Una generación real

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Una generación real
Elder Robert L. Backman
del Primer Quórum de los Setenta

Robert L. Backman

 En el verano pasado tuve el gran privilegio de integrar el grupo de hombres que formaban un círculo alrededor de uno de mis nietos, mientras su padre, mi yerno, lo ordenaba al sacerdocio. Aquel fue un marcado de honor para mí, como abuelo, y sé que Robbie, mi nieto, no puede haberse sentido más orgulloso de lo que yo me sentía. Desde entonces, he pensado mucho en lo que quisiera decirle acerca de ese honor con que ha sido investido, y de cuán grande es el deseo de este, su abuelo, de que pueda ser digno de lo que le prometió su padre en la bendición que le dio bajo la inspiración del Señor. Por lo tanto, hoy quisiera dirigirme a Robbie y a todos los que como el, forman parte de este gran «ejercito» del Sacerdocio Aarónico que escuchan mis palabras.

Cuando servía como presidente de una misión, tuve el privilegio y la responsabilidad de entrevistar a cada misionero conforme iniciaba su misión. Era siempre una gran experiencia; pero a veces llegaba a enterarme de algunos antecedentes de los jóvenes que me asombraban. Un misionero me contó que se había criado en un pueblecito de agricultores y que era hijo del borracho del pueblo; cuando subió al autobús que lo conduciría a la casa de la misión en Salt Lake City, su padre estaba allí para despedirse de él. Debe de haber estado borracho, ya que sus últimas palabras al hijo fueron: «Hijo, siempre serás un ‘don nadie’ «. Al hablar con el pude darme cuenta de que esa misma frase la había oído repetidamente en su vida. «Siempre serás un ‘don nadie»‘. Y ese joven, escogido por el Señor para ser su representante en la tierra, lo creía. Tome la determinación de probarle a su progenitor que estaba equivocado y que ese misionero era «alguien» y que tendría éxito en la misión. Como primer compañero le asigne a uno de los mejores, y observe su progreso con especial interés orando por el diariamente. Y de veras progreso.

Al acercarse el tiempo de recibir mi relevo de la misión, hice una gira final para despedirme de mis amados colaboradores en la obra. Para entonces él ya era líder de zona, una posición muy importante en el campo misional. Tuvo a su cargo una conferencia de zona y lo hizo magistralmente. Pude observar el profundo amor que se había desarrollado entre él y los misioneros que estaban a su cargo, y pensé en el número de conversos que se habían unido a la Iglesia a causa de su servicio tan dedicado y del poder de convicción de su testimonio. Durante la conferencia, en el momento oportuno, me pare a su lado, lo rodee con mi brazo y dije con un nudo que me cortaba las palabras: «No vais a creer esto, pero alguien una vez le dijo a este joven que era un ‘don nadie’ «. El líder de zona me miró a los ojos y me dijo: «Le demostramos lo contrario, ¿no es cierto, presidente?»

¿Qué había sucedido para que se efectuara un cambio tan impresionante en la vida de ese élder, para transformarlo de un muchacho atemorizado en un hombre de Dios?

Él había hecho algunos descubrimientos interesantes que lo prepararon para enfrentarse a los embates de la vida y salir triunfante de ellos; son los mismos descubrimientos que todo joven Santo de los Últimos Días debe hacer al madurar, si es que desea lograr su potencial aquí en la tierra y en el más allá: Había descubierto que realmente era un hijo de Dios, con una capacidad para llegar a ser como Dios es, con todo Su poder, con toda Su mente y majestad, y conocía el principio de la promesa de Cristo que dice: «. . . por tanto, todo lo que mi padre tiene le será dado» (D. y C. 84:38).

¡Qué gran descubrimiento había hecho este joven: que era un hijo de Dios!

¿Acaso no os sentís especiales al saber que Dios confía en vosotros? El futuro de su Iglesia se halla en vuestras manos; sois los líderes que Dios ha escogido, reservados para venir a esta tierra a fin de influir sobre vuestros semejantes por el poder de vuestra vida y para dar a conocer los principios del evangelio. ¿Cuánto habéis avanzado en ese cometido?

Uno de nuestros excelentes jóvenes, que vive en el este de los Estados Unidos en donde era uno de los pocos Santos de los Últimos Días en la escuela secundaria a la cual asistía, recibió su llamamiento misional. Mientras se preparaba para la misión, pidió permiso a sus padres para invitar a una fiesta de despedida en su casa a veinticinco de sus amigos que no eran miembros de la Iglesia. Durante la fiesta les mostró la película: «El hombre y su búsqueda de la felicidad»; les explico el motivo de salir en una misión para la Iglesia y les dio su testimonio Los amigos lo abrazaron y le comunicaron el amor que sentían por él y lo mucho que lo apoyaban en su decisión.

El misionero también descubrió que, a pesar de sus flaquezas, errores y edad, él tenía una capacidad escondida para servir a sus semejantes e influir en ellos hacia el bien, aun para ser un instrumento en las manos del Señor a fin de cambiar y salvar vidas.

En una conferencia para la juventud conocí a cinco jóvenes; uno de ellos se había inactivado y sus amigos, armados de buenas tácticas, lo persuadieron para no dejar que se descarriara de la Iglesia. El espíritu de la conferencia y el amor de sus amigos llegó hasta su alma, y se unió a ellos al prometerse mutuamente que vivirían con toda rectitud. En la actualidad se encuentra cumpliendo una misión para el Señor, agradecido a aquellos compañeros que se preocuparon por él.

Es un fenómeno interesante, mis jóvenes amigos, descubrir que mientras servimos, nuestra capacidad y oportunidades para hacerlo aumentan; aprendemos el gran secreto para llevar una vida feliz y provechosa, y que la verdadera felicidad no se obtiene con las riquezas, la fama o una buena posición. La felicidad cierta y duradera se logra a través del servicio.

El misionero de quien hable había aprendido algo del poder magnificente del Santo Sacerdocio que lo había elevado más allá de su capacidad natural. Ese conocimiento le llegó al servir a otros, bendiciéndolos como representante del Señor.

Vosotros, poseedores del Sacerdocio Aarónico, tenéis ese santo poder conforme os preparáis para recibir los grandes dones espirituales que acompañan el juramento y convenio del Sacerdocio de Melquisedec, ya que habéis sido investidos con el derecho del ministerio de ángeles. El Señor ha prometido lo siguiente:

«. . . iré delante de vuestra faz. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestro corazón, y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros.» (D. y C. 84:88.)

Esto será así en los deportes, en vuestro trabajo, en los estudios, en el juego, en todo lo que hagáis.

Cuando me encontraba de visita en Okinawa, durante una reunión sacramental me impresiono tanto la manera en que el Sacerdocio Aarónico preparo y repartió la Santa Cena, que cuando me tocó el turno de dirigir la palabra, pedí a dos de los diáconos que se acercaran al púlpito. Le pregunte a uno: “¿Cuáles son tus metas en la vida?” Su respuesta fue: «¡Llegar a ser como mi Salvador!». Al otro le pregunte: «¿Qué significado tiene para ti saber que posees el Sacerdocio Aarónico?» Muy orgullosamente se irguió y me contesto: «¡Es el mayor honor de mi vida!»

¿Estáis honrando ese sagrado llamamiento? , y ¿Estáis respondiendo a ese sagrado servicio como lo hicieron mis hermanos japoneses?

A un diácono se le pregunto qué hacía, y él contestó: «Hago lo que me corresponde hacer».

Mis amados jóvenes hermanos, Dios os ha elegido de entre todos Sus hijos para que lo ayudéis en esta obra en los últimos días. El confía en vosotros y cuenta con que hagáis todo lo que este a vuestro alcance para representarlo; os está preparando para importantes misiones y espera que reconozcáis que sois diferentes de los otros muchachos y jóvenes del mundo. No mejores, pero si diferentes, porque habéis sido bendecidos con el Evangelio de Jesucristo y con el sacerdocio. A causa de que os ha dado tanto, El espera que viváis en forma ejemplar delante de vuestros amigos y compañeros, los cuales todavía no han recibido la luz del evangelio; o sea que estéis en el mundo pero no seáis del mundo. Él os promete el poder para resistir las tentaciones y la fuerza del maligno, si os aferráis a la barra de hierro del evangelio y honráis vuestro sagrado llamamiento.

¿Qué os impide ser fieles poseedores del sacerdocio como Dios quiere?

El problema nuestro es que nos vemos atrapados en trampas. En África, los nativos tienen una manera eficaz y única para capturar monos. Recortan la parte superior de un coco dejando e un agujero suficientemente grande para que pueda meter la mano, le sacan la pulpa, le colocan algunos cacahuetes (maníes) y lo aseguran en el suelo. Cuando los nativos lo abandonan, los monos, al sentir el olor de los cacahuetes o maníes, se acercan, miran lo que hay adentro y meten la mano para agarrarlos. Al intentar sacarlos, se dan cuenta de que el agujero es demasiado pequeño para permitirles sacar la mano cerrada. Los nativos se acercan con costales de yute y atrapan los monos, los cuales arañan muerden y gritan; pero no dejan caer los cacahuetes para abrir la mano y así salvarse la vida.

¿Conocéis a alguien que haya caldo en una trampa semejante a esta, en que las cosas más importantes son eclipsadas por otras insignificantes?

Recapacitad en eso, mis jóvenes hermanos; luego, aseguraos de no caer cautivos de las modas y canciones seductoras de nuestra sociedad, la burla y osadía de los que se dicen ser nuestros amigos, o las maldades engañosas que pone Satanás en vuestro camino envueltas en atractivos paquetes, que están vacíos y huecos por dentro. Desarrollad el valor para defender lo que creéis, y ser firmes en la fe.

Hace poco se unió a la Iglesia un joven muy espiritual de raza negra. Muy emocionado por la maravillosa verdad que había hallado, trato afanosamente de hablar del evangelio con sus compañeros de la escuela secundaria; pero ellos le respondieron que el evangelio era muy estricto. Cuantos nos hubiéramos atrevido a contestar lo que el contesto: «¿Qué hay de estricto en seguir la verdadera Iglesia de Cristo?»

En mi vida he descubierto que la verdadera felicidad llega con el cumplimiento de los mandamientos de Dios. Alma se dio cuenta de la forma más difícil de «que la maldad, nunca fue felicidad» (Alma 41:10). Creed en sus palabras, apoyaos en las experiencias y fe de hombres y mujeres en los que confiáis y habéis conocido en el transcurso de vuestra vida. Si buscáis diligentemente la verdad, vivid esos maravillosos principios y vuestra vida será colmada, enriquecida y agradable. Nuestro Padre Celestial necesita de hombres fuertes para edificar su reino; y al miraros, sé que sois lo mejor que Él tiene.

En la Iglesia cantamos «Juventud de la promesa, esperanza de Sión». Ese himno fue escrito en vuestro honor.

El presidente Kimball constantemente nos lo recuerda. Él dijo: «Estamos desarrollando una generación real. . . que tiene una misión especial que llevar a cabo» (Liahona, agosto de 1976).

Esa misión especial que tenéis que cumplir consiste en ser gobernantes, magistrados, profesionales y hombres de los negocios, maestros, comerciantes, agricultores, etc. Pero además de eso, otra misión especial que tenéis es la de participar en el establecimiento y edificación de Sión. Eso, mis jóvenes hermanos, requiere mucho más que la preparación a la que actualmente nos sometemos; requiere establecerse metas; metas de largo alcance que se extiendan hasta la eternidad, metas que exigen valor y determinación lograr.

¿Cuantos os habéis puesto a pensar en lo que estaréis haciendo dentro de cinco, diez, veinticinco años? ¿En qué forma os estáis preparando para aseguraros de que podréis controlar la situación y de que la vida no os engañará?

Nada interrumpe el paso del joven que sabe a dónde va.

Si yo estuviera en vuestro lugar, establecería metas importantes.

La primera: «Voy a cumplir una misión.

Estamos aquí en compañía del presidente Kimball quien ha declarado que todo joven debe ir en una misión. ¿Lo sostenéis como profeta? Si lo hacéis, queda una pregunta que debéis haceros: «¿Cuando? ¿Estaré listo?» La experiencia que obtengáis en la misión será uno de los acontecimientos más importantes de toda vuestra vida, tal como lo fue para el misionero que quería demostrar que no era un «don nadie».

La segunda: «Me casare en el templo».

Si pudierais daros cuenta de lo que eso significa para vuestras metas eternas, no creo que lo haríais en otro lugar que no sea un templo; y eso depende de quién es la persona que invitáis a salir y la manera como pasáis juntos e influirá en toda estructura de vuestra vida, moral y espiritual.

La tercera: «Siempre seré activo en la Iglesia».

Esa meta será un ancla de esperanza, como ninguna otra en la tierra: Os dará la oportunidad de descubrir el verdadero significado de la felicidad, os dará la seguridad de que no importa a donde vayáis, estáis en lugar seguro donde tenéis hermanos que os aman y apoyan. Sabréis algo de la hermandad del Evangelio de Jesucristo y conservareis el testimonio que arderá en vosotros; además, llegareis a conocer al Señor como vuestro Salvador.

Tomad en cuenta lo que metas como esta harían por vosotros.

Por seguro que tendréis tentaciones, pero estaréis preparados. Con anticipación habréis hecho la elección: «Serviré en una misión», «Me casare en el templo», «Siempre seré activo en la Iglesia», y por lo tanto, habréis decidido: «No participare en actos indebidos».

Cuando anticipadamente hayáis tomado esas decisiones básicas, pensad en cuantas otras hacéis al mismo tiempo: Guardar la Palabra de Sabiduría, guardaros moralmente limpios, asistir a vuestras reuniones, pagar el diezmo fielmente, estudiar el evangelio, etc.

No contemporizareis con ningún principio importante. Tendréis control de vuestra vida y gozareis de la paz y tranquilidad que se obtienen al cumplir los mandamientos de Dios.

Oro porque nuestro Padre Celestial os bendiga para que vosotros, jóvenes escogidos, comprendáis que sois hijos de Dios, que tenéis un papel muy importante que desempeñar en la vida y granees responsabilidades importantes para con vuestros semejantes. Que Él os bendiga con sabiduría, valor, paciencia, entendimiento, amor por vuestros hermanos y hermanas y una profunda fe en el Señor y su evangelio; que El os guarde limpios, puros y fuertes ante las tentaciones y el mal.

Y que podáis daros cuenta de que este es vuestro mundo, un mundo maravilloso con oportunidades sin límites, para desarrollaros, aprender y servir. Tratad de mejorarlo al prepararos ahora y rendir servicio toda vuestra vida, como muestra del amor que tenéis por vuestro Padre Celestial v su Hijo, dando testimonio de la verdad del evangelio por medio de vuestro poderoso ejemplo y por los preceptos que enseñéis a vuestros semejantes.

«Juventud de Israel, la justicia defended» y formad parte del «ejercito» que Dios puede utilizar para hacer avanzar Su gran obra. Lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amen.

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