El valor del matrimonio

Conferencia General Abril 1981

El valor del matrimonio

por el élder Boyd K. Packer
del Consejo de los Doce


El profeta Jacob predijo la destrucción de un pueblo a causa de su ceguedad ante cosas simples, «la cual», dijo, «vino por traspasar lo señalado . . .» (Jacob 4:14).

A menudo nos esforzamos por obtener cosas que parecen difíciles de lograr cuando en realidad están a nuestro alcance; cosas comunes y obvias.

Quisiera referirme a una palabra común.  Durante meses he tratado realmente de encontrar la forma de usarla dentro de un contexto que le diera el significado que realmente tiene.  La palabra es matrimonio.

Hubiera querido poner delante de nosotros un estuche finamente tallado, y colocarlo debajo de un foco de luz, para después abrirlo con mucho cuidado y sacar de él con toda reverencia la palabra matrimonio.  Tal vez así quedaría bien sentado su verdadero valor.  Lamentablemente, no puedo hacerlo de esa forma, por lo que, haré todo lo que esté a mi alcance para explicarlo, valiéndome de otras palabras también comunes.  Mi propósito es respaldar, promover y defender la institución del matrimonio, la cual en estos días es considerada por muchas personas como algo de cierto valor, mientras que para otras carece de él en forma absoluta.

He sido testigo, y estoy seguro de que también vosotros, de una infinidad de propaganda que nos rodea y que pretende convencernos de que el matrimonio, como institución, está totalmente pasado de moda. Incluso es común que muchas parejas solteras vivan en concubinato, lo cual no es más que una burda imitación del matrimonio.  Esas personas suponen que podrán contar con todo lo que éste puede ofrecer, sin estar sujetos a las obligaciones que impone.

Quienes así piensan están totalmente equivocados.  Por más satisfacciones que esperen encontrar en una relación de esa naturaleza, mucho más será lo que perderán.  La vivencia de dos personas del sexo opuesto en una relación íntima fuera del matrimonio destruye algo en el fuero íntimo de aquellos que la practican; entonces la virtud, la autoestima, y la templanza se desvanecen.  Por más que se asegure que esto no habrá de acontecer, todas esas virtudes desaparecen, y una vez que así sucede, no son fáciles de recuperar.

El suponer que un buen día tales personas pueden cambiar de manera de pensar y de actuar, e inmediatamente reclamar todo lo que pudieron haber poseído si no se hubieran mofado del matrimonio, es imaginar un hecho que no acontecerá.  Además, cuando llegue el día en que cobren conciencia de lo hecho, les invadirá un profundo desconsuelo.

Una persona no puede degradar al matrimonio sin ensuciar al mismo tiempo otros símbolos sumamente importantes como: niño, joven, hombre, mujer, esposos, padres, bebé, hijos, familia, hogar.  Otras palabras como abnegación y sacrificio se hacen a un lado, el autorrespeto se desvanece y desaparece el amor.

Si alguno de nosotros se ha sentido tentado a tomar parte en una relación tal, o si hubiera entre quienes me escuchan personas del sexo opuesto que vivan juntas sin estar casadas, apartaos de tal práctica; escapad de ella; no continuéis. o, si resultara posible, convertid vuestra unión en un matrimonio legal.  Aun cuando fuera una relación matrimonial frágil, tendrá buenos resultados siempre que ambos cónyuges se esfuercen por evitar que se derrumbe.

Quisiera ahora haceros una advertencia: El matrimonio es algo sagrado, y aquel que lo destruya acarreará sobre sí una tremenda responsabilidad.

El destruir un matrimonio a sabiendas, ya sea el propio o el de otra pareja, constituye una ofensa a Dios que jamás se tomará a la ligera en los juicios del Todopoderoso, ni será fácilmente perdonada en el plan eterno.

No amenacéis ni tratéis de destruir un matrimonio.  No convirtáis nunca un desencanto con vuestro cónyuge o una atracción particular hacia otra persona en justificación para adoptar cualquier conducta que pueda llegar a destruir el vínculo matrimonial.

Esta transgresión tan monstruosa por lo general trae aparejados tremendos perjuicios para los niños, ya que para ellos resulta muy difícil comprender los anhelos egoístas de adultos infelices que no vacilan en complacer su propia satisfacción a expensas de los inocentes.

Dios mismo decretó que la expresión física del amor, esa unión entre hombre y mujer que tiene el poder de crear la vida, estuviera autorizada únicamente dentro de los vínculos del matrimonio, y limitada a ellos.

El matrimonio es el refugio dentro del cual se crea la familia.  Aquella sociedad que dé poco valor a este vínculo sagrado siembra vientos y a su debido tiempo cosechará tempestades; de allí en adelante, a menos que se arrepienta, acarreará sobre sí la destrucción total.

Hay personas que piensan que es muy lógico que todo matrimonio termine en la infelicidad y el divorcio, y que sus sueños y esperanzas están predestinados a culminar en una sucesión de desilusiones y fracasos.

Aunque veamos a nuestro alrededor muchas uniones conyugales fracasadas, esto no quiere decir que con todas pase lo mismo.  Algunas se tuercen, hasta se quiebran, pero no por eso debemos perder la fe en el matrimonio ni tenerle miedo.

Es interesante observar cómo los problemas acaparan la atención de la gente.  Cuando transitamos por la calle céntrica de una gran ciudad, con miles de automóviles desplazándose en varias direcciones, por lo general no le prestamos atención a ninguno de éstos; sin embargo, si ocurre un accidente, en seguida lo advertimos.  Y si los accidentes se repiten en el mismo lugar, nos invade la falsa impresión de que nadie puede transitar a salvo por esa calle.

Un solo accidente aparece en primera plana en los periódicos, mientras que puede haber un millón de automóviles que hayan transitado sin problemas el mismo día y nadie considera que eso sea digno de mencionarse.

Los novelistas consideran que un matrimonio feliz y estable no cuenta con el suficiente dramatismo y carece del suspenso necesario para hacer más interesante una novela o un guión cinematográfico o teatral, así es que nos bombardean constantemente con historias de hogares arruinados y nos hacen perder la verdadera perspectiva de la vida conyugal.

» Soy un firme creyente en el matrimonio y considero que es el modelo ideal de vida entre los seres humanos; sé que fue ordenado por Dios y que toda restricción dentro de este vínculo ha sido impuesta para proteger nuestra propia felicidad.

No creo que haya ningún momento mejor en toda la historia del mundo para que una joven pareja enamorada, y con la debida edad y preparación, piense en el matrimonio; no puede haber mejor momento, porque éste es vuestro momento en la tierra.

Reconozco que vivimos una época sumamente difícil.  Los problemas que enfrentamos repercuten severamente en el hogar; sin embargo, no perdáis la fe en el vínculo matrimonial, ni siquiera si habéis experimentado la angustia de un divorcio y todavía estáis rodeados por los escombros de un matrimonio destrozado.

Si habéis honrado vuestros convenios y vuestro cónyuge no lo ha hecho, recordad que Dios nos observa constantemente y un día, cuando hayan quedado atrás todos nuestros presentes y futuros, habrá una recompensa esperándonos.  Entonces, aquellos que hayan observado una buena moral y hayan sido fieles a sus convenios serán felices; de lo contrario, pagarán las consecuencias de su conducta.

Sabemos de matrimonios que se han deshecho a pesar de todos los esfuerzos hechos por uno de los cónyuges para mantenerlos firmes.  Aun cuando en muchos de los casos ambas partes hayan sido responsables, no podemos condenar al inocente que sufre no obstante todo lo que deseó e hizo para salvar su matrimonio.  A esas personas les digo que no pierdan la fe en esta sagrada institución, ni permitan que la decepción que experimentaron les deje un sabor amargo; y también, que jamás tomen ese fracaso como justificativo de cualquier tipo de conducta indigna.

Si no habéis tenido la oportunidad de contraer matrimonio o si habéis perdido a vuestro compañero o compañera a causa de la muerte, conservad la fe en este sagrado vínculo.

Hace algunos años un amigo mío perdió a su querida esposa quien murió tras una larga enfermedad, habiendo sido él testigo impotente de su agonía.

En una oportunidad, en sus últimos días de vida, ella le dijo que después que muriera, deseaba que él se casara otra vez, pidiéndole que no dejara pasar mucho tiempo para ello.  El protestó enérgicamente; puesto que los hijos ya eran crecidos, pensaba pasar el resto de su vida en la soledad.

En medio de las lágrimas ella le preguntó: «¿Es que acaso he fracasado como esposa, que después de todos estos años transcurridos juntos tú prefieres no volver a casarte? ¿Tanto he fracasado?»

A su debido tiempo conoció a otra buena mujer y su vida junto a ella ha reafirmado su fe en el matrimonio.  Lo que es más, presiento que su primera esposa está profundamente agradecida a esta otra mujer que ha venido a ocupar el lugar que ella no pudo conservar.

Con todas sus satisfacciones, con toda su dicha y amor, el matrimonio sigue ofreciendo totales garantías.  Es en él donde todas las aspiraciones del alma humana y todo sentir físico, emocional y espiritual se pueden ver cristalizados.  El matrimonio está lleno de toda clase de pruebas; después de todo, éstas son las que forjan la virtud y la fortaleza interior.  La templanza del carácter que se adquiere en el matrimonio y en la vida familiar es uno de los factores que llevará a los seres humanos a alcanzar un día la exaltación.

Nuestro Padre Celestial ha ordenado que la vida tenga su comienzo al amparo del vínculo matrimonial, concebida por medio de una total consumación del amor, y nutrida y protegida por este profundo sentimiento que va siempre acompañado del sacrificio.

El matrimonio ofrece una satisfacción que perdura toda la vida; comienza con el amor puro en la juventud, sigue con la boda y la luna de miel, continúa cuando vienen los niños y durante su crianza.  Más tarde llegan los años de la madurez cuando los hijos abandonan el nido para edificar el suyo propio; y entonces se repite el cielo tal como Dios lo decretó.

Dentro de la Iglesia existe un aspecto adicional del vínculo matrimonial de la que tenemos conocimiento por medio de la revelación; esta gloriosa verdad celestial nos enseña que el matrimonio es un vínculo de naturaleza eterna.

Hay en esta ordenanza convenios que podemos hacer si estamos dispuestos y lazos eternos que podemos sellar si somos dignos, los cuales preservarán esta unión intacta y segura más allá del velo de la muerte.

«Porque, he aquí», declaró el Señor, «ésta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre.» (Moisés 1:39.)

El propósito primordial de toda actividad que se lleva a cabo en la Iglesia es que marido y mujer, junto con sus hijos, puedan ser felices en el hogar y prolongar esa felicidad más allá de la muerte.  Toda doctrina cristiana fue concebida para proteger a la persona, al hogar y a la familia.

El siguiente poema expresa algo de la función que cumple el matrimonio en el progreso eterno del hombre:

Tenemos dentro una llama siempre viva,
una zarza que enciende luces,
el sagrado fuego de la vida misma
que mal usado siempre produce
una sofocante nube espesa
de pena y de amargura;
mas que al usarse sabiamente,
deja vida, familia y la dicha más pura.

Las legiones de la obscuridad
procuran pervertir esta aurora
con hechos de notoria maldad;
entonces llegará a todos la hora
del mismo juicio final.
Allí gemir se oye y llanto aflora
por esa fuerza que nunca más tendrán
y que les hizo tan felices otrora.

Sé que esa fuerza es muy real,
clave del plan de Dios para esta tierra,
que nos proporciona la inmortalidad
y nos llevará a la vida eterna.
El matrimonio es como un cristal
donde sus colores la vida combina;
en él se crea el cuerpo del mortal
siguiendo el plan de naturaleza divina.

Entonces el espíritu por Dios creado
nace al mundo donde habita el mortal.
Así por su libre albedrío es probado;
para ese fin es nuestra vida terrenal.
Aquí mal y bien se exponen por igual
y nuestra decisión grande será.
Aquel que elija el divino plan
sin duda alguna a Dios retornará.

Un don Dios nos otorga en su bondad:
que los mortales puedan heredar
el gran poder de la fecundidad
para con su amor otras vidas crear.
Esta alma, este ser así engendrado,
imagen es del hombre con su origen divino.
¡Del modo que tratemos este don tan sagrado,
así también iremos hacia nuestro destino!

¡Un amor eterno, un matrimonio eterno, una posteridad eterna!  Este ideal, totalmente nuevo para muchos, puede contribuir a la preservación firme y segura de un matrimonio cuando se lo considera detenidamente y se lo toma como meta.  Aparte del convenio matrimonial no hay ninguna relación humana que tenga más posibilidades de exaltar al hombre y a la mujer.  Agradezco a Dios por la ordenanza del matrimonio y por los templos donde ésta se puede llevar a cabo.  No hay ninguna norma social ni eclesiástica que le supere en importancia.  Le agradezco por el glorioso poder senador, poder que trasciende en importancia todos los que se nos han otorgado y mediante el cual la unión matrimonial puede ser eterna.  Que podamos ser dignos de este sagrado don, lo ruego en el nombre de Jesucristo.  Amén.

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