Conferencia General Octubre 1980
Seamos todos hermanos
Elder Neal A. Maxwell
de la Presidencia del Primer Quórum de los Setenta
Mis queridos hermanos, debemos estar mejor preparados de lo que estamos ahora para recibir a los cientos de miles de personas «de toda clase» que de toda cultura y situación son recogidas en la red del evangelio. (Mt. 13:47.)
Algunas de ellas se han despedido de quienes les acompañaron por el camino pecaminoso, pues se dieron cuenta de que la decadencia es simplemente la ausencia de la ley.
Otros no han querido continuar tratando de vivir «sin Dios en el mundo. . . estado que es contrario a la naturaleza de la felicidad» (Alma 41:11), pues se dieron cuenta de que la vida mortal así vivida es como pasar «una noche en un hotel de segunda clase».
Algunos de los que han sido recogidos en la red han venido del remo del mal, el mismo que el Señor prometió haría temblar para instar a muchos al arrepentimiento. (2 Ne. 28:19.) Estas almas, heridas, golpeadas, pero con la esperanza de la fe, han cruzado el campo de batalla en busca de la libertad espiritual, a pesar de que las fuerzas del mundo procuran «destruir la libertad de todos las tierras, naciones y países» (Eter 8:25).
A los recién llegados no se les pide que renuncien a su país ni a aquello de su cultura que es bueno. Sin embargo, todos deben abandonar las cosas que perjudican al alma, de las cuales hay muchas en toda vida y en toda cultura.
A la Iglesia vendrán muchos que habrán encauzado su vida siempre por la senda de la justicia, y que sin temor se regocijaran; ya que todas estas personas han recorrido tan largas distancias, ciertamente nosotros podemos caminar con ellos la segunda milla, al ofrecerles nuestra hermandad y extenderles una mano amiga. Si ellos con gran heroísmo han cruzado la línea enemiga para unirse al reino de Dios, es justo que nosotros también nos detengamos Para brindarles nuestra hermandad. ¿Es que acaso hace ya mucho que olvidamos aquel primer día que con ansiedad fuimos a una nueva escuela, o la timidez que sentimos al mudarnos a un nuevo vecindario? En la ciudad de Sión, constantemente tenemos nuevos vecinos.
Puesto que los líderes eclesiásticos habrán determinado que los recién llegados son dignos de pertenecer a reino de Dios, dirijámonos a ellos con sinceridad, no con desagrado y escepticismo ya que nuestra responsabilidad es la de alentarlos, no la de juzgarlos. Ellos ya habrán sufrido el rechazo; ahora debemos demostrarles que los aceptamos y que son bienvenidos.
Los obreros que vengan a Su viña en la hora postrera recibirán el mismo salario que los «primeros», quienes deberán trabajar con tesón, y dejar a un lado los recuerdos de los días de antaño y esforzarse para que los días futuros sean mejores. (Mt. 20:1-16.)
En la historia de los dos primeros infantes de marina que lucharon en la guerra revolucionaria de los Estados Unidos, se dice que uno de ellos subió al barco pocos minutos antes que el otro lo hiciera. Cuando el segundo hombre, entusiasmado por ser un marino, se encontró a bordo, el primero desdeñosamente le dijo: «tendrías que haber visto como era cuando yo llegue». El apóstol Pablo dijo que no deberíamos esperar que muchos de los sabios, los poderosos, y los nobles entraran a la Iglesia (1 Cor. 1:26). Además, en el reino de Dios la distinción social no es necesaria ya que la Iglesia nos enseña nuestra verdadera identidad y en sus santos templos, todos somos iguales en el vestir.
Llegaran nuevos conversos a la Iglesia a la vez que sus líderes sufren escarnio por parte de algunos en el mundo. Para entender esto, volvamos a la época de Noé cuando él estuvo día tras día construyendo el arca. Ahora imaginémonos la forma en que las noticias televisadas de las seis de la tarde hubieran hablado de él por hacer lo que estaba haciendo. Recordemos que la atención que se nos preste por motivo de las asechanzas del adversario es simplemente una forma cruel de alabanza, si es que podemos soportar dichos «elogios».
Vosotros, los recién llegados, veréis a algunos abandonar la Iglesia y que, al hacerlo, no pueden dejar de criticarla. Dejemos que el mundo les brinde toda su atención, pues algún día tendrán que humillarse ante el trono del Todopoderoso, confesando que Jesús es el Cristo y que esta es Su obra. Mientras tanto, no os sorprendáis si a medida que la piedra vista por Daniel continua avanzando, algunos tratan de destruirla. (Dn. cap. 2.)
Felizmente, junto a los cientos de miles de «reclutas», están los que han vuelto al camino, y quienes como el hijo prodigo, se han dado cuenta del error que cometieron. (Lc. 15:11-32.) Ellos también necesitan de nuestro apoyo y hermanamiento. Imitemos al padre del hijo prodigo, quien al divisarlo aun a gran distancia, corrió a su encuentro y no espero pacientemente a que el llegara para luego preguntarle si solo había regresado para recoger sus pertenencias.
Tanto los «reclutas» como los «hijos pródigos» deberán recibir el consejo que expresa la sabia composición lírica del himno:
«Al ir a Sión a juntaros,
no es que habéis de pensar,
que todo es paz y consuelo . . .
que todo es puro y santo,
que nada habrá que lograr . . .
que todos los santos os cuiden,
sin otro ni mas que hacer . . . »
(Himnos de Sión N° 80.)
La Iglesia es para el perfeccionamiento de los santos, de modo que los nuevos conversos pueden esperar la ayuda y colaboración de los demás miembros mas no una santidad instantánea ni de parte de ellos ni de los demás, ya que para lograr esta se requiere tiempo así como que todos trabajen pacientemente.
A medida que todos trabajamos en unión, nos daremos cuenta de nuestras propias debilidades y de las de los demás; de manera que todos tenemos el deber de «socorrer a los débiles, levantar las manos caídas y fortalecer las rodillas desfallecidas» (D. y C. 81:5).
Haced que los recién llegados participen inmediatamente en la obra del Señor, pues ellos no han sido llamados a su viña solo para detenerse a admirar lo que otros hacen, sino mas bien a transpirar por sus propios esfuerzos, no solo a suspirar, sino a usar el azadón. Hagamos de ellos amigos, no celebridades; colegas, no competidores. Usemos su valeroso entusiasmo para atraer a otros. Abramos nuestro corazón para escucharles pronunciar tímidamente sus primeras oraciones en publico y dar sus primeros y vacilantes discursos sintiendo que no están listos y que no son dignos, pero al mismo tiempo, encantados de ser del redil. Aprovechemos la oportunidad para decirles que ese sentimiento de ineptitud parece que siempre nos acompañara.
Sin embargo, lo que actualmente somos como pueblo no es suficiente, «porque Sión tiene que aumentar en belleza y santidad» (D. y C. 82:14). Como en el tiempo de Alma, la mala conducta de algunos miembros detiene el progreso de la obra (Alma 39:11). En verdad, Sión será redimida por completo solamente después de haber sido castigada (D. y C. 100:13). Por lo tanto, no nos conformemos con nuestras propias faltas, y cuando se nos de un aguijón en la carne, no exijamos un jardín de rosas. (2 Cor. 12:7.)
Participemos en el ejercicio riguroso que nos proporciona el mejoramiento diario y no sólo en la teoría del progreso eterno. Convirtamos la enseñanza del evangelio que recibimos tanto en el hogar como en el salón de clase en una verdadera experiencia de aprendizaje, no en un juego de doctrina. Entendamos, también, que esas mismas doctrinas y responsabilidades que quizás nos parezcan las mas difíciles o las menos atractivas, bien pueden ser las que mas necesitamos.
Ya sea que estemos entre los «antiguos», los «hijos pródigos» o los «reclutas», llegara el momento en que debemos efectuar en nuestro corazón ese «potente cambio» (Mos. 5:2) lo cual requerirá que nuestra forma de vivir sufra mas que una pequeña alteración.
Cuando suframos desengaños, no nos separemos del camino, sino mas bien apegados a él recordemos la pregunta que Pedro le hizo al Salvador, «Señor, ¿a quién iremos?» (Juan 6:68). Mis queridos hermanos, no existe otro «plan de felicidad» (Alma 42:8), sino solamente una gran cantidad de alternativas que nos conducen a la desdicha.
Que todos podamos sentir el poder de tanta maravilla y a la vez tomar la gran determinación de llevar adelante aquellas cosas maravillosas a las que hemos sido llamados en estos tiempos difíciles, «porque el Señor consolara a Sión… Allí habrá alegría y gozo, alabanza y voz de melodía». (2 Nefi 8:3.)
Al edificar una Sión mas santa con «la voz de melodía» cantaremos las palabras líricas: «oh esta todo bien»; (Himnos de Sión, N° 214) aunque en algunas ocasiones no sea mas que un sollozo tranquilizado y un canto en espera del día prometido en que «. . . huirán la tristeza y el gemido» (Isaías 35:10).
Nosotros también podemos repetir las palabras de Pablo:
«. . .Estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos.» (2 Corintios 4:89.)
Y tal vez podamos añadir: «Fuimos confrontados, pero no sorprendidos; acusados falsamente, pero oramos por nuestros acusadores; vilipendiados, mas en lugar de insultos servimos siguiendo el ejemplo de Cristo». Hermanos, podemos ser verdaderos testigos y ejemplos de enseñanzas que los demás puedan mirar y a los cuales puedan decir un reverente «Amen.»
El Salvador dijo que cuando la higuera brota, sabemos que el verano esta ya cerca, y que así será con su segunda venida. (Lucas 21:29, 30.) El verano previsto de circunstancias ya esta a las puertas; por lo tanto no nos quejemos del calor.
El Salvador estará entre nosotros diciendo: «No temáis rebañito», (D. y C. 6:34) e instándonos a hacer «lo bueno» aunque a nosotros solo nos hayan hecho el mal, hasta que en su misericordia divina el Señor intervenga y termine con la degradación humana, porque «toda carne vera juntamente» (a El) (D. y C. 101:23) y «todas las naciones temblarán ante (su) presencia» (D. y C. 133:42), cuando a su venida «haya destruido por completo a todas las naciones» (D. y C. 87:6), y hasta que no queden «mas leyes» que las suyas. (D. y C. 38:22.)
Entonces, no surgirán mas dudas sobre la historicidad de Jesús de Nazaret, porque para los fieles «de toda clase, que con gran regocijo fueron recogidos en la red de su evangelio, nunca habrá ninguna duda, sino solo respuestas.
Mientras tanto, que Dios nos ayude a recibir mas de corazón a todos los que vengan por primera vez, y a los que regresen a Sión, de la misma manera en que Dios, en su misericordia divina, nos ha recibido en Su Iglesia. Habrá una recepción real en el mas allá, donde Jesucristo es el único guardián de la puerta. El nos espera allí, no únicamente para autorizar nuestra entrada sino que por su amor divino estará para darnos la bienvenida. Así que «El no emplea ningún sirviente» (véase 2 Ne. 9:41) allí. Que merezcamos esa divina bienvenida al seguir su santa luz, es mi oración en el nombre de Jesucristo, Amen.
























