Conferencia General Octubre 1978
Acudid a Dios y vivid
Élder Carlos E. Asay
del Primer Quórum de los Setenta
«¡Cuán equivocados están los hombres que se dejan vencer por el pecado y el error, no pudiendo así mirar hacia arriba y vivir!»
Supe de un hombre que nunca miró hacia arriba; por consiguiente, nunca vivió, solo existió. A través de los años, este hombre se convirtió en un esclavo del alcohol. Copa tras copa, acumuló todas las características y los hábitos miserables de un borracho. Caminaba por las calles como tonto y con paso inseguro. Cuando sus amigos lo saludaban al pasar, su respuesta era un ademan vacilante o un gruñido casi inaudible. Físicamente, era una ruina.
Para eludir a la gente y las conversaciones, este alcohólico caminaba tambaleante con la mirada fija en el costado del camino. Parecía haberse olvidado de la gente, las cosas, y los acontecimientos que ocurrían.
Muchos se compadecían de este hombre que había perdido su salud, orgullo, propósito en la vida, amor familiar, y otras bendiciones. Vieron que estaba encadenado a sus vicios, pero no hicieron nada para ayudarle a despojarse de sus cadenas. Otros, se burlaban de él sin compasión.
Después de muchos años de sufrimiento algunas personas desinteresadas ayudaron a este hombre a lograr un milagro. Esos amigos emplearon innumerables horas dándole amor, persuadiéndole bondadosamente, orando continuamente, y haciendo todo lo que se necesita para reformar a un alcohólico. Al arrepentirse, el dejó que la palabra de Dios nutriera su alma empobrecida; fijo su mirada en el Profeta viviente, presto atención a sus enseñanzas y también volvió a encender la chispa de la fe en si mismo ejercitando la fe en Cristo.
Con el correr de los años, adquirió la suficiente confianza y fuerza como para poder caminar derecho. Rompió con éxito las mortales ligaduras que lo unían a Satanás. Levanto sus hombros, miro a la gente a los ojos. y comenzó a conversar con otros; y lo que es mas importante, volvió a tomar su lugar de esposo amado y padre respetable. Me cuentan que cuando este hombre- este nuevo hombre- se paro en la Iglesia para compartir su testimonio, expreso estos pensamientos:
»Nunca sabréis cuan maravilloso es poder reconocer a la gente por sus sonrisas y no por el polvo de sus zapatos.
Nunca sabréis cuan maravilloso es contemplar el cielo azul y no tener que mirar hacia el suelo.
Nunca sabréis cuan maravilloso es volver a la casa después del trabajo y dejar que los mnos os abracen con amor y no os rechacen con miedo.»
No os he descrito un caso aislado o grotesco; la historia que he compartido con vosotros, sin el desenlace feliz, es común. Cada día hombres, mujeres, y jóvenes a nuestro alrededor, permiten que las bebidas alcohólicas u otras formas de pecado los arrastren y les hagan agachar la cabeza. ;Cuan equivocados están los hombres que se dejan vencer por el pecado y el error, no pudiendo así mirar hacia arriba y vivir! Por otra parte, cuan maravilloso es cuando los hombres acuden a Dios a través de las Escrituras y permiten que las verdades divinas nutran sus almas; cuando los hombres acuden a Dios a través de un profeta viviente y permiten que el consejo de un hombre inspirado guíe sus pasos; cuando los hombres acuden a Cristo y se ubican en tal posición que tienen derecho a las bendiciones de su expiación.
Hace algunos años supervise a un joven que tenia problemas en entender y en apreciar su asignación en la Iglesia. Trate de hacerle ver ‘la importancia de sus deberes y hasta recurrí a su sentido de dignidad La conversación no parecía hacer mucho efecto en este joven. Finalmente, después de luchar conmigo mismo, le pregunte: ¿Que tendré que hacer para convencerte de que debes completar tu llamamiento con éxito?» No respondió; así que le pregunte: »¿Estas esperando ver una zarza ardiendo’? ¿o recibir la visita de un ángel’? ¿o escuchar una voz del cielo’?» Su respuesta fue inmediata: »Eso es lo que necesito. Necesito escuchar la voz de Dios.»
Al principio me pregunte si el joven hablaba en seno. Sin embargo. su mirada y el tono de s u voz me convencieron que realmente hablaba en serio. Lo invité entonces a leer conmigo esta Escritura:
»Y yo, Jesucristo, vuestro Señor y vuestro Dios, lo he hablado. Estas palabras no son de hombres, ni de hombre. sino mías: por lo tanto, testificareis que son de mi, y no del hombre.
Porque es mi voz que os las habla; porque os son dadas por mi Espíritu, y las podéis leer los unos a los otros por mi poder; y si no fuere por el, no las podríais tener.
Por tanto. podéis testificar que habéis oído mi voz, y que conocéis mis palabras.»
El joven comenzó a entender que las Escrituras son la voluntad, la intención, la palabra y la voz del Señor. (D. y C. 68:34.)
De manera que lo alenté a que acudiera a Dios a través de las Escrituras. Le pedí que considerara su periodo de estudio diario como una entrevista personal con el Señor. Y le prometí que si era fiel en su lectura y meditación de las Escrituras, hallaría el propósito y el entusiasmo para poder cumplir con su llamamiento.
En el Libro de Mormón leemos acerca de un pueblo que tenia un instrumento llamado esfera o director. Este instrumento -similar a una brújula- fue preparado por el Señor y funcionaba de acuerdo con la fe de la gente en Dios. Cuando eran justos y hacían uso de su fe, las agujas les indicaban el camino que debían seguir. Cuando les faltaba fe y diligencia en guardar los mandamientos, el instrumento no funcionaba.
Un escritor manifestó que la brújula y su operación se parecían mucho a las cosas espirituales. El escribió:
Pues he aquí, tan fácil es prestar atención a la palabra de Cristo, que te indicara un curso directo a la eterna ventura, como lo fue a nuestros padres atender esa brújula que les señalaba un curso directo a la tierra prometida.
Y pregunto ahora: No se ve en esto un tipo» Porque tan cierto como este director trajo a nuestros padres a la tierra prometida por seguir sus indicaciones, as; las palabras de Cristo, si las seguimos, nos llevaran mas allá de este valle de dolor a una tierra de promisión mucho mejor.
. . .no seamos negligentes por la facilidad que presenta la senda… pues así les fue preparada, para que viviesen si miraban; y así es con nosotros La vía esta preparada, y si queremos mirar, podremos vivir para siempre.
…procura confiar en Dios para que vivas.» (Alma 37:44-47.)
Pienso que algunos de nosotros estamos tan enfrascados en las actividades cotidianas, que no le damos la debida importancia a las Escrituras. Hacemos lo imposible por cumplir nuestros compromisos con los médicos, abogados o comerciantes, pero al aplazar nuestro estudio de las Escrituras, le estamos restando importancia a nuestras entrevistas con Dios. No es de extrañarse entonces que nuestras almas se vuelvan anémicas y perdamos nuestra guía en la vida. Cuanto mejor seria si planeáramos y separáramos diariamente quince o veinte minutos para leer las Escrituras. Dichas entrevistas con Dios nos ayudarían a reconocer Su voz y nos permitirían recibir Su guía en todos nuestros asuntos.
Debemos acudir a Dios a través de las Escrituras.
Al comienzo de este siglo, dos misioneros llegaron a un pueblito en las montañas de una de las islas de Hawai. Un hombre que estaba parado cerca de su choza los vio venir y les dijo a sus hijos que estaban cerca de él: »Vayan al encuentro de esos hombres y díganles que se vuelvan. No estamos interesados en lo que predican.» Los niños obedecieron a su padre. Los misioneros, sin embargo, siguieron subiendo el cerro; al llegar a la cima, caminaron hacia el padre y le dijeron: »No queremos ser descorteses, pero hemos viajado muchos kilómetros para decirle que hoy día hay sobre la tierra un Profeta viviente.» La cara del hombre se iluminó de entusiasmo. «¿Cómo dijeron?» les pregunto. Los misioneros le repitieron su testimonio, »Hoy día hay sobre la tierra un Profeta viviente y queremos hacerle conocer su mensaje. Volviéndose hacia sus hijos, el hombre les dijo: »Apúrense, vayan y busquen a su madre y llamen a sus hermanos y hermanas; díganles que hay un Profeta viviente.» Poco tiempo después esta familia aceptó el evangelio y se bautizó.
Desde los tiempos antiguos el Señor ha dado a conocer sus intenciones a través de los profetas. Tales hombres son preparados especialmente y llamados para recibir y enseñar la verdad. Su misión es servir como portavoces de Dios. Amós declaro:
»Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas.» (Amós 3:7.)
¿Estaba Amós hablando acerca de su época solamente? Por supuesto que no. El sabía que Dios no hace acepción de personas. El sabía que el amor de Dios por sus hijos es el mismo en todas las generaciones. El sabía que necesitaríamos revelación continua.
A través de un profeta moderno, habló estas palabras:
«Por tanto, la voz del Señor llega hasta los extremos de la tierra. . .
. . .y viene el día en que aquellos que no oyeren la voz del Señor, ni la voz de sus siervos, ni hicieren caso de las palabras de los profetas y apóstoles, serán desarraigados de entre el pueblo.» (D. y C. 1:11, 12, 14.)
¡Cuán tonto es pensar que un ejercito puede movilizarse o pelear eficazmente sin las instrucciones del comandante en jefe! ¡Cuán ilógico es pensar que las estrategias y las maniobras de ayer ganaran las batallas de hoy! Puede ser cierto que los principios de la contienda armada no cambien de una generación a otra, sin embargo, las armas cambian, los campos de batalla no son los mismos, el enemigo se hace mas sabio, y al producirse muchas otras circunstancias, se hace necesario que el líder continúe dando órdenes.
Cristo como la cabeza de su Iglesia y general de su ejercito real, ha dirigido en el pasado y dirigirá en el futuro la marcha de sus fieles seguidores. A través de sus profetas da las órdenes para que nos movilicemos; a través de sus profetas da las órdenes para que nos detengamos. Al final, la victoria será el premio de aquellos soldados fieles que obedezcan sus instrucciones y permanezcan inmutables en sus filas.
Le agradecemos a Dios por tener un Profeta viviente. Y le cantamos alabanzas a los cielos por el privilegio de recibir a través de ese Profeta órdenes y consejos adecuados para satisfacer nuestras necesidades eternas.
Acudid a Dios a través de su Profeta viviente, y vivid.
Cuando los hijos de Israel viajaban por el desierto hacia la tierra de Edom, se desanimaron y hablaron contra Dios y Moisés, su líder, de manera que el Señor »envió entre el pueblo serpientes ardientes, que mordían al pueblo; y murió mucho pueblo de Israel.
Entonces el pueblo vino a Moisés y dijo: hemos pecado por haber hablado contra Jehová, y contra ti; ruega a Jehová que quite de nosotros estas serpientes.» (Números l 21:67.) Moisés oró por el pueblo, y en respuesta a sus oraciones el Señor le dijo:
«Hazte una serpiente ardiente, y ponla sobre una asta; y cualquiera que fuere mordido y mirare a ella, vivirá.» (Números 21:8.)
Moisés siguió las instrucciones del Señor.
Si omitiéramos el resto de la historia, uno se preguntaría que sucedió. ¿Cuantos fueron obedientes? ¿Cuantos no? ¿Miró alguien y vivió? Las respuestas a estas preguntas se encuentran en el Libro de Mormón. Un profeta nos explicó:
«Y les envió (el Señor) serpientes volantes de fuego. Y cuando los mordieron, les dio el remedio para que sanaran; y no tenían mas que mirar. Y por ser este medio tan sencillo y tan fácil, muchos de ellos perecieron.» (1Nefi 17:41.)
El símbolo que se levantó en el desierto representaba a Cristo en la cruz. Jesús mismo enseñó esta verdad. Muchas veces predijo la forma tan cruel en que iba a morir, y, al menos en una ocasión, se refirió a Moisés y al incidente en el desierto. Observad estas palabras del Maestro:
«Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en el cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.» (Juan 3:14-15.)
Si esperamos obtener la vida eterna, nosotros, como los israelitas, debemos fijar nuestros ojos y mentes en la cruz de Cristo. Porque a través de su resurrección triunfaremos sobre la muerte física. Y su expiación nos abre el camino para vencer nuestros pecados, el camino al renacimiento e espiritual y el camino de vuelta a la presencia de Dios.
Acudid a Cristo y vivid.
La dirección de nuestra mirada es de suma importancia. Desde el tejado el rey David «vio a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa» (2Samuel 11:2). El la miró y su corazón estaba lleno de lujuria. La miró y cayó.
Judas fijó su mirada en treinta monedas de plata. La avaricia se posesionó de él. Esa mirada puesta en el lugar equivocado arruinó su vida, su alma, y las treinta monedas.
No debemos permitir que nuestra mirada ande por todos lados o que se fije en las cosas perecederas del mundo. El ojo, »la lámpara del cuerpo» (Mateo 6:22) debe ser entrenado para mirar hacia arriba. Debemos mirar hacia Dios y vivir.
Invitamos a todos los hombres en todo el mundo a acudir a Dios a través de las Escrituras; a acudir a Dios a través de un profeta viviente, a acudir a Cristo.
Os testifico que podemos oír la voz de Dios a través de las Escrituras, os testifico que tenemos un Profeta viviente entre nosotros, y os testifico que Cristo es el nombre mediante el cual todos podemos obtener la salvación. En el nombre de Jesucristo. Amén.
























