Conferencia General Octubre 1979
Esperad un milagro
por, el élder Hartman Rector (Hijo)
del Primer Quórum de los Setenta
Es un honor y un privilegio saludaros en el nombre del Señor Jesucristo. La creación, que es Su obra, nos afecta a cada uno, y Su redención alcanza a todo ser que ha vivido o vivirá sobre la tierra.
Jesús es el único hombre cuya vida en esta tierra fue perfecta. Aunque sufrió las mismas tentaciones que nosotros sufrimos, vivió sin pecado (Heb. 4:15), haciendo posible nuestra victoria sobre la muerte y el pecado.
Puesto que cada uno de nosotros tiene la invitación de seguir a Cristo a la victoria, debemos estudiar y comprender la manera en que cumplió su misión y tratar de emular su ejemplo. Nunca podremos hacer lo que El hizo, en parte porque su misión y propósito eran distintos a los nuestros. El es el Salvador, nosotros los salvados; El es el Mediador entre Dios y el hombre; nosotros recibimos el beneficio de su mediación. La lista de las diferencias es larga, posiblemente no tenga fin. La declaración del Señor a Moisés es un resumen de Su misión sobre la tierra:
«Esta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre.» (Moisés 1:39.)
La parte de su misión que corresponde a la inmortalidad ya la ha logrado, pues la resurrección es una realidad en la que todos participaremos.
Sin embargo, se nos permite, se nos exhorta, y hasta se nos manda ayudar a llevar a cabo la vida eterna del hombre; lo cual es, la parte de Su gran misión que continúa. El nos hace esta promesa:
«…las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará…» (Juan 14:12.)
Esto resuena en los oídos, provocando el asombro de cualquiera que lea las Sagradas Escrituras.
Al escudriñar las Escrituras, vemos que la vida de Cristo constituye una gran fórmula para lograr el éxito. Estoy seguro de que yo no he comprendido el significado de todo lo que El hizo y enseñó, pero quisiera compartir con vosotros cinco principios básicos que he descubierto con mis estudios:
- Creed que podéis hacerlo. Este es el primer principio importante. Para los que creen, todo es posible (Marcos 9:23). Claro que uno debe creer en algo antes de desearlo; y Dios da a los hombres según sus deseos (Alma 29:4). Si el deseo es lo suficientemente fuerte, se logra lo deseado.
Este principio también abarca la fe en uno mismo, lo cual es de importancia vital para lograr el éxito; ésta es algo totalmente diferente de la vanidad, la cual es la enfermedad más extraña del mundo que a todos afecta menos al que la tiene. Es importantísimo sentirse uno bien con respecto a sí mismo; estoy seguro de que uno puede sentirse así sólo cuando está en vías de alcanzar su potencial; también sé positivamente que uno no puede estar emocional y físicamente sano sin guardar los mandamientos, y dando a Dios lo que es de Dios. Con esto no quiero decir que esa obediencia nos brinde una satisfacción total. Yo rara vez estoy satisfecho sabiendo que puedo mejorar; pero si estoy con el Señor y guardo sus mandamientos, me siento satisfecho, me considero un digno hijo de Dios, y luego encuentro que mi actitud es decididamente positiva.
¿Cómo se obra con una actitud positiva? Es fácil: eliminando de vuestro vocabulario todas las palabras y frases negativas. Rehusándoos a pensar negativamente, porque «cual es su pensamiento en su corazón, tal es él» (Prov. 23:7). También rehusaos a hablar negativamente; en esa forma, os convertís en optimistas en vez de pesimistas. Hay una gran diferencia entre estas dos actitudes: una es positiva, la de un creyente; la otra es negativa, la de un incrédulo. El pesimista dice: «Ver para creer»; el optimista dice: «Lo veré cuando lo crea».
En caso de crisis, el optimista es activo, el pesimista se sienta a esperar. El Señor me ha convencido con suficientes pruebas de que si yo no me esfuerzo por obtener algo, es porque no lo he deseado lo bastante.
«Orad siempre, sed fieles», dijo el Señor (D. y C. 90:24).
La fe, el primer principio del evangelio comienza con una creencia. Lo que el hombre puede concebir, lo puede lograr. Creed, y podréis hacerlo.
- Acudid al Señor por vuestras bendiciones. «Hay una ley irrevocablemente decretada en el cielo antes de la fundación de este mundo, sobre la cual todas las bendiciones se basan; Y cuando recibimos una bendición de Dios, es porque se obedece aquella ley sobre la cual se basa.» (D. y C. 130:20-21.)
Citamos este pasaje, pero a menudo no le hacemos caso. Recurrimos primero a toda otra fuente: al gobierno federal, al del estado, a nuestra familia, a nuestros amigos; y en la obra misional esperamos que los miembros nos provean investigadores a quienes enseñar.
He tenido misioneros que se han quejado: «No me han establecido contactos, así que no tenía a quien enseñar». Mi respuesta ha sido: «¿Crees que porque ellos han fracasado, tú puedes dejar que fracase la obra del Señor? Hay que olvidar y perdonar el fracaso de los demás, ¡pero no fracases tú! Trabaja en el servicio del Señor y El te pagará bien».
Debemos pedir al Señor nuestras bendiciones, pues, entre otras cosas, El es dueño de todo: el mundo y cuanto hay en él (Sal. 24:1).
Si no tenéis a quienes enseñar, salid a repartir folletos o encontrar los interesados en sus casas, en la calle, o en donde sea. Tenéis que estar en donde debéis y en el momento preciso; entonces lograréis la confianza de los miembros y éstos al ver vuestra competencia, se esforzarán con gusto por conseguir interesados a quienes podáis enseñar. He recibido informes misionales que decían: «Presidente, hemos trabajado para poder conseguir investigadores, pero no los hemos conseguido de la manera que esperábamos, sino de las formas más inesperadas; llegaron como caídos del cielo». Seguramente vinieron del Señor. Recurrid a El para obtener vuestras bendiciones.
«Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende… del Padre.» (Santiago 1:17.)
- Haced el sacrificio. Para el Señor, no existe la ley de lograr cosas gratuitamente. Recibimos las bendiciones por la obediencia a las leyes sobre las que se basan (D. y C. 130:21). El Señor requiere sacrificio, que significa algo más allá de un esfuerzo mínimo. El Maestro habló de llevar la carga no por una milla sino por dos. ¿Por qué? Porque quiere bendecirnos; así que colocó todas las bendiciones en la segunda milla, y allí debemos ir por ellas.
La primera milla es un deber por el que se nos paga. Eso se lo dije a un misionero que apenas hacía lo mínimo, y él me respondió: «¿Qué pago? ¡Yo no recibo ningún pago!» Entonces le dije: «¿No? Tú respiras, ¿verdad?» «Sí». ¿Crees que es por pura casualidad?»
El rey Benjamín nos dice que el Señor nos conserva dándonos aliento, y sustentándonos constantemente (Mosíah 2:21). ¿Le agradecemos alguna vez al Señor por el aliento que nos da? No acostumbramos a hacerlo a menos que nos falte el aliento; entonces sí acudimos a El aterrorizados.
Otra definición del sacrificio es que en vez de hacer lo que se nos ocurre, debemos hacer lo que el Señor quiere que hagamos. Sabiendo que «por sacrificios se dan bendiciones» (Himnos de Sión No. 190), debemos hacer con alegría todo lo que podamos para llevar a cabo la obra del Señor, hasta «pasar y consumar nuestras vidas» (D. y C. 123:13) en ello si fuere necesario, y entonces «podremos estar fijos, con la seguridad máxima, para ver la salvación de Dios y que se revele su brazo» (D. y C. 123:17).
Por cierto, en la obra del Señor, lo que realmente cuenta es lo que hacemos después de pensar que ya hemos hecho lo suficiente; es entonces cuando comienzan a derramarse las bendiciones.
Para que no me atribuyáis a mí esta idea, voy a citar los pasajes que considero los más importantes de las Santas Escrituras, referentes al servicio en el reino. El Maestro dijo:
«Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir.» (Luc. 6:38.)
Cuando el Maestro dijo «Dad y se os dará», quiso decir que si queréis recibir, primero debéis dar. No es lo mismo que pagar diezmos, donde recibimos y luego devolvemos el diez por ciento. Aquí el Señor nos dice que demos primero y después recibiremos. «Bueno, ¿cuánto voy a recibir?» (Eso siempre se pregunta, ¿verdad?) El Señor nos dice cuánto en estas palabras: «…medida buena, apretada, remecida y rebosando… “ Y sigue diciendo, «…darán en vuestro regazo». ¿Quiénes darán? ¿Los hombres? No, es el Señor; pero El se sirve de los hombres. Si oráis pidiendo una revelación del Señor, El probablemente os envíe al obispo con la respuesta. Realmente no necesitáis la visita de un ángel mientras tengáis un obispo. El Señor sigue diciendo: «Porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir».
Si queréis una bendición del Señor, poned algo sobre el altar. Haced el sacrificio.
- Esperad un milagro. Con demasiada frecuencia no esperamos realmente un milagro, y por esta razón cuando llega no lo reconocemos. El Señor nos ha mandado llevar el Evangelio a «toda nación, tribu, lengua y pueblo» (D. y C. 77:8). De manera que le rogamos que obre un milagro, que quite las barreras que impiden nuestra entrada a las naciones de donde actualmente se nos excluye. Pero, ¿estamos tratando de apresurar la preparación de los jóvenes que han de entrar en esas naciones cuando caigan las barreras? Al mismo tiempo no debemos dejar de reconocer que necesitamos ayuda -la ayuda que debemos tener del Señor para acercarnos a nuestro vecino.
El Señor ha prometido miles de conversos. Temo que no reconozcamos lo que esto significa. Muchas estacas tendrían que bautizar un mínimo de cien personas por semana; se puede hacer, lo sé por experiencia; pero no se hace limitando el uso de la pila bautismal a una noche por semana. Y nunca se hará si los miembros esperan que los misioneros encuentren, instruyan y hermanen a todos los nuevos conversos.
Todo miembro debe ayudar. Escuchad la palabra del Señor, por boca de su Profeta:
«Padres, debéis llevar la delantera. Orando con vuestra familia, elegid una o dos familias para entablar amistad. Decidid a cuáles de vuestros parientes y amigos presentaréis a la Iglesia; tal vez podríais tener una noche de hogar con ellos, aunque no fuera la noche del lunes; o podríais participar juntos en otras actividades. Cuando estas familias muestren interés, haced los arreglos con el líder misional del barrio o rama para invitarlas a vuestra casa, e invitar también a los misioneros, a fin de compartir el mensaje de la restauración.» (I Need A F end: A Friendshipping Guide for Members of the Church, folleto 1977, por el presidente Spencer W. Kimball, pág. l.)
¡Hacedlo! Y os prometo que el milagro de la conversión se realizará en vuestro hogar.
El presidente Kimball nos dice que miles de conversiones nunca llegarán a ser una realidad si seguimos esperando «el crecimiento natural que viene de una obra proselitista hecha con tranquilidad», o sea, estar esperando que alguien venga a nosotros y nos pregunte acerca de la Iglesia. Y sigue diciendo: «El espíritu de nuestra obra debe ser el de urgencia» (Missionary Guide, Grant Von Harrison, 1977, pág. 59). Y debemos infundir en nuestros misioneros y en los santos el deseo de hacerlo ¡ahora mismo!
Cuando se nos dijo que alargáramos el paso, camináramos más rápidamente, alcanzáramos más alto, ensancháramos nuestra visión y aumentáramos nuestra capacidad, en realidad se nos estaba diciendo: «Esperad un milagro», pues estas cosas son lo que constituyen los milagros.
El Profeta dice, «HACEDLO», y nos está indicando que el momento es AHORA. Entonces esperemos el milagro.
- Recibid el milagro con gran humildad. Reconoced que vosotros no lo hicisteis; fue el Señor.
«Y sea tuya la gloria para siempre.” (Moisés 4:2.)
La humildad es importantísima, y únicamente si la tenemos podrá el Señor guiarnos.
«Sé humilde; y el Señor tu Dios te llevará de la mano y contestará tus oraciones.» (D. y C. 112:10.)
El éxito de un mes no debe ser motivo para descansar y gloriarnos en nuestros logros, sino que debe servir de impulso para alcanzar mayores resultados en el nombre del Señor el mes siguiente.
Dice Nefi:
«…sabemos que es por la gracia que nos salvamos, después de hacer todo lo que podemos.» (2 Ne. 25:23.)
A mi modo de ver, la fórmula del Maestro para lograr el éxito en llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre es:
Primero, creed que podéis hacerlo. El Señor dijo que vino al mundo «para dar su vida en rescate por muchos» (Mt. 20:28).
Segundo, pedid vuestras bendiciones al Señor.
«Ahora pues, Padre, glorifícame tú para contigo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese.» (Juan 17:5.)
Tercero, haced el sacrificio.
«Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas.» (Juan 10:11.)
Cuarto, esperad un milagro.
«De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán.» (Juan 5:25.)
Y quinto, recibid el milagro con gran humildad.
«Respondió entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de cierto os digo: no puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente.» (Juan 5:19.)
Y además:
«Jesús les respondió y dijo: Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió.» (Juan 7:16.)
Doy testimonio de que esta fórmula es eficaz en la obra del Señor, y estoy convencido de que se puede aplicar en todos los casos, en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.
























