Los poderes del presidente

Conferencia General Octubre 1981logo pdf
Los poderes del Presidente
por el élder Mark E. Petersen
del Consejo de los Doce

Mark E. PetersenTal como el hermano Featherstone mencionó en su oración, uno de los himnos preferidos de los Santos de los Ultimos Días es como una oración en favor del Presidente de la Iglesia.  Se canta en muchas partes del mundo y dice así:

Querido Profeta, por ti oramos,
que Dios te dé consuelo y alegría.
Aunque el tiempo tu rostro haya surcado,
la luz dentro de ti brilla o siga.

A Dios por ti de corazón oramos,
fuerza te dé para cumplir tu deber,
para día a día en el camino guiarnos
e iluminarnos con tu luz y saber.
(Traducción libre.)

¿Quién es más amado en la Iglesia que el presidente Spencer W. Kimball? ¿Y por quién se pronuncian más oraciones entre los santos de todas partes del mundo?

El presidente Kimball no sólo es amado y venerado, sino que él también ama y venera a los miembros de la Iglesia, ora y trabaja por ellos sin vacilación y sin límites.  Su bondad raya en lo divino.  El se esfuerza por hacer por los demás lo que querría que hicieran por él.

El Señor le ha dado sabios hombres como consejeros: el presidente N. Eldon Tanner, el presidente Marion G. Romney y el presidente Gordon B. Hinckley, quien es un nuevo consejero en la Primera Presidencia, un hombre de Dios de pies a cabeza, un hombre sabio, enérgico, valiente en la fe, firme y estable como una roca.  Estos hermanos son tan dedicados como el Presidente; constantemente se entregan por entero al trabajo, apoyándolo siempre, aconsejando con bondad y gran inteligencia en todos los asuntos que se les presentan.

La Primera Presidencia es un quórum de la Iglesia, y funciona como tal en hermosa armonía bajo la influencia del Espíritu Santo, dando así inspirada guía a los miembros.

La Primera Presidencia es el Consejo Presidente de la Iglesia; estos hermanos presiden sobre todos y poseen, además de todas las llaves, los poderes, dones y bendiciones de esta dispensación.

El Presidente es el sumo sacerdote que preside.  Sus consejeros presiden con él por delegación, llevando a cabo las labores de este quórum superior divinamente organizado en la tierra. Los cuatro miembros de la presidencia son Apóstoles de Jesucristo, profetas, videntes y reveladores.

El Consejo de los Doce les sigue en importancia.  Estos hermanos también tienen las llaves divinas, pero sólo el Presidente de la Iglesia puede ejercerlas en toda su plenitud, porque este privilegio sólo lo puede tener un hombre en la tierra.  Los Doce también trabajan por delegación del Presidente de la Iglesia, y reciben de él sus asignaciones y las cumplen con completa dedicación.

El Señor mismo fue quien instaló Apóstoles y profetas en su Iglesia moderna.  Por lo tanto, no es un gesto vano el que hacemos al levantar la mano para sostener a la Primera Presidencia y a los Doce como profetas, videntes y reveladores, pues eso es lo que son, divinamente elegidos, debidamente ordenados v apartados por imposición de manos por parte de aquellos que tienen la autoridad para hacerlo.

Ellos fueron llamados por Dios como Aarón, de acuerdo con el modelo que describe el apóstol Pablo en su epístola a los hebreos. (Hebreos 5:4.) Fueron elegidos por revelación, ordenados por otros profetas y plenamente comisionados para actuar en el nombre del Señor.

Dios habla por medio de nuestros grandes líderes y por las palabras de éstos.  El guía a Su pueblo. ¿No dijo el Señor mismo: «Sea por mi propia voz o por la voz de mis siervos, es lo mismo»? (D. y C. 1:38)

Al Presidente de la Iglesia, que ciertamente es el portavoz de Dios y el sumo sacerdote que preside en la tierra, se le confieren sagradas investiduras de autoridad y poder, las mismas que recibió José Smith, a quien él sucede en este alto cargo. Por ordenación posee todos los dones, llaves, y poderes del sacerdocio que le fueron conferidos al profeta José Smith por santos ángeles cuando se restauró la Iglesia en estos últimos días.

¡El Presidente de la Iglesia los posee todos!

La obra de esta última dispensación no se podría realizar de otra manera. ¿Qué valor hubiera tenido que José Smith se hubiera llevado esos poderes consigo a la tumba?  La obra se habría detenido, porque Dios trabaja de acuerdo con la debida línea de autoridad.

¿No dijo el profeta de la antigüedad, Amós, que el Señor no hará nada que no sea por medio de sus siervos, los profetas? (Amós 3:7.) ¿Y mandó El alguna vez profetas a la tierra sin darles divina autoridad, sin el derecho de hablar y actuar en su nombre?

¿No hubo en la Iglesia cristiana ya profetas y Apóstoles a quienes el Salvador mismo llamó? ¿Y no fueron llamados y ordenados para «perfeccionar a los santos, para la obra del ministerio, para la educación del cuerpo de Cristo»? (Efesios 4:12.)

¿Y no eran ellos el fundamento de la verdadera Iglesia, como dijo Pablo, siendo el Salvador la piedra angular? (Efesios 2:20.)

¿Y no tenía que permanecer en la Iglesia «hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo»? (Efesios 4:13.)

¿Y no debían permanecer también «para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina»? (Efesios 4:13.)

La necesidad de esa dirección es tan grande hoy como lo era en la época de Pedro y Pablo, cuando en verdad todo viento de doctrina atacaba a los santos y cuando se levantaban falsos profetas, enseñando con astucia y mintiendo con el fin de engañar. (Efesios 4:14.)

Los santos hoy necesitan instrucción de Dios mediante Sus profetas, al igual que los miembros de la Iglesia antigua.  Los de esta dispensación también dependemos de que haya dirección inspirada en la obra del ministerio y de la constante guía divina en nuestro camino hacia la perfección.  En muchos aspectos las condiciones son iguales a las de antaño; las actitudes de la gente no son muy diferentes, ni lo son sus problemas básicos, como por ejemplo, la inmoralidad.

El Señor nos ha dado profetas modernos como parte de su Iglesia de esta época moderna, y sus deberes son los mismos que los de la antigüedad.  Debemos escucharlos, como lo hicieron los santos en el pasado.  Esta es la misma Iglesia, la misma fe, y nos ofrece idéntica salvación.

Los miembros de aquella época aceptaban los divinos llamamientos de sus líderes, sin tener en cuenta si eran simples pescadores o tenderos, puesto que habían sido colocados por el Señor en una nueva categoría, como siervos divinamente elegidos. Igualmente nosotros debemos ver más allá de las ocupaciones y actividades personales de nuestros líderes de hoy y contemplarlos como los siervos de Dios que son.

Ellos son inspirados como Pedro y Pablo y tienen los mismos llamamientos divinos; son los líderes que Dios nos ha dado, y que El ha elegido específicamente para esta época. ¿No los escucharemos, entonces?

Vivimos en un período muy difícil.  El diablo está peleando una decidida guerra contra los santos, para lo cual busca rodearnos con toda forma concebible de tentación, odio, fanatismo y corrupción.

Sus métodos son ciertamente astutos, como nos dice claramente el profeta Nefi al afirmar que Satanás «enfurecerá los corazones de los hijos de los hombres, y los agitará a la ira contra lo que es bueno.

Y a otros pacificará y los adormecerá con seguridad carnal, de modo que dirán: Todo va bien en Sión; sí, Sión prospera, todo va bien.  Y así el diablo engaña sus almas, y los conduce astutamente al infierno.

Y…a otros los lisonjea y les cuenta que no hay infierno; y les dice: Yo no soy el diablo, porque no lo hay; y así les susurra al oído, hasta que los prende con sus terribles cadenas, de las cuales no hay rescate.» (2Nefi 28:20-22.)

¿Habéis conocido otra época en la que haya habido más tentación de la que hay ahora?  Muchos adultos aman sentirse felices de no tener que crecer en esta época en que el mundo es tan corrupto.  Expresan su temor por la generación presente, por todo lo que ella enfrenta en cuanto a las drogas y la libertad sexual, la suciedad en la pantalla y en las publicaciones, y otras muchas formas de seducción.

¿Dónde está la seguridad, mis hermanos? ¿Dónde, sino en la Iglesia, bajo el pabellón protector del Evangelio de Jesucristo? ¿No es nuestra época parecida a los días de Noé, cuando la población de la tierra fue asolada por el diluvio y sólo ocho almas juntas se salvaron?

Algunos dudan del diluvio, pero por revelación moderna sabemos que este hecho tuvo lugar.  Por revelación moderna también sabemos que durante más de un siglo Noé suplicó al pueblo que se arrepintiera, pero que en su obstinación nadie lo escuchó.

¿No necesitamos hoy las voces de advertencia de los profetas, tanto como la gente en los días de Noé ¿Responderemos a nuestros videntes y reveladores mejor que la gente de entonces? ¿Somos tan necios que no aprenderemos una lección de sus errores?

Las Escrituras dicen que muchos no escucharán, pero también dicen que los creyentes en el Señor seguirán a sus siervos y escucharán sus voces de advertencia.  Dios protegerá a los fieles, no obstante las tribulaciones que puedan sobrevenir a los inicuos.

¿No salvó El a Noé y su familia del diluvio?

¿No salvó a Lehi y su familia de la destrucción de Jerusalén?

El Señor nos ha prometido que si lo servimos, a su vez El nos protegerá y nos ayudará a progresar.

Al vivir en este mundo inicuo, ¿permaneceremos ciegos a las exigencias de nuestros tiempos? ¿Tenemos el sentido común para permanecer en lugares santos?

¿Y cómo podemos lograrlo? ¡Obedeciendo a los profetas!

¿Queremos defender, a cualquier costo, el reino de Dios contra los encarnizados ataques del adversario? ¿Y cómo lo haremos? ¡Obedeciendo a los profetas! ¿Estamos dispuestos a responder afirmativamente a la pregunta:

¿Quién sigue al Señor?
Hoy ya se deja ver,
Clamamos sin temor
¿Quién sigue al Señor?
(Himnos de Sión, 127)

Si seguimos al Señor, seguiremos a sus profetas.

Os testifico que ellos son hombres de Dios. Os testifico personalmente que nuestro gran líder, el presidente Spencer W. Kimball, es un vidente y un revelador, un profeta en el mismo sentido que lo fueron Moisés, Isaías o José Smith, y que posee los mismos divinos poderes que ellos poseían.

Por nuestro propio bien, por el bien de nuestra familia, por el de esta Iglesia de Jesucristo restaurada a la cual prometemos fidelidad, y además, para recibir las bendiciones del cielo, sirvamos al Señor y guardemos sus mandamientos.  He integrado el Consejo de los Doce por casi 38 años.  En ese período he trabajado bajo seis Presidentes de la Iglesia.  He asistido a reuniones en las cuales se han tomado decisiones vitales.  He escuchado sus declaraciones y observado la inspiración que han recibido estos presidentes -estos seis profetas, seis reveladores, seis videntes que he conocido, a quienes he amado y en quienes he sentido un divino espíritu a través de los años.

Por experiencia personal, yo os testifico que he visto el poder de Dios manifestarse en ellos.  Sé que vivimos en una época de revelación; sé que estos hermanos son siervos del Señor, divinamente llamados; sé que ellos hablan por Dios.

Si los seguimos, ¿no estarnos siguiendo a Aquel que los llamó?

Por otra parte, si levantamos la mano o la voz en su contra, o no les hacemos caso, ¿no estamos rechazando así al Divino Ser que los comisionó como sus siervos? ¿Podemos permitirnos rechazar, a Cristo»

Nuestra actitud hacia ellos, ¿no es un inequívoco reflejo del íntimo sentimiento que tenemos hacia Dios?  Me refiero a nuestra fidelidad real, despojada de toda demostración exterior v de toda pretensión.

¿Podemos verdaderamente amar al Señor y rechazar a sus siervos?

Si realmente amamos a Dios, ciertamente debemos amar y amaremos y veneraremos a sus ungidos.

¿Y si los hemos conocido de jóvenes y hemos visto que no llevan una aureola sobre la cabeza?  ¿Y si los hemos visto de cerca al llevar una vida rutinaria y común en el pasado, en el mundo como nosotros, día a día? ¡Debemos comprender que las condiciones han cambiado!

Dios los ha apartado de aquellos senderos comunes, y les ha dado un nuevo estado en la vida; El los ha llamado a elevadas posiciones en Su ministerio.  Un manto sagrado se ha colocado sobre ellos, el manto de su comisión divina, el manto de profecía.

Ellos hablan con nueva voz, son guiados por una luz celestial. ¡Han dejado de ser comunes! Son los ungidos, los elegidos. ¡Los elegidos del Dios Todopoderoso!

Hemos tenido doce Presidentes de la iglesia, doce de los mejores Sumos sacerdotes de Dios; cada uno de ellos sacrificó su vida por la obra.  Uno de ellos fue un mártir que cayó abatido por balas asesinas; los otros vivieron y trabajaron valientemente en la causa de la fe, dando por ella hasta su último aliento.

El Señor ha dicho de sus fieles siervos:

«Y son quienes vencen por la fe…

Por consiguiente, todas las cosas son suyas … y ellos son de Cristo y Cristo es de Dios.

Son aquellos cuyos nombres están escritos en el cielo, donde Dios y Cristo son los jueces de todo.

Estos son aquellos … cuya gloria es la del sol, sí, la gloria de Dios, el más alto de todos. . .» (D. y C. 76:53, 59, 68, 70.)

El Señor honrará a sus profetas por toda la eternidad, porque hará de ellos «herederos de Dios y coherederos con Cristo» (véase Romanos 8:17).  Y El espera que nosotros también los honremos, los sostengamos y los sigamos, puesto que somos Su pueblo.  Que podamos cantar siempre con profunda sinceridad este himno, que es ciertamente una oración pero también un convenio:

Te damos, Señor, nuestras gracias
que mandas de nuevo venir
profetas con tu evangelio,
guiándonos como vivir.
Y gracias por todos los dones
vertidos por tu gran amor,
tenemos placer en servirte,
a ti, nuestro gran Bienhechor.
(Himnos de Sión, 178.)

En el nombre del Señor Jesucristo. Amén.

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