las estrellas para afectar el comportamiento de los hombres.  Vuestra influencia entre los jóvenes ‘es importante. Apoyad las normas de vestir y conducta de la Iglesia.

Los resultados de varias de las entrevistas que se han hecho a futuros misioneros, indican que lamentablemente existen a veces algunas actitudes y prácticas sumamente desalentadoras en las que toman parte las señoritas.  Inclusive algunas son desagradables y muy diferentes a las que se esperan de vosotras.  El Salvador conocía muy bien nuestra debilidad.  El nos advirtió:

«Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.» (Mateo 26:41.)

Jovencitas, mantened inmaculada vuestra asociación con los jóvenes que se están preparando para la obra, a fin de que sus obispos los puedan encontrar dignos de ser llamados a cumplir una misión.  Ese joven con quien salís es necesario en la obra del Señor.  Se necesitan cientos y aun miles de jóvenes como él, preparados en las vías del Señor. Los jóvenes con quienes salgáis están capacitándose para ser misioneros y para poseer el Sacerdocio.  Los obispos han encontrado que estos jóvenes son dignos.  Se les han impuesto las manos.  Han recibido el Sacerdocio de Dios. Pensad en esto. El Señor les ha dado autoridad para predicar, enseñar, exhortar y bautizar, una comisión divina para actuar en el nombre del Señor mismo.  Ese joven con quien estáis saliendo es probablemente un presbítero; desea ser digno de recibir el Sacerdocio Mayor, a fin de tener algún día la autoridad y las llaves de las bendiciones espirituales.  No se trata de «un muchacho más»; se trata de un joven muy especial.  Se ‘está capacitando, va a salir como misionero.

Vosotras podéis ser una gran bendición para él.  Tú, joven que él admira, puedes ayudarlo a evitar serios problemas.

Nuestros jóvenes están en el proceso de madurar, aprender y formar hábitos.  Tienen ideales y admiran a personas especiales.  Quizás vosotras podáis ser esas personas.  En cuestión de meses estos jóvenes serán misioneros y tendrán la bendición de poder enseñar por medio del Espíritu.  El Señor dijo:

«Y se os dará el Espíritu por la oración de ‘fe; y si no recibierais el Espíritu, no enseñaréis.» (D. y C. 42:14.)

Nuestros misioneros enseñan y testifican mediante el Espíritu.  Deben estar a tono con el Señor.  El desear el Espíritu no es suficiente.  El orar no es suficiente.  Los misioneros deben hacer lo que el Señor requiere: guardar los mandamientos, conservarse limpios, ser dignos en acciones y pensamientos.

«. . . el Señor ha dicho que no mora en templos impuros…» (Alma 34:36).

«¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo?

El limpio de manos y puro de corazón;

El que no ha elevado su alma a cosas vanas,

Ni jurado con engaño.» (Salmos 24:3-4.)

El salmista señala aquí la necesidad de que nuestras acciones estén de acuerdo con la ley divina: un corazón puro, pensamientos puros, un deseo de vivir en armonía con el Señor y de amarlo. Una vez, cuando servía como presidente de misión, invité a un misionero que estaba enfrentándose a problemas para desarrollar el espíritu de su llamamiento a salir a dar una vuelta conmigo en el automóvil. Fuimos hacia las colinas, y cuando llegamos allí, nos hallamos completamente solos.

Después de varias horas, finalmente me reveló el problema que había estado ocultando, así como sus sentimientos de la culpabilidad. Lo escuché atentamente; estaba avergonzado por lo que había hecho y hablamos al respecto largo y tendido. El resultado fue que vimos a un misionero virtualmente resurgir a la vida imbuido con el espíritu de su misión.

La mayoría de las reocupaciones del misionero se relacionan con su dignidad, el producto de sus salidas con chicas y actividades sociales.  La instrucción del Señor de «ir por todo el mundo, y predicar el evangelio a toda criatura» (véase Marcos 16:15), nos concierne a todos nosotros, a todos aquellos que hemos tomado sobre nosotros el nombre de Cristo.  Todos los miembros de su Iglesia, los ancianos, los jóvenes, todos participan de una u otra forma.  Cuando los jóvenes alcanzan la edad apropiada, son llamados por el Profeta para dejar el hogar e ir a otra área del mundo a predicar y esparcir el Evangelio; otros lo hacen sin alejarse del hogar.  Algunos proporcionan ayuda financiera; pero todos los miembros están obligados a ser parte del plan del Señor de esparcir y compartir el Evangelio.  Vosotras señoritas, desempeñáis una función vital en esta preparación y precapacitación de nuestros jóvenes.  Si vivís dignamente y desarrolláis una autoimagen fuerte y positiva de vuestro potencial divino como coherederas de la plenitud de todas las cosas, seréis una bendición para los jóvenes sobre los cuales ejercéis influencia.

En un artículo aparecido en la revista New Era, en octubre de 1977, un grupo de jóvenes habló sobre su sentido del deber, sus intereses y sus ideas concernientes a compartir el evangelio.  Una de las preguntas dirigidas a las jóvenes fue, «Señoritas, ¿cuál es vuestra obligación?»

Wanda respondió: «Es de suponer que todo miembro debe ser un misionero.  Tengo muchos amigos que hacen preguntas acerca de la Iglesia, y quizás pueda responder a muchas de ellas.  Debemos procurar hacer todo lo que esté a nuestro alcance.»

Beverly respondió: «Creo que también podemos ayudar animando a los muchachos a salir como misioneros . . . Creo que podemos animarlos…    en las pequeñas cosas que hacemos… es precisamente en el ejemplo que les damos en donde se encuentra la mayor parte de nuestra ayuda.» (Págs. 42-43.)

Vosotras, debéis dar el ejemplo apropiado. Ayudad a nuestros jóvenes a mantenerse moralmente limpios para que puedan ser dignos y puedan estar preparados para servir al Señor.  Vosotras también tenéis el deber de servir al Señor y de honrar vuestra condición de mujer conforme a nuestras creencias y no a las del mundo.  Una de vuestras obligaciones más importantes es la de permanecer limpias y puras.  Cuando sois limpias y puras, los jóvenes con quienes salís también lo serán.  Si un joven os hace una proposición deshonesta, tenéis la obligación sagrada de decir: «No.  Yo no hago eso. No trates de convencerme o trates de que me comporte de una manera que es ofensiva para el Señor.»

Vosotras, hijas d Sión, podéis ser una luz radiante si dais el ejemplo apropiado.  Debéis abstenemos de salir en citas a temprana edad o de comenzar una relación demasiado formal.  Evitad a cualquier costo la «trampa» de la familiaridad.  En vez de entregaros a un noviazgo prematuro, aconsejamos que concentréis vuestros esfuerzos en el desarrollo de la mente y de la personalidad.  Tenéis talentos que desarrollar y compartir con los demás.  Leed buenos libros; escuchad buena música; estudiad y analizad las bendiciones que contiene la Palabra de Sabiduría.

Leed las Escrituras, pues ellas contienen la historia más grande jamás contada. Los jóvenes que salen en citas, saben de antemano adónde puede conducir el estar «mucho tiempo juntos» o «demasiado tarde por la noche».  Evitad esos peligros.  Hay una fuerza emocional que puede anular el intelecto.  La fortaleza moral es una gran virtud, la cual se desarrolla por medio de la voluntad y la autodisciplina.

Hace unos 200 años el estadista inglés Edmund Burke escribió:

«Decidme qué sentimientos prevalecen en la mente de vuestros jóvenes, y yo os predeciré el carácter de la próxima generación.» (Vital Quotations, Emerson Rey West, Bookcraft, 1948, pág. 427.)

De algún modo, mis queridas jóvenes amigas, venceremos el vicio de la mentira, y la inmoralidad que pretende arrasar la tierra.  Eso lo podréis lograr mediante la fe y la fortaleza.  No os desaniméis ante lo que parezca gran oposición a vuestro deseo de guardar y ayudar a otros- a guardar los mandamientos del Señor.  A veces parecerá que somos como David tratando de pelear contra Goliat.  Pero recordad que David triunfó.

Al reflexionar en las metas de la vida, ¿para qué creéis que nos esforzamos?  El Señor se lo explicó claramente a David Whitmer en una revelación personal dada por medio del profeta José Smith en 1829:

«…la cosa que te será de máximo valor será declarar el arrepentimiento a este pueblo, a fin de traer almas a mí, para que con ellas descanses en el reino de mi Padre.» (D. y C. 15:6.)

El presidente Kimball ha pedido no sólo más misioneros, sino también que estén mejor preparados y con el deseo de servir.  «. . . Si tenéis deseos de servir a Dios, sois llamados a la obra» (D. y C. 4:3), pero servid «con todo vuestro corazón, alma, mente y fuerza (D. y C. 4:2).

Sería una gran satisfacción para vosotras el saber que ayudasteis a un joven a captar la importancia de su llamamiento y le alentasteis para que llegara a ser un misionero sobresaliente.

Muchos de nuestros jóvenes ya lo son, y necesitamos que todos sean esa clase de misionero.  El Señor ha dicho:

«Porque he aquí, el campo está blanco, listo para la siega; y he aquí, quien mete su hoz con su fuerza… obra la salvación de su alma.» (D. y C. 4:4.) El presidente Vaughn Featherstone de la misión de Texas-San Antonio dice: «No utiliicemos una hoz, utilicemos una trilladora

El presidente Kimball dijo: «Si no hubiese conversos, la Iglesia se secaría como un árbol enfermo.» («lt Becometh Every Man», Ensign, oct. 1977, pág. 3.)

Vosotras jovencitas, jugáis un papel muy importante en la conversión del mundo al Evangelio de Jesucristo.  Vosotras podéis animar, influir y aun proteger a un joven en un momento crítico de su vida.  El Señor ha prometido:

«Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre,

Son las que Dios ha preparado para los que le aman.» (1 Corintios 2:9.)

Vosotras d mostráis vuestro amor por un joven, cuando le ayudáis a ser digno y a prepararse para servir al Señor.  En la obra de Maxwell Anderson basada en la vida de Juana de Arco, ésta dice: «Toda mujer da su vida por sus creencias.  A veces la gente cree en poco o nada, sin embargo, dan su vida por ese poco o nada.  Tenemos sólo una vida y la vivimos de la forma en que creemos que debemos vivirla y de pronto la perdemos.  Pero el renunciar a lo que sois, y vivir sin creencias es más terrible que el morir, más terrible que morir joven». (Acto 2do, escena 4.)

Dejad que irradie de vosotras un espíritu e influencia que tenga el poder de causar un «cambio poderoso» en el corazón de nuestros jóvenes, para que mediante vuestros esfuerzos vengan a la Iglesia generaciones de jóvenes que hayan nacido espiritualmente de Dios, y en cuyos semblantes se refleje Su semejanza. El Creador os ha dado una llave divina, que podéis utilizar para cerrar o abrir, destruir o bendecir y con la cual podéis contribuir a que los jóvenes logren sus aspiraciones y metas más elevadas.

La obra de Dios no puede fallar. Su obra y propósito triunfarán. En el fin la justicia debe prevalecer y prevalecerá. Os insto jovencitas de la Iglesia, a cumplir con vuestro deber de ayudar a presentar ante el presidente Kimball y el Señor, a jóvenes dignos de testificar de Cristo y de la restauración de su Evangelio. De esta verdad os doy testimonio en el sagrado nombre de Jesucristo.  Amén.

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