El obispo esta al frente del plan de bienestar

Conferencia General Octubre 1980logo pdf
El obispo está al frente del plan de bienestar
Elder Thomas S. Monson
Del Consejo de Los Doce

Thomas S. MonsonHace muchos años, el apóstol Pablo escribió una epístola a su querido compañero Timoteo, en la cual se refirió a las cualidades que un obispo debe poseer. Empezó así:

«Palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea.» (1 Timoteo 3: 1.)

Hoy podríamos añadir: «buena prueba desea». Luego continúa diciendo:

«Es necesario que el obispo sea irreprensible . . .  sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar . . . no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable . . . También es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera . . .»  (1 Timoteo 3:2-4, 7.)

Estas palabras fueron como un fuego dentro de mi alma cuando las leí al ser, llamado obispo hace treinta años.  Era yo muy joven, apenas tenía veintidós años.  El barrio era grande y tenía más de 1.050 miembros, 87 de los cuales eran viudas: La carga relacionada con el plan de bienestar era la más pesada de cualquier barrio en toda la Iglesia.

Las calles de ese barrio no tenían ningún nombre distinguido como Villa Colonial, Avenida de las Flores o Paseo Hermoso. Más bien eran conocidas por nombres que denotaban su condición modesta. El barrio no se hallaba al oriente de las vías del ferrocarril en Salt Lake City, ni tampoco al poniente de los rieles.  Ese barrio incluía los rieles del ferrocarril.  Muchas de las viudas y aquellos que no tenían los medios necesarios parecían vivir escondidos en apartamentos subterráneos, en cuartos pequeños en el segundo o tercer piso de edificios antiguos o en casas desmanteladas en el fondo de calles poco conocidas.  Me llamaron para que fuera el pastor. Este iba a ser mi rebaño.  Vino a mi memoria la amonestación de Dios dada por medio de Ezequiel: «¡Ay de los pastores de Israel que . . . no apacientan mis ovejas!» (Ezequiel 34:2, 8.)

Los maestros que me adiestraron fueron enviados del cielo.  Permítaseme mencionar unos dos o tres: Nuestro anterior presidente de estaca, Harold B. Lee, el presidente Marion G. Romney, y el presidente J. Reuben Clark.

El hermano Lee asistió a nuestra conferencia de estaca el año en que fui nombrado obispo.  Dirigiéndose a la congregación de los líderes del sacerdocio, el sábado en la noche, se apartó del púlpito, y pidiendo un pizarrón, bajó entre nosotros y, así como el gran Maestro, nos enseñó nuestro deber.  Dibujó cinco círculos bajo el encabezamiento: «Las responsabilidades de un obispo».  Luego dio a cada círculo una designación, tal como «El padre del barrio», «El presidente del Sacerdocio Aarónico», «El juez común en Israel», y entonces hizo hincapié en la responsabilidad del obispo en el plan de bienestar.  Nos amonesto a que ayudáramos a los pobres, que veláramos por ellos y que lo hiciéramos con el espíritu de amor, bondad y de una manera confidencial.

El hermano Romney visitaba con frecuencia nuestra estaca región. Una noche nos enseñó el principio de la fe relatando la inspiradora narración de Elías el profeta y la viuda de Sarepta.  Comparó las circunstancias de ella con las de algunas de las viudas de nuestra región.  Al estar enseñando los preceptos del bienestar que se encuentran contenidos en el manual, y contestando preguntas, un hermano le preguntó:

-Hermano Romney, ¿a qué se debe que usted parece saber todo lo dice contiene ese manual?

A esto, el hermano Romney, con un centelleo en sus ojos y una sonrisa en sus labios, le contestó:

-¡Es que yo lo escribí!

También el presidente Clark fue un gran maestro. Fue mi privilegio, durante esos años, ayudarle en la preparación de sus manuscritos a fin de que pudieran ser impresos. ¡Qué experiencia singular y benéfica la de haber podido estar con él frecuentemente!  Sabiendo que yo era obispo nuevo y que estaba presidiendo un barrio difícil, recalcó la necesidad que yo tenia de conocer a mis hermanos, de comprender sus circunstancias y, con espíritu de ternura, velar por sus necesidades.  Un día, se refirió al ejemplo del Salvador, cual se halla en Lucas, capítulo siete, versículos once al quince:

«Aconteció después, que él iba a la ciudad que se llama Naín; e iban con él muchos de sus discípulos . . .

Cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, he aquí que llevaban a enterrar a un difunto, hijo único de su madre, la cual era viuda . . .

Y cuando el Señor la vio, se compadeció de ella, y le dijo: No llores.

Y acercándose, toco el féretro . . . Y dijo: Joven, a ti te digo, levántate.

Entonces se incorporó el que había muerto, comenzó a hablar. Y lo dio a su madre.»

Cuando el presidente Clark cerró su Biblia, noté que había lágrimas en sus ojos.  Con voz muy queda me dijo:

-Tom, sé bondadoso con las viudas, y vela por, los pobres.

Nuestros obispos necesitan hoy la misma instrucción y consejo.  Muchos son nuevos.  Por todos lados oyen que este programa o aquél necesitan atención.  Ellos tienen un encargo sagrado.  Frecuentemente, aquello que más vale es lo que menos se anota.  La visita a los ancianos, la bendición a los enfermos, el consuelo al afligido, el alimento al hambriento, etc., tal vez no sean anotados aquí, pero estoy convencido de que esto se sabe en los cielos, y que somos orientados en estos servicios.

Las dimensiones de la parte que el obispo desempeña en el plan de bienestar son muchas.  Le ayudan sus consejeros, los líderes de los quórumes del sacerdocio y, desde luego, la presidencia de la Sociedad de Socorro del barrio.  Tal vez podría resultar, útil hacer un repaso.

Primero,  prevención. Es de suma importancia la responsabilidad de coordinar, los esfuerzos de preparación, tanto personales como familiares, incluso el almacenamiento de alimentos.  También hay que subrayar la necesidad continua de ver que el cabeza de la familia tenga un empleo remunerador. Como parte de este esfuerzo cabe la prudencia de mejorar, el empleo de aquellos que desempeñan trabajos de baja categoría.  Este deber incluye la obra de animar a los que son empleados a que se capaciten, para que no sean los últimos en ser empleados o los primeros en ser despedidos.

Segundo, producción.  La participación en proyectos de bienestar de barrio y estaca es una preocupación esencial.  Aunque los tiempos van cambiando, aún es necesario arar los campos, podar las plantas, construir edificios y llenar los almacenes.

Me siento agradecido por haber aprendido a recoger remolachas en nuestra granja de bienestar de la estaca.  También me siento agradecido de que ya no tenemos que recoger la remolacha, en la actualidad, de la misma manera de antes.  Dicha granja no se hallaba en una sección fértil de terreno, sino más bien en lo que hoy constituye el sector industrial de Salt Lake City.  Testifico, sin embargo, que cuando se utilizó para este servicio sagrado el terreno fue santificado, la cosecha bendecida y la fe recompensada.

Tercero, preparación. ¡Oh, qué gozoso es el tiempo de la cosecha!  Imaginaos la escena en la que los miembros de un barrio están envasando duraznos, seleccionando huevos o limpiando verduras, todo ello para el uso de los necesitados. La frente está cubierta de sudor, la ropa se ha ensuciado, los cuerpos están cansados, pero las almas humanas se sienten refrescadas y elevadas hacia el cielo.

Cuarto, almacenamiento.  En las revelaciones el Señor habló frecuentemente de sus almacenes o depósitos.  En una ocasión, dio el siguiente consejo:

«Y se mantendrá el depósito por medio de las consagraciones de la Iglesia; y se proveerá lo necesario a las viudas y huérfanos, como también a los pobres.» (D. y C. 83:6.)

Me da gusto ver que sobre la entrada a nuestros almacenes se leen las palabras: Almacén del Obispo.  Los que allí trabajan son recomendados y enviados por sus obispos respectivos.  Dentro de estos edificios existe un ambiente de amor, de respeto y de verdadera reverencia.  Me siento inspirado cada vez que visito uno de estos almacenes.  No tiene torre ni aguja, no hay alfombras en los pisos, ni ventanas con vidrios de color, pero allí se encuentra el Espíritu del Señor.

Quinto, distribución. Es en esto donde el criterio del obispo pasa por una prueba crítica.  El no puede eludir esta responsabilidad dada de Dios.  El presidente J. Reuben Clark, hijo, hizo un resumen de la parte que desempeña el obispo en los servicios de bienestar como a continuación expongo:

El debe «administrar todas las cosas temporales. . . En su llamamiento debe. . . suministrar víveres a los pobres y necesitados; debe buscar a los pobres para suministrarles sus necesidades.»(D. y C. 107:68; 42:34; 84:112.)

«Al obispo se confieren todos los poderes y responsabilidades que el Señor ha señalado específicamente en Doctrina y Convenios para el cuidado de los pobres. . . A ningún otro se encarga de este deber y esta responsabilidad, ningún otro es facultado con el poder y las funciones necesarias para esta obra.

De acuerdo con la palabra del Señor, la única comisión de velar por los pobres de la Iglesia y la única discreción relacionado con este cuidado reposa en el obispo.  Es su deber, y de él sólo, determinar a quién, cuándo, cómo y cuánto se ha de dar a cualquier miembro de su barrio de los fondos de la Iglesia y como ayuda del barrio.»

Esta es su elevada y solemne obligación que el Señor mismo le impone.  El obispo no puede eludir este deber; no puede esquivarlo; no puede dejarlo a algún otro y de esta manera relevarse a sí mismo.  Sea cual sea la ayuda que él solicite, aún sigue siendo responsable.» («Bishops and Relief Society», 9 de julio de 1941.)

Todo obispo necesita una arboleda sagrada a la cual él pueda apartarse para meditar y para pedir orientación.  La mía fue nuestra vieja capilla del barrio.  No puedo ni siquiera empezar a contar las ocasiones en que en una noche obscura, a una hora ya avanzada me dirigía al estrado de ese edificio donde fui bendecido, confirmado, ordenado, instruido y finalmente llamado para presidir.  A la capilla llegaba una luz muy tenue de la lámpara eléctrica que se encontraba enfrente del edificio; no se oía ni un solo ruido, no había nadie que entrara para molestar.  Con mi mano sobre el púlpito me ponía de rodillas y con El en lo alto compartía mis pensamientos, mis preocupaciones y mis problemas.

En una ocasión, un año de sequía, los víveres del almacén no eran de la calidad acostumbrada, ni los había en abundancia. Faltaban muchos productos, especialmente la fruta fresca.  Mi oración de esa noche es de lo más sagrado para mí.  En mi súplica dije que esas viudas eran las mejores mujeres que conocía yo en el estado terrenal, que sus necesidades eran sencillas y moderadas, que no tenían ningún recurso del cual pudieran depender.  A la siguiente mañana recibí un llamado de un miembro del barrio propietario de un negocio de productos agrícolas.

-Obispo, -dijo él-, quisiera enviar un camión grande lleno de naranjas, toronjas (pomelos) y plátanos al Almacén del Obispo para que se repartan a los necesitados. ¿Podría hacer usted los arreglos necesarios?

¡Que si podía yo hacer, los arreglos necesarios!  Se avisó al almacén. Luego se habló por teléfono a cada obispo y se distribuyó toda la carga.  El obispo Jesse M. Drury, el amado pionero del plan de bienestar, encargado del almacén, dijo que jamás había presenciado un día como se.  Describió ocasión con una sola palabra: «¡Maravilloso!»

Otras experiencias tal vez no sean tan dramáticas, pero, sin embargo, son verdaderas y alientan el corazón.  Recuerdo una pareja de edad avanzada cuya casa pintada por muchos años. Eran personas pulcras y aseadas, y les preocupaba el aspecto de su pequeña casa.  En un momento En un momento de inspiración, no llamé al quórum de élderes ni a voluntarios a empuñar, las brochas para pintar, sino más bien, siguiendo las instrucciones del manual de bienestar, me dirigí a los miembros de la familia que vivían en otras partes de la ciudad.  Cuatro yernos y cuatro hijas tomaron en sus manos las brochas y participación en el proyecto. La pintura la había proporcionado un vendedor que vivía en nuestro vecindario.  El resultado fue una transformación no sólo en la casa, sino entre la familia. Los hijos determinaron la manera de ayudar mejor a su madre y a su padre en su edad avanzada.  Lo hicieron voluntariamente y con corazones dispuesto. Quedó pintada una casa, unida una familia y se preservó el respeto.

Afortunadamente, las bendiciones que el programa de bienestar proporciona no sólo las recibe el obispo; más bien, todos aquellos que participan pueden recibirlas, y en abundancia.

Una noche fría de invierno, en 1951, alguien llamó a mi puerta, y un hermano alemán de Ogden, Utah, me dijo quién era y me preguntó:

-¿Es usted el obispo Monson?

Le respondí afirmativamente.

Comenzó a llorar, y me dijo:

-Mi hermano, su esposa y su familia van a llegar aquí de Alemania.  Van a vivir en su barrio. ¿Quiere venir con nosotros para ver el apartamento que hemos alquilado para ellos?

Mientras nos dirigíamos al apartamento, él me dijo que no había visto t su hermano desde hacía muchos años.  Sin embargo, durante el exterminio en masa de los judíos en la Segunda Guerra Mundial, su hermano había permanecido en la Iglesia, obrando como presidente de rama antes que la guerra lo llevara al frente ruso.

Mi el apartamento.  Era frío y lóbrego.  La pintura se caía a pedazos, el papel que cubría las paredes estaba sucio, las alacenas, vacías. Un foco eléctrico de cuarenta vatios que colgaba del techo de la sala reveló un linóleo con un agujero ande en el centro.  Me sentí decaído, y pensé: Qué bienvenida tan sombría para una familia que ha soportado tanto.   Interrumpieron mis pensamientos estas palabras del hermano:

-No es mucho, pero es mejor que lo que tienen en Alemania.

Al decir eso, me entregó la llave, y me informó que la familia llegaría a Salt Lake City en tres semanas, dos días antes de la Navidad.

Esa noche me costó mucho conciliar el sueño.  El día siguiente era domingo. En la reunión de nuestro comité de bienestar del barrio, uno de mis consejeros me dijo:

– Obispo, se ve usted preocupado. ¿Ha sucedido algo malo?

Relaté a los que estaban presentes mi experiencia de la noche anterior, junto con los detalles del apartamento indeseable. Hubo unos momentos de silencio y luego el líder del grupo de sumos sacerdotes dijo:

-Obispo, ¿dijo usted que el apartamento tiene luz inadecuada y que las instalaciones de la cocina necesitan ser reemplazadas?

Le respondí afirmativamente. Continuó diciendo: -Soy contratista eléctrico. ¿Permitiría usted que los sumos sacerdotes de este barrio instalaran nuevo alumbrado eléctrico en ese apartamento?  También quisiera invitar a mis abastecedores a que donaran una cocina nueva y un nuevo refrigerador. ¿Cuento con su permiso?

Yo le respondí con un alegre «por supuesto».  Luego, el presidente de los Setentas se expresó:

-Obispo, como usted sabe, estoy en un negocio de alfombras.  Yo quisiera invitar a mis abastecedores a que contribuyeran con unos retazos de alfombra, los setentas fácilmente las podrían instalar y reemplazar ese linóleo viejo.

En seguida, el presidente del quórum de élderes habló. El era el pintor, y dijo:

-Yo proporcionaré la pintura ¿Podrían los élderes pintar y empapelar de nuevo ese apartamento?

Luego pidió la palabra la presidenta de la Sociedad de Socorro:

-Nosotras, las hermanas de la Sociedad de Socorro no podemos soportar eso de alacenas vacías. ¿Nos permite llenarlas?

Las siguientes tres semanas se recordarán para siempre.  Parecía que todo el barrio estaba participando en el proyecto.  Pasaron los días y a la hora señalada llegó la familia de Alemania.  Nuevamente llamó a mi puerta el hermano de Ogden.  Con la voz llena de emoción me presentó a su hermano, su esposa y su familia.  Luego preguntó si podríamos ir a ver el apartamento. Mientras subíamos por las escaleras, volvió a repetir:

-No es mucho, pero es más de lo que han tenido en Alemania.

Nada sabía él de la transformación que había tenido lugar, y que muchos de los que habían participado en ella estaban allí, esperando nuestra llegada.

Se abrió la puerta para revelar literalmente una novedad de vida. Nos salió al encuentro el aroma de la madera recién pintada y las paredes recién empapeladas.  Había desaparecido el solitario foco eléctrico de cuarenta vatios, junto con el viejo linóleo que la luz de aquél había iluminado.  Pisamos una alfombra espesa y bella. Al pasar al cuarto de la cocina, se presentó a nuestra vista una nueva estufa y un refrigerador nuevos.  Las puertas de la alacena aún estaban abiertas; sin embargo, ahora revelaban que estaban llenas de alimentos.  Como siempre, la Sociedad de Socorro había cumplido con su tarea.

En la sala, empezamos a cantar villancicos de Navidad.  Cantamos: «Noche de Luz, Noche de paz; reina ya gran solaz».  Nosotros cantamos en inglés y ellos cantaron en alemán.

Al concluir, el padre, comprendiendo que todo eso era suyo, me tomó de la mano para expresar su agradecimiento.  Su emoción era demasiado profunda.  Reposó su cabeza sobre mi hombro y repitió las palabras:

-Mein bruder, mein bruder, mein bruder (que significan: Mi hermano, mi hermano, mi hermano).

Al bajar por las escaleras y salir al aire libre, estaba nevando.  Nadie habló ni una palabra.  Por fin, una joven comentó:

-Obispo, me siento mejor en mi interior que en cualquiera otra ocasión. ¿Puede decirme por qué?

Yo le respondí con las palabras del Maestro: «En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis» (Mateo 25:40).

Repentinamente vinieron a mi mente las palabras de un himno:

Con quietud y en silencio
se da el maravilloso don;
así también sus bendiciones
Dios da a nuestro corazón.
Nadie oye su llegada,
pero en este mundo pecador,
a quienes recibirlo quieran
entrará el Redentor.

John Barry, el poeta escocés, dijo: «Dios nos dio recuerdos para que pudiéramos disfrutar de las rosas de junio en el diciembre de nuestras vidas».  En mi jardín de recuerdos no hay rosa más hermosa ni más fragante que la rosa que ha florecido por medio de mi participación en la obra del plan de bienestar.

Pido que nuestro Padre Celestial siempre bendiga a nuestros obispos en sus sagradas responsabilidades de bienestar.  Estos deberes provienen de Dios.  Fueron dispuestos en el cielo para bendecir en nuestra época a aquellos que estén necesitados.

En el nombre de Jesucristo.  Amén.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario