Que os améis unos a otros

Conferencia General Abril 1981logo pdf
Que os améis unos a otros
por el élder James M. Paramore
del Primer Quórum de los Setenta

James M. ParamoreMis amados hermanos y amigos, a veces cuando oigo los hermosos coros locales les digo a los miembros que canto con el Coro del Tabernáculo en las conferencias.  Oh, por supuesto, no me siento en los asientos del coro porque no canto muy bien, pero sentado aquí abajo, silenciosamente canto junto con ellos porque su música es muy hermosa.  En una de sus canciones hay una parte que me gusta en especial: «Como os he amado, amad a otros» (véase Juan 13:34).  Quisiera hablar de esto hoy por unos minutos: del amor de Dios y del uno por el otro.

Hace unas pocas semanas uno de vuestros hijos, misionero en Italia, contó una historia que pintó claro en mi mente este tema.

El relató que una mañana, un pobrecito niño lisiado, vestido con harapos y unos zapatos raídos, se acercó a la esquina de una calle transitada y fue de uno a otro pidiendo a los pasantes unas liras, sin conseguir nada.  Un hombre que lo observaba a la distancia, finalmente se acercó, levantó al pequeño muchachito, lo estrechó entre sus brazos con amor y luego se dedicó a atender sus necesidades sin averiguar de dónde venía.

Esta escena conmovería a cualquiera y nos ayudaría a ver el poder del amor que nuestro Padre Celestial desea que lleguemos a comprender.  Jesús, el amado Hijo de Dios, destacó en forma especial este nuevo aspecto que bendeciría al mundo, diciendo:

«Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros. (Juan 13:34.)

Al examinar con cuidado y tratar de entender este amor de Dios, quedamos asombrados por su profundo impacto.  Fundamentalmente, nos habla de la realidad de un Padre en los cielos cuyo amor por sus hijos no conoce fronteras.  El desea compartir con esos hijos que ha creado y enviado a la tierra todas las verdades, la sabiduría, el poder, la bondad y el amor.  El quiere que nos elevemos y lo conozcamos como nuestro Padre, el que nos perdona, nos ayuda, es nuestro amigo y gobernante; el que está deseoso de dar a cada persona la oportunidad total de su amor y potencial y, finalmente, la bendición de ser algún día como El. Este amor de nuestro Padre Celestial y sus efectos, ya sea sobre uno de sus hijos o sobre el mundo entero, es milagroso y comunicable.  El está constante y eternamente velando sobre nosotros para estimularnos amorosa y dulcemente.

El viene a nosotros, mediante su Hijo, la oración, su Espíritu, sus profetas y por medio de sus mandamientos, para expresar su amor e interés y proveer guía y disciplina para todo aquel que quiera escuchar.  Como dijo el salmista: «De la misericordia de Jehová está llena la tierra». (Salmos 33:5.)

El nos ama tanto que nos dio sus verdades más sagradas y eternas, sus mandamientos, las normas eternas para guiarnos en la vida. para ayudarnos a comprender su importancia, las reveló en sagradas circunstancias y las rodeó de santidad. ¿Quién no recuerda cómo se recibieron los Diez Mandamientos?  Los hombres han cambiado constantemente estos mandamientos, pero nosotros testificamos al mundo que han sido restaurados sobre la tierra por medio de un profeta de Dios, porque son verdades esenciales y eternas que, si se alteran, pierden su poder.  Testificamos al mundo que estas leyes, o mandamientos, o normas, son una de las manifestaciones más grandiosas del amor de Dios por sus hijos.  Sí, éstos son mandamientos puros, para plantar en nosotros las semillas del amor de Dios, sus vías y su divinidad.  Son la fuente de origen de toda seguridad real, y el yo íntimo del hombre las reconoce instintivamente y se regocija en ellos.

Este mismo Dios amoroso «de tal manera amó… al mundo, que ha dado a su Hijo Unigénito» (Juan 3:16), para convertir en realidad una miríada de bendiciones Para la humanidad, incluyendo la ofrenda de su propia vida en expiación por el hombre.  El vivió Para demostrar que el amor de nuestro Padre Celestial y su plan, sus mandamientos, pueden, en efecto, llevar paz interior y elevar a la humanidad aquí y en el más allá.

Mis asignaciones en estos últimos meses me han llevado a muchas tierras y esta mañana con todo ni corazón deseo testificar del hecho de que cuando se conoce y se siente el amor de Dios y se obedecen sus mandamientos, los resultados son siempre los mismos.  Hay una renovación de la vida, un despertar espiritual, que el hombre recibe y que es su propio testimonio de la verdad.  Este nunca se impone por la fuerza ni el temor, sino más bien por un vínculo de amor que se desarrolla entre nuestro Padre Celestial y sus hijos.  No es de extrañar que se nos diga que podemos mirar hacia Dios y vivir.  Su amor llega profundamente a lo íntimo del hombre, elimina las barreras, y hace que surja un espíritu receptivo a la verdad, la pureza y el cambio.  Al desarrollarse en el hombre, éste se vuelve. hacia los demás, sobreponiéndose a sus debilidades poco a poco.  Cuando humildemente buscamos a nuestro Padre por medio de la oración, del estudio y de la obediencia a sus mandamientos, El nos comunica su amor y muchos de sus poderes.  Miles de personas testifican que sus palabras: «Si guardaréis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor» (Juan 15:10), son la verdad.  Como el Salvador dijo, podemos empezar a unirnos como ramas a «la vid verdadera» y recibir el mismo poder y fuerza y llevar los mismos frutos. (Véase Juan 15:1-6.)

Entonces realmente ocurre el milagro.  Las personas que han sido tocadas y cambiadas por este amor a Dios miran a sus semejantes con profundo respeto y asombro por lo que son y por el potencial que verdaderamente tienen como hijos de un Padre eterno.

Hace unos pocos años tuve una experiencia muy especial mientras cumplía con una asignación en Oregon.  Después de una conferencia de estaca se me pidió que bendijera a un pequeñito.  La familia estaba presente, y ese día aprendí lo que realmente es el amor de Dios.  La pareja había adoptado seis o siete niños abandonados que tenían impedimentos físicos y necesitaban amor y cuidado el resto de su vida.  Me sentí sobrecogido en su presencia y sentí que el amor de Dios llenaba aquel cuarto.  Ellos no eran ya extraños para El.

A medida que el hombre percibe este amor, comienza a pasar por alto los defectos de todo ser humano y a estimar «a su hermano como a sí mismo» (D. y C. 38:24), y lo eleva y desea ayudarlo en todo momento y lugar.  El espíritu del hombre se acerca a sus semejantes, porque ya no existen la enemistad, la envidia, las diferencias, el orgullo ni la vanidad; ni siquiera el idioma los separa, sino que sólo hay sinceridad y unidad con el Espíritu y la voluntad de Dios.  Las Escrituras lo dicen hermosa y claramente:

No habrá «contenciones en la tierra», «porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones». (4 Nefi 1:15, Romanos 5:5.)

¿Quiere decir esto que los que practiquen estas cosas serán perfectos?  No, porque para siempre estarán evolucionando y progresando.  Pero sí quiere decir que estarán siempre esforzándose por lograr la perfección.  El gran profeta Moroni nos aconsejó con una profunda percepción sobre este aspecto cuando dijo: «No me condenéis por mi imperfección, ni a mi padre… más bien, dad gracias a Dios, que os ha manifestado nuestras imperfecciones, para que aprendáis a ser más sabios de lo que nosotros lo hemos sido.» (Mormón 9:31.)

Es por medio del logro de este don, este amor de Dios, que somos capaces de desechar la contención, discordia y crítica.  Así se reconoce el poder y la bondad innatas en el hombre y se ve cuán completamente absurdo sería tener en el corazón este sentimiento, este amor de Dios en nuestra vida, y encontrarnos criticando a otros, o negándonos a sostener a sus líderes, puesto que estas cosas son completamente ajenas al amor de Dios.  Nuestro Padre dijo que «nadie puede ayudar en… [esta obra] a menos que sea humilde y lleno de amor». (D. y C. 12:8.)

Como sucedió en el caso del hombre que recogió al pequeño lisiado —sin ninguna clase de crítica ni reproche alguno— sólo hubo amor y ayuda.

¿Cómo vemos manifestarse el amor de Dios hoy en la tierra, en su Iglesia y entre los miembros de su Iglesia?

Se manifiesta en un Padre Celestial que envió a su Hijo Amado para ayudar al hombre a ver su ejemplo y seguirlo.

Se manifiesta en un Padre Celestial que ha establecido su reino, su Iglesia, su amor y sus mandamientos aquí sobre la tierra por medio de los cuales podemos tener su amor y todas sus bendiciones

Se manifiesta en un Padre Celestial amoroso que ha proveído un profeta, aun el presidente Kimball, y apóstoles hoy para recibir su palabra y guiar a sus hijos.

Se manifiesta en las familias que, llenas de amor y gratitud a Dios, se esfuerzan cada día por enseñar a sus hijos el amor, las elevadas normas de vida y todas las pacíficas vías de Dios.

Se manifiesta en los padres, las madres y los niños que, conmovidos por el amor de Dios, se abrazan abiertamente y se expresan unos a otros su amor sin darse por vencidos jamás con los que están en su círculo familiar, especialmente los que necesitan amor.

Se manifiesta en los más de 30.000 misioneros que, pagando sus propios gastos, van a todas partes del mundo por amor a la gente y llevan estos poderes a todos los que los quieran escuchar.

Se manifiesta en los maravillosos líderes y maestros que, a pesar de sus imperfecciones, se esfuerzan en innumerables maneras por nuestros niños y jóvenes, a fin de ayudarles a alcanzar a Dios, su amor y su bondad.

Hace unas semanas, mientras me encontraba en una reunión sacramental en Alemania, mis ojos se llenaron de lágrimas de gratitud Y me sentí conmovido al ver a 82 niños de la Primaria que cantaban cantos de amor a su Padre Celestial.  Me sentí agradecido por la Iglesia que ha sido establecida por el Señor en la tierra y porque yo también fui un día un niño de la Primaria, y también mis hijos, y por haber aprendido esas canciones y el amor que ellas expresan.  Las he cantado todas miles de veces desde mi infancia y estoy agradecido por el amor y el mensaje que comunican.  Ese mismo día, y en la misma reunión sacramental, había una hermana recientemente bautizada que esperaba la llegada de su primer hijo.  Ella se emocionó mucho con los niños, la Iglesia, la Primaria y el amor de nuestro Padre Celestial que sintió allí.

Conmovida, más tarde me dijo: «¡Espero ansiosa la llegada de mi niño, y el día en que pueda mandarlo a la Primaria!»

Mis queridos amigos, ésta es sólo una de las muchas grandes bendiciones que nuestro Padre ha proveído para nosotros en su Iglesia, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.  Sí, hay un lugar bello, un refugio en la tierra, donde se encuentran las inalterables normas reveladas por un amoroso Padre Celestial.

Y en realidad esto es precisamente lo que el Señor pensaba cuando dijo lo siguiente: «Como os he amado, amad a otros» (véase Juan 13:34).  Esta será la suprema invitación del Señor siempre, a todos y en todo lugar.  Invitamos a todas las personas con todo amor a venir y participar de este espíritu, esta paz, este amor de Dios que existen en su reino aquí en la tierra hoy en día.  En el nombre de Jesucristo.  Amén.

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