Conferencia General Abril 1978
La «ley real» del amor
presidente Marion G. Romney
De la Primera Presidencia
Hermanos, he disfrutado mucho de esta reunión, y no recuerdo haber asistido a otra que fuera mejor. Aprecio el trabajo que realizan el Comité General de los Servicios de Bienestar, el Obispado Presidente y el Departamento de Bienestar.
He preparado un discurso demasiado largo para el tiempo que tengo disponible; pero creo que podéis pasaros sin él si hacéis todas las cosas que se os han aconsejado aquí. Ciertamente, nuestra asistencia a esta reunión ha valido la pena.
El tema para mi discurso es «la ley real». Al definir esta ley el apóstol Santiago dijo:
«Si en verdad cumplís la ley real conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis.» (San. 2:8.)
Debemos tener en cuenta esta ley en toda labor de bienestar que llevemos a cabo. Debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. El Salvador dio a dicha ley el segundo lugar en importancia después del amor a Dios, cuando dijo:
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.
Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» (Mat.:37, 39.)
Cuando pagamos nuestras ofrendas de ayuno, debemos hacerlo recordando la ley real. Recordaréis que Isaías habló al pueblo que había acudido al Señor y luego protestaron, diciendo:
«¿Por qué… ayunamos y no hiciste caso. . .?”
La respuesta fue: Porque no hacéis ayuno como os he mandado. Ciertamente, inclináis la cabeza como juncos, y hacéis cama de cilicio y de ceniza. Pero no partís vuestro pan con el hambriento, ni proveéis vivienda al pobre, ni cubrís al desnudo. Cuando hagáis todas esas cosas… «invocarás, y te oirá Jehová; y dirá él: Heme aquí…» (Isaías 58:3-9).
El cuidado de los pobres, de los imposibilitados y de todos los que necesiten nuestra ayuda, es el propósito principal y el requisito indispensable para cumplir la ley real de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
En su grandioso sermón sobre la oración, Amulek amonestó al pueblo para que orara, y les dijo cuán a menudo
debían hacerlo: mañana, tarde y noche; también les dijo dónde debían orar, cómo debían orar, y qué debían pedir en sus oraciones. Describió todo esto en gran detalle y luego les advirtió:
«…si después de haber hecho todas estas cosas, despreciáis al indigente y al desnudo y no visitáis al enfermo y afligido, si no dais de vuestros bienes, si los tenéis, a los necesitados, os digo que aquí, vuestra oración será en vano y no os valdrá nada, mas seréis como los hipócritas que niegan la fe.» (Alma 34:17-38.)
Creo que estamos empezando a comprender la ley real de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Recordaréis que Jesús, poco antes de que terminara su ministerio, les dijo a sus Apóstoles:
«Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria,
y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos.
Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda.
Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.
Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí
Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber?
¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos?
¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti?
Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.» (Mat. 25:3140.)
Sé que este evangelio es verdadero; no tengo ninguna duda sobre ello. No recuerdo haber puesto jamás en duda ningún principio del evangelio. Sé que el programa de bienestar ha sido inspirado del Señor. El inspiró al presidente Grant y le brindó la ayuda necesaria por medio de su gran consejero, J. Reuben Clark, y de otras personas, para que iniciara este programa. Nosotros tenemos ahora el deber de seguir desarrollándolo, y de cuidar del reino de Dios con un espíritu de amor hacia nuestro prójimo.
Si lo hacemos, seremos capaces de enfrentar los días de prueba que nos esperan y que llegarán más pronto de lo que pensamos. Los pueblos de la tierra se encontrarán en dificultades y aflicciones tales, que no podrán resolver sus problemas en ninguna otra manera que no sea por medio del programa del Señor. Y os doy testimonio de ello en el nombre de Jesucristo. Amén.
























