Las pruebas y glorias venideras

Conferencia General Abril 1980
Las pruebas y glorias venideras
por el élder Bruce R. McConkie
Del Consejo de los Doce

Nos encontramos en lo alto de una montaña, sobre una cúspide majestuosa de la cordillera de Israel. Para alcanzar esta cima hemos escalado las colinas de la paz y atravesado los valles de la desesperación.

A nuestros pies divisamos los desiertos del pecado y la selva de la maldad; hemos dejado atrás los pantanos de los deseos carnales, las planicies de la pasión y los rugientes ríos del odio, el crimen y la guerra. Todo lo hemos superado para alcanzar este pináculo.

Adelante, se elevan hacia el cielo montañas aún más majestuosas, llenas también de grietas, precipicios, ríos, y selvas. . .

Escondidos entre los matorrales, a los lados del sendero que aún no hemos ascendido, se encuentran guaridas de leones, chacales acechando desde sus cuevas y serpientes venenosas a la expectativa. El ascenso no será fácil; una avalancha de maldad y lascivia bloqueará y borrará la senda.

Durante la penosa marcha guijarros filosos lastimarán nuestros pies, ríos de lava derretirán la suela de nuestro calzado y desmayaremos de hambre y sed. Sin duda alguna, el camino será arduo y escabroso.

Pero, allá a lo lejos, con la gloria divina descansando sobre su cresta y escondido entre las nubes, se encuentra el más grande de todos: el magnífico Monte de Sión.

Podemos divisarlo a través de la bruma del amanecer, donde se encuentra «. . la ciudad del Dios viviente, el lugar celestial el más santo de todos», donde se encuentra reunida «. . . la compañía innumerable de ángeles. . . la asamblea general e iglesia de Enoc y del Primogénito» (D. y C. 76:66-67).

Desde el punto en que estamos, en la cumbre de 150 años de progreso, el paisaje es maravilloso.

Mirando hacia el pasado vemos con orgullo la primavera de 1820, cuando los Dioses del cielo, los gobernantes supremos del universo, abrieron los cielos, se le aparecieron a José Smith e introdujeron las dispensación del cumplimiento de los tiempos.

Vemos a Moroni «volar por en medio del cielo» tocando la trompeta de Dios y revelando el libro que susurra desde la tierra con un espíritu que nos resulta familiar (Apocalipsis 14:6).

Vemos a otros ángeles ministrantes traer las llaves, el poder y la autoridad hasta que todas las llaves se entreguen al hombre.

Vemos la piedra que fue cortada del monte, no con mano, empezando a rodar hasta que llegue el día en que hiera a la imagen babilónica, desmenuce los reinados del universo y llene toda la tierra (Daniel 2:34-35).

Vemos a los élderes del reino dirigirse a muchas naciones, predi-cando el arrepentimiento, congregando al pueblo de Israel y estableciendo a los dignos en las cimas de las montañas donde se encuentra la casa del Señor.

Vemos conversos, estacas y templos; los dones, señales y milagros abundan; los enfermos se curan y los muertos resucitan por medio del poder de Dios; y la obra del Señor progresa.

Sin embargo, junto a todo esto se encuentran tristezas, labores arduas y tribulaciones. Los santos son probados al máximo para ver sí permanecen firmes hasta la muerte en el convenio del Señor (D. y C. 98:14).

Nuestra mirada se detiene en la cárcel de Cartago en donde espíritus malignos con forma humana derramaron la mejor sangre del siglo diecinueve.

Vemos a Nauvoo incendiarse y el Templo de Dios profanado por fanáticos depravados y blasfemos.

Vemos nieve y frío; muerte y tumbas, mientras un pueblo agotado sigue a su nuevo líder hacia la tierra prometida.

Vemos a un pueblo maldecido, herido y expulsado sacrificando todo lo que posee, y cantando con toda su alma «Oh, está todo bien» (Himnos de Sión, N° 214).

Vemos a los profetas sucederse unos a otros mientras un pueblo digno se prepara para la segunda venida de Aquel del cual testifican.

A pesar de todo, nuestro gozo no se basa en el pasado aunque éste haya sido importante y glorioso, sino en nuestro presente y futuro. Ni tampoco hemos dejado atrás los peores sufrimientos y problemas. En el futuro nos veremos enfrentados a peores tribulaciones, se nos darán pruebas aún mayores, y tendremos que derramar más lágrimas que nunca.

Honramos y rendimos reverencia a nuestros antepasados y profetas. Nos regocijamos por la bondad de Dios hacia ellos y les agradecemos a El y ellos por el legado quo nos dejaron.

Cuando recordamos estas cosas, meditamos y nos damos cuenta de nuestras bendiciones, es como si oyéramos proclamar: «. . . quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estas, tierra santa es (Éxodo 3:5).

Sin embargo, sabemos que nuestra obra sólo puede realizarse en el presente y que nuestro destino glorioso se halla en el porvenir.

Desde la cumbre sobre la cual caminamos ahora, podemos dirigir la vista de cúspide en cúspide hasta la Sión de Dios que algún día nos pertenecerá si seguimos el sendero que han trazado los que han vivido antes que nosotros. No podemos abarcar con la vista todo el camino, ya que muchas cosas están fuera de su alcance. Las sendas de montañas hormiguean sobre valles, peñascos, precipicios y bosques; no sabemos cuán larga será nuestra jornada, ni qué peligros nos aguardan.

No obstante, lo que alcanzamos a ver nos hace regocijarnos y temblar a la vez. Temblamos, porque la tierra se verá cubierta de tristeza, pestes, calamidades y guerra. Nos acongoja ver a algunos miembros de esta Iglesia verdadera que son débiles, mundanos y rebeldes, cayendo a los lados del camino mientras la caravana del reino sigue avanzando.

Nos causa regocijo el pensar en la gloria y el honor que les espera a los que después de pasar por todas esas tribulaciones emergen limpios de manos y puros de corazón (Salmos 24:4).

Al dirigir nuestra mirada hacia el futuro, vemos que el evangelio será predicado con éxito a todos los pueblos y en todas las naciones.

Vemos al Señor romper todas las barreras para que el mundo entero pueda recibir el mensaje de la restauración. Y nos alegra el hecho de que los descendientes de Ismael al igual que los de Isaac, y los de Esaú al igual que los de Jacob recibirán una herencia en el reino de Dios.

Vemos congregaciones del pueblo del convenio adorando al Señor en todas las ciudades, y a los santos del Altísimo alabando a Dios en todos los países.

Vemos estacas de Sión por todas partes del mundo y a Israel, el pueblo escogido, congregándose en estos lugares santos para aguardar la llegada de su Rey.

Vemos muchísimos templos por toda la tierra, para que la gente de «toda nación, y tribu, y lengua, y pueblo» reciba todas las ordenanzas de la casa del Señor calificándose de ese modo para vivir y reinar como reyes y sacerdotes por un período de mil años sobre la tierra.

Vemos a los descendientes de Caín, a los cuales se les había negado por mucho tiempo el poder del sacerdocio que permite a los hombres ser gobernantes de muchos reinos, levantarse y reconocer a Abraham como padre.

Vemos a los santos del Señor, que están esparcidos por todo el mundo, destacarse en poder y gloria y de esa forma servir de luz y guía a la gente de sus propios países. Vemos a nuestros hijos y nietos defender con valentía la verdad y la virtud, y coronados con el poder de Dios, obtener triunfantes el reino.

Vemos a los miembros fieles perfeccionando su forma de vida para prepararse para la venida de Aquel de quien son hijos y para obtener la gloriosa morada que El prometió darles en el reino de su Padre.

Mas la visión del futuro no incluye sólo bondad, dulzura y paz; todo lo que ha de venir sucederá en medio de las más grandes maldades y calamidades que jamás han azotado a la tierra.

Al mismo tiempo que los santos se preparan para recibir a su Dios, los hombres sensuales y diabólicos se aprontan para obtener su castigo.

Mientras los mansos y humildes tratan de asegurar su salvación, los que sirven a Satanás, el amo de este mundo, se vuelven cada vez más depravados.

Con los ojos húmedos y el alma dolorida vemos presagios de maldad, crímenes y sensualidad extendiéndose sobre la faz de la tierra. Los mentirosos, ladrones, adúlteros y homosexuales apenas tratan de esconder sus iniquidades. No resta paz en la tierra debido a que abundan la maldad y el crimen.

Vemos a las fuerzas diabólicas unidas luchando para destruir la vida familiar, ridiculizar la moral y la decencia, y ensalzar todo lo inmundo y despreciable. Vemos guerras, plagas y epidemias. Las naciones adquieren poderío y luego caen. La mortandad y el derramamiento de sangre se hacen comunes. Los ladrones de Gadiantón hacen de jueces en muchas naciones y los poderes diabólicos tratan de subyugar los pueblos de la tierra. Satanás reina en el corazón de los hombres; ha llegado el día de su poder.

Pero a pesar de todo, la obra del Señor continúa: el evangelio se predica y nace el testimonio en las personas. Los elegidos de Dios abandonan las tradiciones de sus padres y las sendas del mundo. El reino crece y prospera porque el Señor acompaña a Sus hijos.

Al mismo tiempo hay revelaciones, visiones y profecías; dones, señales y milagros. Se siente con gran fuerza la influencia del Espíritu Santo.

Los que creen se bautizan, se santifican por medio del poder del Espíritu Santo y se preparan para vivir con Dios, Jesucristo y otros seres santificados en el reino eterno.

¿Os sorprende entonces que nos alegremos y temblemos a la vez ante lo que el futuro nos depara?

Por cierto que el mundo está y seguirá estando en conmoción, pero la Sión de Dios permanecerá inmóvil. Se desterrará de la Iglesia a los inicuos y diabólicos, y la piedra continuará creciendo hasta que cubra toda la tierra.

El porvenir es oscuro deprimente. Habrá aún más mártires y las puertas de la cárcel volverán a encerrar al inocente. No se nos ha prometido que la maldad y las pruebas de la vida mortal no nos afectarán.

No obstante, si todos nosotros cumplimos con los mandamientos de Dios; si apoyamos a la Iglesia en todos los asuntos, tanto políticos como religiosos; si dejamos que el Espíritu Santo nos guíe y obedecemos el consejo de los apóstoles y profetas actuales, todo será para nuestro bien si lo miramos desde un punto de vista eterno.

Veremos con claridad el futuro y así, estemos vivos o muertos, veremos a nuestro bendito Señor volver a reinar en la tierra. Veremos la Nueva Jerusalén venir desde los cielos enviada por Dios a juntarse con la Ciudad Santa que edificaremos. Viviremos y nos asociaremos con los de la ciudad de Enoc mientras adoramos y servimos al Señor por las eternidades.

Por lo tanto, al mirar el sendero interminable que nos resta recorrer, es como si la belleza y gloria de cada cumbre que alcanzamos nos hiciera olvidar las sombras y tristezas de los valles que dejamos atrás.

Con las fibras de nuestra alma vibrando al son del infinito, parece que pudiéramos oír el canto de un coro celestial que hace eco en las montañas de Israel. La melodía nos purifica el alma y las palabras se transforman en un salmo de adoración, el Salmo de la Restauración. De pico en pico el eco proclama:

Dad gloria y honor al Señor nuestro Dios. La tierra y los cielos aclamarán su nombre porque él ha hecho maravillas en todas las naciones.

Cantad a Dios porque El ha enviado a uno de sus ángeles y ha restaurado Su palabra. El ha permitido que la verdad se proclame en la tierra y que la justicia se derrame desde el cielo.

Bendito sea su elevado y santo nombre. El ha restaurado a Israel su reino; recoge a sus elegidos de todas Las naciones; invita a Los gentiles a unirse a Su pueblo.

Alabad al Señor nuestro Rey, pues El viene a reinar con gloria entre sus santos. El viene con fuego a quemar a Los inicuos; con amor y gentileza para que sus redimidos hereden la tierra.

Dad gloria y honor al Señor nuestro Dios.
Cantad a Dios por sus grandes obras.
Bendito sea su elevado y santo nombre.
Alabad al Señor nuestro Rey.

Y mientras estas palabras resuenan en nuestro corazón, oímos también otras cosas que no se nos permite pronunciar y sentimos en nuestro corazón la certeza de que Aquel que llamó al antiguo pueblo del convenio, Aquel que nos guía y mantiene en este momento, Ese mismo permanecerá con nosotros eternamente.

Nuestra alma goza de paz.
En el nombre del Señor Jesucristo. Amén.

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1 Response to Las pruebas y glorias venideras

  1. Avatar de Desconocido Erika Mora dice:

    Maravilloso el espíritu de Elder Mc Conkie, el tbn profetizó muchas cosas para Chile, el ha Sido uno de mis apóstoles preferido.

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