Conferencia General Octubre 1977
Padres, atended a vuestras responsabilidades
por el élder L. Tom Perry
del Consejo de los Doce
En el Libro de Mormón hallamos una historia notable acerca de un padre que amaba mucho a su hijo, tanto, que le dio su propio nombre. El padre era sumo sacerdote en el país, y pasaba la mayoría de sus días ministrando a las necesidades espirituales de su pueblo. ¡Cuán decepcionado debe de haberse sentido, cuando su hijo decidió dar la espalda a sus enseñanzas! (Mosíah 27.)
Como todo padre justo lo haría, él suplicó al Señor que ocurriera un cambio en la vida de su hijo. En respuesta a sus oraciones, se apareció un ángel ante el joven diciendo:
«He aquí, el Señor ha oído las oraciones de su pueblo, y también la oración de su siervo Alma, tu padre; porque él ha rogado con gran fe en cuanto a ti, que seas traído al conocimiento de la dad.» (Mosíah 27:14.)
Las Escrituras dan evidencia de cómo fueron contestadas las oraciones de un padre justo, la historia atestigua del poder de un justo líder, puesto en práctica en el hogar.
Hoy, quiero dirigir mis observaciones específicamente a una porción de esta vasta congregación. Quiero hablar a aquellos de vosotros que portáis los grandes y nobles títulos de esposo y padre. Me preocupa grandemente lo que veo a mi alrededor: hombre y mujer, joven, adolescente y niño, todos tratando de encontrar a tientas su identidad en un mundo atribulado.
Hoy quiero acusar a muchos de los esposos y padres que se encuentran tanto aquí, dentro del alcance de mi voz, como a través del mundo, de fallar en las dos responsabilidades más grandes otorgadas por Dios. La razón por la mayoría de los problemas que encontramos en el mundo hoy día se debe depositar a vuestros pies. Divorcio, infidelidad, deshonestidad, uso de drogas, deterioro de la vida hogareña, pérdida de identidad, inestabilidad e infelicidad, han resultado de vuestro fracaso como líderes en el hogar.
Esposos y padres, ¿podemos recordaros nuevamente vuestro papel y vuestra responsabilidad?
Esposo: la primera instrucción dada al hombre y a la mujer inmediatamente después de haber sido creados, fue:
«Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.» (Génesis 2:24.)
Dios, en su divino plan, ordenó que el matrimonio sería para dar origen a su unidad básica de organización: la familia. Los papeles de los esposos fueron claramente definidos desde el principio; en el plan del Señor, estos papeles son inmutables Y. eternos. Un profeta ha dicho del sexo femenino: «Una mujer bella, modesta y amable, es la obra maestra de la creación» (Improvement Era 1953. David O.McKay, pág. 449).
Para proteger su obra maestra, el Señor dio al hombre el deber y la responsabilidad de ser el proveedor y protector. Esposos, si el plan del Señor va a tener éxito, vosotros debéis aprender cómo actuar dentro del papel de dirigentes que El ha diseñado para vosotros. Permitidme recordamos algunos de estos requisitos.
La hermana Emma Rae McKay, esposa del presidente McKay, relató la siguiente experiencia:
«El verano pasado, durante una visita a Los Angeles, decidimos hacer lavar el auto en uno de esos lavadoras automáticos que allí abundan. Mientras observaba la parte final de la operación desde un banco, me sorprendí al oír una vocecilla a mi lado, diciendo: ‘Me parece que ese hombre que está allí la quiere mucho’.
Al volver la cabeza vi a un niño de cabello rizado, con grandes ojos pardos, que aparentaba tener unos siete años de edad. ‘¿Qué has dicho?’, le pregunté.
‘Dije, que me parece que ese hombre que está allí la quiere mucho’.
‘Oh sí, por cierto, es mi esposo. Pero, ¿Cómo te diste cuenta?’
Una tierna sonrisa iluminó su rostro y la voz se le suavizó al contestar, ‘Por la manera en que él te sonríe. ¿Sabe? yo daría cualquier cosa en este mundo si mi papá sonriera a mi mamá de esa manera’.
‘Oh, lo siento si él no lo hace’, le respondí.
‘Supongo que ustedes no se van a divorciar’, comentó inquisitivamente.
‘No, por cierto que no, hemos estado casados por más de 50 años. ‘¿por qué lo preguntas?’
‘Porque por aquí todo el mundo se divorcia. Mi papá se está divorciando de mi mamá. Yo quiero a mi papá, y quiero a mi mamá.’ Su voz se quebró y sus ojos se llenaron de lágrimas, pero era él demasiado hombrecito para dejarlas correr.
‘Me da mucha pena lo que me dices’, le dije.
Entonces se me arrimó, y como compartiendo un secreto, me susurró al oído: «¡Mejor será que se apresure a salir de este lugar, o por allí termina divorciándose usted también!»
Esposos, ¿reflejan vuestras acciones a cada instante el amor que sentís por vuestra esposa? Si hubieseis estado vosotros en aquel lavadero de autos, ¿habría notado aquel niño la misma abundancia de amor’
Segundo, vuestra responsabilidad es la de proveer paz y seguridad para vuestro hogar. Es vuestro deber el proveer adecuadamente para vuestras familias, y debéis preparamos para esta responsabilidad, y tener la ambición y empuje para verla cumplida. Vuestra esposa debería vivir con la seguridad reconfortante de que siempre que permanezcáis buenos y sanos, cuidaréis de ella con precedencia a todo lo demás; no debería verse forzada a trabajar fuera del hogar, a menos que vosotros sufrieseis incapacitación. A la mujer se le debe permitir cumplir con su papel en la manera que el Señor lo ha determinado.
Tercero, el demostrar aprecio y consideración por ella, es una labor de veinticuatro horas por día. El Señor os ha advertido en las Escrituras, diciendo:
«Hemos aprendido por tristes experiencias que la naturaleza y disposición de casi todos los hombres, al obtener, como ellos suponen, un poquito de autoridad, es empezar desde luego a ejercer injusto dominio…
Ningún poder o influencia se puede ni se debe mantener en virtud del Sacerdocio, sino por persuasión, longanimidad, benignidad y mansedumbre, y por amor sincero.» (D. y C. 121:39, 4 l.)
Vuestra cónyuge no es vuestra propiedad, y no tiene porqué seguiros en el error; ella es vuestra esposa, vuestra compañera, vuestra mejor amiga, vuestra socia en todo. El Señor la ha bendecido con gran potencial, talento y habilidad; ella también debe gozar de una oportunidad de autoexpresión y desarrollo. Su felicidad debería ser vuestro mayor anhelo, Aprended a magnificar ambos papeles, el de esposo y el de padre, para que junto a vuestra compañera, gocéis de una vida plena y feliz.
Hermanos, vuestro primer papel de responsabilidad en esta vida y en las eternidades, es el de ser un esposo justo.
Sólo a continuación del título de esposo, está el de padre. Subsiguiente al don de la vida eterna, el mayor de todos los dones que el Señor puede otorgar a un hombre, es la oportunidad de ser bendecido con progenie. Todo hijo de Dios que es normal y saludable, debería tener el gozo de a su vez otorgar a sus hijos los siguientes dones:
Primero: Un nombre honesto y respetable. Me sentiré eternamente agradecido a un padre que me amó lo suficiente para darme su nombre. Era un nombre de honor y respeto en la comunidad en la cual crecí. Lo precedía el título de «obispo», desde que yo tenía seis meses, hasta unos pocos meses previos a mi salida al campo misional.
¡Cuán orgulloso me sentía yo de su servicio! Me complacía el que tuviera la paciencia de permitirme compartir sus responsabilidades. El trabajar en granjas del Plan de Bienestar, limpiar la capilla, ayudar al secretario del barrio, llevar un saco de azúcar a una viuda, y cosas semejantes, fueron parte de mi niñez. Tanto tiempo pasaba yo a su lado, que recibí el apodo de «obispo», el cual traté de llevar con orgullo y honor. Intentar alcanzar el mismo nivel de mi padre, tuvo el efecto de hacerme aspirar a cosas más elevadas, ¿no es vuestra obligación dar a vuestros hijos un nombre honrado y respetado?
Segundo: Todo niño necesita sentirse seguro. A menudo pienso en la seguridad que ofrecía nuestro viejo hogar; era como una fortaleza contra el poder del adversario. Mañana y noche, era bendecido por el poder del Sacerdocio, cuando nos arrodillábamos todos juntos en oración familiar; ese poder también se ponía de manifiesto cuando mi padre bendecía a la familia en momentos de necesidad.
Padres, ¿no es vuestra obligación dar a vuestros hijos un hogar bendecido con el poder del Sacerdocio?
Tercero: Una oportunidad para desarrollo. Un día mis niños me enseñaron una gran lección. Nos estábamos mudando de California a Nueva York, donde yo había aceptado un empleo, y nos encontrábamos en el proceso de encontrar casa; comenzamos en la zona céntrica, pero al pasar los días, nos alejábamos cada vez más en pos de una casa adecuada a nuestras necesidades, y al final, la encontramos en Connecticut. Era una hermosa casa, anidada en uno de los radiantes bosques de New England. A todos nos agradó la selección. La prueba final, antes de hacer una oferta, fue verificar el tiempo que llevaría ir a la ciudad y volver en el tren todos los días.
Hice el viaje y regresé muy desanimado; el mismo me consumiría un total de tres horas diarias. Regresé al motel donde mi familia me esperaba, y les presenté la alternativa de tener un padre, o esa nueva casa; para mi gran sorpresa, dijeron: «Tomaremos la casa; de todos modos, a ti poco te vemos».
Esa declaración tuvo sobre mí un efecto aplastante. Si esto era verdad, yo necesitaba arrepentirme de inmediato. Mis hijos merecían un padre. ¿No es nuestra obligación de padres pasar todo el tiempo posible con nuestros hijos, enseñarles a ser honrados, industriosos y morales?
Cuarto: Dad a vuestros hijos la oportunidad de tener una infancia gozosa y feliz. En un manual del Sacerdocio de algunos años atrás, se citaba la siguiente historia, relatada en 1955 por Bryan S. Hinckley:
«En un distrito escolar cercano a Indianápolis, se pidió a 325 niños que escribieran anónimamente lo que cada uno de ellos pensaba de su padre. El maestro esperaba que la curiosidad por escuchar la lectura de esas composiciones atrajera a los padres, haciéndoles participar en por lo menos una reunión de la Asociación de Padres y Maestros. Así fue. Llegaron en autos que valían de 400 a 4.000 dólares: banqueras, obreros, profesionales, empleados, vendedores, granjeros, magnates industriales, panaderos, sastres, contratistas, etc. Cada uno de ellos con un concepto definido de sí mismo en términos de dinero. habilidad, rectitud o apariencia.
El director tomo una hoja al azar y leyó:
‘Me gusta mi papá.’ Las razones eran muchas: ‘Me ha hecho una casa de muñecas’, ‘Me ha llevado a bajar la colina en trinco’, ‘Me enseñó a cazar’, ‘Me ayuda con el estudio’, ‘Me lleva al parque’, ‘Me dio un cerdillo para criar y vende r’.
Muchas de ellas se reducían a: ‘Quiero a mi papá, porque él juega conmigo’.
Ningún niño mencionó su casa, vecindario, auto, comida o indumentaria. Los padres que llegaron representando varias clases diferentes, salieron representando solamente dos: o compañeros de sus hijos, o extraños para sus hijos. Ningún hombre es demasiado rico ni demasiado pobre para jugar con sus hijos.» (Melchizedek Priesthood Manual: The Savior, the Priesthood and you, 1973-74; pág. 226.)
Me doy cuenta de la preocupación que todos sentimos acerca de la clase de dirección que encontramos en el mundo actual. Cambiar el curso de una nación, estado o comunidad hacia un justo derrotero, puede requerir años de nuestro mayor esfuerzo. Mas hay algo que podemos cambiar hoy mismo para hacer del mundo un lugar mejor en donde vivir. Esposos y padres, como poseedores del Sacerdocio el poder está en vosotros. Beneficiaos con la inspiración de Dios, nuestro Padre Eterno, para que os ayude a guiar a vuestra familia rectamente. Estáis al frente de la única organización que puede ser eterna. ¿No debe ser ese encargo y responsabilidad lo primordial en vuestra vida?
Que el Señor os bendiga con la comprensión de vuestro deber y responsabilidad de ser esposos y padres justos. Es mi humilde oración en el nombre de Jesucristo. Amén.
























