La barra de hierro

Conferencia General Octubre 1978logo pdf
La barra de hierro
Presidente Spencer W. Kimball

Spencer W. Kimball«Cuando los vientos de los cambios soplan fieramente y las olas embravecidas todo lo destrozan a nuestro alrededor, nosotros tenemos el árbol o la barra de los principios del que podemos aferrarnos en procura de seguridad: el Evangelio de Jesucristo. . .»

La Iglesia se ha visto entristecida por el fallecimiento del élder Delbert L. Stapley, del Consejo de los Doce Apóstoles, quien falleció el 19 de agosto de 1978. El élder Stapley sirvió fiel y hábilmente en el Consejo de los Doce durante 28 años. Su presencia será extrañada y repetimos nuestras expresiones de amor y condolencias extendidas a su familia en el momento de su fallecimiento.

Cuan glorioso es, hermanos y hermanas, daros la bienvenida a esta conferencia mundial de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y percibir las multitudes reunidas aquí, en Salt Lake City, al igual que en otros lugares, haciendo de esto en verdad una reunión internacional de los fieles santos.

Me regocijo con vosotros en el progreso y expansión del reino terrestre del Señor en casi todas partes del mundo. Constantemente nos encontramos inaugurando para la predica del evangelio nuevas zonas donde establecemos nuestras misiones, y dividiendo otras para brindar un liderazgo más eficaz al creciente número de jóvenes de ambos sexos que se encuentran en el servicio misional. Desde nuestra última conferencia hemos aumentado en diez nuevas misiones, alcanzando ahora un total de 166 en todo el mundo. Ahora tenemos 26.606* misioneros que llevan el evangelio a casi cada nación, lengua y pueblo.

Bajo la dirección del Consejo de los Doce Apóstoles, cuyo divino llamamiento es el de ‘ que oficiara en el nombre del Señor bajo la dirección de la Presidencia de la Iglesia, de acuerdo con las instituciones del cielo; y edificara la Iglesia, y arreglara todos los asuntos de ella entre todas las naciones. . .» (D. y C. 107:33).

Antes de fin de año tendremos más de 1.000 estacas. Esto parecería increíble en la época en que había solo 145 estacas en toda la Iglesia, cuando yo pase a formar parte del Consejo de los Doce, en 1943. (Nota de la editora: En el momento de aparecer este número, dicha cifra había aumentado considerablemente.)

Este desarrollo es motivo para que agradezcamos y rindamos loor al Señor por su divina dirección de este programa de salvar almas y traerlas al redil de Cristo.

Aun cuando mucho se ha logrado, queda mucho, mucho más por hacer. Debemos seguir adelante con valentía y gran audacia para proclamar a Jesucristo como el Señor resucitado y el Redentor de la humanidad.

Os hemos pedido a todos que siempre que sea posible cultivéis un huerto para la producción de alimentos caseros, y para que podáis disfrutar así de los esfuerzos de vuestras labores y ayudar a proveer para vuestras necesidades. Urgimos a los padres, no sólo a que se dediquen a esta actividad, sino también a que incluyan en la misma a sus hijos. Así, además de que podrán aprender el valor y el gozo del trabajo, también les ayudara a desarrollar un sentido de responsabilidad al participar en los proyectos familiares.

No solo debemos hacer que los campos y los alrededores de las casas sean atractivos, sino que también debemos mantener en buen estado y pintados, casas, graneros, cercas, etc. Comprendemos también que tales proyectos son de nunca acabar y necesitan una atención y planificación continuos.

Renovamos nuestro llamado para que mantengáis diarios individuales y registros de historias familiares. Cualquier familia mormona que haya hecho investigación genealógica e histórica, ha deseado que sus antepasados hubieran tenido la sabiduría de mantener registros más completos. Por otra parte, hay familias que poseen algunos tesoros espirituales, porque sus antepasados registraron los acontecimientos relacionados con sus conversiones al evangelio y otros de interés familiar, incluyendo muchas bendiciones casi milagrosas y experiencias espirituales destacadas. Las personas a menudo utilizan la excusa de que su vida es aburrida y de que a nadie le puede interesar lo que ellas hagan. Pero os prometo que si guardáis fielmente vuestros diarios y registros, los mismos llegaran a ser una fuente de gran inspiración para vuestras familias, y las de vuestros hijos, nietos, etc., a través de las generaciones.

Las noches de hogar son extremadamente apropiadas para llevar a cabo tales actividades y especialmente para capacitar a los niños y a los jóvenes en el arte de la escritura de acontecimientos que tienen lugar en su vida. Si todavía no lo habéis hecho, resolved comenzar a escribir vuestros diarios hoy mismo.

Hay urgencia en que trabajemos con más determinación en la redención de nuestros antepasados fallecidos, mediante una asistencia más frecuente al templo. Todos aquellos que poseen recomendaciones para el templo, deben utilizarlas tan a menudo como sea posible para llevar a cabo bautismos, investiduras y sellamientos por los muertos.

Otros miembros de la Iglesia deben preocuparse seriamente por adquirir la preparación que les permita recibir su recomendación, para poder disfrutar también de estas eternas bendiciones y ser considerados como salvadores en el monte de Sion. Existe un progresivo y constante aumento en el trabajo del Templo que debemos hacer los santos, y deberíamos preocuparnos por lograr esta meta.

Nuevamente quisiera urgir a todos los santos para que obedezcan más fielmente la santidad del día de reposo. El día santo del Señor está perdiendo rápidamente su sagrado significado en todo el mundo; el hombre está destruyendo los sagrados propósitos del día de reposo, en su loco afán por lograr la riqueza y los placeres, por recrearse, y en su constante adoración de los falsos dioses materiales. Continuamos urgiendo a todos los santos y a los que en todos lados aman a Dios, para que observen el día de reposo y lo guarden sagrado. Los comercios no abrirían en el día de reposo, si no hubiera gente que hiciera compras; lo mismo sucede con los lugares de diversión, de acontecimientos deportivos, de cualquier estilo de recreo. El afán por lograr el »poderoso don dinero», parecería que está triunfando sobre el mandamiento del Señor de guardar sagrado el día de reposo.

»Mis días de reposo guardareis, y mi santuario tendréis en reverencia.» (Lev. 19:30.)

«¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?» (Luc. 6:46)

La violación de todos los propósitos del día de reposo no es lo único sobre lo cual debemos llamaros la atención en la actualidad. Nos preocupa sumamente el mundo en el que vivimos. Los medios de comunicación nos presentan a diario material que de tan maligno ya es rayano a la inmundicia, es sórdido y destructor de la justicia humana; la irreverencia parecería reinar por doquier; Satanás esta desatado.

Previamente dijimos que el creciente libertinaje de la sociedad moderna nos preocupa grandemente. Nos acosan los cambios, y aun el ritmo de vida ha aumentado aceleradamente; a veces parece que el mundo se encuentra bajo tales cambios, que la gente está desorientada, sin saber a qué dar su valor correspondiente. No obstante, lo bueno y lo malo se hallan en la misma posición de siempre, los principios del evangelio permanecen inalterados y todas las maldades humanas no pueden alterar una jota ni una tilde los mandamientos de Dios.

Las fuerzas del bien se encuentran precisa y continuamente bajo ataque. Hay momentos en que parecería que el mundo estuviera ahogándose en una inundación de inmundicia y degradación; entonces quisiera gritar en voz en cuello: »¡Permaneced fieles a todo lo que es justo y verdadero! En eso encontrareis la seguridad. ¡No permitáis que el pecado os arrastre!»

En 1946 visite las islas de Hawaii, poco después de un enorme maremoto, en el que una ola de más de diez metros de altura había asolado las costas de Hilo y Hamakua. Vi la devastación resultante donde las casas fueron destrozadas y aplastadas como si fueran simples ramas; las cercas y los jardines quedaron arrasados, los puentes y los caminos desaparecieron; por todos lados se veían muebles y automóviles destrozados; en el lugar donde se encontraba una de nuestras pequeñas capillas, no quedaban más que los cimientos. Más de cien personas perecieron, muchas quedaron lastimadas, y otras miles quedaron sin hogar. Diversas fueron las historias que oí, de sufrimiento, heroísmo y salvaciones casi milagrosas.

Una mujer contó que había recibido un mensaje telefónico de unos amigos, diciéndole que saliera de la casa porque se aproximaba el maremoto; salió para mirar y vio la monstruosa ola que se aproximaba como una montaña andante. Junto con su esposo, tomaron a su niño y corrieron hacia la colina para salvarse; pero dos de sus hijitas se encontraban fuera de la casa, jugando cerca de unos arbustos; ellas vieron también la enorme ola y se precipitaron hacia unos árboles a los que se treparon, agarrándose fuertemente a las ramas; la primera ola gigantesca las cubrió casi completamente, pero ellas contuvieron la respiración aferrándose a las ramas con todas sus fuerzas hasta que el agua retrocedió y les fue posible respirar nuevamente. Tan pronto como pudieron, bajaron del árbol y corrieron rumbo a la colina antes de que volvieran las olas siguientes. La familia, así reunida, contemplo desde su lugar seguro cómo desaparecía su casa bajo el implacable poder de las aguas.

Nosotros también nos enfrentamos con destructivas y poderosas fuerzas desatadas por el adversario; las olas del pecado, la maldad, la inmoralidad, la degradación, la tiranía, los engaños, las conspiraciones y la deshonestidad, nos amenazan a todos, nos azotan con gran poder y velocidad, y nos destrozaran si no somos cuidadosos.

Pero recibimos advertencias. Nos corresponde estar alertas, escuchar, y huir de la maldad en bien de nuestra vida eterna. Sin ayuda no podremos soportar el ataque; debemos huir hacia las tierras altas, o aferrarnos con todas nuestras fuerzas a lo que pueda salvarnos de ser arrastrados sin misericordia. El Evangelio de Jesucristo es lo que debemos usar para asegurarnos, y es nuestra protección de cualquier fuerza maligna. Un inspirado profeta del Libro de Mormón aconsejó a su pueblo lo siguiente:

«. . .recordad que sobre la roca de nuestro Redentor, que es Cristo, el Hijo de Dios, debéis establecer vuestra fundación, para que cuando el demonio suelte sus impetuosos vientos, si, y lance sus dardos en el torbellino, si, cuando todo su granizo y furiosa tormenta os azote, no tenga poder para arrastraros al abismo de miseria y angustias sin fin. . .» (Hel. 5:12.)

Quiero hacer hincapié, en que las enseñanzas de Cristo que dicen que debemos llegar a ser perfectos, no son mera retórica. El, en forma literal, enseñó el derecho inalienable que tenemos de llegar a ser iguales al Padre y a El mismo, habiendo conquistado toda debilidad humana y desarrollado atributos divinos.

El hecho de que muchas personas no utilicen plenamente la capacidad intrínseca que poseen, no niega la inalterable verdad de que tienen el poder de llegar a ser como Jesucristo mismo. Las personas que utilizan este poder, prueban su existencia, pero con negarlo no se puede probar su ausencia. El esfuerzo para alcanzar la perfección no es una decisión momentánea, sino que constituye un proceso al que se debe dedicar toda una vida.

Mediante Moisés, la palabra del Señor descendió la montaña. Los mandamientos que el Señor dio a los hijos de Israel prescribieron para estos los patrones mismos de conducta. Pablo dijo que estos mandamientos son »para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe» (Gal. 3:24).

Pero, vivir los Diez Mandamientos al pie de la letra, no es más que un comienzo hacia la perfección. Jesús enseñó la santidad de los Diez Mandamientos, pero puso especial énfasis en el hecho de que había algo más que eso. No es suficiente reconocer al Señor como Ser Supremo y refrenarnos de la adoración de los ídolos, sino que debemos amar al Señor con todo nuestro corazón, poder, mente y fuerza, comprendiendo el gran gozo que siente El en las obras justas de sus hijos.

No es suficiente con refrenarnos de las irreverencias y las blasfemias. Debemos dar al nombre del Señor un lugar de importancia en nuestra vida; aun cuando nosotros no utilicemos el nombre del Señor en vano, tampoco deberíamos permitir que nuestros amigos, vecinos, o nuestros hijos, tuvieran dudas con respecto a nuestra posición. Que no existan jamás dudas con respecto al hecho de que somos seguidores de Cristo.

No es suficiente refrenarnos de ir al cine, a cazar, a pescar, a hacer deportes o labores innecesarias en el día de reposo. El uso constructivo del día de reposo incluye el estudio de las Escrituras y la asistencia a las reuniones de la Iglesia, tanto para adorar como para aprender; escribir cartas a los seres amados ausentes; consolar a los afligidos, visitar a los enfermos y en general, hacer Lo que el Señor quiere que hagamos en Su día santo.

Si en verdad honramos a nuestros padres tal como se nos manda, buscaremos emular las mejores cualidades de su personalidad, y asegurarnos de que se realicen las mayores aspiraciones que ellos tienen para nosotros; nada material que podamos darles, será más precioso que la satisfacción de vernos vivir correctamente.

No es suficiente refrenarnos de matar. Nos encontramos también bajo solemne obligación de respetar la vida y de promoverla; lejos de tomar una vida, debemos ser generosos para ayudar a los demás a disfrutar de las necesidades de la misma y cuando lo hayamos logrado, debemos tratar de mejorar la mente y el espíritu de nuestro prójimo.

Nos refrenamos de ingerir sustancias dañinas para el cuerpo. Mediante la sabiduría y la moderación en todas las cosas buscamos la buena salud y el sentido del bienestar físico.

No es suficiente refrenarnos del adulterio. Debemos convertir en sagrada la relación matrimonial, sacrificarnos y trabajar para mantener el amor y el respeto que disfrutamos durante el noviazgo. Para Dios, el matrimonio debe ser eterno, sellado por el poder del Sacerdocio a los efectos de que perdure más allá de la muerte.

Los actos diarios de cortesía y bondad llevados a cabo consciente y amorosamente son parte de lo que el Señor espera en un matrimonio. Debemos mantener el corazón y la mente puros, del mismo modo que nuestros hechos.

«No robarás», dijo el Señor en el Monte Sinaí (Ex. 20:15). Esto significa que debemos ser honestos en todas las formas, y ser generosos, lo cual es el polo opuesto del egoísmo. Cuando alguien necesita dinero, damos dinero; pero a menudo se necesita más amor, tiempo y cuidados, elementos que el dinero no puede comprar. Cuando eso sucede, aun la generosidad monetaria no es suficiente.

El falso testimonio y la codicia de las posesiones ajenas son evidencias del egoísmo. »Amarás a tu prójimo como a ti mismo», enseñó Jesús, y de esto y el amor a Dios, «depende toda la ley y los profetas» (Mat. 22:39-40).

La bondad, el ser servicial, el amor, la preocupación y la generosidad, y así podríamos seguir interminablemente con la lista de virtudes. El desarrollo de estas características es lo que el Señor desea de nosotros.

«. . .Si hay algo virtuoso, bello, de buena reputación o digno de alabanza, a esto aspiramos.» (Art. de Fe, N° 13.)

El Evangelio de Jesucristo es verdadero. Cualquier investigador sincero puede llegar a saber que así es, mediante el estudio y la obediencia de sus principios, tratando de buscar la inspiración y ayuda del Espíritu Santo. Pero ¡cuánto más fácil es comprenderlo y aceptarlo, cuando el investigador de la verdad puede observar los principios del evangelio en acción en la vida de otras personas! No existe un mayor servicio misional en esta Iglesia que el ejemplo positivo de las virtudes cristianas en nuestra vida.

El Señor nos hace una gloriosa promesa a aquellos que le amamos, y demostramos este amor mediante un fiel y devoto servicio y la obediencia a Sus eternos principios. Cuando los vientos de los cambios soplan fieramente y las olas embravecidas todo lo destrozan a nuestro alrededor, nosotros tenemos el árbol o la barra de los principios del que podemos aferrarnos en procura de seguridad: el Evangelio de Jesucristo, que ha sido restaurado sobre la tierra en su plenitud.

Que el Señor nos bendiga individualmente para que podamos mantenernos fuertemente asidos a la barra de hierro, humildemente ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.

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