Conferencia General Octubre 1981
La oposición a la obra de Dios
por el élder Carlos E. Asay
de la Presidencia del Primer Quórum de los Setenta
Mientras pensaba en algún tema sobre el cual basar esta asignación de dirigiros la palabra, tuve la oportunidad de hablar por teléfono con uno de los miembros del Quórum de los Doce. En dicha conversación le pregunté:
-¿Me ayudaría usted a escoger un tema adecuado para el discurso que pronunciaré en la conferencia general?
-Sí dijo con determinación; y en seguida, añadió-: Carlos, ore.
Por lo tanto, os expondré en esta ocasión el resultado de muchas oraciones, y lo haré con espíritu de oración, obediente y humildemente.
El 1° de noviembre de 1857, el élder George A. Smith, que entonces era miembro del Quórum de los Doce, dio un discurso memorable en el que incluyó esta antigua fábula china:
«Un hombre que viajaba por el país llegó a una gran ciudad, una ciudad muy rica y maravillosa; contemplándola, dijo al guía que le acompañaba: ‘Debe de ser un pueblo muy digno, porque no veo más que un pequeño diablo en esta ciudad tan grande’. Y el guía le contestó: ‘Señor, usted no entiende. Esta ciudad se ha entregado tanto a la iniquidad. . .que sólo se necesita un diablo para subyugarlos a todos’.
Viajando más adelante, al llegar a un escarpado sendero vio a un hombre anciano que trataba de subir por la ladera de una colina, y que estaba rodeado de siete diablos de gran tamaño y aspecto rudo y tosco. ‘¡Vaya, vaya!’, dijo el viajero, ‘éste debe de ser un hombre muy inicuo! ¡Fíjese en cuántos diablos tiene a su alrededor!’
‘Este’, contestó el guía, ‘es el único hombre justo de la comarca; le rodean siete de los diablos más grandes tratando de desviarlo de su camino, pero no pueden lograrlo’.»
Después de contar esta fábula, el élder Smith agregó:
«Satanás tiene en tal forma el mundo a su disposición, que unos pocos diablos son suficientes para mantener a la gente sometida a él; y toda la legión de diablos no tiene más que buscar a los mormones Y agitar sus corazones para destruirlos.» (Journal of Discourses, 5:364.)
En todas las dispensaciones, el adversario ha tratado de destruir a muchos de los hijos de Dios. A veces, él mismo ha asumido el papel de embustero; en otras ocasiones, se ha valido de aquellos que se han puesto de su parte. Por ejemplo, en el Libro de Mormón leemos de tres anticristos. Los tres fueron engañados, predicaban en contra de los que creían en Cristo y se esforzaban abiertamente en destruir la Iglesia de Dios. Sus tácticas de engaño eran similares: enseñaban falsas doctrinas, esparcían mentiras, se referían a las profecías como a locas tradiciones, acusaban a los líderes de la Iglesia de pervertir las vías justas de Dios embaucaban a la gente diciéndole que su fe era absurda y una vana esperanza. (Jacob 7; Alma 1: y Alma 30.)
Cuando leemos acerca de los anticristos de épocas pasadas, no deja de admirarnos el ver cuán pervertidas llegaron a ser sus opiniones y el éxito que tuvieron en engañar a hombres y mujeres; también nos preguntamos cómo podía la gente ser tan crédula, tan fácil de descarriar. Y al mismo tiempo que nos asombramos nos inclinamos a relegar los anticristos a un rincón de la historia y seguimos ingenuos nuestro camino. Esto puede ser muy peligroso, ya que podría llevarnos a la pérdida de la fe y a destruirnos espiritualmente.
Desde la primavera de 1820, Lucifer ha luchado sin cesar contra los Santos de los Ultimos Días y sus líderes. Ha aparecido en escena un desfile de anticristos, antimormones y grupos apóstatas. Muchos están aún entre nosotros y han esparcido nuevas mentiras y falsas acusaciones. Estos asesinos de la fe y ladrones de testimonios se valen de contactos personales, así como de la radio, la televisión y otros medios de comunicación para sembrar dudas y perturbar la paz de los creyentes fieles.
Hace dos meses, recibimos una emotiva carta de un obispo en la cual nos decía que había participado en la excomunión de un nuevo converso, quien había caído bajo la influencia de un muy dedicado apóstata que salió victorioso en su empeño de destruir el testimonio del nuevo miembro. Parece que este apóstata, para desprestigiar a José Smith y los profetas subsecuentes, citaba cambios hechos en publicaciones de la Iglesia a través de los años.
Su táctica es muy común entre los que están más interesados en las tinieblas que en la luz. Su lógica, si ésta se siguiera, les haría quemar el Nuevo Testamento por el relato de Lucas no es exactamente igual al de Mateo, o porque el libro de los Hechos de los Apóstoles da dos versiones diferentes de la visión de Pablo en el camino a Damasco. (Hechos 9:1- 9, y 22:4-ll.)
El creer en profetas modernos Y en la revelación continua no tiene cabida en la vida de muchos apostatas, pues basan sus esperanzas de salvación en cosas que nada tienen que ver con los profetas v la fe.
Ante esto surgen las preguntas: ¿Cómo respondemos a esas creencias maliciosas y designios inicuos? ¿Devolvemos el ataque? Permitidme sugerimos un curso de acción que está en armonía con las enseñanzas del Salvador v con el sabio consejo de los profetas.
- Evitad a aquellos que debilitan vuestra fe. Debemos huir de los que matan la fe. La semilla que ellos siembran en el corazón y la mente de los demás crece como el cáncer devora el espíritu. Los verdaderos mensajeros de Dios edifican, nunca destruyen. Enviamos nuestros misioneros al mundo para enseñar y ayudar a la gente a recibir línea sobre línea hasta que tengan conocimiento de la plenitud del evangelio, como lo testificó un nuevo converso: «La iglesia a la cual concurría anteriormente me enseñó la etapa mortal, pero La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días agregó dos capítulos más, la existencia premortal la existencia después de esta vida».
- Obedeced los mandamientos. El presidente Brigham Young aseguró lo siguiente: «Todo lo que tenemos que hacer es avanzar, hacia adelante Y hacia arriba, guardar los mandamientos de nuestro Padre y Dios; y El se encargara de nuestros enemigos.» (Discourses of Brigham Young pág 347.)
Si obedecemos leyes santas, «nos vestiremos de toda la armadura de Dios» y podremos enfrentar las supercherías del diablo. (Efesios 6:11-18.) Además, la obediencia nos asegura la guía y protección del Espíritu Santo.
- Seguid a los profetas vivientes. Como se nos ha dicho recientemente, un líder de la Iglesia enseñó: «Estad siempre atentos al Presidente de la Iglesia, y si él os dice que hagáis algo que está mal, y lo hacéis, el Señor os bendecirá por ello … Pero no tenéis que preocuparos, porque el Señor nunca permitirá que su portavoz guíe a su pueblo por mal camino.» (Palabras de Heber J. Grant citadas por Marion G. Romney, en Conference Report, oct. de 1960, pág. 78.)
Caminamos por desconocidos campos minados y ponemos en peligro nuestras almas cuando aceptamos enseñanzas de quienes no son ordenados de Dios. (D. y C. 43:2-7; 52:9.)
- No contendáis ni discutáis sobre temas doctrinales. El Maestro nos puso sobre aviso al decir: «Aquel que tiene el espíritu de contención no es mío, sino es del diablo» (3Nefi 11:29)…Si para lograr fines justos, recurramos a tácticas satánicas, vamos evidentemente por el mal camino que sólo conduce a la frustración, así como a la pérdida del Espíritu y la más absoluta derrota. Recordad que «reclamamos el derecho de adorar a Dios Todopoderoso conforme a los dictados de nuestra propia conciencia, y concedemos a todos los hombres el mismo privilegio. (Undécimo Artículo de Fe.)
- Escudriñad las Escrituras. Pocos erraríamos el camino recto si hiciéramos de las Escrituras nuestra guía o brújula personal. (Alma 37:44.) La barra de hierro es la palabra de Dios, y si nos asimos firmemente a ella, no caeremos.
- No os desviéis de la misión de la Iglesia. Hay personas que intentarán desviaros del camino y haceros perder tiempo y energías. Satanás utilizó una artimaña cuando tentó a Cristo en el desierto; pero la respuesta terminante del Salvador: «Vete, Satanás» (Mateo 4:10), es el mejor ejemplo para nosotros.
- Orad por vuestros enemigos. Cristo dijo a los nefitas:
«Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen.» (3 Nefi 12:44; Mateo 5:44 y 3 Nefi 12:10-12.)
Cuando estaba en la cruz, el Salvador imploró: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lucas 23:34). Hay muchos que no llegan a la verdad, y no porque no la anhelen, sino porque no saben dónde encontrarla.
- Practicad la «religión pura». Predicad el servicio cristiano. Atended a las necesidades del pobre y del enfermo; visitad a los huérfanos y a las viudas; sed caritativos para con todos, sean o no miembros de la Iglesia. (Santiago 1:27 y Alma 1:30.)
- Recordad que puede haber muchas preguntas a las cuales no podamos dar respuesta y que algunas cosas deben aceptarse simplemente por fe. Un ángel del Señor le preguntó a Adán: «¿Por qué ofreces sacrificios al Señor?» y Adán le contestó: «No sé, sino que el Señor me lo mandó» (Moisés 5:6). Habrá oportunidades en que se nos pida que subamos al monte Moríah y que sacrifiquemos a nuestros Isaac sin explicación alguna, mas allí es donde tiene lugar la fe que es el primer principio del evangelio y el principio del progreso.
No creo que haya muchos que conozcan mejor la realidad de la existencia de Satanás y sus seguidores que los misioneros, pues ellos están expuestos a los fieros dardos del adversario que pasan silbando sobre sus cabezas, ya que se encuentran en las primeras filas de la guerra contra el pecado. Pero yo prometo a todos los misioneros -así como a todos los miembros de la Iglesia- que si seguís con constancia los nueve puntos que he mencionado, la victoria será vuestra y preservaréis vuestra fe y testimonio.
Al mismo tiempo, os aseguro que la oposición a nuestra causa testifica su divinidad. ¿Se concentrarían los poderes de Satanás en contra de nosotros si no fuéramos una amenaza para dichos poderes?
Os aseguro, asimismo, que el enfrentar y superar la oposición ejercerá una influencia refinadora en nuestra vida. Una estrofa de uno de nuestros himnos dice:
Y cuando torrentes
tengáis que pasar,
los ríos del mal
no os pueden turbar;
pues yo las tormentas
podré aplacar,
salvando mis santos
de todo pesar.
(Himnos de Sión, 144.)
El Salvador aprendió obediencia por lo que padeció. (Hebreos 5:8.) Los sufrimientos que soportó José Smith le dieron experiencia y fueron para su bien. (D. y C. 122:7.) Os aseguro que las aguas en las cuales estamos habituados a nadar no son más que charcos pequeños en comparación con los profundos ríos de oposición en que se vieron el profeta José y otros. (D. y C. 127:2.)
Os aseguro que nuestra causa es justa y triunfará a pesar de la oposición. En los primeros días de la restauración de la Iglesia los santos se sentían reconfortados con las siguientes palabras:
«Tan inútil le sería al hombre extender su débil brazo para contener el río Misuri en su curso decretado, o devolverlo hacia atrás, como evitar que el Todopoderoso derrame conocimiento desde el cielo sobre la cabeza de los Santos de los Ultimos Días.» (D. y C. 121:33.)
El presidente Brigham Young dijo: «Cada vez que dais puntapiés al ‘mormonismo’ lo hacéis ir hacia arriba y nunca hacia abajo. Así lo quiere el Señor Todopoderoso.» (Discourses of Brigham Young, pág. 351.)
A aquellos que camináis al borde de nuestra fe, os imploro de todo corazón que busquéis la seguridad del centro, lo cual podéis hacer pidiendo consejo a vuestros líderes, permaneciendo dentro del círculo de la hermandad de los santos y nutriendo vuestro espíritu con la palabra de Dios. No permitáis que los incrédulos os aparten del camino recto ni que os destruyan espiritualmente.
Oro por aquellos que practican el robo en su nivel más perfecto, el de despojar a la gente de su precioso testimonio, pues si no cambian su proceder éste les llevará sólo al vacío y la futilidad de un «sueño de visión nocturna». (2 Nefi 27:3; Hechos 5:33-39.)
Que el Señor nos ayude a todos en nuestra guerra contra el pecado. Aun cuando tengamos pocos miembros y nuestros dominios sean pequeños, seguiremos adelante teniendo «por armas la justicia y el poder de Dios en gran gloria» (1Nefi 14:14). Es mi oración en el nombre de Jesucristo. Amén.
























