Conferencia General Octubre 1978
“. . .que pide Jehová de ti . . .”
Elder S. Dilworth Young
Miembro Emérito del Primer Quórum de los Setenta
Quiero comenzar dándoos mi testimonio. Estoy seguro, y deseo testificar de ello, de que este nuevo llamamiento que hemos recibido mis colegas y yo en estos días,* proviene de la inspiración del Señor, al igual que el que recibí hace treinta y tres años.
Es esta época de maravillas mecánicas, recuerdo los días de mi niñez. Supongo que esto sea natural para aquellos sobre quienes la vejez desciende.
Recuerdo bien la vieja capilla de piedra que tenía un solo salón. Aquella capilla era uno de los lugares donde se reunían los miembros de Dinamarca; el obispo sabía hablar el idioma de ellos. En las reuniones del día de ayuno, a menudo los testimonios me eran ininteligibles cuando los santos se esforzaban por testificar en inglés, su nueva lengua. En la Escuela Dominical, para formar aulas, el salón se dividía con unas cortinas verdes que pendían de alambres. Si no me interesaba lo que mi maestro decía, podía escoger de entre otras cinco clases, porque podía escuchar lo que se decía en todas Era siempre interesante tratar de descubrir la identidad del muchacho que me daba codazos a través de la cortina junto a la cual me sentaba.
En aquellos primeros años ya comprendí la idea de que yo solo tenía que labrar mi salvación, y que no podía echarle la culpa a ningún otro si no lo lograba. No podría hoy señalar cuando recibí la enseñanza precisa de este principio, pero tengo la impresión de que me llego por medio de aquellos testimonios que escuche en mi barrio, de la clase de la Escuela Dominical, de mis padres, y de la repetición del segundo Artículo de Fe, el que tuve que decir una y otra vez en aquellos días. Este artículo declara:
»Creemos que los hombres serán castigados por sus propios pecados, y no por la transgresión de Adán. ‘‘
Me resolví temprano a ser bueno y así a librarme del castigo. La palabra castigar se oía con frecuencia; mi padre y mi madre solían explicarme el porqué de la paliza, tanto antes como después del hecho. En esa forma, me crié con el conocimiento seguro de que yo era el responsable de mis acciones, ya fueran buenas o malas.
He venido a saber que las acciones de los hombres. en un tiempo regidas por los Diez Mandamientos y por el Sermón del Monte, en este día son gobernadas en gran parte por el capricho de la persona que las lleva a cabo. Su excusa es que tiene que »hacer lo suyo»; así, por lo visto, los mandamientos se olvidan. Pero no se han anulado. Todavía permanecen como faros en el camino hacia la vida eterna, la cual es, desde luego, la felicidad y el gozo eternos.
Ante las breves y severas declaraciones de los Diez Mandamientos siempre sentí temor y asombro; estas se destacan mas cuando veo algunas de las acciones de la gente. Permitidme citar en parte a Abinadí, quien se los repitió al rey Noé.
- No tendrás otro Dios delante de mi.
- No te harás imagen alguna. . .
- No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano. . .
- Acuérdate del día de reposo para santificarlo.
- Honra a tu padre y a tu madre . . .
- No matarás.
- No cometerás adulterio.
- No robarás.
- No dirás falso testimonio contra tu prójimo.
- No codiciarás. . .
Abinadí les dijo a los que estaban presentes con el rey Noé, que percibía que estos Diez Mandamientos no estaban escritos en sus corazones. (Mosíah 12:35-36; 13:12-24.)
Ah, permanecen, palabra inmutable, desde el gran encuentro de Moisés con su Hacedor entre los truenos y relámpagos del Monte Sinaí.
En nuestro día la necesidad de guardar los Diez Mandamientos es mucho mas urgente. puesto que cinco de ellos se repiten en la Sección 42 de Doctrinas y Convenios, y se habla de otros en otras secciones. Muy temprano en mi vida me resolví a guardarlos todos.
A propósito, a esta generación de padres jóvenes le sugiero que inviertan tiempo extra en enseñarles a sus hijos el quinto mandamiento, el cual dice que honren a sus padres.
Les enseñamos a los niños que no deben mentir y robar, pero hacemos poco para hacerles comprender que la rebelión de los jóvenes es un quebrantamiento escandaloso del mandamiento de honrar a los padres. Para hacer eficaz esta enseñanza, los padres tienen que merecer la honra que a sus hijos se les manda rendir. Puede ser emocionalmente devastador para un niño, el darse cuenta de que a sus padres les falta integridad.
Un día encontré en las palabras de Miqueas, unas que me parecían expresar mi línea de conducta; las cito, porque aun ahora despiertan en mi lo mejor:
«Oh hombre, el te ha declarado lo que es bueno, y que pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios.» (Miq. 6:8.)
»Hacer justicia» eso deseo. »Amar misericordia», mi corazón se conmueve al pensar en ello. Y el humillarme ante Dios, me acerca a El.
En una oportunidad oí a la hermana Jessie Evans Smith cantar un solo como parte de un hermoso numero del Coro del Tabernáculo. Cualquier persona que la haya oído cantar aquellas palabras tiene que haberse sentido elevada hacia una resolución de hacer que su vida se conformase con la enseñanza que estas encerraban. En las palabras del Salmo 24, el salmista primero hace una pregunta: »¿Quién subirá al monte de Jehová’? ¿Y quién estará en su santo lugar?» Luego viene la respuesta con asombrosa sencillez: »El limpio de manos y puro de corazón; el que no ha elevado su alma a cosas vanas, ni jurado con engaño.» Y después, continua con la promesa: «El recibirá bendición de Jehová, y justicia del Dios de salvación.» (Vers. 3-5.) El salmista prosigue y asegura que la generación que obedece de esta manera, es la que verdaderamente vera el rostro de Dios.
Estas declaraciones de las cualidades de carácter que describen a los justos, las tiene uno en el corazón para guiarlo en las situaciones que le desafían en su asociación diaria con sus semejantes. Uno descubre entonces que no es difícil seguir la enseñanza del profeta José Smith, cuando declaró que nuestra norma de conducta diaria es ser honrados, verídicos, castos, benevolentes, virtuosos, y hacer bien a todos los hombres. Porque si uno es limpio de manos y puro de corazón, si hace justicia, ama la misericordia, no busca las cosas vanas, y se humilla, la tentación de violar el Decálogo casi nunca le entrara en el pensamiento.
Testifico que el que obedezca los mandamientos, y de esta manera busque la vida virtuosa y recta, hallara la »perla de gran precio» del conocimiento del Hijo de Dios. quien es nuestro Salvador, y hallándola tendrá gozo. Si además, ama y sirve a sus semejantes, tendrá una cadena de perlas y hallara la vida eterna en la presencia de su Padre Celestial y de su Salvador.
Obedecemos las ordenanzas que hacen que la exaltación sea posible. Seguimos y obedecemos el código de conducta que la hace segura. Esta obediencia doble. si se guarda fielmente, es el modo mas seguro de dar testimonio de que honraremos al Señor Dios, de que guardamos sus mandamientos y de que sostenemos al presidente Spencer W. Kimball como su Profeta. Estos son mis deseos al dar testimonio de la verdad de que el Señor Jesucristo es nuestro Salvador, en su santo nombre. Amén.
*El élder Young, junto con otros seis integrantes del Primer Quórum de los Setenta, recibieron el titulo de miembros eméritos de dicho quórum, relevándoseles así del servicio activo en consideración a su edad o estado de salud.
























