El llamamiento de los profetas

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El llamamiento de los profetas
por el élder LeGrand Richards
del Consejo de los Doce

LeGrand RichardsHe tenido el privilegio de cumplir cuatro misiones para esta Iglesia, y éstas me han dado la oportunidad de comparar sus enseñanzas, que hemos recibido por medio de la restauración del evangelio a través del profeta José Smith, con las de muchas otras iglesias, ¡cuán agradecido estoy de pertenecer a esta Iglesia!

Ahora, me gustaría mencionar una o dos de esas enseñanzas.  Pensad en todo lo que podemos aprender de la visita del Padre y del Hijo al profeta José, en el conocimiento de que el Padre y el Hijo son dos individuos separados, de que son dos personajes tan reales como lo fue Jesús cuando se levantó de la tumba.  En el tiempo en que el profeta José Smith recibió esta maravillosa visión, no había una iglesia en el mundo que creyera en la existencia de un Dios de carne y huesos.

Aprendemos también que el matrimonio puede ser eterno, que éste es el plan del Señor. ¡Cuán agradecido estoy por este principio que me asegura que algún día podré reunirme con mi dulce compañera que me ha precedido a otros mundos eternos!  Como lo he dicho antes, preferiría pensar que la muerte causa una destrucción completa tanto para el cuerpo como para el espíritu, que pensar en tener que vivir durante toda la eternidad sin que continúen los lazos de amor que me ligan a mi esposa y a la hermosa familia que el Señor nos ha dado.

Una de las grandes verdades que aprendemos de la Restauración es la concerniente a que los niños no necesitan del bautismo.  Es un gran error de los hombres pensar que los niñitos necesitan ser bautizados; esto no se encuentra en ninguna parte en las enseñanzas que el Señor ha dado; al contrario, Jesús mismo tomó a los niños pequeños en sus brazos y los bendijo.

En algunas ocasiones cuando he hablado con personas de otras denominaciones, acerca de algunas de nuestras hermosas filosofías, muchos de ellos me han dicho: «Puedo aceptar sus enseñanzas, pero no puedo creer que José Smith fuera un profeta».  He pensado bastante en ese detalle.  Sería casi imposible creer que Dios pudiera ser tan ingenuo como para haber escogido a un jovencito de catorce años para introducir la dispensación del cumplimiento de los tiempos sin saber lo que hacía.  Pablo declaró que el Señor se había propuesto «reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra» (Efesios 1:10).

Esto nos abre la puerta para que examinemos otro hermoso principio, el principio de la preexistencia de los espíritus, que somos literalmente hijos espirituales de Dios, el Padre Eterno y que vivimos con El antes de venir a esta tierra.

El apóstol Pablo dijo que el Señor «de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha preparado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación» (Hechos 17:26).  Y también ha dicho:

«Tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos?» (Hebreos 12:9.)

Me gusta pensar que El es mi Padre.  Cuando Jesús oró, no dijo: «Mi Padre, que estás en los cielos» mas bien declaró: «Padre nuestro que estás en los cielos» (Mateo 6:9); y eso es maravilloso.  Es por esa razón que nuestros niños en la Primaria cantan «Soy un hijo de Dios».

El Señor posee sus propios métodos para llamar a los profetas.  El los conoció antes de que naciesen en esta vida terrenal.  En el libro de Abraham leemos que El estaba en medio de los espíritus, y entre ellos había muchos de los que eran nobles y grandes (por supuesto que tuvieron que haber hecho algo para ser nobles y grandes).  El Señor dijo de ellos: «A éstos haré mis gobernantes . . . Abraham, tú eres uno de ellos; fuiste escogido antes de nacer» (Abraham 3:22-23). ¿Acaso no es esto maravilloso?  El Señor estaba en medio de esos espíritus; y allí se encontraban algunos de los que llegarían a ser sus profetas aquí en la vida terrenal.

Cuando Jeremías fue llamado para ser un profeta, no podía comprender esto, y el Señor le dijo:

«Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones.» (Jeremías 1:5.)

El Señor no lo hubiera podido ordenar si él no hubiese existido ya, y no lo hubiese ordenado antes de nacer si Jeremías no hubiera hecho algo en esa vida espiritual que lo preparara para convertirlo en uno de los portavoces del Señor sobre esta tierra.  Lo mismo podemos decir del profeta José Smith.  Más adelante volveré a hablar de él.

Leemos que hubo una guerra en los cielos:

«… Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón . . .»

Y el gran dragón (o Satanás) fue arrojado a la tierra y se oyó una gran voz que clamaba:

«¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira . . .» (Apocalipsis 12:7-9, 12.)

Y Pedro dijo:

«Velad; porque… el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar . . .» (1 Pedro 5:8.)

Eso es exactamente lo que ha estado haciendo; él arrastró consigo a una tercera parte de las huestes de los cielos (Apocalipsis 12:4; D. y C. 29:36), y cuando fueron arrojados de los cielos, se llevaron el conocimiento que tenían en el mundo de los espíritus; mientras a nosotros, en el momento de nuestro nacimiento aquí en la tierra, nos fue quitado temporalmente ese conocimiento.

El apóstol Pablo declaró:

«Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos;

mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará…

Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara.  Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido.» (1 Corintios 13:9-10, 12.)

Para mí, eso indica que habrá una restauración completa de todas las cosas que conocíamos antes que viniésemos a esta vida terrenal, cuando vivimos en el mundo de los espíritus.

La mejor ilustración que tenemos acerca de la pérdida de nuestro conocimiento es la vida del Salvador.  En el primer capítulo del Evangelio de San Juan leemos:

«En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios…

Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.

En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.» (Juan 1:1, 3-4.)

Y continúa más adelante:

«Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.» (Juan 1:14.)

De acuerdo con este pasaje de Escritura, Jesús creó todas las cosas; pero aún así, cuando nació en esta vida terrenal, tuvo que aprender a caminar y a hablar como los otros niños.  A la edad de doce años lo encontramos hablando con los hombres sabios en el templo, y más adelante El dice: «No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre . . .» (Juan 5:19).

Puesto que Satanás trajo consigo el conocimiento que tenía en el mundo de los Espíritus, él sabía contra quiénes había luchado en la guerra de los cielos y ha tratado de matar a los profetas de Dios.  Por eso fue que Jesús, parado en el Monte de los Olivos desde donde se podía ver la ciudad de Jerusalén, declaró:

“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!

He aquí vuestra casa os es dejada desierta.

Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor.» (Mateo 23:37-39.)

Hoy venimos porque hemos sido enviados en el nombre del Señor.  Así como dijo Pablo:

«Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios…

… ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?

¿Y cómo predicarán si no fueran enviados? . (Romanos 10:17, 14, 15.)

Hemos sido enviados. Me gustaría ilustrar lo que estoy tratando de deciros.  Cuando nació Moisés, el diablo instó a Faraón para que matara a todos los niños varones del pueblo de Israel.  Miles habían nacido antes de esa época, pero Satanás sabía que tenía que tratar de destruir a Moisés.  Recordaréis la forma en que la madre de Moisés le salvó la vida haciendo una canasta de ramas y colocándolo en el río, y cómo la hija de Faraón lo sacó de las aguas y lo cuidó.

Cuando nació Jesús, Satanás entonces instó a Herodes para que matara a todos los niños menores de dos años de edad que vivían en Belén y sus alrededores.  Miles habían nacido antes de esa época; pero él sabía que tendría que vérselas con el Salvador, quien había participado en aquella guerra en los cielos cuando él y una tercera parte de los espíritus fueron arrojados.

Cuando José Smith se internó en el bosque para orar, sólo contaba catorce años de edad, y el poder del maligno se apoderó de él hasta parecerle que le destruiría todo su cuerpo; pero el joven continuó orando hasta que un pilar de luz descendió, y se alejó el poder de Satanás.  El diablo sabía que tendría que enfrentarse con José Smith porque también éste había sido uno de aquellos nobles y grandes que Dios escogió como sus gobernantes.

En el Libro de Mormón leemos que cuando Lehi estaba en el desierto, le dijo a su hijo José que el Señor le había prometido a José, el que fue vendido a Egipto, que en los últimos días se levantaría un profeta de sus lomos que sería semejante a Moisés. (1 Nefi 3:6-9.) Se nos dice en las Sagradas Escrituras que no había en Israel profeta como Moisés, porque él caminaba y hablaba con Dios. (Deuteronomio 34:10.) Esta es la clase de profeta que, tres mil años antes de que José Smith naciera, el Señor prometió a José, el hijo de Jacob, que levantaría de su descendencia.  Dijo que su nombre sería José y que su padre llevaría ese mismo nombre, y agregó: «y será semejante a mí… por el poder del Señor, guiará a mi pueblo a la salvación» (2 Nefi 3:11, 15).

Por medio del profeta José Smith recibimos el Libro de Mormón, Doctrina y Convenios, La Perla de Gran Precio y muchos otros escritos.  Hasta donde tenemos conocimiento, por medio de él se han revelado más verdades que mediante ningún otro profeta que haya vivido sobre la faz de la tierra.  El Señor declaró:

No solamente para divulgar mi palabra… sino para convencerlos de mi palabra que ya se habrá declarado entre ellos.» (2 Nefi 3:11.)

¿Qué quiso decirnos con eso?  Que en medio de los miles de iglesias de los hombres -resultado de las diferentes interpretaciones que les dan a las Escrituras porque no se pueden poner de acuerdo, y así continúan multiplicándose- el Señor le daña a ese nuevo profeta la inspiración para comprender las Escrituras que ya existían.

Después añade: «guiará a mi pueblo a la salvación» (2 Nefi 3:15). ¿Por qué?  Porque él recibiría el Santo Sacerdocio para administrar las ordenanzas salvadores del evangelio.  También dijo: «Y lo haré grande en mis ojos, porque ejecutará mi obra» (2 Nefi 3:8).  El mundo puede pensar lo que desee del profeta José Smith ‘ pero nosotros tenemos la declaración del Señor de que él sería grande ante Sus ojos.

Ahora me gustaría narraros una pequeña experiencia que tuve en el campo de la misión y que ilustra lo que yo creo que el Señor quiso decir cuando declaró que el profeta no solamente traería Su palabra, sino que convencería a los hombres de la verdad, aunque ésta ya había estado entre ellos.

Cuando estuve en Holanda, se me invitó para que participara en una clase bíblica a la que concurrían hombres de negocios. Nos reunimos en la casa de un prominente distribuidor de muebles; había allí más o menos unos veinte hombres, cada uno con su propio ejemplar de la Biblia.  La única mujer presente era la hija del de casa.  Me permitieron que hablara una hora y media acerca de la salvación universal, que incluye la obra por los muertos, la predicación en el mundo de los espíritus y el bautismo que deben efectuar los vivos a favor de los muertos.  Les di capítulo y versículo para cada pasaje y dejé que ellos los leyesen en sus propias Biblias.  Cuando terminé, cerré la Biblia y esperé sus comentarios.

El primer comentario lo hizo la hija del dueño de casa: «Papá, no puedo comprenderlo.  Nunca he asistido a una de esas clases bíblicas en la vida en la cual tú no tengas la última palabra.  Pero esta noche no has dicho nada».  El hombre movió la cabeza y respondió: «Hija, no hay nada que decir.  Este señor nos ha enseñado cosas que jamás habíamos escuchado. ¡Y nos las ha enseñado con nuestras propias Biblias!»

Podría contaros muchas historias como ésta,

Que el Señor os bendiga.  Agradezco a Dios la restauración del evangelio por medio del profeta José Smith, y testifico de todo ello en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.

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