La ley del evangelio en nuestra vida

Conferencia General Octubre 1977logo pdf
La ley del Evangelio en nuestras vidas
por el élder William R. Bradford
del Primer Quórum de los Setenta

William R. BradfordEn esta ocasión os hablo con el profundo deseo de que lo que diga, contribuya de alguna manera a lograr la paz en este mundo y la vida eterna en el mundo venidero.

Todos los hombres somos hermanos en espíritu.  La torre de Babel no afectó el lenguaje del espíritu, por lo tanto si os hablo por el Espíritu y vosotros me escucháis por el Espíritu, pasaremos por alto la debilidad de mi palabra y podremos comprendernos mutuamente.

No soy un hombre de ciencia, pero he aprendido desde mis tropiezos y caídas de niño, que existe la ley de gravedad.  Yo nunca he visto la gravedad, solamente he contemplado sus efectos.  Aun así, es obvio que existe en todas las cosas, que está encima de todas las cosas, debajo de todas las cosas, alrededor de todas las cosas, y que todas las cosas físicas se mantienen en su posición y en su esfera gracias a esta ley.

La ley de gravedad tiene sus límites y condiciones, y todas las invenciones y movimientos del hombre deben tomar en cuenta estas últimas.  Si alguien se cae de un lugar alto, debe descender, no obstante cuáles hayan sido los motivos por los que cayó.  Puede que haya saltado, caído por accidente, no importa; porque ésa es la ley y tal ley no puede violar por lo tanto debe caer y sufrir las consecuencias destructivas.

Para saltar al espacio desde los aviones, los hombres han descubierto un instrumento salvador que se llama paracaídas.  Con el debido estudio y aplicación de este invento, pueden salvarse cuando caen en el espacio.

Si la persona saltara de un avión sin paracaídas, caería a su destrucción; no importa si conoce o no el poder del paracaídas.  Si no tiene puesto uno y si no lo abre cuando esté cayendo, no podrá salvarse porque la ley de gravedad no puede ser violada.  Por esto podemos ver claramente que para ser salvos, no es suficiente conocer una ley salvadera sino que también es necesario aplicarla a nuestra vida.

Considerad lo que sucedería si por veinte segundos se interrumpiera la ley de la gravedad que gobierna la tierra.  Sería algo terrible, ¿no es verdad? si se considera que causaría la desorganización total de todas las cosas que existen en ella.

No, no soy un hombre de ciencia, pero sé, como vosotros lo sabéis, que la gravedad está en todas las cosas y rodea todas las cosas.  No la he visto, pero he visto y sentido sus efectos.

Existe otra ley de la cual he de hablar; es más grande y abarca más que la ley de gravedad.  De hecho, ésta última es solamente una más entre la totalidad de leyes que existen dentro de esa ley más importante.  Esta es la ley del Evangelio de Jesucristo.  Nunca la he visto, pero como me sucede con la ley de gravedad he visto sus efectos y he sentido su poderosa influencia en mi vida.

Esta es la ley Hijo de Dios, sí de Jesucristo.

«La luz y el Redentor del mundo; el Espíritu de verdad que vino al mundo; porque el mundo fue hecho por él, y en él estaba la vida y la luz del hombre.

Los mundos por él fueron hechos, y también los hombres; todas las cosas fueron hechas por él, mediante él, y de él.»  (D. y C. 93: 9-10.)

El desea que sepamos que lo que la ley gobierna, también preserva, y por ella es perfeccionado y santificado» (D. y C. 88:34).

Pero añado una advertencia:

«Aquello que traspasa la ley, y no vive conforme a ella, mas procura ser una ley a sí mismo, y quiere permanecer en el pecado, y del todo persiste en el pecado, no puede ser santificado por la ley, ni por la misericordia, la justicia o el juicio.  Por tanto, tendrá que quedar sucio aún.» (D. y C. 88:35.)

«El comprende todas las cosas, y todas las cosas están delante de él, y todas las cosas están alrededor de él; y él está sobre todas las cosas, y en todas las cosas, y por en medio de todas las cosas, y circunda todas las cosas; y todas las cosas por él y de él son… para siempre jamás.» (D. y C. 88:4 l.)

Supongamos que la ley del Evangelio de Jesucristo se interrumpiera por veinte segundos sobre la faz de la tierra.  Sería algo terrible ¿verdad? considerando que todas las otras leyes, aun la ley de gravedad, forman parte de esta ley que abarca todo, y que si cesara causaría la desorganización instantánea de todo lo que existe sobre la tierra.

Pero la ley del Evangelio de Jesucristo no será interrumpida en la tierra porque «las obras, los designios y los propósitos de Dios no pueden ser frustrados ni anulados» (D. y C. 3: l).  De modo que lo que es gobernado por la ley, continuará siendo preservado por la ley; y lo que no obedece las condiciones de la ley, no será justificado en salvación.

Jesucristo «. . . ha dado una ley a todas las cosas, mediante la cual se mueven en sus tiempos y estaciones» (D. y C. 88:42).

«Y a cada reino se ha dado una ley; y cada ley tiene también ciertos limites y condiciones.

Todos los seres que no se sujetan a esas condiciones, no son justificados.» (D. y C. 88:38-39.)

La ley del Evangelio de Jesucristo ha decretado que los hombres no serán salvos a menos que se arrepientan y sean bautizados por inmersión, según el ejemplo de Aquel que dio la ley.

Por lo tanto, ¿está justificado el que se mantiene fuera de las condiciones de esta ley?

La ley del evangelio requiere que los padres enseñen a sus hijos a comprender la doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, a orar v andar rectamente delante del Señor, y Conducirlos a las aguas del bautismo cuando alcancen la edad de la responsabilidad. (D. y C. 68:25, 27-28.)

¿Dónde está, entonces, la justificación para que los padres no cumplan con esta ley sagrada y, como si fuera natural, abdiquen al trono que habrían recibido si hubieran sido fieles y obedientes?  Hubieran reinado como dioses, con sus propios hijos como los príncipes y princesas de su reino.

Como una cláusula obligatoria de la ley, el Señor ha mandado lo siguiente:

«Enviad los élderes de mi Iglesia a las naciones que se encuentran lejos; a las islas del mar; enviadlos a los países extranjeros; llamad a todas las naciones, primeramente a los gentiles y después a los judíos.» (D. y C. 133:8.)

Entonces, no se justifica que ninguno de esos élderes designados ponga sus intereses personales antes que la ley y sea remiso al llamamiento hecho por el profeta, quien es el portavoz de Dios y los envía con el poder de enseñar al mundo pecador las leyes salvadores del Evangelio de Jesucristo.  Y ¿qué de los llamados para prepararlos para su partida, si no son fieles a sus responsabilidades?”

Quizás los casos más tristes son los de aquellos que no quieren estudiar la ley del evangelio que se encuentra en las Santas Escrituras.  Ellos son como el optimista que, cayéndose de un edificio muy alto decía al pasar por cada ventana:.  «Hasta ahora, todo va bien» o como el hombre que comenzando a Deslizarse de un techo alto gritó: «¡Ayúdame, Señor, que me caigo! ¡Ayúdame, Señor, que me caigo!  Ya no te necesito, Señor, porque me enganché en un clavo.»

Podríamos hablar de la ley del sacrificio y del servicio hacia nuestro prójimo, la limpieza moral, los diezmos y ofrendas, la honradez; de hecho, podríamos repasar todas las leyes que juntas forman parte de la ley del evangelio.  Pero quizás ya se haya dicho suficiente para recalcar su exactitud, la protección y la salvación que nos proveen cuando las obedecemos y las serias consecuencias cuando no lo hacemos.

Ahora, mis queridos hermanos y hermanas, ¿existe la ley de gravedad? ¿Afecta nuestra vida?  Si saltáis de un lugar alto, ¿no caerá vuestro cuerpo? ¿Podéis desafiar la gravedad? ¿Podéis libraros de ella?

¿Existe la ley del Evangelio de Jesucristo? ¿Afecta vuestra vida?  Si desobedecéis sus limites y condiciones, ¿podéis evitar que vuestro espíritu caiga? ¿Podéis desafiar el Evangelio de Jesucristo? ¿Podéis escapar de su control?

¡Oh si el hombre pudiera
Contemplar la gloria eterna,
Y maravillarse en lo que ve
Incluido en la eterna ley!
Que de algún modo comprendiera
De Dios la obra imperecedera;
Que El en todo y sobre todo está,
Y que quienes lo sigan no caerán,
Porque su ley y su intención
Verdad eterna y pura son.
Y aunque desobedecer podamos
La santa ley que El nos ha dado,
Y rebasemos los límites sagrados
Para seguir a Satán y sus engaños,
El fatal camino habrá que desandar
O jamás junto a Dios
Volveremos a estar.

El gran tema contenido en el Libro de Mormón, que es el libro que contiene la ley del evangelio, fue resumido por el antiguo profeta Moroni quien lo dirigió a esta dispensación:

«Quisiera exhortaras a venir a Cristo y allegaros a toda buena dádiva: a no tocar los dones malos, ni aquello que es impuro…

¡Despierta, y levántate del polvo, oh Jerusalén! sí, y vístete tus ropas hermosas, oh hija de Sión; fortalece tus estacas, y extiende tus linderos para siempre, a fin de que ya no seas más confundida, y se cumplan los convenios que el Padre Eterno ha hecho contigo…

Sí, venid a Cristo, y perfeccionaos en él, y absteneos de toda impureza; y si os abstenéis de toda impiedad, y amáis a Dios con todo vuestro poder, alma y fuerza, entonces su gracia os bastará, y por su gracia podréis perfeccionaras en Cristo; y si por la gracia de Dios sois perfectos en Cristo, de ningún modo podréis negar el poder de Dios.

Y además, si por la gracia de Dios os perfeccionáis en Cristo, y no negáis su poder, entonces seréis santificados en Cristo por la gracia de Dios, mediante el derramamiento de la sangre de Cristo, según el convenio del Padre para la remisión de vuestros pecados, a fin de que lleguéis a ser santos y sin mancha.» (Moroni 10:30-33.)

Que Dios os bendiga en vuestros pensamientos y acciones para que estéis en armonía con su santa ley, lo pido en el nombre de El que desde su trono gobierna y ejecuta todas las cosas, Jesucristo.  Amén.

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