Obediencia a una causa justa

Conferencia General Octubre 1977logo pdf
Obediencia a una causa justa
por el presidente N. Eldon Tanner
de la Primera Presidencia

N. Eldon TannerPrimeramente, me gustaría hablaros de un tipo de escuela muy diferente, con un grupo único de maestros.  Los alumnos eran de un asilo del estado para jóvenes delincuentes, y los maestros eran presos que cumplen cadena perpetua, o tienen por lo menos, más de veinticinco años de sentencia.

Voy a describimos un grupo de participantes en lo que se llama el «programa de orientación juvenil».  Había veinte chicos, incluyendo algunos jóvenes hasta de catorce años, con tatuajes en los brazos; todos habían tenido ligeros encuentros con la policía, desde robos en casas o tiendas, hasta asaltos.  Llegaron en autobús, y entraron en la cárcel con aire de «gallitos». Tres horas más tarde salieron tímidamente, algunos temblando y a punto de llorar.

Su cambio de actitud se debía a que sus «maestros» les habían dado información directa sobre la vida en la cárcel.  En el lenguaje más vulgar y con amenazas frecuentes de violencia (que nunca se llevaron a cabo), los miembros de la clase se transformaron de jóvenes aburridos, nerviosos y desinteresados, en una audiencia cautivada y fascinada.

Voy a citar algunos de los comentarios de los «instructores» que contribuyeron a aquel cambio:

«Tengo cuarenta y cinco años y sé que nunca volveré a salir a la calle», dijo un asesino condenado.  «Todos nos morimos por salir de aquí y ustedes están como golpeando las puertas y gritando, ¡Déjennos entrar!»

Otro dijo: «El concepto de la prisión que muestran las películas de Hollywood no incluye nada sobre las violaciones en grupo y los suicidios. Eso pasa aquí constantemente y ustedes, vagos, son carne de cañón.»

Un secuestrador les dijo a los chicos:

«Llevo dieciséis años aquí, y ustedes no pueden estarse quietos durante dos horas.  Si van a ser criminales, mejor se acostumbran a que constantemente haya alguien que les diga lo que deben hacer.» (Salt Lake Tribune, julio 19 de 1977, págs. 1-2.)

Es interesante notar que ya sea en la prisión o fuera de ella, siempre hay alguien que nos dice lo que debemos hacer.  La diferencia consiste en quien nos lo dice y qué es lo que quieren que hagamos.  Ahí está también la diferencia entre la felicidad y la desdicha: la vida eterna con Dios, o un plano final menor.  La diferencia radica en obedecer la palabra y el principio correctos.

Considerad conmigo algunas de las cosas que un hombre necesita para ser feliz.  Puesto que todos vosotros sois miembros de la Iglesia de Jesucristo y poseéis su Sacerdocio, podemos hablar de vuestras necesidades particulares, porque ya tenéis algunos de los requisitos para ser felices.  Sois sumamente bendecidos al poseer el Sacerdocio de Dios.  Sabéis quiénes sois, por qué estáis en la tierra, y lo que debéis hacer para tener éxito, ser felices, y gozar de la salvación y exaltación: probar que sois dignos haciendo todas las cosas que el Señor os mande.  Muchas personas en el mundo encontrarían la felicidad que buscan, si tuvieran ese conocimiento. ¡Valoradlo, hermanos!

Ahora bien, un hombre además de saber que es un hijo de Dios, que posee el Sacerdocio—el poder de actuar en el nombre de Dios— necesita compañerismo. ¡Qué fuente tan grande de poder tenemos al pertenecer a la gran hermandad de poseedores del Sacerdocio, donde todos estamos dedicados a obras de justicia para edificar al reino de Dios!  Pero, para gozar de plena hermandad, un hombre tiene que observar las reglas.  Hay ciertos requisitos que cumplir y ciertas reglas que obedecer:

«Creemos en ser honrados, verídicos, castos, benevolentes, virtuosos y en hacer bien a todos los hombres; en verdad, podemos decir que seguimos la admonición de Pablo: Todo lo creemos, todo lo esperamos; hemos sufrido muchas cosas, y esperamos poder sufrir todas las cosas.  Si’ hay algo virtuoso, bello, o de buena reputación o digno de alabanza, a esto aspiramos.» (Artículo de Fe N’ 13.)

Otra cosa que un hombre necesita es el amor y la compañía de la familia y de los amigos; esto también que ganarse con obediencia a ciertas reglas de comportamiento. Vosotros, jóvenes, debéis ser bondadosos y considerados con las chicas que escogéis de amigas, chicas que aman al Señor y que están preparándose para ser madres de los hijos espirituales de Dios; tenéis que ser dignos de ellas, llevando una vida buena y limpia y obedeciendo los mandamientos.

Los casados deben ser considerados y bondadosos con su esposa e hijos, y nunca usar su Sacerdocio indignamente. Es espantoso leer sobre el abuso corporal de esposas e hijos, un problema demasiado prevalente aun en familias de Santos de los Últimos Días. Hace unos días, alguien escribió una carta al redactor de un periódico local para decir que era escandalizante que en una comunidad donde dominan los mormones, donde se hace tanto énfasis en la vida familiar, hubiera tantas denuncias de abuso corporal en niños. Sin duda, debemos seguir el ejemplo del Salvador al demostrar amor a nuestra esposa y nuestros hijos.

Además, el hombre halla felicidad en la carrera o vocación elegida.

Cuando vienen a consultarme jóvenes en procura de consejos para elegir trabajo o carrera, siempre les digo que traten de conseguir algo que les guste, y lo hagan lo mejor posible siendo honrados, justos y rectos en sus negociaciones, así como en el servicio que prestan.

Un ejecutivo de negocios, defensor de la empresa privada, ha dado este consejo a los gerentes jóvenes:

«Trabajad diligentemente. Tratad de estar en el lugar preciso en el momento apropiado; mantened cierto grado de humildad; desarrollad fuerza interior y un deseo competitivo de sobresalir, más bien que de hacer lo estrictamente necesario; desarrollad vuestro sentido común.»

Vuestra obediencia a estas normas pueden atraeros el éxito y la felicidad.

Demasiado frecuentemente nos enteramos de la deshonestidad en el gobierno, en firmas comerciales, en gremios de obreros, etc.  En cada caso ha habido o una violación a algún código moral, o desobediencia a la ley; muy a menudo existe poco o ningún remordimiento por lo que se ha hecho; además hay demasiadas personas que tienen muy poca consideración o son protagonistas de películas con las cuales ganan mucho dinero.  En verdad, esto es aterrador.

Un artículo reciente del diario cuenta de un hombre que fue puesto en libertad después de cumplir sentencia por un robo que no había cometido; finalmente pudo convencer a la policía de que tenía una coartada: había estado robando otro negocio a unos cuatrocientos kilómetros de allí.

La falta de disciplina de los padres es la causa de muchos crímenes juveniles. La Iglesia ha patrocinado en los medios de comunicación, dos lemas que vale la pena repetir:

«Padres: son las 10 de la noche. ¿Saben ustedes dónde están sus hijos?» Demasiados padres descargan su responsabilidad en el aparato de televisión que actúa como cuidadora de niños, y que a menudo produce un daño irreparable.

La siguiente historia es un triste comentario de nuestros tiempos: Un joven de quince años fue acusado de asesinar a sangre fría a una anciana vecina, y su abogado alegó un caso de demencia debido a que el crimen se había cometido bajo la influencia de una «intoxicación involuntaria de televisión». Un juicio previo estableció que por el uso continuo y excesivo de este intoxicante (la televisión), se había producido una condición de desequilibrio mental. Dicha condición según el abogado era una enfermedad mental que había dejado al joven incapacitado para comprender la criminalidad de su conducta y, por lo tanto, incapaz de acatar la ley. (Tomado del Salt Lake Tribune, agosto 18 de 1977.)

Los niños deben aprender obediencia y los padres deben exigírsela. Amad a vuestros hijos, pera recordad que dejar a un niño o joven hacer las cosas que no debe, no lo beneficia en absoluto. He visto los resultados de muchos estudios y sé por experiencia personal que los hijos quieren tener cierta dirección y control en su vida, y desean vivir en conformidad con las esperanzas de aquellos que son responsables de dirigirlos.

Las leyes de Dios, las de la naturaleza y las del país, están hechas para beneficiar al hombre, para su satisfacción, placer, seguridad y bienestar, y de él depende que esté al corriente de estas leyes y que determine si disfrutará o no de los beneficios al obedecerlas y guardar los mandamientos. Para ser felices y tener éxito debemos obedecer las leyes y reglas que conciernen a nuestras actividades y estas leyes actuarán, de acuerdo con nuestras acciones, ya sea para nuestra felicidad y bienestar, o para nuestro perjuicio y desgracia.

¿Cuántas veces habéis oído decir a algunas personas que no quieren que se les diga lo que deben hacer? La gente joven en particular se rebela a menudo contra las reglas y la autoridad. Hay personas que han venido a verme para decirme que están hartos de que se les diga constantemente lo que deben hacer, y afirman que desean decidir por sí mismos lo que quieren hacer.

Mi respuesta es que son libres para hacer exactamente lo que deseen, siempre y cuando no violen los derechos de otros, porque para todas nuestras acciones hay ciertas consecuencias, y que deben estar preparados para afrontarlas.

El Señor nos ha dicho:

«Yo, el Señor, estoy obligado cuando hacéis lo que os digo; mas cuando no hacéis lo que os digo, ninguna promesa tenéis.» (D. y C. 82: 10.)

Uno de los Diez Mandamientos declara:

«Honra a tu padre y a tu madre para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios, te da.» (Ex. 20:12.)

Un buen ejemplo es este relato que escuché recientemente. Un muchacho estaba jugando al béisbol con sus amigos cuando sonó la voz de su madre llamándolo: » ¡Carlos, Carlos!» Soltó instantáneamente el bate, recogió la chaqueta y la gorra y se puso en camino a su casa. «¡No te vayas todavía, terminemos el partido! «, gritaron los jugadores. «Debo ir inmediatamente. Le dije a mi mamá que iría apenas me llamara», fue la respuesta de Carlos. «Di que no la oíste», dijo uno. «¡Pero la oí!» contestó el jovencito. «¡Ella no sabrá que la oíste!» «Pero yo sé y debo irme.»

Uno de los muchachos dijo finalmente: «Déjenlo que se vaya. No lo van a hacer cambiar de idea. Es un `nene de mamá’, atado a las faldas de su madre, que corre en cuanto ella lo llama». Mientras corría, Carlos les gritó: «No soy un `nene de mamá porque guardo lo prometido a mi madre. Yo creo que es de hombre hacerlo, porque el muchacho que no guarda una promesa hecha a su madre jamás lo hará con nadie».

Años más tarde, este joven se convirtió en un próspero hombre de negocios y presidente de una gran compañía. Sus socios siempre decían que «su palabra era un documento» y durante una conferencia de prensa se le preguntó cómo había adquirido tal reputación. Esta fue su respuesta: «Nunca rompí mi palabra de niño por grande que fuera la tentación, y los hábitos que formé entonces persistieron en mí a través de mi vida». (Moral Stories for little folks, Adaptado. Pág. 122.)

Como poseedores del Sacerdocio debemos ser diligentes en guardar nuestros convenios y magnificar nuestros llamamientos. Hemos prometido guardar los mandamientos y Dios nos llama constantemente por una razón u otra. Cuando su voz nos llama, dejemos caer el bate, el palo de golf, la caña de pescar o lo que sea, y apurémonos a cumplir su orden. El nos recompensará con éxito y felicidad, si buscamos primeramente la edificación de su reino.

Ved un buen ejemplo de esto:

El élder Richard Scott, del Primer Quórum de los Setenta, se graduó en la Universidad de George Washington en 1950, con un título de ingeniero mecánico, y salió inmediatamente para cumplir una misión en Uruguay que duró treinta y un meses. Según sus palabras: «Profesores y amigos trataron de disuadirme de aceptar este llamamiento misional, diciéndome que dañaría severamente mi incipiente carrera de ingeniero. Pero poco después de mi misión, fui seleccionado para el Programa Nuclear de la Marina, cuyo campo era de carácter confidencial y el entrenamiento estaba a cargo de científicos. En una reunión que yo debía dirigir, encontré que uno de los profesores que me había aconsejado no ir a la misión, ocupaba una posición en un programa considerablemente menor que el mío. Fue un testimonio impresionante para mí ver cómo el Señor me había bendecido al poner mis prioridades en orden.» (Ensign, mayo de 1977, págs. 102-103.)

Reconozco que a veces es difícil aceptar tal filosofía cuando vemos personas aparentemente prósperas y prominentes que alcanzan lo máximo, por decirlo así, que sabemos que no son totalmente honestas o dignas de confianza, y que han usado a veces medios dudosos para lograr sus propósitos. Sin embargo, quiero recordaros que ellos son o serán juzgados, que su nombre será a menudo sacudido sin piedad ante el público crítico; y estoy seguro de que llegará el día en que sentirán por la humillación que reciben ellos, y a veces también los miembros inocentes de su familia, que no valió la pena desobedecer la ley y el orden de una conducta moral sólida.

Estas son lecciones que debemos aprender de las experiencias ajenas, y podemos ahorrarnos mucho dolor y angustia si tan sólo las aplicamos en nuestra vida. No somos abandonados sin una guía. Tenemos el evangelio que nos guía constantemente en todas las cosas, tanto en asuntos espirituales como temporales.

Satanás ha jurado frustrar los propósitos de Dios y usa todo tipo de maquinaciones y engaños para descarriarnos. Si lo escuchamos y seguimos, perderemos la virtud, la autoestima, el respeto a los demás y hasta la vida eterna, además de enfermar y quizás matar nuestros cuerpos mortales.

Si tan sólo pudiéramos aprender a vivir la Regla de Oro, y permitiéramos que la compasión y el tipo de amor del cual habló el Salvador controlaran nuestras acciones, obedeceríamos automáticamente todos los otros mandamientos. No robaríamos, ni mataríamos, ni hablaríamos falso testimonio, ni cometeríamos adulterio, ni seríamos codiciosos. Honraríamos a nuestros padres, guardaríamos el día de reposo y mostraríamos reverencia por el nombre del Señor.

Sin embargo, a pesar de lo sencillo que es guardar los mandamientos, algunos hallan las tentaciones muy seductoras y son engañados por ese diablo astuto. No obstante, somos muy afortunados de saber que para todo aquel que transgrede hay una redención, por medio del glorioso principio del arrepentimiento. El Señor nos ha dicho cómo arrepentirnos y nos ha prometido el perdón:

«Por esto podéis saber si un hombre se arrepiente de sus pecados: He aquí, los confesará y abandonará.» (D. y C. 58:43.)

También nos ha amonestado a que perdonemos las faltas de los hombres. Todos necesitamos arrepentirnos y cada uno de nosotros debe extender una mano de amor y hermandad al pecador arrepentido.

Entonces, los que poseemos el Sacerdocio, debemos ir adelante dando el ejemplo ante el mundo, arrepintiéndonos de nuestros pecados, extendiendo el perdón a otros y obedeciendo los mandamientos de Dios; debemos ayudar al mundo a prepararse para la segunda venida de nuestro Salvador. No seamos como el pueblo de Noé o como las vírgenes imprudentes, que no estaban preparadas porque no sabían cuándo comenzaría el diluvio o cuándo llegaría el esposo. Debemos prepararnos ahora, tal como dice Mateo:

«Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor.

Por tanto, también vosotros estad preparados. . .» (Mat. 24:42, 44.)

No podría poner suficiente énfasis en la importancia de que cada uno de nosotros viva así, y esté preparado y sea digno de encontrarse con el Salvador y ayudarlo en su obra gloriosa y triunfante. No puedo menos que sentir que las palabras del Señor al profeta José Smith en una revelación dada el 22 de junio de 1834, se aplican también a nosotros hoy:

«Pero, he aquí, no han aprendido a obedecer las cosas que requerí de sus manos. . .

. . . mi pueblo ha de ser castigado hasta que aprenda la obediencia, por las cosas que sufre.» (D. y C. 105:3, 6)

No sugerimos una obediencia ciega, sino una obediencia con fe en aquellas cosas que no pueden ser totalmente entendidas por la comprensión limitada del hombre, pero que en la infinita sabiduría de Dios, son para bendición y beneficio del hombre. Adán y Eva aprendieron esta lección poco después de haber abandonado el Jardín de Edén:

«Y les mandó que adorasen al Señor su Dios, y que ofreciesen las primicias de sus rebaños como ofrenda al Señor. Y Adán fue obediente a los mandamientos del Señor.

Y pasados muchos días, un ángel del Señor se apareció a Adán, y le dijo: ¿Por qué ofreces sacrificios al Señor? Y Adán le contestó: No sé, sino que el Señor me lo mandó.» (Moisés 5:5-6)

Que ésa sea una razón suficiente para guardar los mandamientos. Que aumentemos nuestra fe hasta que podamos decir con Adán, «Guardamos los mandamientos, porque el Señor nos los ha dado.»

Recordemos siempre que poseemos el Sacerdocio de Dios, que somos sus hijos espirituales, que tenemos la verdad y el Evangelio eterno y un Profeta de Dios, el presidente Spencer W. Kimball, para guiarnos en estos últimos días. Escuchadlo, atended a sus palabras y seguidlo. Os pro meto que si lo hacemos, seremos bendecidos. En el nombre de Jesucristo. Amén.

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