Conferencia General Octubre 1978
La bendición de ser misionero
Elder Vaughn J. Featherstone
del Primer Quórum de los Setenta
«Cada misionero tiene una historia de amor y sacrificio. Su gran devoción a la causa, su amor por el Señor y su voluntad de servirle a Él, a quien pertenece esta obra, bendecirá’ su vida y su posteridad para siempre.»
“Y ningún hombre que saliere y predicare este evangelio del reino, no dejando de ser fiel en todas las cosas, sentirá entenebrecida su mente, ni cansada; ni su cuerpo, miembros o coyunturas; y ni aun un pelo de su cabeza caerá a la tierra inadvertido. Y no padecerá hambre ni sed”. (D. y C. 84:80.)
Durante los dos últimos años nuestra familia ha servido en una misión en Texas; fue la experiencia más sublime que jamás hubiéramos pensado. Cuando acabábamos de llegar a nuestro destino, mi esposa clamó al Señor diciendo: »No tenemos mucho tiempo. Ayúdame a aprender rápidamente para que podamos llevar adelante la obra». Ella me ha confesado que el Señor ha dado respuesta a sus oraciones. »Me ha enseñado grandes lecciones» me dijo. »Una de esas lecciones tuvo lugar a las tres o cuatro semanas de haber llegado a la misión. Parecía que no podía ni siquiera contar con unos pocos minutos al día para mí. Antes de salir a la misión, dedicaba cuarenta y cinco minutos todas las tardes a mis asuntos personales. Esos pocos minutos eran para mi uso.» Pero en la misión le preocupaba no poder encontrar aunque fuera unos minutos para hacer algo de su gusto; por lo tanto se dirigió al Señor en oración diciéndole: «Padre Celestial ayúdame a fin de que disponga de tiempo para mí durante nuestra misión». Y me contó que, de la forma más clara que uno pueda imaginarse recibió del Padre la siguiente respuesta: »Hija mía, este no es tu tiempo, sino que es mi tiempo». Desde entonces procuramos trabajar con todas nuestras energías mientras estamos haciendo uso de Su tiempo. Y tenemos que hacerlo de acuerdo con nuestras posibilidades.
Permitidme compartir con vosotros algunas experiencias tocantes a la fe de los »mensajeros» con quienes servimos. Un élder y su esposa, que sirven como misioneros, me escribieron lo siguiente en su carta semanal:
»Quisiéramos robarle unos minutos para contarle una experiencia espiritual acaecida esta semana. El viernes, el élder Curtis se separó por ese día de su compañero, el élder Aloi, y vino a trabajar con nosotros; después se reunieron nuevamente y los llevamos de regreso a su casa. El élder Aloi nos invitó a ver el apartamento donde viven ambos; entró por la puerta del fondo para abrirnos la puerta principal; a los pocos minutos apareció en la puerta con una expresión radiante en su rostro. ‘Elder’, le dijo a su compañero, ‘venga a ver lo que nos dejaron’. Sobre la mesa había una gran cantidad de comestibles. El élder Curtis nos explicó entonces que el élder Aloi y el compañero que había trabajado con él durante ese día habían conocido a una familia que no tenía nada para comer y les habían llevado toda la comida que los misioneros tenían almacenada. Nuestro corazón rebosó de gozo al ver que el Señor vela por los suyos.»
Una de nuestras dulces misioneras, una viuda, me manifestó en su carta semanal:
»Las experiencias de mi misión han fortalecido mi testimonio enormemente. No puedo recordar cuando obtuve un testimonio, pero si recuerdo muchas experiencias que han enriquecido y fortalecido los cimientos del que poseo. De las muchas experiencias maravillosas que he tenido, estos últimos ocho meses me han acercado más al Señor que cualquier otra etapa de mi vida.
He sobrevivido tres revoluciones en México, lo cual contribuyó para fortalecer mi testimonio. El escribir lecciones para la Iglesia también acerca al Señor y Él me ha bendecido más de lo que puedo expresar. Esta misión me ha dado más espiritualidad de lo que jamás haya tenido antes. Otros momentos de gran regocijo espiritual en mi vida fueron los momentos en que mis hijos estaban sirviendo como misioneros y me pedían que leyera el Libro de Mormón. Mi esposo falleció durante el período en que mi hijo mayor servía como misionero en Chile, y tuve que pasar por grandes pruebas durante aquellos momentos tan difíciles. Estoy agradecida por esta oportunidad de trabajo arduo y grandes bendiciones.» Luego se despedía y firmaba.
Hace algunos meses asignaron a una hermosa pareja a nuestra misión. Antes de que ellos llegaran recibí una carta de su hija. En una parte de la misma decía:
»Estimado presidente Featherstone: Dentro de pocas semanas, recibirá usted a dos de las personas más maravillosas del mundo, quienes servirán en su misión durante dieciocho meses. Están sumamente entusiasmados ante la idea de servir bajo su presidencia, y me dijeron que harán todo lo que usted espere de ellos. Estoy segura de que quedara encantado con mi mama y mi papa. Nosotros les echaremos de menos, por lo que le pido que los cuide mientras están ahí.»
La mayoría de nuestros misioneros llegan al campo misional porque aman al Señor Jesucristo y desean servirle y traer almas a Él. Sin embargo, también hay algunos que tratan de justificar su pobre rendimiento en el campo misional, como el hombre que recibió su sueldo en un sobre y advirtió que le habían pagado menos de lo que debía recibir. Se dirigió a la persona responsable por los pagos y le dijo: »Me descontaron dinero de mi sueldo esta semana.» A esto la persona respondió: «Si, lo he estado esperando. Usted no vino a protestar la semana pasada cuando le pagamos de más.» El hombre entonces le dijo: «Bueno, uno puede dejar pasar un error, pero dos errores seguidos, ¡jamás!»
Miles de parejas mayores y personas viudas podrían ser llamadas a la misión, si sólo dejaran de justificarse citando los motivos por los que no creen estar en condiciones de servir. Dudo que haya muchos de nosotros que comprendamos las bendiciones que se reciben, cuando un hijo o un nieto se arrodilla por las noches y pide: ‘ ‘Padre Celestial, bendice a los abuelos que se encuentran en la misión».
Una hermana, madre de doce hijos, ayudó monetariamente a cada uno de ellos en sus misiones. Ahora son sus hijos quienes la ayudan a ella. He sido participe del amor entre los misioneros y sus familias, todos los días de mi misión.
Otro buen misionero fue llamado al servicio. En el momento de ser llamado, su trabajo consistía en trasladar automóviles de un punto a otro del país, para una compañía automotriz extranjera. Cuando su jefe, quien no era miembro de la Iglesia supo que saldría como misionero durante dos años le dijo:
»Si permaneces en el trabajo te regalare un automóvil marca Ferrari». Este misionero acaba de finalizar su misión en la que terminó siendo líder de zona.
Otro élder llegó a la misión poco tiempo después que nosotros; provenía de una familia numerosa. Su padre se dio cuenta de que necesitaba encontrar otro trabajo de pocas horas, para solventar la misión de su hijo. Esto no era suficiente y también la madre del misionero tuvo que trabajar, además del devoto cuidado que prestaba a su familia. Mas, aun contando con esta cantidad adicional de dinero, el misionero no tenía lo necesario mensualmente. Pero, ocurre que de manos de un filántropo recibo esporádicamente generosas sumas de dinero para utilizar en la obra misional cuando sea necesario.
Cuando entreviste a este misionero le pregunté cuál era su situación financiera. Sus ojos se nublaron, agachó la cabeza y me dijo que estaba esforzándose, pero que sus padres no le enviaban lo suficiente. »Presidente» me dijo, «no he estado malgastando mi dinero. No he comido bocado por tres días tratando de ahorrar. Incluso mi hermanita está tratando de ayudarme; recibió un billete de un dólar para su cumpleaños, lo puso en un sobre y me lo envió, porque pensó que yo lo necesitaría más que ella.» Dicho esto, se echó a llorar. Saque entonces del bolsillo de mi camisa dos flamantes billetes y le dije: »Un buen amigo mío me pidió que le hiciera entrega de este dinero». El misionero inclinó la cabeza, profundamente emocionado.
A un élder se le prometió en su bendición patriarcal que serviría en su misión junto a una Autoridad General. Cuando recibió su llamamiento misional para ir a Texas, donde el presidente de la misión había servido durante sólo dos o tres meses, se preguntó cómo podría servir con una Autoridad General. Cuando aún se encontraba en el Centro de Capacitación de Misioneros, escuchando una sesión de la Conferencia General de octubre, escuchó al presidente Tanner anunciar: »Nuestro próximo orador será el élder Vaughn I. Featherstone, miembro del Primer Quórum de los Setenta, y recientemente llamado como Presidente de la Misión de Texas-San Antonio.» Después que este élder fue llamado para ser ayudante del presidente de misión, compartió la promesa de su bendición patriarcal con nosotros.
Un élder que fue transferido de otra misión quería regresas a su casa. Él sabía que sus padres deseaban que permaneciera y completara su misión, que su obispo estaba ansioso porque la finalizara con honor. En una de las muchas entrevistas que tuvimos, me dijo que en su barrio hubo cinco élderes que habían abandonado sus servicios misionales para regresar a la casa antes de tiempo. Pensé en el enorme ejemplo negativo que el primer misionero había provisto para los otros jóvenes, quienes imitaron su pobre actuación, y me hice la solemne promesa de que este élder no regresaría a su hogar hasta que hubiera completado su misión con todo éxito. Llegamos al acuerdo de que todas las semanas, durante quince consecutivas, debería escribir en su carta al presidente todas las razones por las cuales consideraba que debía ser relevado de su misión. Semanalmente, yo le enviaba una carta de respuesta. Tras todas esas semanas, recibí una carta que parecía ser igual a las otras, hasta que llegue a la posdata. En ella decía: ‘ ‘Presidente, usted está triunfando y lo sabe». Los ojos se me llenaron de lágrimas.
Un destacado atleta dijo en una oportunidad: »Cuanto uno más lucha por algo, más difícil se hace el rendirse». Aquel misionero completó su misión en calidad de líder de zona; posee gran simpatía y un gran talento para enseñar, ama a las personas y se preocupa por ellas y es muy espiritual. Regresó a su hogar tras completar una misión honorable y llena de éxito, se casó con una hermosa joven en el templo y ahora viven cerca de uno de ellos, que visitan regularmente. Este élder estableció un gran ejemplo para todos los futuros misioneros de su barrio.
Otro élder ha sido sometido a once operaciones de importancia y muchas otras complementarias. El gran deseo de su vida era que la cirugía le posibilitara el salir como misionero. Un año antes de hacerlo, fue sometido a su última operación. Desde que entró en el campo misional ha completado un promedio de setenta horas semanales en trabajo proselitista; muchas semanas ha acumulado más de eso. Es muy amado por todos, y se ha constituido en una gran bendición para los misioneros que pensaban que ellos tenían problemas. En una entrevista, su compañero me dijo que el hombro se le sale de lugar bastante a menudo, y cuando esto sucede le aflige un gran dolor: por lo general, le ocurre durante la noche. Cuando lo entreviste le hablé de la posibilidad de internarlo en un hospital local, para que los doctores hicieran lo que fuera necesario pasa corregir ese problema. Me miró a los ojos y con una serenidad asombrosa me dijo: »Presidente, he pasado la mayor parte de mi vida en hospitales y cuando termine mi misión tendré que ser sometido a muchas otras intervenciones quirúrgicas. Le prometí al Señor que si me permitía servir como misionero, no pasaría ni un solo día en el hospital durante los dos años, no obstante lo enfermo que me encontrara o lo mucho que sufriera».
¿Cuáles son las bendiciones de una misión? ¿Podéis vosotros decir? Quizás los hermanos Clark puedan hacerlo.
»Estimado presidente Featherstone», me escribieron, »Nos alegró sobremanera recibir su atenta carta. Este seguro de que ya lo amamos. Ya no somos jóvenes. Mi esposo tiene ochenta y un años de edad, ha sido consejero en un obispado, obispo y patriarca durante treinta y un años. Yo tengo setenta y seis años, he sido directora de música y maestra en todas las organizaciones de la Iglesia, de barrio y estaca. Hemos tenido una vida hermosa y nos regocijamos al enseñar el evangelio. Tenemos diez hijos, todos ellos casados en el templo, y que trabajan firmemente en la Iglesia. Tuvimos una reunión familiar recientemente, en la cual estuvieron presentes nuestros cincuenta y seis nietos y veintiséis biznietos. Esta es la cuarta misión para mi esposo y la tercera para mí. Nuestros momentos más felices los vivimos cuando enseñamos el Evangelio de Jesucristo.»
Cada misionero tiene una historia de amor y sacrifico. Los amo a todos enormemente. Su gran devoción a la causa, su amor por el Señor y su voluntad de servirle a Él, a quien pertenece esta obra, bendecirá su vida y su posteridad para siempre.
Como veis, mis amados hermanos, toda alma debe tener el privilegio de escuchar acerca de la restauración del Evangelio de Jesucristo. Todo aquel que responda al llamamiento jamás sentirá »entenebrecida su mente, ni cansada; ni su cuerpo, miembros o coyunturas; y ni aun un pelo de su cabeza caerá a la tierra inadvertido. Y no padecerá hambre ni sed». Debemos llegar a toda alma y hacerlo con el amor puro de Cristo. Un niño lo expresó de esta manera:
»El hombre que recoge la basura Lo hace con cuidado y no se apura; Es el mejor amigo que yo tengo Y siempre que me ve me cuenta un cuento. A mi madre no le gusta como huele Pero es porque no lo conoce como debe.»
No debemos juzgar a las personas. No sabemos a quién ha preparado Dios, pero si sabemos esto que ha declarado el profeta lose Smith:
«El estandarte de la verdad se ha levantado. Ninguna mano perversa puede detener la obra en su progreso. Puede que sobrevengan persecuciones, que la chusma se combine, que se interpongan los ejércitos, que la calumnia difame, pero la verdad de Dios seguirá su marcha con nobleza e independencia hasta que haya penetrado en todo continente, visitado todo clima, pasado por todo país y resonado en todo oído; hasta que los propósitos de Dios se hayan logrado y el gran Jehová pueda decir que la obra está hecha. «(History of the Church, 5:540.)
Que el Señor nos bendiga para que todo aquel que esté en condiciones de servir así lo haga. Un llamamiento misional proporciona bendiciones seguras, lo sé. En el nombre de Jesucristo. Amén.

























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