Conferencia General Abril 1978
La oración de fe
élder Thomas S. Monson
Del Consejo de los Doce
Nos sentimos muy emocionados por los hermosos himnos cantados por estos preciosos niños de la Primaria. Todos estos pequeños que participan aquí esta tarde tienen el privilegio de compartir cada semana con otros de su edad las reuniones de la Primaria. Sin embargo, hay niños igualmente dulces y preciosos que no disfrutan de ese privilegio.
Hace unos años, mientras visitaba la Misión de Australia, fui con el presidente de misión a una ceremonia de la palada inicial para los cimientos de la primera capilla mormona en la ciudad de Darwin; hicimos escala en la pequeña comunidad minera de Monte Isa y allí nos esperaba una madre con dos niños en edad de Primaria. Después de presentarse, mencionó que ella y sus dos niños eran los únicos miembros de la Iglesia en la ciudad; su esposo no era miembro. Tuvimos una breve conversación donde discutimos la importancia de tener una Primaria de hogar cada semana; yo prometí mandarle los materiales necesarios y ella se comprometió a orar y a perseverar en la fe.
A mi regreso a Salt Lake City le mandé los materiales prometidos y también una subscripción a nuestra revista para los niños de la Iglesia.
Años más tarde, durante la conferencia de la Estaca de Brisbane en Australia, mencioné en la sesión del Sacerdocio la situación de esta hermana llena de fe, y de sus niños. Dije: «algún día espero saber si esa Primaria de hogar tuvo éxito y poder conocer al esposo y padre de esta buena familia». Uno de los hermanos que estaban en la reunión se paró y dijo, «Hermano Monson, yo soy el esposo de esa buena hermana y padre de esos preciosos niños. La oración y la Primaria me trajeron a la Iglesia.»
Otra demostración del poder de la oración la tuve el invierno pasado cuando fui a la hermosa ciudad de Buenos Aires, Argentina. Estaba en el Parque Palermo, situado en el centro de la ciudad, y de pronto me di cuenta que estaba parado en terreno sagrado, porque allí, en la Navidad de 1925, el élder Melvin J. Ballard, un Apóstol del Señor, había dedicado toda América del Sur para la predicación del evangelio. Es evidente que esa oración inspirada se cumplió, puesto que el crecimiento de la Iglesia en esas tierras ha sobrepasado las esperanzas más optimistas.
En ese mismo parque hay una estatua de George Washington, el padre de la independencia de los Estados Unidos, y su primer Presidente. Al observar esa estatua, recordé otro lugar histórico donde la oración tuvo un papel vital; desde allí fue que Washington pudo conducir sus tropas, maltratadas, hambrientas y andrajosas a sus cuarteles de invierno.
Hoy, en un bosque de ese lugar, hay un gran monumento a Washington. No lo muestran sobre un caballo atacando al enemigo, ni mirando hacia el campo de batalla del triunfo, sino de rodillas en una oración humilde, rogando a
Dios Su ayuda divina. El mirar esa estatua recuerda el dicho de que «un hombre nunca es tan grande como cuando está de rodillas».
Hombres y mujeres de integridad, carácter y propósito siempre han reconocido un poder superior y han buscado dirección por medio de la oración. Siempre ha sido así, así será siempre. Desde el principio, a Adán se le dio el mandamiento: «. . . invocarás a Dios en el nombre del Hijo para siempre jamás» (Moisés 5:8). Adán oró: Abrahán oró; Moisés oró; y así ha orado cada profeta a ese Dios que nos manda su fuerza. Con la constancia de las aguas que corren sin detenerse, generaciones de seres humanos han nacido, vivido y muerto.
Al fin llegó el glorioso evento por el cual los profetas habían orado, los salmistas habían cantado, los mártires habían muerto, y toda la humanidad anhelaba.
El nacimiento de un niño en Belén fue transcendental en su belleza y singular en su significado. Con Jesús de Nazaret se cumplieron las profecías; El purificó a los leprosos, restauró la visión, abrió oídos, renovó la vida, enseñó la verdad y salvó a todos. En el proceso honró a su Padre y nos dio un ejemplo digno de emulación. Más que cualquier otro profeta o líder El nos enseñó a orar. ¡Quién puede olvidar su agonía en Getsemaní y su oración ferviente:
«Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú.» ( Mateo 26:39.)
Y su mandamiento:
«Velad y orad, para que no entréis en tentación.» ( Mateo 26:41.)
Y su consejo:
«Y cuando ores, no seas como los hipócritas: porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres. . .,
Mas tú, cuando ores. . . ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.» (Mateo 6:5-6.)
Estas instrucciones han ayudado a las almas afligidas a descubrir la paz que anhelaban con tanto fervor y esperanza.
Desafortunadamente, la prosperidad, la abundancia, el honor y la fama conducen algunos hombres a una falsa seguridad, al orgullo y al abandono de la y inclinación a orar. Por el contrario, las pruebas, las tribulaciones, las enfermedades y la muerte, derrumban los castillos del orgullo y ponen a los hombres de rodillas para pedir por el poder del cielo.
Supongo que durante el holocausto de la segunda Guerra Mundial mucha más gente se detuvo a orar, que en cualquier otro período en nuestra historia. ¿Quién puede calcular la ansiedad de las madres, las esposas y los niños que oraron por la protección del Todopoderoso para sus hijos, esposos y padres atrapados en el combate mortal?
Conmovedor fue el caso de la madre que oraba por el bienestar de su hijo después que el barco en el que él iba, zarpó hacia la guerra en el Pacífico. Cada mañana, después de orar, servía como voluntaria en las líneas de producción que llegaron a ser vitales para los hombres que estaban en el frente. ¿Es posible que el trabajo diligente de una madre pudiera afectar la vida de uno de sus seres queridos? Los que la conocieron, así como su familia, se regocijaron al oír el relato del hijo, cuyo barco fue hundido en Guadalcanal. Ese marino sobrevivió y llegó a la orilla, gracias a un salvavidas que resultó haber sido inspeccionado y empacado en Akron, Ohio, por su propia madre.
Por qué extraño medio no lo sé,
Más sé que Dios responde
A la oración de fe,
Puesto que la promesa El nos da
De que toda oración
Ha de escuchar,
Y tarde o temprano contestar.
Por eso cuando oro,
En paz puedo esperar.
(«Oración», por Eliza M. Hickock. The best loved religious poems, ed. por James Lawson. Fleming H. Revell Co., 1933, pág. 160.)
La generación moderna podrid preguntar: «Y actualmente, ¿continúa El contestando?» A lo que rápidamente contesto: «La invitación de Dios a que oremos no tiene límite de tiempo. Si nos acordamos de El, El se acordará de nosotros.»
Usualmente, cuando Dios contesta una oración, no hay bandas de música ni desfile de banderas. Sus milagros tienen lugar de manera silenciosa y natural. Hace tiempo mientras visitaba la Estaca de Grand Junction, en el Estado de Colorado, el presidente me preguntó si yo podría hablar con un matrimonio cuyo hijo quería abandonar la misión. Después de la conferencia, nos arrodillamos en un lugar aislado la madre, el padre, el presidente y yo. Al orar en nombre de todos, yo podía escuchar los sollozos de los padres. Cuando nos levantamos, el padre me dijo: «Hermano Monson, ¿cree usted que nuestro Padre Celestial de veras puede cambiar la decisión de nuestro hijo de abandonar su misión? ¿Por qué será que ahora, que me esfuerzo por hacer lo correcto, mis oraciones no son escuchadas?» Yo le pregunté: «¿En que misión está su hijo?» Me respondió: «En Dusseldorf, Alemania». Los rodeé con mis brazos y les dije: «Sus oraciones han sido escuchadas y serán contestadas. Aunque en estos días se están realizando veintiocho conferencias de estaca en distintas partes, yo he sido asignado a visitar precisamente esa como Autoridad General. Y de todas las Autoridades Generales, ¡yo soy el único asignado para reunirse con los misioneros de la Misión de Dusseldorf el próximo jueves!»
Su oración había sido escuchada. Pude hablar con el hijo y él respondió a sus deseos; permaneció en la misión y la completó con gran éxito.
Después de varios años visité otra vez la Estaca de Grand Junction. Volví a ver a aquellos padres, pero el padre todavía no estaba preparado para sellar a su numerosa y maravillosa familia por medio de una sagrada ceremonia a fin de que llegaran a ser una familia eterna. Les sugerí que si toda la familia oraba, podrían prepararse para ello, y les indiqué que me gustaría oficiar en esa ocasión sagrada en el Templo de Dios. La madre imploró, et padre se esforzó, los hijos los alentaron, y todos oraron. ¿El resultado? Permitidme leeros una carta que el hijito menor puso bajo la almohada de su papá el Día del Padre. «Papá:
Te quiero por lo que eres y no por lo que no eres. ¿Por qué no dejas de fumar? Millones de personas lo han hecho, ¿por qué no tú? No es bueno para la salud, para los pulmones, ni para el corazón. Si no guardas la Palabra de Sabiduría, no podrás ir al cielo conmigo, Skip, Brad, Marc, Jeff, Jeannie, Pam y nuestras familias. Nosotros somos niños y guardamos la Palabra de Sabiduría. ¿Por qué tú no puedes? Tú eres más fuerte y eres un hombre. Papá, yo quiero verte en el cielo; todos lo deseamos. Queremos ser una familia completa en los cielos, y no lo seríamos sin ti.
Papá, tú y mamá deberían comprarse dos bicicletas usadas y comenzar a andar en el parque todas las tardes. Es probable que te estés riendo en este momento. Tú te ríes de las personas mayores que trotan por el parque, que andan en bicicleta y caminan; pero ellos van a vivir más que tú porque hacen ejercicios buenos para los pulmones, el corazón y los músculos. Ellos van a ser los que rían por último.
Vamos, papá, pórtate bien, no fumes ni tomes, ni hagas nada en contra de nuestra religión. Queremos tenerte todavía por muchos años. Si dejas de fumar y haces cosas buenas, tú y mamá pueden ser sellados en el templo por el hermano Monson, y nosotros a ustedes.
Vamos, papá, mamá y todos nosotros estamos esperando por ti; queremos vivir contigo para siempre. Te queremos mucho porque eres el mejor de los padres.
Te quiero, Todd P.D. Si alguno de mis hermanos te escribiera una carta, diría, lo mismo que yo. Otra P.D. El Sr. N . . . dejó de fumar. Tú también puedes hacerlo, ¡tú estás mas cerca de Dios que él!»
Ese ruego, esa oración de fe fue oída y contestada. Fue una noche maravillosa y que siempre recordaré, cuando toda esta familia se reunió en uno de los cuartos sagrados del hermoso Templo de Salt Lake. El padre, la madre y cada uno de los niños estaban allí; se llevaron a cabo las ordenanzas sagradas, y una humilde oración de gratitud puso final a aquel momento esperado por mucho tiempo.
Que todos recordemos:
Del alma es la oración,
El medio de solaz;
Que surge en el corazón
Y da eterna paz.
O tú, por quien tenemos paz,
Tuviste que andar
La senda de la oración;
Enséñanos a orar.
(Himnos de Sión, No. 129.)
El Señor ha enseñado a orar. Que cada uno de nosotros aprenda y viva esta lección, es mi ferviente súplica y sincera oración en el nombre de Jesucristo. Amén.
























