Así que ya no sois extranjeros . . .

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Así que ya no sois extranjeros . . .
Elder Derek A. Cuthbert
del Primer Quórum de los Setenta

Derek A. Cuthbert

Junto con mi esposa hemos celebrado hace poco un notable aniversario de 30 años. Hace 30 años un par de jóvenes misioneros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días golpearon a nuestra puerta en Nottingham, Inglaterra.

¿Qué efecto creéis que causó el mensaje del evangelio a dos miembros activos de otra iglesia? Nosotros, así como nuestra familia por muchas generaciones, habíamos pertenecido a la iglesia del país; aun más, estábamos muy felices con nuestra manera de vivir. Teníamos dos hermosos hijos que bendecían nuestro hogar y un nuevo trabajo en una compañía industrial importante agregaba gozo e interés a mi vida.

¿Qué más podíamos desear?

¿Qué otra cosa podía aumentar nuestra felicidad? Pero conforme los misioneros nos enseñaban y a medida que oraban con nosotros nos dimos cuenta de que había algunos vacíos en nuestra vida; que teníamos necesidades sin satisfacer. Por algunos minutos permitidme enumerar diez aspectos en los cuales nuestras vidas llegaron R tener aun más significado a medida que estas necesidades se iban satisfaciendo. Estoy seguro de que reconoceréis algunas de estas necesidades en vosotros mismos, en vuestro hogar, en vuestra familia.

Primero, nos dimos cuenta de que a menudo nuestra comunicación con Dios no era lo suficientemente buena ni fuerte. Es cierto que siempre habíamos tenido nuestras oraciones individuales; pero cuando comenzamos, gracias a los misioneros, a orar juntos regularmente como esposos y con nuestros hijos, experimentamos un tremendo sentimiento de unidad, no solo como familia, sino con el Dios Todopoderoso.

Los misioneros nos enseñaron que Él es un ser personal, literalmente nuestro Padre y las oraciones comenzaron a brotar del corazón y cesaron de ser meras repeticiones. Aprendimos a conocerle como un Padre amoroso, justo y bondadoso, veraz y digno de confianza. ¡Qué necesidad tan grande existe hoy en día de comulgar con el infinito, de conversar y caminar con Dios, de saber que Él nos habla hoy, y que verdaderamente somos Sus hijos!

Segundo, aprendimos a conocer a Jesucristo, no tan solo como un Personaje histórico, sino como el Hijo del Dios viviente. Cuando fui alumno de la escuela secundaria, y en los años que le siguieron hice un estudio especial del Nuevo Testamento. Sin embargo, la vida del Salvador y su ministerio terrenal no habían tenido influencia en mi vida hasta el momento en que los misioneros me testificaron, tal como Job lo hizo en la antigüedad que el Redentor vive. Aprendí a conocerle como mi Salvador personal, que dio su vida por mí y por cada uno de nosotros. «Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos.» (Juan 15:13.) Todos necesitamos un amigo y todos tenemos un amigo incomparable, Jesucristo, a quien crucificaron y que resucito por nosotros.

Tercero, como todo matrimonio joven, estábamos buscando seguridad en un mundo incierto. Nuestros años de adolescencia habían transcurrido durante la Segunda Guerra Mundial. A los 16 años yo había sido miembro de la Guardia Nacional, entrenado para defender a mi país, y a los 17 fui voluntario de la Fuerza Aérea. Cuando conocimos a los misioneros, cinco años después que la guerra había terminado, aun había escombros en las calles y racionamiento de comestibles y otros artículos.

Nos aferramos a la seguridad del mensaje que los misioneros nos llevaban, de que Dios habla en esta época por medio de sus profetas, tal como lo hizo en la antigüedad. El, en verdad nos cuida, nos ama, ha restaurado su Iglesia y la plenitud de su evangelio tal como lo prometió. ¡Cuán grande es la necesidad que tiene el mundo de un profeta para guiarnos y mostrarnos el camino en estos tiempos difíciles! Testifico que tenemos ese Profeta. Está sentado detrás de mí en este momento mientras hablo en este tabernáculo. Preside La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días; la Iglesia y reino del Señor sobre la tierra.

Cuarto, por invitación de los misioneros, comenzamos a asistir a la Iglesia donde recibimos una amistosa recepción. Pronto aprendimos que una sincera hermandad que une a la gente de todas las naciones.

«Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios.» (Efesios 2:19.)

¡Qué maravilloso fue el sentimiento de estar a gusto! Sentirse necesitado y apreciado. Experimentamos algo que nunca habíamos sentido.

Muy pronto nos encontramos cantando en coros, visitando a otros miembros de la Iglesia o siendo visitados por ellos y dando servicio a otros en las muchas oportunidades de servicio que la Iglesia provee. Podíamos escoger una gran variedad de actividades, el drama, el baile y los deportes, que suplementaban el progreso espiritual que obtuvimos como consecuencia de adorar y aprender junto a otros Santos de los Últimos Días. Todos necesitamos experimentar la calidez de la amistad y una actividad social amena en forma continua.

Quinto, a medida que comenzamos a tener juntos maravillosas noches de hogar, mi esposa e Hijos y la vida familiar comenzaron a tener más importancia y valor para mí. Aprendimos que en todo el mundo, los miembros de la Iglesia disfrutan juntos por lo menos una noche en la semana que incluye actividad de instrucción espiritual y actividades. Amamos a nuestros hijos y nos alegró saber, por boca de los misioneros, que aunque el bautismo es esencial para la remisión de los pecados, el bautismo de los niños no era necesario ya que «todos los niños que mueren antes de llegar a la edad de responsabilidad se salvan en el reino de los cielos» (D. y C. 137:10). Habíamos conocido a muchos padres que habían sufrido mucho por la muerte de uno de sus hijos pequeños, por motivo de la doctrina anticristiana del bautismo de los niños.

Además, comenzamos a interesarnos por del resto de la familia: nuestros abuelos, bisabuelos y todos nuestros antepasados. Esto también es una necesidad universal, tal como lo expresó el autor del libro Raíces, Alex Haley: «el conocer nuestro linaje es como un hambre profunda e insaciable». Todos tenemos una familia a veces cerca otras lejos: ya viva o ya muerta, esperando la resurrección. La fortaleza que proviene de la familia en todos sus aspectos llena una necesidad vital, y puede lograrse con la ayuda de los programas y principios enseñados por los misioneros.

Sexto, todos apreciamos la buena salud y existe la necesidad básica de que nuestro espíritu resida, si fuera posible, en un cuerpo saludable. Yo había sufrido malestares durante algunos años; sin embargo, el código de salud (la Palabra de Sabiduría), que nos enseñaron los misioneros me ayudó a superarlo. Puedo testificarles que la abstención de los estimulantes que producen habito, como el alcohol, el tabaco, él te y el café, ha sido una gran bendición en mí y en la vida de mi esposa e hijos. Estoy contento de que Dios haya dado esta revelación a José Smith el Profeta, hace unos 150 años, brindando un aumento de salud y vitalidad a millones de personas.

Séptimo, como jefe de nuestra joven familia, no sólo me preocupaba el bienestar físico y espiritual, sino también el progreso personal de cada uno de ellos. Pronto descubrí que en la Iglesia del Señor existen toda clase de recursos para ayudar a los miembros a progresar. Al poco tiempo había comenzado a participar en actividades educacionales, en clases de capacitación de líderes, y una variedad de actividades culturales. El progreso que tuve en la compañía donde trabajaba fue resultado natural de mi progreso en la Iglesia. Esto no es de sorprender, porque en las primeras charlas que tuvimos con los misioneros habíamos aprendido acerca del plan de Dios para el progreso eterno de Sus hijos. ¿No tenemos todos, acaso, ese profundo deseo de progresar y mejorar, desarrollarnos y refinarnos?

Octavo, pienso que además, dentro de nosotros existe en diferentes grados un espíritu de aventura, una necesidad de descubrir, explorar. Para muchos esta necesidad se satisface leyendo novelas de aventuras o viajando. Personalmente, siempre me ha fascinado el estudio de la arqueología del Medio Oriente, particularmente la gran civilización egipcia.

El mensaje de mis amigos misioneros incluso satisfizo esta necesidad, ya que nos hablaron de unas antiguas planchas de oro, grabadas por gente de la era precristiana, procedentes del Medio Oriente. Imaginad mi alegría al ir aprendiendo que ese pueblo antiguo, junto con sus profetas y civilización habían dejado el Viejo Mundo para llegar a lo que es actualmente el continente americano y convertirse en un pueblo poderoso. Sus registros estuvieron escondidos, fueron preservados, y 150 años atrás fueron descubiertos no por arqueólogos, sino por un adolescente. La fe y la dignidad de este joven, José Smith, no sólo lo capacitaron para encontrar las planchas de oro sino que más tarde por el poder de Dios las tradujo.

¡Que emocionante fue ver algunos de los caracteres del egipcio reformado tal como fueron copiados por la mano de José Smith! Supe, por el sentimiento que experimente, que eran caracteres verdaderos. Luego, cuando tuve ese libro de Escrituras, el Libro de Mormón, en mis manos y lo leí, ansiosa, sincera y fervientemente, y tuve una experiencia espiritual extraordinaria. La necesidad que tenia de la aventura del descubrimiento se satisfizo con la lectura del Libro de Mormón. Esto no fue tan solo el descubrimiento de un pueblo antiguo, sino una reanimación de la divinidad de Jesucristo. Testifico que el Libro de Mormón es otro testigo, un testigo moderno del Salvador del mundo cuando visitó este continente después de Su resurrección.

Noveno puesto que yo no había vivido en forma perfecta, aunque no había cometido serios errores que perturbaran mi conciencia, sentí la necesidad de hacer algunos cambios en mi vida. Fue un gran gozo para mí aprender las enseñanzas puras de Jesucristo con respecto a la fe, al arrepentimiento, al bautismo por inmersión para la remisión de pecados y a la imposición de manos para comunicar el don del Espíritu Santo. Que alegría fue el comenzar de nuevo, con las hojas del libro de la vida en blanco, habiéndome apartado de doctrinas sin fundamento, tradiciones vanas y ordenanzas pervertidas.

Nuevamente, esto parece ser una necesidad universal; todos los hombres nacen en esta vida terrenal inocentes y puros, y luego son corrompidos por las cosas del mundo. Lo maravilloso es que Jesús dio su vida por todos, y para todos fue Su resurrección: «Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.» (1 Cor. 15:22.)

Décimo, y finalmente, desde que fui bautizado en esta maravillosa Iglesia restaurada de Jesucristo he sentido una paz interior la «Paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento» (Filipenses 4:7.)He escuchado a muchas personas decir que la más grande necesidad y el más ferviente deseo que tienen es obtener paz interior. ¿En qué forma se puede obtener? Puede obtenerse conociendo la verdad, porque ‘conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 8:32.)Testifico que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es la verdadera Iglesia de Jesucristo, y que enseña principios y ordenanzas verdaderas.

¡Cuán agradecido estoy de que mis necesidades más fervientes hayan sido satisfechas al haber escuchado a los misioneros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días!

Y que luego por medio del estudio, la oración y la obediencia a las leyes y ordenanzas del evangelio, haya encontrado la felicidad, no tan solo por esta vida, sino también por la eternidad.

Espero que todos aquellos hasta los cuales llegue mi voz, y todos los Hijos de Dios dondequiera que  se encuentren, tengan esa misma felicidad. Lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amen.

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