Conferencia General Abril 1979
La dedicación personal
por el élder James M. Paramore
del Primer Quórum de los Setenta
¡Cuánto me alegro de ser miembro de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días! A vosotros, miembros, os agradezco vuestra bondad hacia mí durante estos últimos dos años. Ruego que esta mañana el Espíritu me acompañe.
Hace poco, asistí a una cena muy especial en honor a un amigo que se había consagrado totalmente a un conjunto especial de personas. Pude ver como grupo tras grupo de personas le llevaban regalos, le abrazaban y le agradecían lo que había hecho por ellas. Viéndolo allí ante centenares de asistentes, pensé, «¿Cómo es posible que una persona tan joven haya logrado tanto en un corto plazo de tiempo?»
Después reflexioné en las mil y una demostraciones de bondad que él había brindado a esas personas, su modo de darles ánimo a pesar de obstáculos insuperables. Había dado su casa, su tiempo, su dinero y sus habilidades, con una dedicación total para ayudarles. Aquella fue como una reunión de testimonios; salí de allí agradeciéndole al Señor la vida de este hombre y la gran diferencia que puede causar la dedicación de un individuo. Esa noche volví a descubrir que semejante dedicación no es más que ser un ejemplo como líder y hacer lo que todos podemos hacer, pero que rara vez hacemos. Cuando uno se compromete como ese joven, es como si se abrieran las compuertas de una represa, permitiendo que toda la energía encerrada en ella se ponga al alcance de los demás.
Pensando en la total dedicación personal, recuerdo uno de los días solemnes de dedicación total en la vida de nuestro Salvador. Hacía unos momentos, a un siervo del sumo sacerdote le habían cortado una oreja con la espada y Jesús se la había sanado, sólo con tocarla. Después, lo llevaron a la casa del sumo sacerdote, donde se burlaron de él, lo ataron, le vendaron los ojos y le escupieron; al día siguiente, lo llevaron ante el concilio donde lo azotaron e insultaron. Hubiera podido salvarse, pero permaneció majestuoso ante sus acusadores y declaró ser Hijo de Dios y Rey, afirmando su consagración total a su Padre y a toda la humanidad. Esto al fin cambió el destino de cada ser viviente sobre la tierra. ¡Cuántas veces, por fatiga, hambre, dolor o desilusión podría El haber olvidado ese compromiso!
Claro que el compromiso del Señor era algo muy especial, y sólo El podía efectuarlo. Pero nosotros también tenemos compromisos que hacer, con El, con nuestra familia, con nuestro prójimo, y ese compromiso es imprescindible para nuestra felicidad aquí y nuestra exaltación en el más allá.
¿Qué podemos decir de la dedicación? ¿Cómo se pone en práctica? El Señor habló de este principio al profeta José Smith, en una revelación que le dio el lo de agosto de 1831:
«De cierto os digo, los hombres deberían estar anhelosamente consagrados a una causa justa, haciendo muchas cosas de su propia voluntad, y efectuando mucha justicia.
Porque el poder está en ellos. . .» (D. y C. 58:27-28.)
Entonces, la dedicación total, como hemos observado, es dar un ejemplo de bondad, estar «anhelosamente consagrados», y «hacer muchas cosas» por «nuestra propia voluntad»; y no porque seamos compelidos, sino porque tengamos el deseo de «efectuar mucha justicia». El estar totalmente dedicado no es confesar, es hacer. No es cómodo ni fácil; nunca lo es. Es ser ejemplo como líder; es una forma de responder al deber con un sentido de obligación, pero también con gozo; nos trae paz, al mismo tiempo que nos empuja y nos obliga a la acción; es esencial para una buena vida. Es hacer lo que cada uno de nosotros puede hacer. Es un hermoso principio para contemplar en acción.
Estando en el campo misional, observé que a uno de los misioneros nunca le faltaban personas a quienes enseñar y bautizar. Dondequiera que fuera, iba con tanta dedicación, felicidad y amor por sus semejantes, que todos lo aceptaban. Se decía que cuando alguna vez le tocaba volver a una zona donde había trabajado, todos se asomaban a la ventana para poder ver de nuevo a este joven tan extraordinario. Aunque no estaba dotado de una gran habilidad lingüística, igualmente lograba declarar un testimonio firme a miles de personas.
Como mi amigo, este joven no hacía más de lo que todos podemos hacer, pero no hacemos.
La dedicación total al Señor
Una vez que se comprende que la dedicación total es un principio del Evangelio de Jesucristo, una persona dedicada queda capacitada para invocar los poderes celestiales. Al igual que las aguas estancadas de la represa, estos poderes pueden transformar su mundo personal.
Uno de los antiguos profetas americanos habló de lo importante que es dedicarse al Señor:
«Recordad, pues, hijos míos, recordad que sobre la roca (le nuestro Redentor, que es Cristo, el Hijo de Dios, debéis establecer vuestra fundación, para que cuando el demonio suelte sus impetuosos vientos, sí, y lance sus dardos en el torbellino, sí, cuando todo su granizo y furiosa tormenta os azote, no tenga poder para arrastraros al abismo de miseria y angustia sin fin, a causa de la roca sobre la cual estáis edificados, porque es una fundación segura, una fundación que el hombre que en ella edificare no caerá.» (Helamán 5:12.)
Cuando nos comprometemos para servir al Señor, recibimos la paz interior, y la seguridad que El nos prometió: «La paz os dejo, mi paz os doy…» (Juan 14:27).
También obligamos al Señor a bendecirnos, pues El nos ha dicho: «Yo, el Señor, estoy obligado cuando hacéis lo que os digo»; en cam¬bio: » …mas cuando no hacéis lo que os digo, ninguna promesa tenéis» (D. y C. 82:10).
En una ocasión, el editor de un periódico recibió esta pregunta de un lector: «¿Cuál sería la noticia más importante que el mundo pudiera recibir?» Después de pensarlo mucho, el editor contestó: «El saber que en la actualidad Jesucristo vive». Esta sería la afirmación más valiosa que cualquiera pudiera recibir.
Solemnemente testificamos que en verdad, El vive, que restauró su Iglesia y la dirige mediante un Profeta de Dios. El Sacerdocio y los principios del Evangelio se han restaurado para bendecir a todos los que se dedican a vivir esos principios y honrar el Sacerdocio. Invitamos a todos a que os comprometáis personalmente a estudiar esta doctrina y rogarle al Padre Celestial que os haga saber si es verdadera.
La dedicación a nuestra familia.
Al consagrarnos al Señor y los principios de su Evangelio, tenemos el deseo de compartirlos con nuestra familia. La familia es eterna, y si somos dignos, podemos ser sellados eternamente en un orden patriarcal. Por el gozo que sentimos, de buena gana y de todo corazón compartimos este conocimiento con el mundo entero, y afirmamos que toda vida es sagrada e importante; cada niño es una bendición y un don del cielo; el hogar es una institución de aprendizaje y amor, donde se desarrolla la capacidad de cada uno de sus miembros para vivir de acuerdo con las leyes de Dios. Testificamos que estas leyes son eternas e invariables. La dedicación personal a este asunto de orden primordial, es de suma importancia. No hay seguridad que pueda igualar a la certeza de que nuestra familia está consagrada a Dios.
Hace algunos años, un padre, hombre de negocios muy atareado y también líder en la Iglesia, me dijo que quería tanto a los miembros de su familia, que les había hecho la promesa de dedicarles varias noches durante la semana y una parte del domingo. Así la familia formaba parte de su horario. El Evangelio le ayudó a comprender la importancia de esa obligación, y a pesar de las tareas, la consiguiente fatiga, las responsabilidades en la Iglesia y otras actividades, nunca faltó a su palabra. Para él, estar con sus seres queridos y nutrirlos espiritualmente era una obligación irrevocable, un placer que anhelaba. Hacía lo que todo padre puede y debe hacer, pero que muchas veces no hace.
Los profetas a través de los siglos han aconsejado a las familias que nos juntemos para orar, estudiar y divertirnos, que nos vinculemos en santidad. Esto es y siempre será la solución que nos brinde felicidad, paz y unidad en este mundo. Pero es necesario que nos comprometamos a hacerlo, que hagamos todo lo posible. ¡El saber lo que debemos hacer, no basta! Hace falta entablar un compromiso personal, «estar anhelosamente consagrados» a hacer todo lo que esté a nuestro alcance. Permitidme repetir un pensamiento expresado por otra persona: nunca abandonéis el esfuerzo de llegar al corazón de un ser querido. Sólo después de las oraciones y la dedicación de los fieles, pueden realizarse las bendiciones del cielo. Cuando uno se compromete del todo en esta empresa, hay mayor fuerza interior; no sólo amamos más, sino que ayudamos más. ¿Quién puede olvidar la historia de un padre anheloso, el profeta Alma, que recibió la bendi¬ción de ser testigo de la transformación de su hijo?
La dedicación a nuestro prójimo
Un hombre, que se había dedicado a hacer todo lo posible por compartir el Evangelio con su prójimo, un día salió de su oficina y vio que un hombre corría por el pasillo en busca de ayuda, porque se había lastimado un dedo. El metió la mano en el bolsillo y sacó medicamentos y una venda que aplicó a la herida. El herido le preguntó con asombro por qué hacía eso, y él le respondió: «Soy mormón, y los mormones debemos hacer estas cosas». Aquel hombre estaba preparado para ayudar al prójimo en cualquier momento.
Varios oradores en una conferencia de estaca mencionaron a una persona. Después de la reunión, la Autoridad General visitante tuvo la oportunidad de conocer a esa persona. Además supo por otros que a causa de él más de cincuenta personas se habían unido a la Iglesia; su hogar, su felicidad, las buenas obras para con sus vecinos, le brindaban oportunidades de hablar a otros de las bendiciones del Evangelio.
Estos dos hombres no habían hecho más que comprometerse a hacer lo que cualquiera de nosotros puede hacer.
Yo sé, a través de muchas entrevistas, que muchos anhelan ser parte de la asamblea de los bendecidos; muchas veces claman en la oscuridad pidiendo ayuda, sin saber a quién acudir, ni cómo comenzar; su espíritu eterno busca amparo. Como seres gregarios, nos necesitamos unos a otros y el Señor nos invita a comprometernos a tenderles la mano. Si lo hacemos con amor, puede que les ayudemos a redimiese. Esto representa mucho más que una simple confesión (le fe en Cristo: es hacer lo que se debe hacer.
Los dirigentes en la Iglesia y los maestros orientadores tienen oportunidades especiales de brindar ayuda. El objetivo de sus esfuerzos es el de beneficiar a cada individuo y a su familia.
En Francia, una hermana que se había hecho mormona recibió la visita del que fuera su ministro, que iba para preguntarle cómo había podido hacer semejante tontería. Su respuesta nos es grata y demuestra la importancia de servir a nuestro prójimo: la hermana le dijo al ministro que cuando ella era miembro de la iglesia de él, no la visitaba nadie; tal era así que la única visita que podía contar era la que le hacía él mismo en aquel momento, para preguntarle por qué había cambiado de religión. En cambio, desde que era mormona, la visitaban miembros o dirigentes cada mes, interesándose tanto en su salud espiritual como en la temporal.
La dedicación total de servir anhelosamente al Señor y a nuestro prójimo es la manera más segura de vencer las tentaciones del adversario.
Toda persona que verdaderamente se dedica al Evangelio descubre que su vida se ensancha y su poder para apreciar lo bueno se amplifica; su reconocimiento de Dios y las maravillas de la Creación se intensifican. En mayo de 1831, el Señor explicó este proceso en una revelación al profeta José Smith:
«Lo que es de Dios es luz; y el que recibe luz, y persevera en Dios, recibe más luz; y esa luz brilla más y más hasta el día perfecto.» (D. y C. 50:24.)
Hermanos y hermanas, una persona dedicada hace que la bondad sea atractiva. Uno forja una confianza interior al aprender luz y verdad, y ponerlo todo en práctica. Se hace cada vez más parecido a nuestro Profeta actual, el presidente Kimball, que, a través de toda su vida, ha convertido el deseo de servir, en una dedicación firme a hacer todo lo que puede para demostrar su amor al Señor y a todos los hijos de El.
Nosotros también podemos resolvernos hoy a declararnos listos, consagrarnos, comprometernos, a hacer lo que todos pueden hacer. En el nombre del Señor Jesucristo. Amén.
























