Conferencia General Octubre 1980
Por medio de nosotros. . .
Elder M. Russell Ballard
del Primer Quórum de los Setenta
Desde la última conferencia, me he enterado de que muchos de los hijos de nuestro Padre Celestial necesitan asistencia en sus problemas. Cientos de cartas llenas de peticiones de ayuda han llegado a las Autoridades Generales. Padres que ruegan por sus hijos; madres, por sus hijas; hijos, por sus padres. El contenido de esas cartas es desconsolador.
He aprendido por experiencia propia que los dolores de los que padecen espiritualmente podían aliviarse si todos hiciéramos el esfuerzo extra que se requiere para auxiliarlos.
Jesucristo tiene el poder para sanar toda suerte de males, así espirituales como físicos; una mujer fue sanada con sólo tocar el borde de su manto como se hace constar en el libro de Lucas.
«… Jesús dijo: Alguien me ha tocado; porque yo he conocido que ha salido poder de mí.
Entonces, cuando la mujer vio que no había quedado oculta, vino temblando, y postrándose a sus pies, le declaró delante de todo el pueblo por qué causa le había tocado, y cómo al instante había sido sanada.
Y él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz.» (Lucas 8:46-48)
¿Puede el Maestro influir en la vida de otras personas por medio de nosotros? Claro que si, y lo hará si tan solo hacemos nuestra parte. Un maestro orientador en Florida hizo sentir la influencia del Salvador en esta forma; citare pasajes de una carta que recibí, fechada el 3 de julio de este año:
«Cuando me uní a la Iglesia en 1973, mi esposo no lo hizo, ni quería concurrir a las reuniones; ni siquiera estaba seguro de que existiera Dios.
En 1975, nuestro maestro orientador llegó a ser el mejor amigo de mi esposo. En mas de tres años dejo de ir a nuestra casa sólo una vez. Mi marido tenia en ese hermano a alguien con quien hablar y en quien desahogar años de amarguras y desdicha; el nunca había tenido un verdadero amigo.
En agosto de 1978, nuestro amigo nos dijo que se marchaba. Nos sentimos desolados. En su ultima visita nuestro maestro orientador, con el permiso de mi esposo, nos hablo de como se puede obtener un testimonio.
En noviembre, élder Ballard, vino usted a nuestra estaca y enseñó el evangelio en una charla especial a la que fuimos mi esposo y yo. Al termino de la reunión, rodeo usted con el brazo los hombros de mi esposo y el Señor le hablo por medio de usted al decirle que nuestro Padre Celestial lo amaba, que quería que se bautizara y que la Iglesia lo necesitaba.
Esa noche, tomo la decisión de bautizarse. Telefoneamos a nuestro ex maestro orientador, que vive ahora en Louisiana, para ver cuando podría venir a bautizarlo. Hicimos los arreglos, vino y lo bautizó. Un año después, nos acompañaba al ser sellada nuestra familia por esta vida y la eternidad en el Templo de Washington.
Aunque no se acuerde usted de nosotros . . . sabemos que ve mucha gente cada año . . . queremos que sepa que nuestra vida fue influida de un modo imborrable. Y queremos expresar nuestro agradecimiento especial por aquel fiel maestro orientador.»
En otra ocasión, una maestra de la Mutual tenia en su clase una niña ciega cuya participación era limitadas porque no podía estudiar como las demás. La maestra iba a la casa de la chica y le leía en voz alta mientras esta escribía su Libro de Progreso Personal en «Braille’; la labor tardó dos años. La maestra también instó a las demás jóvenes de la clase a colaborar; y bajo su dirección, fueron a la casa de la niña ciega a leerle el manual hasta que ella lo escribió todo en «Braille».
La influencia del Maestro se hizo sentir por medio de esa maestra y bendijo no solo a la joven, sino a muchas otras niñas ciegas, pues gracias a ello, el manual en «Braille» se encuentra en las oficinas generales de la organización de las Mujeres Jóvenes.
A veces, la influencia del Salvador puede llegar a otros por medio de gente menuda de corazón grande. Una Señora a quien se le habían impartido las charlas misionales, pero que no había tomado la decisión final de bautizarse, decidió un domingo ir a la reunión sacramental a un barrio que no conocía; deseaba ir a un lugar donde pudiera estar a solas con sus pensamientos. Allí se sentó junto a un niñito. Cuando repartieron la Santa Cena, el pequeño reparo en que ella no tomaba el pan; al recibir la bandeja tomo un trozo, con cuidado lo partió en dos y le dio a ella la mitad. A la dama le impresiono mucho que un niño se mostrase tan generoso, y ese mismo día hablo con los misioneros y les dijo: «Si esto es lo que ustedes enseñan a los niños en su Iglesia, quiero ser miembro de ella».
El Señor enseñó a los nefitas:
«Alzad, pues, vuestra luz para que brille ante el mundo. He aquí, yo soy la luz que debéis sostener en alto» (3 Nefi 18:24.)
Un ejemplo reciente de la luz del Señor que llegó a alguien que la necesitaba desesperadamente tuvo lugar cuando, al hablar a un intimo amigo poco después de la muerte de su compañera eterna, le pregunte «¿En qué te puedo ayudar?» El me respondió: «Ayuda a mi hijo a comprender». Ese hijo quería entrañablemente a su madre; al verla padecer mes tras mes, comenzó a pensar que las oraciones y las bendiciones del sacerdocio no recibían respuesta. Eso causo que su fe en el Padre Celestial se desvaneciera y perdió la luz del Señor en su vida.
Resonaban en mis oídos las palabras: «Ayuda a mi hijo a comprender». Me pregunte: Pero… ¿cómo? ¿qué puedo hacer? Por ultimo, invite al muchacho a venir a la sede de la Iglesia a charlar conmigo. Llegó y fuimos al comedor; mientras comíamos, sucedió algo en verdad extraordinario: muchas Autoridades Generales se acercaron a nuestra mesa a saludarnos. Lo más importante fue que estrechó la mano de ocho de los doce Apóstoles aquí presentes. Nunca había visto, ni he vuelto a ver, tantos miembros del Consejo de los Doce allí al mismo tiempo.
Al salir de las Oficinas de la Iglesia, sucedió otro hecho extraordinario: Divisamos al presidente Kimball, y mi joven amigo me pregunto: «¿Habla el presidente Kimball por lo general a personas comunes como yo?» Circunstancias que rara vez suceden nos llevaron a charlar con el presidente Kimball por unos minutos. Esos breves momentos con él fueron inolvidables. Sus consejos fueron de importancia eterna y su amor por este joven era patente. Mi corazón y el de mi amigo se conmovieron durante esos minutos.
Lo ultimo que dijo el presidente Kimball al joven, después de darle un abrazo cariñoso, lo impresionó mucho: «Hijo mío, cuando vuelvas de tu misión, comprenderás mas cabalmente las cosas de que hemos hablado». Ese día, un profeta de Dios produjo un impacto que, creo, sólo un profeta puede lograr. Por medio de él, el Salvador tocó la vida de mi amigo haciéndole volver a Su luz.
Al dirigirnos al parque de estacionamiento, le rodee los hombros con un brazo y le dije: «Sé que tu madre sabe que estas aquí. Por el gran amor y la devoción de ella al Señor, y su cariño por ti, estoy seguro de que nuestro Padre Celestial ha permitido que su influencia maternal se manifestara hoy». Ese día hubo lágrimas, cambiaron algunas actitudes, se aclaró el rumbo que había que emprender y se tomaron decisiones.
¡Que viva emoción, mis hermanos y hermanas, informar unos meses después al presidente Kimball que ese excelente muchacho servia fiel y diligentemente como misionero regular!
Por ultimo, os diré en que forma el Señor toca nuestra propia vida mediante nuestra fe y oraciones. Una hermosa niñita llegó al hogar de mi hijo, pero sólo permaneció con ellos aquí en la tierra menos de cinco meses. El amor y cuidado que sus padres le prodigaron era profundamente conmovedor; la lucha por la vida de esa nietecita mía era mas de lo que creíamos poder soportar. La noche antes de su muerte, fuimos al hospital a consolar como pudiésemos a nuestros hijos.
Mas tarde esa noche, en casa de nuestro hijo, mi esposa y yo nos arrodillamos con él a orar. Cuando volvimos al hospital, y yo le tome la manita a mi nietecita y la contemple, sentí la influencia del Salvador y oí mentalmente estas palabras, como si la niña las hubiese pronunciado: «No te preocupes, abuelo, yo voy a estar bien». La paz me inundo el corazón, y el consuelo nos llegó a todos. Poco después, la pequeña se marchaba a morar nuevamente con sus Padres Celestiales.
¡Oh, si, hermanos, podemos sentir la influencia del Salvador! Y podemos ayudar a otros a sentirla también. Podemos bendecirnos unos a otros auxiliando al joven descarriado, al adulto inactivo, a los viudos, a los ancianos, a los enfermos y a todos los hijos de Dios de todas partes, a los miembros de 1a Iglesia y a los que no lo son, por igual.
De algún modo necesitamos darnos cuenta de la vital importancia de sentir individualmente las bendiciones del evangelio y la paz del Señor en nuestras vidas; eso es mucho más importante que la eficacia con que marche un programa en nuestros barrios y estacas ¡Oh, si cada padre, maestro y líder de la Iglesia supiera que podemos bendecirnos mutuamente si aplicamos la influencia del Salvador para el beneficio de nuestros semejantes!
Sé que muchos de vosotros estáis conscientes de las necesidades de los demás; también sé que todos podemos hacer mucho mas de lo que hacemos. Tomemos esa decisión. ¡Nunca dejemos pasar un día sin esforzarnos por influenciar la vida de alguien por medio del servicio! Entonces podremos atesorar y apreciar mejor la hermosa admonición del Salvador:
«De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.» (Mateo 25:40.)
Os testifico que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente, que El toco la vida del profeta José Smith y que por conducto de este la plenitud del evangelio ha sido restaurada a la tierra para bendecir y guiar a todo el género humano. Esto os testifico en el sagrado y amado nombre de Jesucristo. Amen.
























