Conferencia General Abril 1981
Nuestra vida: una gran prueba
por el élder Franklin D. Richards
de la Presidencia del Primer Quórum de los Setenta
Presidente Kimball, expreso los sentimientos de todos los miembros de esta Iglesia mundial al decir que les amamos, tanto a usted como al presidente Tanner y al presidente Romney; y estamos agradecidos al Señor por los milagros que ha obrado en su vida que les permiten seguir adelante con la gran obra de edificar el reino de Dios.
Vivimos en una época notable: la dispensación del cumplimiento de los tiempos. Sin embargo, estamos en un mundo confuso; los poderes del mal se ven en las doctrinas falsas, en las enseñanzas corrompidas, en los conflictos, en la contención y la persecución, y el temor abunda en el corazón de muchas personas.
Hay una pregunta universal que surge en la mente de hombres y mujeres en todas partes del mundo: «¿Cuál es el propósito de la vida?»
El Evangelio restaurado de Jesucristo responde a esta pregunta. En una revelación moderna el Señor nos ha dicho:
“Y si guardas mis mandamientos y perseveras hasta el fin, tendrás la vida eterna, que es el máximo de todos los dones de Dios.» (D. y C. 14:7.)
De manera que, en esencia, el propósito de la vida es prepararnos para recibir el mayor de los dones de Dios: la vida eterna.
El evangelio restaurado nos enseña que vivimos como espíritus antes de nacer en esta esfera mortal; sí, como hijos espirituales de nuestro Padre Celestial. Vinimos a esta tierra para que nuestro espíritu recibiera un cuerpo de carne y huesos y para tener experiencias que nos probaran, como lo dice la Escritura, «para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare» (Abraham 3:25).
La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días enseña el valor del progreso eterno; progresamos en la preexistencia, tenemos la oportunidad de hacerlo en este estado mortal, y luego por toda la eternidad.
Cada uno de nosotros ha sido dotado con dones y talentos, y por medio del estudio, la oración, los hábitos de trabajo y el uso de los dones recibidos, podremos alcanzar nuestros objetivos eternos.
El estudio, especialmente el de las Escrituras, es un factor muy importante. Se nos ha aconsejado buscar «conocimiento, tanto por el estudio como por la fe» (D. y C. 88:118). El estudio continuo es una parte intrínseca del progreso eterno. El Señor nos ha dicho:
«La gloria de Dios es la inteligencia, o en otras palabras, luz y verdad.» (D. y C. 93:36.)
«Cualquier principio de inteligencia que logremos en esta vida se levantará con nosotros en la resurrección;
y si en esta vida una persona logra más conocimiento e inteligencia que otra, por medio de su diligencia y obediencia, hasta ese grado le llevará la ventaja en el mundo venidero.» (D. y C. 130:1819.)
El presidente Spencer W. Kimball nos ha dado el siguiente consejo:
«… Leamos y entendamos las Escrituras, y apliquemos los principios y el consejo inspirado que encontramos en ellas. Si lo hacemos, descubriremos que nuestras justas acciones personales nos traerán revelación o inspiración personal siempre que la necesitemos.» (Ensign, septiembre de 1975, pág. 4.)
En las Escrituras de los últimos días encontramos una abundancia de revelación; además, nos explican detalladamente la forma en que podemos enfrentar los problemas del mundo de hoy.
El conocimiento que recibimos al estudiar las Escrituras nos ayuda a tomar decisiones correctas en todos los aspectos y actividades de la vida, y a conocer a Dios y entender sus propósitos.
Al referirse al importante papel que tiene la oración en la realización de nuestros objetivos eternos, el Salvador instruyó a sus discípulos a «orar siempre» (Lucas 21:36), y también les dijo:
«Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.» (Lucas 11:9.)
El profeta José Smith dijo que “el primer principio del evangelio es saber con certeza la naturaleza de Dios,… y saber que podemos conversar con El como un hombre conversa con otro . . .» (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 427.)
Brigham Young, expresándose en forma práctica, dijo: «Sabed que una peculiaridad de nuestra fe y religión es la de no pedirle nunca al Señor que haga algo si nosotros no estamos dispuestos a ayudarle en todo lo que podamos tratando de lograrlo; El entonces, hará el resto.» (Discourses of Brigham Young, pág. 43.)
Señor, ayúdame a ayudarme a mí mismo. Estoy convencido de que esta oración, pidiendo un aumento de nuestro poder personal, es una de las que Dios contesta. Podemos aprender a resolver nuestros problemas con la ayuda de nuestro Padre Celestial.
Una conversa me dijo: «Antes de hacernos miembros de la Iglesia, acostumbraba a orar, no con mucha frecuencia, pero lo hacía. Pedía que algún día mi esposo y yo fuéramos más unidos. Nunca pensé que eso ocurriera; pero la Iglesia fue mi respuesta. Conocimos el poder de la oración y estoy muy agradecida por la Iglesia.»
En verdad, la oración tiene un papel preponderante en nuestro progreso eterno.
Consideremos ahora el gran principio eterno del trabajo. Durante su ministerio terrenal el Salvador enseñó una hermosa parábola que se refiere a la importancia del trabajo. La parábola de los talentos nos habla de un hombre que estaba preparándose para viajar muy lejos, de manera que llamó a sus siervos y les dio sus posesiones; a uno le dio cinco talentos, a otro le dio dos, y a otro le dio uno, a cada siervo según su capacidad.
Mientras el amo estuvo ausente, el que recibió cinco talentos los duplicó con sus esfuerzos; el que recibió dos hizo lo mismo; mas el que recibió uno lo ocultó en la tierra.
Después de un tiempo el amo regresó y pidió cuentas.
A aquellos que habían multiplicado sus talentos, el amo les dijo: 11… Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré . . .» (Mateo 25:23).
Después llamó al siervo que había escondido su talento y no lo había multiplicado y le dijo que era un siervo malo y que lo quitaría y se lo daría al que tenía diez talentos.
¡Qué enseñanza tan hermosa la del evangelio de trabajo!
Cuando fue establecido el programa actual de bienestar de la Iglesia, la Primera Presidencia explicó que el propósito principal era «establecer, hasta donde fuera posible, un sistema bajo el cual fuera suprimida la maldición del ocio, se abolieran las maldades de la limosna y se establecieran nuevamente entre nuestro pueblo la independencia, la industria, el ahorro y el autorrespeto. El propósito de la Iglesia es ayudar a las personas a ayudarse a sí mismas. El trabajo debe ser nuevamente el principio imperante en la vida de los miembros de nuestra Iglesia» (Conference Report, oct. de 1936, pág. 3; citado también en Mi reino se extenderá, pág. 101).
Estos son principios eternos y tienen la misma aplicación hoy día que tuvieron cuando acababan de recibirse. Desde que la Iglesia fue organizada, ha instado a los miembros a ahorrar y a establecer y mantener su independencia económica.
Ya sea que nuestro trabajo sea mental o físico o una combinación de los dos, debemos aprender a hacerlo bien. La filosofía del trabajo es maravillosa; es una parte vital del Evangelio de Jesucristo que nos llevará a la vida eterna.
Constantemente el Salvador hizo hincapié en la doctrina de amar a nuestro prójimo, de no ser egoístas y sacrificarnos; por lo tanto, permitidme sugerir la importancia de estar dedicados a algún trabajo en el que podamos servir a nuestros semejantes y podamos sacrificar algo de nuestro tiempo, de nuestros talentos y de nuestros medios.
Recordemos las palabras del rey Benjamín:
«… Cuando os halláis en el servicio de vuestros semejantes, sólo estáis en el servicio de vuestro Dios.» (Mosíah. 2:17.)
También debemos entender que los talentos se desarrollan sólo cuando se utilizan, y que no progresarán ni se multiplicarán a menos que así sea. Este principio lo enseñó muy claramente el Salvador en la parábola que cité anteriormente.
Los talentos se pueden desarrollar de muchas maneras, tales como en la enseñanza, en la obra misional, en las artes, en obras de caridad y en muchas otras esferas.
Un converso dijo: «Un aspecto de la Iglesia que me encanta es la oportunidad de aprendizaje, desarrollo y progreso constante. Estoy agradecido por la oportunidad de trabajar en la Iglesia, porque eso me ayuda a evolucionar y desarrollarme en el evangelio y en otros aspectos de la vida.»
Os insto a aceptar toda oportunidad que se os presente de desarrollar vuestros talentos y compartirlos con entusiasmo, no como si fueran una carga, sino como una gran bendición; y el Señor os dará la capacidad para la obra que hayáis sido llamados a efectuar. El secreto de hombres y mujeres que obtienen logros generalmente se esconde en una historia de dificultades que se han vencido, pues parece que hay lecciones que sólo se pueden aprender al superar obstáculos.
Uno de los períodos más difíciles en la historia de la Iglesia fue el invierno de 1838-39*. Los santos habían sido perseguidos, robados y asesinados. el profeta José Smith y sus compañeros habían sido traicionados y estaban presos en la cárcel de Liberty. Sin embargo, de ese período de obscuridad surgieron los hombres que dirigieron la Iglesia en momentos difíciles, y ésta alcanzó un desarrollo y crecimiento asombrosos. Fue también durante esos días obscuros que el Señor le manifestó al profeta José Smith una gran revelación mientras éste se encontraba en la cárcel. En medio de sus tribulaciones, el Profeta le había pedido que lo consolara. La respuesta del Señor fue la siguiente:
«Hijo mío, paz a tu alma; tu adversidad y tus aflicciones no serán más que por un breve momento;
y entonces, si lo sobrellevas bien, Dios te ensalzará. (D. y C. 121:7-8.)
La experiencia en la cárcel de Liberty fue como un fuego refinador para los que participaron en ella, y nos ayuda a comprender y a apreciar mejor la grandeza del profeta José Smith y de los primeros líderes de la Iglesia.
¿Qué podemos aprender de esa experiencia que sea de beneficio para nosotros? Por lo menos dos verdades importantes: Primero, la importancia de tener fe en el Señor Jesucristo y ser fieles a nuestros líderes y a la Iglesia. Segundo: la necesidad de perseverar hasta el fin, a pesar de todas las dificultades que tengamos que enfrentar.
Al tratar de perseverar hasta el fin, quizás tengamos que pedir el consuelo y la ayuda del Señor; y tal vez, como el profeta José Smith, oigamos su voz diciendo: «Hijo mío, paz a tu alma».
A nuestro Señor y Salvador Jesucristo se le llama el Príncipe de Paz, y su mensaje de paz es para cada persona y para el mundo entero; es esa paz lo que nos ayuda a apreciar mejor la vida mortal y nos permite soportar las tribulaciones. Uno de los objetivos de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es establecerla en el corazón y en el hogar de todos los seres humanos.
En verdad, el evangelio restaurado responde claramente a la pregunta, «¿cuál es el propósito de la vida?», ayudándonos también a comprender de dónde vinimos, por qué estamos aquí y hacia dónde vamos después de la muerte.
Uno puede conocer el significado y el propósito de la vida al observar ésta en la perspectiva que nos da el plan del evangelio restaurado.
Un converso de Arizona dijo:
«Lo que ha cambiado mi vida grandemente es haber encontrado en ella un propósito y una paz mental que nunca había sentido».
A otro converso en Seattle se le preguntó: «¿Qué ha hecho la Iglesia por usted?» El contestó: «Todo, Pues mi vida ahora tiene un propósito y un significado. ¿Qué puedo hacer yo por el Señor? A El le debo todo”.
Siento lo mismo que el converso Seattle, le debo todo al Señor.
Os doy mi testimonio de que yo sé que Dios vive, y que Jesús es el Redentor y Salvador. Sé que José Smith fue un instrumento en las manos del Señor para restaurar el evangelio en su plenitud y el poder para actuar en el nombre de Dios, y restablecer la Iglesia de Jesucristo sobre la tierra.
También sé que el presidente Spencer W. Kimball es un Profeta de Dios que actúa bajo guía divina al administrar los asuntos del reino de Dios en la tierra hoy día. Que el Señor lo bendiga y lo sostenga.
Oro sinceramente porque podamos entender el propósito de la vida y guiemos nuestra manera de vivir de acuerdo con los principios eternos del evangelio, y de esa manera disfrutar de paz, felicidad, y progreso y recibir la vida eterna, el mayor de todos los dones de Dios, en el nombre de Jesucristo. Amén.

























El domingo pasado di la clase en la sociedad de socorro, una hermana dijo que en la preexistencia se nos dieron a nuestros hijos, yo le dijo que eso respuesta no la tenía y que me dejara averiguar y yo le daría la respuesta en siguiente domingo. Y ya busqué pero no encuentro ningún discurso que mencione , que allá se nos dieron nuestros hijos. Alguien podría ayudarme?
Me gustaMe gusta