Dios probará a su pueblo!

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¡Dios probará a su pueblo!
por el élder Howard W. Hunter

Howard W. Hunter 1Hace unos años, un día temprano por la mañana, estuve entre una gran multitud de personas que se apiñaban a lo largo del muelle del puerto de Apia, en Samoa. Era uno de los días de las festividades patrias en que cientos de personas acudían al mencionado lugar para presenciar el «Fautasi», o carrera de canoas grandes y ligeras que, comenzando su competición mar adentro, avanzaban vertiginosamente en dirección a las aguas más tranquilas de la rada para llegar a la meta.

La mayoría de los de la muchedumbre estaban inquietos y tenían la vista fija en la entrada del puerto esperando ver aparecer las primeras canoas. De pronto, el gentío rompió en bullicio al avistar las primeras embarcaciones en la distancia. Cada una de ellas llevaba una tripulación de cincuenta vigorosos remeros, que moviendo los remos rítmicamente impulsaban las embarcaciones hacia adelante surcando las espumosas olas: un espectáculo hermosísimo.

En breve, canoas y remadores se veían ya claramente al avanzar en su carrera hacia la meta. Aun cuando aquellos fornidos hombres remaban con toda su fuerza, cada una de las embarcaciones con su peso de cincuenta hombres avanzaba en contra de una poderosa fuerza adversa: la resistencia del agua.

Los vítores de la gente aumentaron en intensidad al cruzar la meta la primera de las canoas. Recuerdo que una vez concluida la carrera nos acercamos al dique donde atracaron las canoas, y que allí uno de los remeros nos explicó que la proa de las barcas se construye de tal manera que corte las aguas y venza así en algo la resistencia que retarda la velocidad de su avance; dijo, además, que el remar en contra de esa fricción del agua genera la fuerza que impulsa la embarcación hacia adelante. La resistencia, entonces, constituye la oposición, pero también sirve para crear la fuerza que le ayuda a avanzar.

El roce, fricción o resistencia es un fenómeno interesante, ya que sin él ningún vehículo, persona ni cuerpo podría desplazarse de un lugar a otro, o de encontrarse ya en movimiento, no podría detenerse a no ser que chocara contra otro cuerpo. Meros objetos como los clavos, tornillos y pernos no podrían permanecer en el lugar en que se les dejase; los corchos no se quedarían en los golletes de las botellas; el globo de cristal de las bombillas eléctricas se saldría del portalámparas, y lo mismo sucedería con las tapas de las vasijas y otras cosas.

La ley del roce o resistencia, que consideramos se aplica sólo a la física, también tiene su aplicación en nuestra vida personal. Es probable que Lehi se refiriera a esto al hablar a su hijo Jacob y hacerle recordar las aflicciones y los pesares que éste había padecido a causa de la rudeza de sus hermanos, y le dijo en qué forma esas tribulaciones serían al fin de cuentas para su propio bien. He aquí las palabras de Lehi a Jacob:

«. . . tú conoces la grandeza de Dios. E1 santificará tus aflicciones para tu provecho.» (2 Nefi 2:2. )

En otras palabras, las tribulaciones que él había sufrido en la forma de oposición o resistencia serían para su propio beneficio. Luego, Lehi añadió las clásicas palabras:

«Porque es preciso que haya una oposición en todas las cosas. Pues de otro modo . . . no habría justicia ni iniquidad, ni santidad ni miseria, ni bien ni mal.» (2Nefi 2:11.)

Venimos a la vida mortal para tropezar con dificultades, lo cual forma parte del plan de nuestro progreso eterno. Sin tentación, enfermedades, dolor y pesares, no podría haber bondad, ni virtud, ni apreciación alguna por el bienestar ni por la felicidad. La ley de la oposición hace posible la libertad de elección; por lo tanto, nuestro Padre Celestial ha mandado a sus hijos:

«Elegid este día para servir a Dios el Señor, quien os hizo.» (Moisés 6:33.)

E1 nos ha aconsejado que cedamos el paso a su Espíritu y que opongamos resistencia a la tentación. El libre albedrío, desde luego, nos permite oponernos a sus indicaciones, y es por eso que vemos a muchos que se oponen a la verdad y ceden a la tentación.

Hoy, la Iglesia se encuentra en la cima de siglo y medio de progreso. El terreno que hemos recorrido es un sombrío recordatorio de que las dificultades, las persecuciones y los pesares fueron la porción de nuestros antecesores. Kirtland, el Distrito de Jackson y el de Clay, Haun’s Mill y Nauvoo parecen sinónimos de sufrimiento y dolor, lo que no es más que parte de la tribulación que el Señor predijo a su pueblo que habría de sobrellevar. (D. y C. 58:3.)

A1 dar una mirada hacia el pasado, podemos ver que gracias a la oposición enfrentada en los primeros días de nuestra historia, ha sido posible nuestro progreso de la actualidad. En medio de aquella tremenda persecución y aflicción, el Señor contestó al clamor del alma del profeta José Smith con las siguientes palabras:

«. . . tu adversidad y tus aflicciones no serán más que un momento;

Y entonces, si lo sobrellevas debidamente, Dios te ensalzará.» (D. y C. 121:7, 8.)

«Si te es requerido pasar tribulaciones . . .

. . . entiende, hijo mío, que por todas estas cosas ganarás experiencia, y te serán de provecho.» (D. y C. 122:5, 7. )

A causa de las tribulaciones que sobrellevaron debidamente numerosos de nuestros antecesores, un desierto ha florecido como la rosa (Isaías 35:1), un pueblo afligido y perseguido nos legó un patrimonio de fe y Sión se pone sus bellas ropas (D. y C. 82:14) para que todos la vean.

Ciento cincuenta años de historia de la Iglesia nos han enseñado la lección de que cuanto mayores son los problemas y la oposición, mayores son también las oportunidades de que aumenten nuestra fe así como nuestra dedicación y progreso; que cuando la oposición es mínima, se propende a ser complaciente y a perder la fe. El presidente Brigham Young dijo:

«Permítase a cualquier pueblo que disfrute de paz y tranquilidad, sin ser molestado, sin ser perturbado, nunca perseguido por causa de su religión, y habrá muchas posibilidades de que desatienda su deber, se vuelva frío e indiferente y pierda la fe.» (Journal of Discourses, 7:42. )

Esta lección que se aplica a la Iglesia en forma colectiva también se aplica a las personas, individualmente.

Las Escrituras nos dan a conocer episodios de la vida de muchos de los santos de la antigüedad, los cuales lograron su exaltación por medio del sacrificio personal, la oposición y la adversidad. De esas biografías salpicadas de dificultades, os ofrezco sus testamentos de fidelidad y paciencia.

Contamos con el ejemplo clásico de la paciencia y fidelidad de Job, Profeta del Antiguo Testamento, quien perdió todos sus bienes, sufrió las más grandes aflicciones personales e intenso dolor físico; algunos de sus hijos sufrieron una muerte trágica, y aun sus amigos lo abandonaron; él, no obstante, proclamó su fe, diciendo:

«Mas él» (refiriéndose a Díos) «conoce mi camino; me probará, y saldré como oro . . . guardé su camino, y no me aparté.» (Job 23:1011.)

Volvemos las páginas y encontramos a otro modelo ejemplar de fe: el profeta Abraham. El luchó en tiempos de guerra, sobrellevó un largo período en que hubo hambre en la tierra, vio a su propio padre alejarse del sacerdocio y sufrió persecución por su fe hasta el punto de la muerte. Tras años de haber esperado el nacimiento de un hijo, se le ordenó que lo ofreciera al Señor en sacrificio. Además, sufrió la pérdida de Sara, su amada esposa.

A los primeros santos de esta dispensación el Señor dijo:

«Yo, el Señor, he permitido que les sobrevenga la tribulación . . .

. . . deben ser castigados y probados, aun como Abraham . . .» (D. y C. 101:2, 4. )

Jacob, nieto de Abraham, tampoco estuvo exento de los golpes de la adversidad. De joven fue separado de su hermano gemelo y durante muchos años no regresó a su casa a ver a su padre, ni a su madre ni a su hermano. Después, llevó una vida de duelo por su hijo preferido al que creía muerto, cuando en realidad había sido vendido en calidad de esclavo. Sepultó a su amada esposa Raquel, que murió al dar a luz a Benjamín, su hijo menor. Conoció el dolor de ver la cobardía de sus hijos, y, sin embargo, los bendijo a ellos y a su posteridad para que sus descendientes tuviesen el honor de ser llamados la casa de Jacob o la casa de Israel.

En el Nuevo Testamento ha quedado constancia de la vida de Pablo de Tarso, quien, desde el día de su dramática conversión, sobrellevó grandes tribulaciones y aflicciones. Por su fe fue encarcelado, azotado, apedreado, y, según sus propias palabras, «abofeteado por Satanás», y pese a ello, escribió:

«. . . de buena gana me gloriaré . . . en mis debilidades, para que re¬pose sobre mí el poder de Cristo.» (2 Corintios 12:9.)

Comparando su propia adversidad con la de Pablo, el profeta José escribió en una ocasión:

«. . . como Pablo, siento gloriarme en la tribulación, porque hasta hoy el Dios de mis padres me ha librado . . .» (D. y C. 127:2.)

Por último, me referiré a la vida de Nefi, profeta del Libro de Mormón, como a un ejemplo de fidelidad y paciencia. Junto con sus padres dejó en Jerusalén una situación floreciente para viajar por el desierto durante ocho años con grandes aflicciones y proseguir su maje por mares desconocidos hacia una tierra diferente. Durante ese espacio de tiempo Nefi fue atacado, ridiculizado y perseguido por sus mismos hermanos. Tras la muerte de su padre, Nefi y otros familiares tuvieron que separarse de sus hermanos mayores porque éstos procuraron quitarle la vida. En su desesperación, él dijo:

«Mi Dios ha sido mi apoyo; me ha guiado en mis aflicciones por el desierto; y me ha preservado sobre las aguas del gran mar.» (2 Nefi 4:20. )

Esas son biografías de fe de hombres a quienes Dios ha enaltecido porque confiaron en El al golpearlos la adversidad. Aprendieron la verdad de que Dios los escogió del «horno de aflicción» (Isaías 48:10).

En la actualidad se escriben otras biografías de fe de santos que, como Job, sufren dolor físico, pesares emocionales y aun la deslealtad de algunos amigos, y que no obstante, siguen siendo fieles; de santos que, como Jacob, ven a algunos de sus hijos que no son tan valientes como debieran ser, pero que los bendicen por lo que pueden llegar a ser; de santos que, como Pablo, soportan grandes escarnecimientos y resisten hasta el fin; de santos que, como Nefi, deben separarse de sus familiares por causa de su dedicación al evangelio. Hay quienes conocen el dolor y el pesar de perder a sus seres queridos, el sufrimiento espiritual de ver a sus hijos que se desvían del camino recto; hay quienes pierden la salud, sufren reveses económicos, padecen aflicciones emocionales y que, a pesar de ello, dicen con resolución: Dios «me probará, y saldré como oro» (véase Job 23:10).

Hace unos días celebramos el cumpleaños del presidente Spencer W. Kimball. Los más de nosotros sabemos que le han salido al paso grandes embestidas de la adversidad en muchas ocasiones a lo largo de sus ochenta y cinco años. El hablaba en base a su propia experiencia al escribir lo siguiente:

«Porque somos humanos quisiéramos eliminar de nuestra vida el dolor físico y las aflicciones del alma y asegurarnos tranquilidad y comodidad continuas; pero si cerrásemos las puertas al pesar y a las aflicciones, podríamos excluir a nuestros mejores amigos y benefactores. El sufrimiento puede hacer santas a las personas al enseñarles paciencia, resignación y autodominio.» (Faith Precedes the Miracle, pág. 98.)

Nos encontramos en la cumbre de 150 años de historia de la Iglesia, pero hay otras cumbres que debemos alcanzar antes de que la obra de Dios sea coronada con la victoria. Habrá tribulaciones colectivas y aflicciones individuales, lo cual constituye la resistencia fundamental del plan eterno.

¿Qué nos hace suponer que podemos estar eximidos de sobrellevar las mismas experiencias que refinaron las vidas de los santos de antaño? Es preciso que tengamos siempre presente que la misma fuerza de resistencia que obstaculiza nuestro progreso también nos brinda oportunidades de superarnos. ¡Dios probará a su pueblo!

En esta ocasión, os doy testimonio de esta verdad con la letra de una estrofa de uno de nuestros himnos predilectos:

Y cuando torrentes tengáis que pasar,
Los ríos del mal no os pueden turbar;
Pues yo las tormentas podré aplacar,
Salvando a mis santos de todo pesar,
(Himnos de Sión N° 144)

Dios nos bendiga a todos para que sobrellevemos debidamente las pruebas del propósito por el cual fuimos enviados aquí, lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.

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