Santifiquémonos por medio del servicio misional

Conferencia General Octubre 1981logo pdf
Santifiquémonos por medio del servicio misional
por el élder William R. Bradford
del Primer Quórum de los Setenta

William R. BradfordSolemnemente os testifico que Dios el Eterno Padre y su Hijo Jesucristo se aparecieron en esta dispensación.  Estos dos personajes gloriosos se presentaron en verdad al joven José Smith.

Este maravilloso acontecimiento ocurrió en 1820, y desde entonces los cielos han permanecido abiertos. La plenitud del Evangelio de Jesucristo ha sido restaurada por revelación; se han enviado ángeles como santos mensajeros; se nos han dado registros de la comunicación que ha existido entre Dios y sus hijos; El Santo Espíritu ha esparcido las verdades del plan de Dios para la exaltación de sus hijos.

La Iglesia verdadera, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, ha sido restaurada bajo la dirección de Jesucristo mismo.

Se ha llamado a profetas y Apóstoles, y se les ha dado el poder desde los cielos.  Ellos son testigos especiales de Jesucristo en todo el mundo y han recibido el divino llamamiento de edificar la Iglesia y controlar todos sus asuntos en todas las naciones.

Ellos son enviados, con las llaves correspondientes, a abrir las puertas para la proclamación del Evangelio de Jesucristo.  Por medio de sus obras se están abriendo esas puertas y el evangelio se está proclamando en todas partes.

Estos profetas, videntes y reveladores han sido inspirados y dirigidos por el Señor para llamar a los discípulos de Jesucristo y enviarlos por el mandamiento que dice:

«Y la voz de amonestación irá a todo pueblo por boca de mis discípulos, a quienes he escogido en estos últimos días.

E irán y no habrá quien los detenga, porque yo, el Señor, los he mandado.

Por tanto, temed y temblad, oh pueblo, porque se cumplirá lo que yo, el Señor, he decretado en ellos.» (D. y C. 1:4-5, 7.)

En la actualidad tenemos alrededor de treinta mil misioneros sirviendo en 188 misiones, que están proclamando el evangelio restaurado en 82 naciones y territorios, en 48 idiomas diferentes.

Miles de los hijos de nuestro Padre están oyendo el evangelio, obteniendo el testimonio de su veracidad, y siendo bautizados en su Iglesia verdadera.  Tenemos ahora unos cinco millones de miembros.

Nos sentimos muy humildes y complacidos por el éxito logrado mediante estos esfuerzos.  Reconocemos la mano del Señor y la dedicación de sus discípulos; pero todavía queda mucho para hacer.

Sentimos que hay una gran necesidad de trabajar y me pregunto si no podríamos acelerar el curso de nuestra obra.

Existe el interrogante de si todos aquellos que deberían y podrían participar en esta obra realmente comprenden y creen en los principios básicos y en el propósito por los cuales el Señor mandó declarar el evangelio a todo el mundo.

Aun cuando hay treinta mil misioneros sirviendo en la actualidad, esa cantidad debería y podría multiplicarse.  Si se prepararan y se decidieran a hacer lo que es su responsabilidad por mandato de Dios, la obra se llevaría a cabo a una velocidad y en dimensiones muy por encima de nuestros más altos anhelos.

He meditado y orado acerca de este asunto; he buscado palabras y he pedido a los cielos el poder para pronunciarlas, así como para motivar a aquellos que deberían estar participando fielmente en esta obra.

He encontrado las palabras que buscaba, y son muy simples.  Estas se han enseñado con frecuencia y al pronunciarlas estoy repitiendo lo que habéis oído una y otra vez.

Ellas nos invitan a ir a Cristo y ser perfectos como El lo fue, y esto se logra sirviéndolo de todo corazón, alma, mente y fuerza. Si lo hacemos, recibimos la remisión de nuestros pecados y nos santificamos, y, sin mancha, tendremos la oportunidad de poder regresar a nuestro Padre Celestial, a morar con El y a vivir la clase de vida que El vive.

El Salvador permanece con sus brazos extendidos, ofreciéndonos gloriosas bendiciones, siempre y cuando le sirvamos. Cuando estudiamos el verdadero significado de este servicio, comprendemos que se trata fundamentalmente de enseñar los principios del evangelio a aquellos que no lo conocen.

Pero, a pesar de la simplicidad de las palabras y la divinidad de su procedencia, a pesar de la segura promesa de que recibiremos bendiciones, hay todavía muchos que deberían y podrían servir, y no lo hacen.

En base a esto me pregunto si estas personas realmente comprenden y creen en la doble naturaleza del propósito de la obra misional: El primero, que es para santificar al misionero en sí; y el segundo, para llevar a los conversos el conocimiento de los principios del Evangelio restaurado de Jesucristo y para bautizarlos en su Iglesia, lo cual es la concluyente y natural cosecha de un misionero que está en camino a la santificación.

Satanás está tratando de detener esta obra; su influencia es insidiosa y persistente.  Muchos de los que deberían y podrían trabajar en ella se convierten en sus víctimas. Algunos son engañados y se apartan de lo verdadero para experimentar con aquello que es falso e insensato.

Me dirigiré a los jóvenes que se están acercando o están en la edad de cumplir una misión.

Algunos de vosotros estaréis pensando: «Oh, bueno, usted no comprende mi situación.  Mi caso es diferente.  Yo quiero llegar a ser un buen abogado, o doctor, o atleta, o alguien importante.  Ni usted ni el Señor pueden esperar que yo abandone mis estudios o mi carrera en un momento tan importante. Ir a una misión interferiría con mis planes futuros.»

Otros estaréis pensando: «Sí, yo sé lo de la misión, pero si usted tuviera la novia que yo tengo, nunca la dejaría. ¿Qué pasaría con ella mientras estoy ausente?»

Y otros diréis: «Una misión cuesta mucho dinero. Acabo de conseguir este trabajo y de comprarme un auto y un tocadiscos.  Es el momento preciso de mi vida en que comienzo a hacer cosas por mí mismo. ¡No puedo dejar todo eso de lado!  Y si no renuncio a todo, no tendré dinero para la misión.»

También están aquellos que piensan: «Yo no soy digno de ir a una misión.  He caído en transgresiones y no estoy activo en la Iglesia.  Siempre tuve planes de ir a una misión, pero me fui alejando de la Iglesia y ahora no vivo de acuerdo con las normas que se requieren de un misionero.»

Si yo pudiera oíros en forma individual, cada uno de vosotros me diría su situación en particular y todo se resumiría en un punto en común. Todos os justificaríais por no estar cumpliendo con esa responsabilidad hacia Dios.

Muchos de vosotros estáis tratando de justificamos, aun en contra de las enseñanzas y consejos acertados de vuestros padres, quienes saben lo que debéis hacer.  Ellos os aman y os ayudarían en todo sentido para que hicierais lo correcto, si tan sólo se lo permitierais.

Pero lamentablemente, también hay padres que están de acuerdo con vuestras justificaciones.  Estos son los padres que han hecho planes para vuestro futuro, planes que no incluyen el ir a una misión.  Ellos dicen: «Mi hijo va a ser un gran abogado o doctor, o un atleta destacado.  El no puede interrumpir sus estudios para ir a callejear por el mundo durante dos años.  Que el hijo de otra persona lo haga.  Mi hijo es especial.»

Si yo pudiera hablaros en forma individual a cada uno de vosotros, jovencitos, y a vuestros padres que os justifican, solamente os diría con todo el poder de mi palabra: «¿Quién pensáis que sois? ¿Qué derecho tenéis para equilibrar vuestra sabiduría con la de Dios, que por medio de sus profetas nos ha dado el firme decreto, el solemne mandato de que sus discípulos deben proclamar el evangelio restaurado a todo el mundo?  Vosotros sois sus discípulos.»

Permitidme recordamos las palabras del Señor cuando se dirigió a «el que no hace nada» y al que tiene un «corazón dudoso».

¿Quién soy yo, que hice al hombre, dice el Señor, para tener por inocente al que no guarda mis mandamientos?

¿Quién soy yo, dice el Señor, para prometer y no cumplir?

Mando, y los hombres no obedecen; revoco, y no reciben la bendición.  Entonces dicen en su corazón: Esta no es la obra del Señor, porque sus promesas no se cumplen.  Pero, ¡ay de tales!, porque su recompensa yace abajo, y no es de arriba.» (D. y C. 58:29-33.)

¿Creéis en verdad que la fama y los títulos del mundo, ligados a posiciones y ocupaciones terrenales, pueden compararse con las promesas de Dios a los fieles?  El ha prometido «tronos, reinos, principados. . .y dominios»; ha prometido la «exaltación y gloria en todas las cosas», ha prometido la «plenitud y continuación de las simientes por siempre jamás».  El ha prometido vida eterna. (D. y C. 132:19.)

Yo diría que no tenéis excusa ni justificación, y que habéis puesto en serio peligro vuestra salvación eterna.

Vuestra carrera puede esperar y el Señor abrirá las puertas de la educación y os inspirará hacia la profesión apropiada cuando regreséis del servicio misional.

Y hablando de las novias, nuestro Padre quiere daros una de sus hijas selectas, una a quien El ama y valora; que sea pura y que entienda los valores eternos y se esfuerce por lograr la exaltación.

Es natural que no podéis esperar que esto suceda si no sois fieles en el cumplimiento de lo que os hará dignos de ella como compañera eterna.  Es después que el servicio misional os ha ayudado a santificaros que esto puede suceder.

Si no estoy equivocado, esto se aplica también a vosotras, jovencitas.  Muchas de vosotras decís: «¿Qué haré si él se va?» Y entonces le detenéis.  Permitís que vuestra relación vaya más allá de lo que debe ir y, a menudo, contribuís a que él decida no ir a la misión.  Y hasta a veces contribuís a que él no sea digno de hacerlo.  Al actuar de esta manera, os estáis descalificando también a vosotras para recibir las bendiciones.

Yo os digo: Dejadlo que vaya, y no solamente eso, sino instadlo a que lo haga.  Vosotras sois quizás la influencia más poderosa en él en este momento de su vida.  De vosotras depende la decisión que él tomará.  Ayudadle a que se mantenga limpio y a que se prepare.

Quizás os gustaría ir a una misión también y deberíais hacerlo.  Hay en la actualidad muchas misioneras y vosotras podéis tener las mismas bendiciones que se les prometen a los jóvenes varones. A pesar de que vuestra misión más importante es la de ser madres, puede ser apropiado que vayáis a una misión primero.

A aquellos jóvenes que piensan que no pueden servir porque han caído en transgresión yo les diría: «No os desesperéis; hay un camino de regreso; el plan del arrepentimiento es verdadero; podéis dar los pasos necesarios para volver a ser dignos. Podéis hacer la restitución correspondiente y dedicaros al servicio del Señor.»

Si yo pudiera hablar, en forma individual, con cada uno de los obispos y presidentes de estaca, acerca de quiénes deberían y podrían servir como misioneros, les diría:

«Usted tiene una obligación muy importante una sagrada responsabilidad de trabajar con los jóvenes y con sus padres hasta que comprendan y cumplan con su deber.

Usted no puede dejarlos colgando como frutas de un árbol, madurando y luego cayendo al suelo para descomponerse o ser devorados por los pájaros, sin ninguna preocupación por conservar la cosecha. Y si lo hace así, será totalmente responsable de ello.  Llegará el día en que usted se presentará ante Dios para dar cuenta por ellos, uno a uno y nombre por nombre.»

Este es un plan maravilloso; es un proceso de santificación, y cuando un misionero está en el ambiente misional de orden y disciplina, donde todo lo que se hace se hace en armonía con el Espíritu de Dios, se produce en el misionero una transformación.  Los cielos se abren para derramar el poder de Dios, se revelan los misterios y se mejora la conducta.  Entonces comienza la santificación.  Por medio de este proceso, el misionero se convierte en un receptáculo de luz que puede llevar el Evangelio de Jesucristo a un mundo en tinieblas.

Hay mucho para hacer y vosotros sois los herederos legales que habéis sido escondidos del mundo con Cristo para venir a la tierra en esta época, para trabajar en la obra del Señor. (D. y C. 86:9.)

Debéis preparamos, y llegar a ser dignos, y estar listos para la obra. Si no lo hacéis, la obra continuará sin vosotros. Seguirá adelante, más despacio, pero seguirá, y si no sois parte de ella, si no cumplís con vuestra responsabilidad, ¿qué sucederá con vosotros? ¿Cómo os santificaréis?

Si no cumplís con vuestra responsabilidad, aquellos a quienes deberíais enseñar y no lo hacéis, con el tiempo tendrán la oportunidad de oír el evangelio de boca de otro; pero, ¿y vosotros? ¿Cómo os santificaréis?

Las misiones son para los misioneros y el tiempo en que servís es un don de Dios.  Es una época en la que se vislumbran experiencias de la vida celestial aquí en la tierra.  Es una época de purificación y renovación; es una época especial en que el Espíritu Santo sella sobre vosotros el conocimiento del gran plan para lograr la exaltación; es vuestra mejor oportunidad de llegar a ser candidatos celestiales.

La enseñanza y la conversión de vuestros semejantes son los productos naturales de este proceso.  Para poder santificaras debéis servir a otras personas.  El servicio más grande que se puede hacer al prójimo es el enseñarle la verdad y llevarlo al reino de Dios.

He aquí el decreto: Enviad a los élderes a predicar el evangelio a toda nación, lengua y pueblo. (D. y C. 133:8.)

En el nombre de Jesucristo.  Amén.

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